Nuevos
inéditos del gran poeta del exilio español
43
años tras la vida y obra
del poeta Pedro Garfias
Por
Francisco Moreno Gómez
Recientemente
he recibido una buena nueva desde México (verano, 2023). La novelista María de Alva (autora de
la novela Un corazón extraviado,[1] inspirada en la vida del
poeta Garfias) me ha hecho llegar unos datos, fotos y referencias nuevas sobre
el gran poeta andaluz Pedro Garfias, víctima del exilio español de 1939. María
de Alva recibió de las hijas de Santiago Roel (ministro de Asuntos Exteriores
al comenzar la Transición española, el que restableció las relaciones
diplomáticas de México con la nueva España democrática), llamadas Patricia y
Catalina. Éstas, removiendo el archivo de su padre, han hallado una maleta
llena de papeles del poeta Garfias. La idea que tenían ellas era donar la
maleta al Tecnológico de Monterrey, a la Biblioteca Cervantina, pero puestos
sobre aviso los sobrinos del poeta, la han reclamado, y dicha maleta se
encuentra hoy en Écija (Sevilla, España), desde agosto de 2023.
De momento, para abrir bocado, María de
Alva me ha remitido copias de algunos textos y poemas de Garfias, sobre todo
cinco cartas a un amor platónico en Monterrey en la primera mitad de los años
1940’s respecto a una dama: María Aurora Elizondo, 18 años menor que él. Al
mismo tiempo me remiten dos fotos de María Aurora, por lo que podemos poner
cara a la inspiradora musa. El caso fue que este poeta tuvo amores platónicos
por muchos lugares de México, por donde se movía su vida errante de rapsoda
desarraigado, por la soledad y la expatriación.
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Este amor platónico de Monterrey hay que
situarlo en su período de docencia en esta Universidad, desde 1943 a 1948
(Universidad que yo visité 1992, donde impartí una conferencia). Sabíamos que Garfias
le dedicó a María Aurora el poema “La novia regiomontana”[2]. El poema data del verano
d 1945 en Monterrey, cuando el poeta lo dio a conocer en la radio local, el 9
de agosto, según la carta de una
admiradora[3].
Ahora, el descubrimiento es que aparecen
5 cartas inéditas y otros documentos en el archivo de Santiago Roel. En un
email de este pasado junio (2023), día 20, María de Alva me dice: “… La semana pasada fui a conocerlas (las
hijas de Santiago Roel) y ver el
material. Las cartas de Pedro a María Aurora son una joya… También hay muchas
grabaciones de él. Y encontré una primera edición de ‘Primavera en Eaton
Hastings’. Hay algunos menús de restaurantes locales con poemas de su puño y
letra atrás… También hay poemas sueltos en hojas, libros, discos, etc.”
Conocido dibujo de Pedro Garfias, obra de Alfonso Reyes Aurrocoechea, en 1962, inspirado en la foto anterior.
Los hechos nos sitúan en Monterrey, a
partir de 1943, cuando el poeta Pedro Garfias fijó residencia en esta ciudad
norteña, contratado por la Universidad de Nuevo León, para el curso 1943-1944,
como secretario de Acción Social Universitaria. Todo ello se debió al éxito de
una conferencia que impartió en la Universidad el 5 de marzo de 1943, que dejó
impresionados a alumnos y profesores. El rector era entonces el Lic. Raúl
Rangel Frías. Y ya ese mismo año de 1943, nada más llegar a Monterrey, surgió
el amor platónico-imposible hacia la joven María Aurora Elizondo. La tercera
carta está fecha el 25 de agosto de 1943,[4] según se leerá más adelante.
En la carta núm. 5 se observa un tono de ruptura amistosa, pero ello no impidió
que Garfias siguiera escribiendo poemas a su musa María Aurora.
En 1945, el 9 de agosto, en la Radio local de Monterrey, donde el poeta colaboraba, dijo el poema “A LA NOVIA REGIOMONTANA”, dividido en tres partes (“Estas son mis palabras”, “Se llamaba… se llamaba” y “Si a ti te gustan los árboles”, según mi edición de Poesías Completas, p. 495, con el núm. 383 (explicado en la p. 561, y en Pedro Garfias, poeta de la vanguardia…, p. 530). Tras esta alocución, el poeta recibió gran cantidad de cartas de admiradores y admiradoras, pidiéndole copias, entre ellas una dama llamada Mª del Consuelo “Embrujo Lunar”.[5
La bella dama de Monterrey, María Aurora Elizondo, que Garfias conoció en 1943, y motivó gran número de cartas y de poemas de amor imposible, como un nuevo Garcilaso de la Vega.
Algo de lo que estamos escribiendo lo relató
Luis Suárez en una entrevista en 1977 en la revista Triunfo, en los albores de nuestra transición,[6] y reveló detalles del amor
platónico de Garfias, tomados de la biblioteca de Santiago Roel, quienes se ve
que tuvieron acceso a las cartas de Garfias a María Aurora que publicamos
ahora, ya que en la citada entrevista aparecen algunos fragmentos pequeños. Por
ejemplo, el final de la carta núm. 2, desde “Aquí me dejas triste…” hasta
“cerca de su persona, y estoy alegre”. Citan también un párrafo de la carta
núm. 5, “Lo único absurdo de todo esto…”, y termina el artículo de Triunfo con un fragmento del poema
“¿Verdad que está muy triste…”, un fragmento desde “Quiero verte de noche…”
hasta “como palomas albas”, poema que vamos a reproducir entero más adelante,
porque estimo que es inédito.
María Aurora Elizondo era una joven regiomontana, ilustrada, exquisita, aficionada a la guitarra y que cantaba algo de flamenco. Formaba parte de la tertulia de Santiago Roel, donde vino a aterrizar rápidamente Pedro Garfias.
Otra imagen de María Aurora, dama ilustrada, aficionada a la guitarra y al flamenco, que inspiró en Garfias un amor imposible (Monterrey, 1943-1948).María Aurora, con el tiempo, y ya casada con
Eugenio Armendáriz, entregó estas cartas a Santiago Roel, con una condición:
que no se publicaran hasta después de su muerte, cosa que hacemos ahora. Y así
se dio lugar a la “Maleta regiomontana”, de la que hemos sacado lo inédito que
aportamos, a través de las copias sacadas por Patricia Roel y María de Alva.
Gracias a ambas. En las cartas consta la dirección postal de María Aurora (Pino
Suárez, 746, Monterrey) y la del poeta (General Treviño, 831, Oeste,
Monterrey), aunque con membretes del Gran Hotel Ancira. He aquí el texto de
las cinco cartas inéditas del poeta andaluz:
(Cartas
s/f, hacia 1943-1945, en Monterrey)
(Sobre externo)
Señorita
María
Aurora Elizondo
Pino
Suárez, 746
Remite (Pedro Garfias)
Gran
Hotel Ancira
Monterrey,
México
(Primera
carta a María Aurora)
¿No
es verdad, María Aurora, que V. sabe que yo la quiero? Yo creo que a V. la
quiere todo el mundo –quiero decir todo el mundo inteligente-. Pero yo la
quiero más, infinitamente, que todos.
En tiempos creí que la quería como a una linda hermana menor,
como a una buena amiga pequeña, exquisitamente sensible, cuyo espíritu me
hubiera gustado ayudar a formar. La Providencia, que no perdona nada a los q ue nacimos sin ventura, convirtió pronto
este afecto, mezcla de simpatía y admiración, en un amor desatinado y loco.
Loco, por ser sin esperanza.
Pero hay algo más terrible que amar sin esperanza: no amar.
Este gran amor por V. me ha iluminado todo por dentro y, aunque sea una llama
viva que me devore, lo prefiero a mis viejas tinieblas entrañables. Soy feliz
con su amor y quiero dejarme ir a la deriva, con este gran dolor tan
placentero.
¡Y cómo la amo a V., María Aurora…! Amo en V. a todas las
mujeres que he amado. No parece sino que cada una fue ofreciéndome su pequeña
gracia, su mínima virtud espiritual tan inmediatamente seguidas de desencantos,
para encontrar ahora todas las gracias y todas las virtudes que amé refundidas
en su persona. Como buen andaluz la amo con todo el cuerpo. Y con toda
el alma también.
Por qué le escribo entonces, si este delirio mío no pregunta, no espera, y se alimenta sólo de su sangre y su llanto? Porque aspiro –¡dejadme aspirar siempre, siquiera aspirar!- a un pequeño favor suyo, que podría traerme toda la felicidad que aún admite mi corazón.
Final de la primera carta (pág. 8) de Pedro Garfias a María Aurora. Monterrey, hacia 1943.
Quiero –no me llame V. dominante-, ruego que V. me permita
escribirle de vez en cuando, y que me conteste V. Deseo, en fin, que
mantengamos una correspondencia privada, absolutamente secreta, que me
ayude –tan pocas veces me es permitido cambiar con V. algunas palabras a solas-
a conocer mejor su carácter y su espíritu. Algo de su intimidad, la parte más
inocente. Un poco de su alma a cambio de esta alma mía, que ya es suya, y lo
fue desde el primer momento. Yo le prometo no hablarle nunca de amor.
Comentaremos versos, las pláticas de nuestras tertulias y sus lecturas, las
deliciosas peripecias que su espíritu ha de sufrir, y gozar, con el
conocimiento directo del flamenco. Una correspondencia estrictamente amistosa,
pero íntima, cordial, humana, que me permita recorrer su sensibilidad, tan
fina, descubrir y atrapar todos los soles de su bendita persona. ¿Accederá V.,
María Aurora? Estoy muy triste de pensar que sospeche algún sentido oculto a
esta carta. Toda ella es transparente. Mi amor por V. y mi renunciación a toda
esperanza. De haber entrevisto alguna –Dios lo sabe-, todas las cosas que me
unen a la tierra las hubiera arrojado ya, hasta el cielo. Pero no me queda sino
esta ventanita al mar del preso de la copla. Déjeme ver pasar los barcos
y alimentar mi pena con estas alegorías diminutas.
Adiós, Maria Aurora. Duerma V. un sueño profundo y tranquilo.
Devotamente suyo
Pedro Garfias
General Treviño, 831, Oeste
Dos palabras más. La veré
mañana tarde. ¿Quiere V. llevarme su respuesta o enviármela antes? Confío poco
–he sido siempre tan desgraciado-, pero le tengo mucho miedo a la
incertidumbre. Espero que en nada afectará esta carta a nuestras reuniones,
aunque no merezca contestación. Con el alma va escrita y si algo hay en ella
irrespetuoso, perdónelo. Yo no me atrevo a repasarla, porque seguramente me
arrepentiría de enviársela. Por última vez, la amo, la amo, la amo.
(Segunda
carta)
M. A.: Qué dulcísima es la
sensación que nos causa un sacrificio, cuando se hace en holocausto de la
persona amada. A esta hora, cuatro de la tarde, estoy sentado frente al sillón
de V. Dos veces ya lo ocupó y ese sillón es sagrado para mí - evocando todas
sus actitudes, sus gestos, sus movimientos de V. anoche. El sillón se torna
vivo, y me parece que se hincha un poco, que se estrecha para ceñir, sin rozar,
su cuerpo bendito. El sillón, como yo, es respetuoso y humilde. Más bien
pretende protegerla que abrazarla. Sus brazos de madera valieron, como los míos
de carne, para abrazar sombras y no cuerpos, recuerdos y no realidades, por la
pura angustia inútil de la renunciación.
Noté de qué manera me he encontrado, de pronto, inclinado
sobre esta mesita, con su pueril trapito bordado y su ingenuo florero huérfano,
escribiéndole a V. y dirigiéndole palabras temblorosas, que ni siquiera aspiran
a reflejar mis sentimientos. Qué tontas le habrán parecido a V. mis cartas…
Todas las he escrito así, de una manera impremeditada, por dejar de hablar
solo. –Tengo mucho miedo a la locura- y en su vorágine fueron destruidas cuando
cumplieron su misión. ¿Qué suerte le cabrá a ésta? Se lo preguntaré luego.
Carta núm. 2 de Pedro Garfias a María Aurora, pág. 8 (final). Maleta regiomontana (Archivo de Santiago Roel).
Qué alegre estoy ahora, sin haber bebido. Cada apetecible
copa renunciada me ha parecido, imaginariamente, un paso que me acercaba a su
estimación. Comprendo que a V. le repugnen los borrachos. A mí siempre me ha
importado poco la opinión de las gentes, pero aquí ya se trata de un mandato.
Esclavo suyo soy y lo seré, no aspiro a conseguirla, pero sí espero que no me
aparte V., por mi buena conducta, nunca de su presencia.
Qué alegre estoy… la recuerdo a V. anoche, revolviéndose como
una fierecilla desafiante, retadora, y me veo a mí mismo, tembloroso de miedo,
siempre esperando una de esas palabras terminantes, decisivas, que todo lo
acusan. Qué actitud tan graciosa la suya, cuando dobla las piernas sobre el asiento,
para enfrentarse a la persona que habla; cuando levanta la barbilla, cuando
mira derecho, interrogante, a la espera de una palabra torpe sobre la cual
revolverse y sublevarse. Linda viborilla mía, tan llena de bondad luego, tan
tierna y comprensiva para el dolor ajeno.
¿Ajeno? Ayer me confió V. que también tiene V. sus
preocupaciones, sus sufrimientos. Yo, egoísta, apenas la escuchaba. Ahora me
duele el corazón de recordarlo. ¿Qué crimen de la providencia hace que V.
sufra, y qué malditas gentes la hacen sufrir?
Perdóneme. Yo quisiera que el aire la rozara sólo para
besarla, que la luz la mirase sólo para admirarla. Pero no tengo ningún derecho
a inmiscuirme en sus cosas, sobre todo cuando pueden ser sus seres más queridos
quienes la lastiman. Perdóneme la rudeza de mi expresión.
¿La veré a V. hoy? Quisiera llevarme una última prueba de su
perdón, para llenar mi ausencia de venturas. ¿Por qué no va a la plaza? Si V.
lo desea, yo me contentaré con verla y será suficiente para dar gritos de
alegría. Ya le digo que estoy contento, cerca de V., y sin beber, le escribo,
¿le enviaré esta carta? A ver tú qué dices, pobre pedazo de papel. ¿Estás
dispuesto a desafiar la ira de sus ojos, a cambio de sentirte acariciado por
sus manos? Si te arrojan o te devuelven despectivamente, si te destrozan con
ira, o lo que es peor, si te miran con indiferencia, ¿lo darás por bien pagado,
si llegaste a sentirte cerca de ella?
Haces como yo. Prefiero ir al abismo de cabeza. Adelante.
Aquí me dejas triste, vacío, solo, porque tú te llevas todo
lo mío. Tu suerte es mi suerte, pero tú eres más afortunado: siquiera la verás.
Que Dios te acompañe.
Pedro Garfias
He nombrado a Dios. Creo en él como Bécquer, cuando pienso en
V. como buen reflejo de la divinidad. –Su sola persona ya es un milagro-. Sea
V. infinitamente bondadosa y deme una limosna de su presencia esta noche.
Se me ocurre una copla:
Llegó pobre y se fue rico,
Un pobre llamó a tu puerta,
Le habías dado la limosna
de una miradita buena.
Hasta luego, M. A. Si cree V. que mi amor, tan puro y
desinteresado, se lo merece. Mando esta carta y quedo solo, sin leer ni beber,
pensando, soñando, cerca de su persona y estoy alegre.
Mi entrevista con Alfredo Gracia Vicente en Madrid, el 2 de agosto de 1984, cuyo testimonio y aportaciones me fue de gran ayuda para mi tesis doctoral y para los estudios que he dedicado al poeta Pedro Garfias.
(Carta
núm. 3, 25 de agosto, 1943).
Permítame V., María Aurora, que de vez en cuando toque mi
campana. Sé que únicamente así, repitiendo e insistiendo siempre, con el mismo
tono musical y grave, puedo aspirar a que V. me escuche. Sigue la misma canción
con idénticas palabras. Las únicas palabras eternas: la amo a V.
Una pequeña novedad: antes creí que la amaba sin esperanza. Pero a medida que mi
amor crece, que sus pequeñas ramas, sus hojas nuevas, sus flores jubilosas se
me infiltran y expanden por las venas, la esperanza comienza a dejar oír su
vocecita. Ahora ya la quiero y la espero. No sé de dónde me ha venido esta
última seguridad. Pero sé que V. será mía. ¿Sabe V. por qué la respeto tanto?
Porque la quiero para mí, y la quiero entera, perfecta, total. No quiero ser
como el niño que pellizca el pastel que luego, a la hora de la cena, ha de
comerse. No quiero robarme a mí mismo. ¿Le parece a V. demasiado pretenciosa
esta carta? A mí también me lo hubiera parecido antes, cuando la quería menos.
Ahora ya no. Pobre viejo feo, me siento alzado sobre mi propia mísera estatura,
y a pura fuerza de amar estoy seguro de llegar, maravillosa criatura, hasta la
altura justa de su boca.
Carta núm. 3, pág. 4 (final) de Pedro Garfias a María Aurora. Maleta regiomontana.
Mientras tanto… no quiero hablarle de anécdotas, de sus
desdenes para conmigo, de su despego tan poco despacioso, de su refinamiento
prodigioso en la crueldad inútil y poco gallarda, ya que, además que nunca será
correspondida. Pasarán sus caprichos, sus devaneos, sus mismas preferencias
personales, y un día, una hora -¿Hoy? ¿Cuatro o cinco años?- la blanca perla de
su alma quedará ante mi vista sirviéndome de espejo. Y a partir de entonces, y
ya para toda la eternidad sus miradas, sus besos, sus caricias, serán míos. Yo
entonces comenzaré a vivir, y V. despertará de su sueño.
Quedo a la sombra de sus ojos, sombra ardiente, que quema y
no refresca, pero con un fuego dulcísimo. Que pase V. feliz su tarde flamenca,
hasta las siete y cuarto, hora en que amanece hoy jueves 25 de agosto de 1943.
Infinitamente suyo.
P. G.
Alfredo Gracia Vicente y este autor, ante la tumba de Garfias en el cementerio de El Carmen, Monterrey, el día 9 de agosto de 1992. Fue mi último abrazo con el benefactor Gracia Vicente, en el ocaso de su vida filantrópica.
(Carta
núm. 4, en papel timbrado del “Gran Hotel Ancira”)
¿Qué hago yo lejos de
ti?
No tiene ningún sentido
mi vida lejos de ti.
Después de todo, mi vida
¿Qué es?
Fue algo o lo pudo ser,
pero ahora
ya sólo tú eres mi vida.
A ti refiero mis días.
Hay días que yo no te
veo
y otros en que sí te veo
y me ves.
Días de lluvia o de sed.
¿Qué hago yo lejos de
ti?
¿Y si un día gritas:
¡Ven!?
Un día en que el
desaliento
te cobije
con su largo manto
negro,
en que te sientas muy
sola
y te acuerdes
que hay un corazón
ardiendo
día y noche, noche y
día.
Cómo he buscado tus ojos[7]
anoche, tus ojos negros.
Todo era negro en la
noche.
Por la sábana del cielo
veía brillar tus ojos,
tus ojos negros.
Y los míos los buscaban
desalados por el viento
para volver a su nido
como pájaros enfermos.
De los árboles colgaba
tu negra mata de pelo.
Pero tus ojos, ¿a dónde?
¿a dónde tus ojos
negros?
Por tus ojos, por tu
pelo,
por tu talle, por tus sueños,
por tu alma y por tu
cuerpo!
¿Y si tú me gritas,
¡Ven!
y yo me encuentro muy
lejos
y no te oigo?
¿Que nunca lo has de
gritar?
Ya lo sé.
Pero yo me quedo aquí.
Cerca de tu voz, de ti,
de tus ojos, de tus
brazos,
casi muriéndome a
chorros.
Y esperando.
(Carta
núm. 5, en papel timbrado del “Gran Hotel Ancira”)
Señorita
María Aurora Elizondo.
Distinguida amiga: Nada más que cuatro letras, justas, para
precisar. Le he escrito a V. una carta muy larga. La he roto. ¿Para qué fatigar
su atención? Después de todo, nada de lo que es mío le interesa a V. lo
bastante como para merecer el empleo de cierta cantidad de su tiempo.
Pretendo, brevemente, aclarar ciertas cosas: 1ª Las cartas
pertenecen a quienes van destinadas. V. puede hacer de las mías el empleo que
quiera: romperlas o guardarlas. No está V. en la obligación de devolvérmelas.
Si ayer le dije algo en contrario, fue una estupidez más de las muchas que le
dije que no debe tomarme en cuenta.- 2º Espero de V. que todo lo pasado en esta
semana lo deje discurrir como una nube de verano. Lo único absurdo de todo esto
es que aquella magnífica cordialidad que llegó a existir entre nosotros
–Santiago, Horacio, V. y yo- se haya roto, hasta el punto de que empiezan a
aparecer discrepancias entre los que más unidos nos considerábamos. ¿Soy yo el
origen de todas estas discordias? Me dolería que así fuera, pero estoy
dispuesto a eliminarme y volver a mi soledad, que únicamente vuestra compañía
vino a poblar de horas santas.
Carta de Pedro Garfias nùm. 5 a María Aurora Elizondo, pág. 1 (comienzo).
V., que es tan bella, tan inteligente y sensible, tiene que ser buena por fuerza. No emplee V. la
poca maldad que cada ser humano tiene dentro, en un hombre como yo, tan
humilde, tan castigado por las cosas de la vida, tan cansado de llorar…
Esta tarde, después de que se marchen los artistas, ¿quiere
V. que volvamos, durante una hora, a nuestras viejas reuniones? ¿Ningún
recuerdo le han dejado? Para mí lo son todo, la justificación de mi estancia en
Monterrey y casi mi razón de vivir.
No sea V. demasiado rencorosa. Nunca más le diré algo que la
moleste. Si algo le dije, perdónemelo. Nada se pierde, nunca, por exceso de
bondad.
Respetuosamente.
Pedro Garfias
-.-.-.-.-.-.-
En la “Maleta regiomontana”, la de
Santiago Roel, existen una decena de poemas mecanografiados, pero la mayoría
son más o menos conocidos. En estos poemas el poeta lleva a cabo
“refundiciones”, echando mano de fragmentos del arsenal de su poemario
anterior. Por ejemplo, en el poema “La novia regiomontana” existen dos
versiones mecanografiadas, de diferente extensión, pero siempre con el nombre
de María Aurora incluido, nombre que se suprimió en la versión definitiva
publicada. Insertamos a continuación la
versión más corta, más otros dos textos.
¿Verdad que está muy
triste
la tarde y la mañana?
Sólo la noche es bella,
la noche iluminada
por tantos corazones
que sufren y que aman.
Lo mismo que los pájaros
cantan en la enramada,
en la callada noche
los corazones cantan.
Allí sí están desnudos.
Su dura sangre pálida
abierta al cielo abierto
y a la piedad humana.
Quiero verte de noche,[8]
cuando
tu frente pálida
arde como una antorcha,
cuando tu boca ávida
pide estrellas y besos
y es mía la esperanza.
Todo esto, María Aurora,
es soleá gitana,
quejío solitario,
romance sin palabras.
Para tu vida quiero
llanuras soleadas,
medias noches con luna,
nubes de dulces plantas,
vientos de alas suaves,
flores de voz callada,
versos, músicas, trinos,
cantos, himnos,
hosannas,
y amor, amor, amor…
para la niña
regiomontana.
¡Ay noche de tu pelo
profunda y desolada.
¡Ay alba de tus manos
como palomas albas!
Tú que sientes lo hondo[9]
de esta pena callada
que viene desde siglos
quemando las entrañas,
que solloza en la copla,
se queja en la guitarra
y que a veces es piropo
y a veces es plegaria
y a veces es suspiro
y a ciertas horas altas,
alarido de pobre
bestia sacrificada.
El día nos despierta
con roncas voces agrias.
¿Qué traerá el nuevo día
a mi novia soñada?
¿Traerá una mano tierna
para su frente blanca?
¿Traerá una voz alegre
que la repique el alma?
¿O siempre la tristeza
que la ilumina y alza
será su compañera
leal y solitaria?
María Aurora Elizondo,
estas son mis palabras,
me fluyeron despacio
como un hilo de agua,
como un río de estrellas
para tu boca ávida.
Soy triste y estoy triste,
recógelas y guárdalas,
después de todo apenas
son un llanto sin
lágrimas.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
Después de todo, cuando ya se saben
los nombres de las
cosas,
¿A qué seguir mirando y
preguntando,
si todo nos lo dice la
memoria?
Yo por ejemplo, sé que
esta nube que pasa
herida en el costado por
una flecha roja,
quién sabe de qué
huyendo,
se llama María Aurora.
Sé que esta luz que
brota de la noche,
Igual que el agua de la
tierra brota,
y por igual arrasa
al árbol y a la roca
y enciende el pecho de
la noche misma,
se llama María Aurora.
María Aurora se llama
este pájaro loco
de la voz melancólica,
que viene, nadie sabe
por qué,cada mañana
a llenar con sus trinos
el hueco de mis horas
y este viento que agita
mi pecho y lo sofoca,
y esta montaña triste y
esta tímida flor,
que apenas sabe
descubrir sus hojas.
¿Conocéis algo, amigos,
que no se llame María
Aurora?
Cuando mi muerte llegue
y me acometa
con su implacable
batallón de sombras,
sé cómo saludarle:
¡bienvenida
seas a mí, María Aurora!
Y a esta vida cansada
de torpes pasos y
miradas rotas,
que dicen que he
vivido,sé cómo despedirla:
¡Quédate en paz con
Dios, María Aurora!
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
¿Qué valor puede tener
una palabra?
O puede valerlo todo
O no valer nada.
Palabras que nos dijimos
cuando el amor esperaba
son como pájaros
huérfanos
del espacio y de las
alas.
Yo, Señor, tengo en mi
pecho
nidales de estas
palabras.
Nunca mi humildad abrió
para el vuelo sus
ventanas.
Palabras hay que nos ligan
fatalmente con mañana.
A mí una se me fue
rompiéndome las
entrañas,
y ahora he quedado
ligado
a su fatal resonancia-
Su pecho me la devuelve
como el eco la montaña.
¡Señor! Que su pecho sea
como la llanura ancha,
que absorbe las aguas
frías
y nos da el pan de
mañana.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
El destino quiso que esta María Aurora,
pasados los años, se hallara presente en el lecho de muerte de nuestro poeta
andaluz, en agosto de 1967. Qué premonitorio, cuando Garfias escribió el poema:
“Me gustaría / que fuese tarde y obscura / la tarde de mi agonía. / Me gustaría
/ que quien cerrase mis ojos / tuviese manos tranquilas…”. Y así lo veremos.
Hacia
el mes de abril de 1967, cuando presintió que sus días estaban contados,
Garfias buscó cobijo en Monterrey, al amparo de su gran amigo y paisano Alfredo
Gracia Vicente, también exiliado, maestro de Escuela, oriundo de Teruel, dueño
de la Librería “Cosmos”. En mis varias entrevistas con Alfredo Gracia, éste me
cuenta que en Monterrey Garfias pasaba la vida entre las cantinas “La Reforma”
y “La Cabaña”, la librería “Cosmos”, la pensión ”Garza Nieto” y las casas de
algunos amigos ilustrados.
A finales de julio de 1967 se agravaron
sus dolencias. Entonces, Alfredo Gracia llamó al Dr. Enrique C. Livas, ex
rector de la Universidad, persona influyente, e ingresaron al poeta en el
Hospital Universitario “José Eleuterio González” (Día 31 de julio, habitación
410). “Y no tuvo un médico, sino cinco
–me contaba Alfredo Gracia-. Todos los días íbamos a verlo. La tarde de la
muerte (9-8-1967), dio la casualidad de que fui a visitarlo con mi esposa. Al
llegar estaba allí otro matrimonio: Eugenio Armendáriz y su esposa María Aurora
Elizondo, que había sido musa del poeta. Él, muy mal, pero hablaba un poquito. Nos
conoció a todos. Eugenio y yo nos salimos al pasillo”. Y cuando salían
también las mujeres, Pedro expiró, viendo entre sombras a María Aurora.
Santiago Roel prestó el traje y los
zapatos de la mortaja. Además, arregló todo para que el gobierno de Nuevo León
se hiciera con los gastos, compraron la tumba, que es la que yo visité el 9 de
agosto de 1992. Al día siguiente a media mañana fue el entierro, hasta el
cementerio del Carmen. El gobernador del Estado, Raúl Rangel Frías, empezó su
oración fúnebre: “Óyeme, Pedro: Unas
palabras de partida. Sabes, somos unos pocos de tus amigos. Otros no pudieron
venir, los pájaros y las estrellas. Mira: esto se acabó, tu dolor y tu soledad.
Ahora empiezan los nuestros…”.
El conocimiento de Garfias y la vivencia
de su poesía queda en nuestro horizonte como una de las más profundas
experiencias humanas, intelectuales y estéticas. Y estas nuevas aportaciones
nos ahondan la impresión de la grandeza de este poeta fuera de esquemas.
Francisco Moreno Gómez
[1] María de Alva Levy, Un corazón extraviado, Harper Collins, México, 2022.
[2] Lleva el núm. 383, p. 495, de mi edición de Pedro Garfias. Poesías completas, Alpuerto,
Madrid, 1996.
[3] Véase mi libro Pedro Garfias, poeta de la vanguardia, de la guerra y del exilio, Diputación de Córdoba, 1996, pág. 515.
[4] Ibidem, p.
501 y ss.
[5] El texto de esta carta, manuscrito, lo encontré yo en
el archivo de la esposa de Garfias, en Osuna, Margarita Fernández Repiso, que
murió, y ese archivo no sé dónde habrá ido a parar o habrá desaparecido.
[6] Luis Suárez, “Pedro Garfias, condenado a poeta”, Triunfo, Madrid, núm. 769, 22 de
octubre, 1977, pp. 38-39.
[7] Aquí se introducen 14 versos, a partir de “Cómo he
buscado tus ojos…”, que pertenecen al “Romance de tus ojos”, incluido en el
libro de 1948 De soledad y otros pesares,
Monterrey. En mi edición, p. 379, y núm. 268.
[8] Desde este verso hasta el que dice “como palomas
albas”, fue el fragmento que se dio a conocer en la revista Triunfo, núm. 769, de 22 de octubre de
1977.
[9] Desde este verso hasta el que dice “bestia sacrificada”,
está suprimido en la versión publicada, y que consta en mi Poesías completas, p. 497.
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