16/3/23

AGUANTANDO EN DEMOCRACIA POR LA HISTORIA Y LA MEMORIA

 

                                                             

Sufridores por la historia y la memoria desde la llegada de la actual democracia: 

Entre el “pacto de silencio”, entre la edulcoración, el negacionismo, el pensamiento neo-conservador, la contra-memoria, la  equidistancia y el blanqueamiento del franquismo, la “tercera” España…y las mentiras.


Entre la Ley de Memoria Histórica de 2007 y la Ley de Memoria Democrática de 2022 (Desde la indignidad del silencio a la luz al final del túnel)


                                                                 Por Francisco Moreno Gómez


        Hace más de  ocho décadas que terminó la guerra civil y estalló la victoria. No fue una rendición de Breda ni un abrazo de Vergara. No existió el más mínimo proyecto de reconciliación, sino un vendaval de represalias y venganzas; es decir, una catástrofe humanitaria en toda regla. El nuevo estado totalitario lo construyó sólo la media España vencedora, sobre la otra media España vencida, mordiendo el polvo, y con la exclusión de centenares de miles de españoles, que se perdieron en el exilio, en la mejor fase productiva de sus vidas. El golpe militar de 1936 había originado la masacre de lo mejor de España, tanto en la guerra como en la posguerra. La España de Franco fue sólo media España; la otra media, excluida, malvivió a sus pies.

        Hoy día, nuestra sociedad sabe muy poco de estos hechos. La antigua victoria se ha prolongado, en cierto modo, hasta la actualidad, mediante la “imposición del silencio y la desmemoria” (lo de “pacto de silencio” está mal expresado. “pacto”, no; más bien “imposición”), para evitar que la Historia exija a los antepasados agresores alguna responsabilidad. Memoria, no quieren; porque la memoria es acusadora. Ni en los colegios y muy poco en las Universidades se ha entrado en el fondo de lo que supuso la gran catástrofe humanitaria que causó el golpe militar de 1936. 

    Por otra parte, hoy día, en ningún campo del conocimiento, como en el de la guerra civil española, existe un grado tan mayúsculo de disenso académico, de confusionismo en la sociedad, de mitos y de falacias, y de condicionantes ideológicos, que han entrado en tromba en el terreno de la historia. Lo peor son los mitos y las falacias, como el objetivismo a ultranza, que es lo más ideológico que existe; ideología es la supuesta neutralidad; ideología es la teoría de la equidistancia; ideología es la teoría de la equiparación y del “todos fueron iguales”; ideología es considerar víctimas de primera (las de ahora, 858 + 193, justamente) y víctimas de segunda (las del franquismo, 140.000 fusilados, injustamente)… Pero mucho peor es la ideología fanática, la de los irreductibles, la de aquellos que no atienden a razones, los energúmenos, y jamás han pedido perdón. Así se empieza: sembrando la confusión más absoluta.

        “… Se acaba haciendo una estetización de la historia, del pasado; una folclorización, una relectura de ese pasado completamente artificial, construido en tanto que mercancía para el consumo”, ha sostenido el artista Rogelio López Cuenca.[1] Ángel Viñas ha llamado la atención en el mismo sentido: la tendencia de ciertos sectores por edulcorar el pasado y darnos gato por liebre: “Si en Hungría o Eslovaquia, también miembros de la Unión Europea, se observan preocupantes fenómenos de lavado del pasado fascista… en España habrá que seguir atentos a que universitarios de escasa fiabilidad, periodistas de medio pelo y divulgadores carentes del menor sentido del bochorno no queden sin respuesta. No sea que nos vaya a pasar lo que en Chile, donde se ha pensado con toda seriedad en edulcorar oficialmente la dictadura del general Pinochet, caracterizándola como ‘régimen militar’”.[2]

   En España, los demonios “blanqueadores” del pasado fascista-totalitario-dictatorial hace tiempo que andan sueltos, “esa página más negra de la dictadura de Franco, que la ‘historietografía’ ha tratado y trata de blanquear”, a decir de Reig Tapia.[3] El mismo autor añade (igual que el juez Garzón) que en España, a partir del 18 de julio se ha cometido “un crimen contra la humanidad. Franco y el Régimen que alumbró fueron mucho más criminales que los del general Augusto Pinochet en Chile o de Slobodan Milosevic en Serbia… ¿Cómo se explica que se tenga por genocidas a Pinochet o a Milosevic, que se estremezca el mundo por sus crímenes contra la humanidad, y haya gente que se rasgue las vestiduras por aplicar a Franco la misma denominación…?” (Ibídem, pp. 14 y 18).

        Esto y mucho más forma la pirámide y la montaña de contradicciones (interesadas, ideologizadas…) que sobre nuestra guerra civil se dan en el suelo ibérico. Se han escrito bastante obras sobre la represión franquista, que se han difundido entre la minoría y entre cierta élite, pero al grueso de la sociedad española, la “nueva historia”, la de la democracia, no ha llegado. Por tanto, en el amplio campo de eso que se llama la “opinión pública” sigue intacta la historia falsa del franquismo, “atada y bien atada”, no desmontada hasta ahora, y seguramente ya no se desmontará nunca, por muchos estudios que presentemos.   Tal vez si nos hubieran ayudado los medios de comunicación televisivos, al menos difundiendo algunos documentales importantes, o entrevistas con personas que tenían mucho que decir, el franquismo habría sido desenmascarado, como ha ocurrido con el “caso judío”, pero en nuestro “caso español” no ha sido así. 

    Los mass media (televisivos, sobre todo) se afanan en  un gran diseño para alimentar las vísceras y el bajo vientre, pero no para alimentar la inteligencia. Y ante los temas históricos –“el nuestro”-, no es que haya censura, sino autocensura, no de ahora, sino desde la muerte del dictador. El comunicante, instintivamente, sabe qué temas caen bien y cuáles no, y por tanto, flota en el ambiente perfectamente “lo que se debe callar”, sin que nadie lo mande. Así pues, tenía que ocurrir lo que ha ocurrido: que la falsa historia franquista ha quedado en pie, y ya sin remedio. Para colmo, los mass media preeminentes están en manos de las derechas múltiples y variopintas, justamente las que conservan el franquismo sacralizado en un relicario venerable en su intimidad más inamovible.

A estas alturas de bien entrado el siglo XXI, cada vez resulta más difícil presentar a la sociedad española un estudio sobre la criminalidad franquista, ya genocida, ya crimen contra la humanidad, ya crímenes de guerra, o como se quiera llamar. En cuarenta años de democracia, la historia de la II República y de su destrucción a manos del golpe militar de 1936, se ha venido confeccionando siempre “contra corriente”. Y mucho más “contra corriente” se ha tenido que desentrañar la reconstrucción de la gran represión franquista, durante la guerra y durante la posguerra. Más de la mitad de la sociedad española, “educada” en un conservadurismo simplista y en el evidente “pacto de silencio” de la transición, no está preparada para recibir con serenidad la verdad histórica, y no existe afán de conocer la catástrofe humanitaria causada por el franquismo. Ni se sabe ni se quiere saber ni se ha recibido información en la escuela (en todo caso, deformación) ni tampoco a través de los medios de comunicación (casi siempre, desinformación).

        “Yo no he oído a nadie decir que se olvide el holocausto, que se olvide el ‘tren de la muerte’ que iba a Auschwitz, que se olvide lo de Pinochet… Sin embargo, en España hubo que correr un tupido velo, olvidar a todos nuestros familiares, olvidar las penas y las angustias, y todo lo demás. Aquí, no sé por qué, hay que olvidarlo todo, y borrón y cuenta nueva, ni siquiera se pueden buscar responsables, y hasta les parece mal esto (la exhumación)”. Así declaraba, en 2003, Clara González, que tiene a cuatro tíos suyos en la fosa de Piedrafita de Babia (León).[4]

        Isabel González, familiar de la declarante, y con dos hermanos en la fosa, una de esas mujeres castellanas de una suprema dignidad, de los pies a la cabeza, apunta esta reflexión digna de un filósofo: “¿Para qué ha servido todo esto? ¿Qué hemos avanzado por matar a estas personas? ¿Para qué han servido estas muertes y las de tantos más?” Y luego: por qué el olvido, se sigue preguntando este autor. Baste comparar las atenciones y reconocimientos con las víctimas de hoy, las 858 de Eta (y las 193 del 11-M), lo cual es justo y necesario, pero ¿por qué el olvido respecto a los 140.000 fusilados de Franco? Es muy justa la “asistencia psicológica” a los familiares de las víctimas de hoy. ¿Y la “asistencia psicológica” respecto a las víctimas de ayer? Valga este testimonio de la antes citada Clara González, sobrina de las víctimas de Piedrafita de Babia: “Los falangistas celebraron que habían matado a los de la fosa, y obligaron a mi madre (Isabel González, con dos hermanos recién muertos), que era buena cocinera, a que les cocinara unos corderos, y a mi tía Asunción y a otra cuñada de mi madre (también con familiares recién muertos) las obligaron a que tocaran la pandereta, y así cenaron los corderos, con los familiares de las víctimas amenizándoles la fiesta”.[5]  

        La historia de España resulta, pues, muy complicada. El clima general en el que tratará de abrirse camino este trabajo presupongo que no será tolerante. La sociedad española tiene un problema con el conocimiento de la historia del siglo XX; en realidad, un doble problema: los que no saben y los que no quieren saber. Sin embargo, a la hora de reconstruir los hechos, se ha tratado de levantar acta notarial de los mismos. La historia está ahí, en mis libros, y los hechos están ahí. Podemos hablar de los múltiples genocidios que en la historia han sido, pero no del genocidio franquista, vetado hasta hoy por los perpetradores del mismo.  

        Mi estudio se ha realizado bajo tres principios fundamentales de todo historiador: veracidad, rigor y documentación. Desde 1978 me hallo en un gran proyecto de reconstrucción de los pormenores de la gran represión franquista, primero en Córdoba, y ya en las últimas publicaciones mías, con una evidente proyección estatal y con una pretensión de totalidad. En sus páginas, el autor ha puesto negro sobre blanco lo que ha investigado, lo que ha recabado en la fuente escrita, y lo que ha oído de primera mano a las víctimas, en la fuente testimonial, de tal manera que se puede decir que en estas páginas el autor ha narrado lo que “ha visto” en los papeles y en las voces, en los legajos y en los rostros marcados.

        Vamos a adentrarnos en este gran laberinto de la hostilidad actual contra la historia de la represión franquista: el fanatismo de los que no quieren saber. Ya doy por hecho, con Sánchez Ferlosio, que “Nunca se convence a nadie de nada”.[6] Tal vez sí a los lectores del siglo XXI, cuando la sociedad española se haya hermanado con la realidad de los hechos, a través de la información y de la cultura.

        Para empezar, la historia de España (la de la guerra civil) tiene un problema con las derechas, con ese conservadurismo que viene del franquismo sin ruptura de continuidad. Esa cerrazón de las derechas contra la historia de la guerra civil es lo que ha motivado una publicación ad hoc, dirigida por Ángel Viñas: En el combate por la historia (2012). El objetivo de esa cerrazón no es difícil de discernir: se trata de que no se sepa lo ocurrido bajo el franquismo, un proyecto de olvido, de echar más tierra a las víctimas y dejar en blanco más de medio siglo de la historia de España. Las derechas españolas (derecha política –patronal, financiera-, derecha social, judicial, militar, eclesiástica, mediática y académica) pretenden borrar el pasado reciente: Delenda est historia. Y son muchas derechas, y además son el meollo del Estado. Por eso hemos de investigar y escribir contra corriente. Lo sorprendente es que tampoco la izquierda española da la talla. La socialdemocracia española, atónita en su campo de niebla, venía incurriendo en graves negligencias con relación a la historia y memoria democrática de las víctimas, salvo en la Ley de Memoria Democrática, de 19 de octubre de 2022. 

    Los historiadores de la democracia empezaron a realizar su labor a partir de la muerte del dictador (y con anterioridad), pero antes de terminar el siglo XX, he aquí que los herederos de la variopinta España vencedora deciden interponer una enmienda a la totalidad y lanzan la mal llamada teoría del “revisionismo”, que en realidad se trata de una medida de “contra-historia”. Quieren impedir que la establecida historia franquista pueda ser dañada o demolida, y tratan de apuntalarla con nuevas y viejas falsificaciones, a lo que se prestan ideologizados universitarios, periodistas de medio pelo y advenedizos desnortados. Enredan al máximo en la sociedad española y recurren a la crispación sin límites, para que no sea posible el conocimiento sereno ni se dialogue en paz ni se levante la alfombra que esconde los grandes crímenes franquistas.

        Las derechas españolas no soportan que se publiquen listas y listas de fusilados por el franquismo, ni por supuesto respetan el movimiento social de la memoria histórica (a la que todos desprecian y caricaturizan, como ese consejero autonómico de Madrid, Enrique López, que la denomina “memoria histérica”). Todas las derechas, sin excepción, muestran su animadversión absoluta a la memoria histórica democrática. Es el mayor caso de obstinación y contumacia de la política española, hasta tal punto que pretenden “convertir a las víctimas en verdugos”. Así difaman, por ejemplo, contra el dirigente socialista Largo Caballero, superviviente de los campos nazis, al que señalan como “culpable de la guerra civil”. No Franco ni Queipo ni Mola, Yagüe o Varela. No los golpistas verdaderos, sino Largo Caballero o Indalecio Prieto o Dolores Ibárruri, que fueron las víctimas. Para colmo de sus falsificaciones, el golpe de Estado no ocurrió en 1936, sino en la revolución de Asturias de 1934, algo descabellado e insostenible por cualquier historiador serio. Y por si las teorías de las derechas quedaran alicortas, añaden otra burricie: que “La República no fue un régimen democrático”. Así, con estos cuatro brochazos anti-científicos, los “picapiedra” de la contra-historia estropean el cerebro de la sociedad española.  

       A diferencia de algunas derechas europeas, la española carece de la más mínima tradición “antifascista”, como por ejemplo, la derecha “civilizada” francesa, la que viene de Charles de Gaulle. La española, no sólo carece de tradición antifascista, sino también de tradición democrática. Experimentada en medio siglo de caciquismo y de farsa de los llamados partidos turnantes, cuando llegó 1931 y, por primera vez, se instauró una democracia digna de tal nombre, las derechas españolas (sobre todo el cuartel, el casino y la sacristía) se dedicaron a boicotear a la II República, hasta que la derribaron tras el golpe militar de 1936. 

    Cuando llegó la restauración de esa democracia en 1977, las derechas impusieron condiciones de impunidad, auto-amnistía y olvido del pasado, horcas caudinas bajo las cuales hubo de desfilar, perpleja, una izquierda débil y desorientada. Hoy, las derechas españolas desoyen a los organismos internacionales que exigen resarcir un pasado con 140.000 asesinados o “desaparecidos”, ignorando los mecanismos de la llamada “justicia transicional” o la “justicia universal”, que hoy se impulsan desde el Derecho Internacional y desde diversos organismos de la ONU.

        Nada menos que tres organismos de la ONU se han ocupado de España en el siglo XXI (otoño-invierno, 2013-2014), en pro de la cuestión de los “desaparecidos”, o la atención a las víctimas o la creación de una Comisión de la Verdad. En todos los casos, la derecha gobernante les ha tomado el pelo, les ha soltado el sonsonete de nuestra transición “modélica” y la mentira de la “reconciliación”, y los ha despachado con viento fresco.

        Aparte del Comité de la ONU contra la Tortura (noviembre de 2009), los tres últimos organismos a los que hacemos referencia son los siguientes. El 30 de septiembre de 2013, el Grupo de Trabajo de la ONU sobre las Desapariciones Forzadas, redactó e hizo pública una Observación Preliminar, después de una semana de contactos en España. Constataron que en España “se cometieron graves y masivas violaciones de los derechos humanos durante la guerra civil”, cifraron, provisionalmente, en 114.226 los desaparecidos (en realidad, más de 129.000), y en 30.960 los niños robados por el franquismo (“secuestro sistemático de niños”), detectaron “una falta de vínculos y comunicación entre los grupos de víctimas y las autoridades estatales”. Instaron a crear “un plan nacional de búsqueda de personas desaparecidas” y la “obligación del Estado” para ello. Consideraron que el mapa de fosas no está actualizado, que “el acceso a la información y a los archivos constituye un problema…”, todo dentro de un cúmulo de negligencias, tanto del Estado como del mismo sistema democrático actual respecto al centenar y medio de miles de fusilados por el franquismo. 

    El resultado fue que los políticos del PP despacharon con viento fresco a estos Comisionados de la ONU. A ver quién es el guapo que pone a Rajoy o a Feijóo a buscar víctimas del franquismo por los descampados, caminos y cunetas de España. Sin embargo, cuando el 13-10-2013 se celebró en Roma una beatificación masiva de 522 “mártires”, allá que acudieron dos ministros del Gobierno, pero cuando se trata de reconocer a los “santos” republicanos, si les pueden arrojar piedras y desprecios, lo hacen.

        Un mes después, en su 5º Período de Sesiones (4-15, noviembre, 2013), el Comité de la ONU sobre Desapariciones Forzadas estudió el caso de España (a raíz de la labor anterior del Grupo de Trabajo). Recuerdan a España que los delitos de lesa humanidad son imprescriptibles. Consideran escandalosa la sentencia del Tribunal Supremo español (la 101, de 27-2-2012, en contra de Garzón) y en contra del amparo a las víctimas, con desatención a las convenciones internacionales. Dicho Comité desautoriza por completo “los tribunales militares”, porque “no ofrecen independencia ni imparcialidad”. Hablan de la necesidad de “ampliar las modalidades de reparación” a las víctimas. Que la búsqueda de los desaparecidos es una obligación del Estado. A la vez, se invita al Estado a la “creación de una comisión de expertos independiente”, es decir, la llamada Comisión de la Verdad. Y el Informe termina así: “El Comité desea enfatizar la singular crueldad con la que las desapariciones forzadas afectan a los derechos humanos de las mujeres y los niños”.

        Por último, el 3-2-2014, el Relator Especial de la ONU para la Promoción de la Verdad, la Justicia, la Reparación y las Garantías de No Repetición, don Pablo de Greiff, publicó un comunicado oficial. Da cuenta de que “Las víctimas y asociaciones con quienes estuve en contacto se sienten insuficientemente reconocidas y reparadas”. La primera que sale malparada es la Ley de Amnistía de octubre de 1977, como contraria a las convenciones internacionales que España ha firmado, por ejemplo, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, cuyo Art. 2.3 prohíbe las amnistías para las violaciones serias a los derechos humanos, firmado por España el 28 de septiembre de 1976, y ratificado el 27 de abril de 1977, todo ello antes de la Ley de Amnistía, que para España funciona como “ley de punto final” (Como las similares del Cono Sur americano, añado yo, todas las cuales han caído demolidas, a excepción de España. Quiere decir que la “transición modélica” española no ha servido de modelo en ningún sitio). Aclara el comisionado que, aunque la Ley de Amnistía suspenda la responsabilidad penal, lo que no puede suspender nunca es, al menos, la investigación de los hechos. Eso, hasta la ley de 19-10-2022, porque después ya no se puede invocar la Ley de Amnistía, porque ha sido subsumida bajo el Derecho Internacional Humanitario y no tiene efecto sobre los crímenes internacionales (genocido, lesa humanidad y crímenes de guerra).

    El Relator muestra preocupación por la falta de actualización del mapa de fosas de desaparecidos en España (hasta ahora continúa la cifra de 2.382 fosas detectadas, con unos 45.000 restos de personas). “Con respecto al pilar de la verdad en realidad no se estableció nunca una política de Estado”. En los archivos siguen fondos clasificados como “confidenciales”, “invocando el derecho a la privacidad”, en contra del derecho a la verdad, que reclaman los organismos internacionales. Luego, repasa el Relator toda una serie de incongruencias en España: la Ley de Memoria Histórica de 2007 no ha anulado las sentencias franquistas, cosa que se hizo, por ejemplo, en Alemania, ni se ha hablado nunca de “la restitución de las propiedades”, por los expolios cometidos por el franquismo. Los símbolos franquistas siguen campando a sus anchas por todo el país. Y añade: “Recibí información ambigua acerca de la forma como la guerra civil y la dictadura se enseñan en los colegios”. Finalmente, entre otros puntos, constata “el debilitamiento de las leyes que rigen el ejercicio de la jurisdicción universal por parte de los tribunales españoles” (A lo que deberíamos añadir algo que ya hemos mencionado en algún lugar: que los tribunales españoles se han educado al margen de las líneas modernas del Derecho Internacional, y viven en una especie de autarquía jurídica, de aislamiento intra-fronteras, de la más pura herencia franquista. Con todo, la Ley de Memoria Democrática de 2022 sí que ha declarado nulas las sentencias franquistas, e ilegales el golpe militar del 18 de julio de 1936, así como la dictadura subsiguiente.

En descargo de los jueces que no han perdido el norte, valga una mención a don Joaquín Bosch, portavoz de Jueces para la Democracia, con su publicación reciente en la red: “Las diez cosas que deberías saber sobre los crímenes del franquismo”.[7] Sin embargo, sobre víctimas del franquismo se han leído en España auténticas burradas, como ocurrió en la Audiencia Provincial de Córdoba, en el “Caso Dorado Luque”, cuando desestimó el recurso de Apelación 355/2006, contra la sentencia del Juzgado núm. 2 (3.651/2006, de 11 de agosto), que declaró la prescripción de la responsabilidad penal. La Audiencia justificó la desestimación en aras “de la reconciliación”, y cita el acuerdo de una Comisión parlamentaria, sin ningún rango de ley, del 20-11-2002, del Congreso de los Diputados, según el cual debe evitarse cualquier iniciativa que pueda “reabrir viejas heridas o remover el rescoldo de la confrontación civil”. Para colmo, según la Audiencia, “Lo de Argentina fue un golpe militar; lo de España, una guerra”. En esta sentencia se dan tal cantidad de despropósitos jurídicos, opiniones de taberna y tópicos y falacias sobre la guerra civil que no hay mente capaz de comprender que tal gravedad de cosas ocurran en la Justicia española, y hacen que los observadores extranjeros se lleven las manos a la cabeza.  

No es ningún secreto para nadie que las derechas han pasado por la democracia sin apenas impregnarse de ella. No han condenado nunca el franquismo, cada dos por tres justifican el 18 de julio, votaron en contra de la Ley de Memoria Histórica de 2007 y de 2022, y al llegar al Gobierno, la han dejado sin presupuesto, siguen manchando a diario la memoria de la II República, han borrado su nombre de la Transición y de la Constitución, persisten en las calumnias con las que el franquismo demonizó la II República…… En unas jornadas en Huesca escuché esto, que no he olvidado jamás: “La derecha francesa, a partir de De Gaulle, ha tenido siempre una tradición antifascista; al contrario que la derecha española, que jamás ha tenido esa actitud, porque es una reconversión del franquismo”.

Con estos precedentes no puede sorprender cómo es posible que la contra-memoria irrumpa ahora en España de una manera tan agresiva. En el otoño de 2013 quedamos estupefactos ante la celebración de un mercadillo de símbolos fascistas en un local público de Quijorna (Madrid), con el visto bueno de la alcaldesa.

Un político de Galicia declaró que “si mataron a los republicanos, algo habrían hecho”. Y por las mismas fechas un alto cargo del PP, Rafael Hernando, se refirió a la República como “ese régimen (la República) que acabó con un millón de muertos” (es decir, quiere convertir a las víctimas en verdugos), y poco después levantó el estupor, cuando dijo en una televisión que “algunos se acuerdan de desenterrar a su padre, cuando hay subvenciones”. El desprecio del PP y de VOX por las víctimas del franquismo es diario y sin ambages. No se pueden olvidar tampoco las declaraciones de otro dirigente del PP, Jaime Mayor Oreja, cuando habló de “la extraordinaria placidez con que se vivió durante el franquismo”. El presente no es menos prometedor. El 22 de abril 2014 se celebra un homenaje en Burgos al criminal de guerra general Yagüe, y genocida de  Badajoz… A primeros de febrero de 2014, los derechistas han destruido varios monumentos que en democracia se hicieron en los campos de la batalla del Ebro: el dedicado a la 43 División o el dedicado a Líster… En Cantabria, estos irreductibles han destruido un monumento a la guerrilla, monumento que con tanto afán cuidaba Jesús de Cos. En Fuente Palmera (Córdoba) han decapitado el monumento al Capitán Ximeno. Es la contumacia absoluta, la impiedad  y la obstinación del fanatismo impune.

A finales de 2013, los familiares de una víctima han pedido amparo al Tribunal Constitucional. En un principio no se les admitió a trámite, pero el fiscal Manuel Miranda lo recurrió, por lo que el TC tendría que entrar en el fondo de la cuestión. Sin embargo, el fiscal general Eduardo Torres-Dulce, con fecha 19-1-2014, ha ordenado retirar el recurso, porque no quiere que el TC siente jurisprudencia sobre los desaparecidos del franquismo ni que debata sobre los efectos de la Ley de Amnistía de 1977, ni que se dé respuesta a las observaciones del Comité de Derechos Humanos de la ONU. De este desbarajuste se ha hecho eco el antes citado informe del Relator de la ONU: “Anoto con sorpresa las actuaciones, tanto de la Audiencia Nacional, como del Fiscal General… dirigidas a prevenir que el Tribunal Constitucional pueda debatir y pronunciarse sobre la aplicación e interpretación de la Ley de Amnistía… la prescripción de delitos graves tales como crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra… a la luz de las normas y obligaciones internacionales…”. 

Pero no queda aquí el desmadre de los gobiernos de España. En trámite de urgencia, porque las presiones de China estaban empujando, el Gobierno del PP acabó de cargarse el principio de la “justicia universal”, con la proposición de ley de 11-2-1914. España ha vuelto a 1940, apartándose de un largo proyecto de maduración jurídica de Derecho Internacional, por lo que tanto se esforzó Raphael Lemkin. Según esta Ley del PP, sólo se podrá procesar a residentes en España. De la mano del PP, España está empezando a ser un país sin leyes internacionales. El Relator de la ONU ya previó este desaguisado, pero no tan inminente: “Por último, no puedo sino anotar con preocupación tres eventos que tuvieron lugar durante mi vista. La reciente proposición de ley, que busca modificar la Ley Orgánica 6/1985, relativa a la justicia universal, la cual limitaría significativamente la aplicación del principio de justicia universal, más allá de las limitaciones ya impuestas por la reforma anterior (Ley Orgánica 1/2009, de 3 de noviembre).”

Este confusionismo jurídico y de todo tipo en el que anda enredada España desde la etapa onírica de la “transición modélica”, llena de complejos y, sobre todo atascada en el silencio, el olvido, la desmemoria y el menosprecio para con las víctimas, ha quedado en evidencia en un debate entre el ex presidente Rodríguez Zapatero y el juez Baltasar Garzón, en la Universidad de Sevilla, el 13-1-2014, cuya transcripción es todo un escaparate de las tonterías soberanas que la “transición modélica” ha obligado a decir a muchos españoles: 

--Zapatero: “Insisto: (el pacto de silencio) forma parte del núcleo esencial del trípode: democracia, consenso, reconciliación… es el gran acuerdo social, que no se investigara una verdad ‘institucional’, y mucho menos judicial… porque la verdad la sabemos todos…Y la Ley de Amnistía es lo que abre la puerta a la transición democrática…Es un vehículo… Yo respaldo lo que hizo la generación que me precedió…”

--Garzón: “No tiene derecho ningún Gobierno a disponer de un derecho fundamental de las víctimas… ¡La verdad! No ha habido verdad. En los archivos, si la contienen, hasta este momento se nos ofrece oculta… En la transición no se trataron para nada los crímenes franquistas. Se olvidaron. No hubo ni un solo debate… ¡Y la reconciliación! ¿Dónde está la reconciliación? …En España, basta con tocar el tema de la guerra civil, para que salten ampollas… ¿Dónde está la reconciliación? Si cuestionas que se tiene que abrir una fosa, se te caen encima todas las estructuras… Y finalmente, cuándo va a pedir perdón aquí la Justicia por no haber hecho jamás nada… Cuando llegue ese día, firmaré contigo, ex presidente, esa dicha reconciliación…” (Sevilla, 13 de enero de 2014). 

        Seguimos insistiendo en la gran dificultad de presentar a la sociedad española la historia de la gran represión franquista. Los variados motivos de la enorme dificultad pueden ser los siguientes: 1) La enorme longevidad de una dictadura, que  ha impuesto a la ciencia histórica una oscura travesía del desierto, en claves de silencio y ausencia total de investigación. Un campo yermo en la historia de la guerra, sólo entretenido por el relato falso de los “historiadores militares”, y sólo iluminado por los hispanistas extranjeros. 

     2) Entre unos y otros han motivado algo demencial: que el “caso español” no existe, ni en España ni en el extranjero; sólo existe el “caso judío”. 3)  Esa dilatada tormenta contra la historia se ha llevado por delante a los testigos de los años de sangre, y se han perdido muchísimas fuentes orales, de un valor inapreciable para la historia “indocumentada” de la democracia republicana. 4) Por doquier se observan los estragos de las “desapariciones”, en el campo de Agramante de la historia oculta, desaparición de personas y desaparición de documentos, que han dejado la historia mutilada para siempre. 

    5) Los errores de la transición aparecen cada vez más visibles, el “discurso oficial” es cada vez más cuestionado y hace vías de agua por todas partes. Dígase claro: la transición española desembocó, no en una democracia de hondo calado (todos los poderes fácticos del franquismo quedaban incólumes), sino en una democracia de “baja intensidad”, que ha ignorado los mecanismos elementales de lo que hoy se llama, con relación al resarcimiento de las víctimas, la “justicia transicional”, la cual se ha ignorado sistemáticamente, incluso de manera insultante. Como se dijo en una conferencia en Londres, “… la guerra civil duró 40 años. La transición es fruto del miedo de los franquistas a que les pidieran cuentas y del deseo de la izquierda de tener una vida normal… los españoles no han sabido nada sobre los horrores de la represión que siguió al final de la guerra, hasta que Franco estuvo físicamente muerto…”.[8] 6) Por último, entre otras adversidades, los archivos de la represión (el “terror azul”) siguen, hasta hoy, en manos de los sucesores de los represores. Los militares no han soltado jamás “sus papeles”, en plena democracia, cuando lo normal es que toda la vieja documentación represiva hubiera pasado al Archivo Histórico Nacional. La consecuencia es de suponer: los historiadores han tenido que investigar, tarde y mal, bajo la mirada capciosa de los militares.[9]

Entre estas y otras adversidades, el resultado ciudadano ha sido que la verdadera memoria histórica que pervive es la de los vencedores. Como declaró Jorge Semprún, por más leyes de memoria histórica que se hagan: “La memoria histórica sigue todavía dominada por los vencedores, todavía es la memoria de los vencedores. En España nadie sale a manifestarse porque se abra un proceso de beatificación de eclesiásticos… nadie sale a protestar por los curas vascos que han sido fusilados por el franquismo, ni porque no haya “beatificación” de los otros muertos. A la gente todo esto le parece “normal”, lo aceptan. Eso es todavía un rescoldo, un resabio de la dominación absoluta que han tenido sobre la memoria del pueblo los vencedores, que han impuesto su memoria y su visión de la guerra civil. Hoy está discutido en los libros que no fue así, pero en la memoria colectiva siguen todavía dominando los vencedores”.[10]

        Después de estas duras declaraciones –y por supuesto, ciertas, que es lo peor-, al historiador se le hace bastante difícil continuar su obra. Es como darse de bruces contra el malecón inamovible. “Nunca se convence a nadie de nada” (Sánchez Ferlosio). Si el problema expuesto resulta evidente: que la actual memoria colectiva es la de los vencedores, se añaden, entre otros, los problemas procedentes de una Transición que no fue “modélica” en modo alguno, y que se hizo de espaldas a las víctimas del franquismo, con amnesia, amnistía y olvido. La idea de la Transición “tramposa” se va imponiendo cada día con mayor nitidez y convicción, y se empieza a difundir que al ciudadano español le dieron “gato por liebre”, que las cosas no son como se dijeron, y que hubo demasiados “trágalas”, aprovechándose de temores y de chantajes. Desde luego, la Transición se hizo al margen del más mínimo criterio de los que imponen los tratados internacionales con relación a las víctimas de la etapa sangrienta. 

    Sólo las derechas españolas mantienen el sonsonete de la Transición “modélica”, porque les resultó rentable, en claves de impunidad y de hegemonía económica; y entre las izquierdas, sólo un grupo irreductible de la socialdemocracia, los “oficialistas”, se agarran al mito y no dan su brazo a torcer, por “sostenella y no enmedalla”. Lo cierto es que, lo supuestamente “modélico” no ha servido de modelo en ningún país del mundo, ni en América Latina ni en Sudáfrica ni en ninguna parte. Posiblemente, este tópico de lo “modélico” pase a formar parte de la esperpéntica “Leyenda negra de España”. Ningún “modelo” puede fraguarse pisoteando las fosas anónimas de miles de víctimas de una dictadura criminal; y a la vez, pisoteando la historia y la memoria.

        Cada vez abundan más los autores recientes, como Ramón Sáez,[11] que escriben sabiamente sobre este gran problema pendiente: la Transición “modélica” o “tramposa”. La falta de reconocimiento a las víctimas ni la elemental reparación de la que tiene obligación el Estado, desembocan, además, en la práctica de un olvido soez y militante, revelan que el fascismo, a diferencia de Europa, no ha sido derrotado en España, “ni siquiera simbólica o culturalmente” (Sáez, 92). La democracia española se ha construido de espaldas a las luchas por la libertad durante decenios, con rechazo de la simbología de la resistencia a la dictadura. Quienes detentaban el poder en la dictadura, después de cuarenta años de terror y de manipulaciones, pactaron con  una izquierda “débil y desunida”. 

    La correlación de fuerzas fue espantosamente desequilibrada, incapaz la izquierda de exigir nada, atenazada por el miedo. Se utilizó a mansalva el chantaje del “ruido de sables” en los cuarteles, y el temor a que “se liara de nuevo”. La izquierda acojonada se tragó el anzuelo del “pacto de silencio”: callar, callar y callar. Así, hasta hace poco. Silencio bajo la dictadura y silencio bajo la democracia. “De ahí que la memoria de los vencedores sigue siendo hegemónica, sus portadores exhiben aún hoy una narración legitimadora de la dictadura, señalan a la República como causa del enfrentamiento y consideran la democracia un producto natural del ‘orden autoritario’” (Sáez, 93).

        Estas consideraciones del magistrado, por reales y ciertas, no pueden leerse sin un profundo pesar de que las cosas hayan ocurrido y ocurran de manera tan cutre y ramplona. El precio del pacto, las “treinta monedas” del engaño: los centenares de miles de víctimas del franquismo, directas e indirectas, más su derecho a la justicia, a la verdad y a la reparación, todo entregado por la izquierda, a cambio de una “democracia de baja intensidad”. La llamada Ley de la Memoria Histórica (2007), bastante timorata y no ajena a tabúes y complejos, ley dejada además sin presupuesto por las derechas en 2012, no logra cumplir casi ninguno de sus objetivos, en medio del cachondeo y de las burlas de las derechas, según las declaraciones televisivas citadas de un portavoz del P.P., Rafael Hernando, para la antología de la burricie: “Ahora, algunos sólo se acuerdan de desenterrar a su padre, porque hay subvenciones”. A pesar de todo, y por fortuna, las cosas han cambiado con el Gobierno de Pedro Sánchez, con la Ley de Memoria Democrática, de 19 de octubre de 2022, que comentaremos al final.

         Ante la memoria prevalente de los vencedores, plena de lápidas y mausoleos, se intenta contraponer, tímidamente, desde los márgenes, la memoria de los vencidos, una memoria colateral y acomplejada, que intentó abrirse un pequeño hueco en la esfera pública, poco de la mano del Estado, sino más bien de la mano de los particulares, familiares y asociaciones o foros. Es una memoria de segunda. Ni sus víctimas, ni el sacrificio de la resistencia antifranquista han tenido el más modesto o poco reconocimiento. Afirmo: La memoria de primera la ostentan desde siempre, antes y hoy, las derechas herederas de la dictadura. Esa es su “herencia recibida".

        Según el citado magistrado Ramón Sáez, “los crímenes del franquismo, la más grave criminalidad en serie que ha conocido la historia moderna de España, han quedado en la impunidad”. La llamada “justicia transicional”, aplicada en otros países (en el proceso de pasar de una guerra a la paz, o de una dictadura a una democracia), en España no ha tenido consideración ninguna.[12] Es curioso que, aparte de los intereses de las derechas en la no aplicación de la “justicia transicional” (impunidad, hegemonía económica, etc.), también existe un interés sectorial de la propia Justicia en echar más tierra a las víctimas.[13] Y es “la implicación directa de jueces y tribunales en la represión franquista… Un ajuste de cuentas con el pasado significaría revisar el papel del aparato judicial en la dictadura” (Sáez, 93), así como el menosprecio de la Justicia española por el Derecho internacional, una justicia que se ha formado en la típica visión doméstica y castiza, propia del franquismo.

        Todo lo relativo a la historia de la guerra civil y de la represión franquista forma parte de los dos o tres sucesos colosales de la historia de España. Es algo sencillamente inabarcable, con infinidad de claves y de matices. Contribuir a reconstruir algo de esa compleja realidad es objetivo inaplazable. A menudo, los análisis más atinados sobre lo ocurrido han sido contribución de juristas más que de historiadores (sin desmerecer a nadie). El profesor Miguel A. Rodríguez Arias, en un reciente documental, aporta esta reflexión: “La dictadura franquista, a diferencia de otras dictaduras, duró cuarenta años y partió de un genocidio que no se denuncia todavía… Franco mató o exilió a medio país… España, a día de hoy, todavía no ha sido capaz de mirarse en el espejo de ese genocidio, escondido, silenciado, callado…”.[14]

        A pesar de tan ingente criminalidad, buen número de historiadores españoles (cierto mundillo académico, sobre todo) titubean a la hora de trazar las líneas básicas de todo lo ocurrido a partir de 1936, y más complicado aún, a partir de 1939. A día de hoy, ni hay un consenso académico mínimo, elemental, sobre los quince años trágicos (1936-1950), ni se ha logrado un mínimo común denominador sobre cómo hemos de presentar la historia de este pasado franquista, ni la sociedad española ha podido recibir un magisterio veraz y documentado sobre tamaña cuestión histórica, ni la historia ha conseguido ofrecer un “veredicto inapelable” sobre el dictador y sus matanzas. Ni inapelable ni “severo”, como en 1975 pronosticaba el socialdemócrata sueco Olof Palme, con motivo de los últimos fusilamientos del dictador: “Lo increíble es que esto pueda continuar, que estos asesinos del diablo puedan seguir… Y durante casi cuarenta años han atormentado al pueblo español. Caerán en la más profunda vergüenza y humillación. Y el veredicto histórico será terriblemente severo”.[15] Para sorpresa general, el “veredicto” no se ha producido, ni se producirá. Franco se ha burlado de la historia. Y ahora, los Gobiernos españoles, menos el actual, se están burlando de los organismos de la ONU.

        Todo el horror que trajo sobre España el golpe militar lo han lamentado personalidades extranjeras mucho más que los propios españoles. Ahora, cuando a muchos de los naturales de aquí el sufrimiento pasado les importa un bledo, me encuentro con los pensamientos estremecedores de Henry Norman Bethune (Canadá, 1890-1939), inolvidable médico humanitario, sobre todo con los acribillados en la carretera Málaga-Almería, en febrero de 1937: “España es una herida en mi corazón. Una herida que nunca cicatrizará. El dolor permanecerá siempre conmigo, recordándome siempre las cosas que he visto… Me niego a vivir sin rebelarme contra un mundo que engendra crimen y corrupción. Me niego a cerrar los ojos por pasividad o por negligencia… No he venido a España a derramar sangre, sino a darla”.[16]

        La actual democracia española, desde 1977 hasta 2022, hay un derroche de irresponsabilidad; y en la historiografía, también. Se ha echado en falta tratar todo aquello con mucho más respeto, histórica, social y políticamente.

        Esa gran irresponsabilidad (edulcoración, minimalismo, folclorismo, simplificación, falsa equidistancia y falsa neutralidad…) fue lo que inspiró al historiador Pierre Vilar estas palabras, en un “homenaje a las víctimas del franquismo” (sólo intervino la izquierda extraparlamentaria), el 27 de septiembre de 1986: “… certaines choses ne peuvent être oubliées, que l’histoire ne doit pas être déformée, parce qu’il importe de la comprendre…ce serait une visión bien courte de ces vertus que de prétendre ‘construire une démocratie sur l’oubli’. C’est vrai. Mais je me demande, pour cela même, si ceux qui prêchent l’oubli ont jamais été, et sont auyourd’hui, de vrai démocrates”.[17] (“ciertas cosas no pueden ser olvidadas, que la  historia no debe ser deformada, porque lo que importa es comprenderla… Será una visión muy corta de estas virtudes pretender construir una democracia sobre el olvido. Es verdad. Pero yo me pregunto, por eso mismo, si los que pregonan el olvido han sido jamás, o son hoy, verdaderos demócratas”).

        Y termina Pierre Vilar sus cuatro folios enviados para el citado homenaje, con esta conclusión: “Mais enfin, que le ‘Valle de los Caídos’ reste le seul monument existant du souvenir, ce serait quand même une insulte pour l’histoire”. (“Pero, en fin, que el  Valle de los Caídos (Ahora “Valle de Cuelgamuros”) quede como el único monumento existente del recuerdo, será, cuando menos, un insulto para la historia”). Pero no ha ocurrido así. Hemos visto la momia del dictador salir volando en un helicóptero –simbólica estampa-, y la Ley de 2022 nos ha redimido de un sempiterno baldón.

        Así, sin remedio, andamos a tumbos con las deformaciones de la historia. Falseamientos, productos del neo-conservadurismo, y descaradas “biografías” de los criminales del franquismo. Estos días me veo sorprendido con este título: Manuel Gómez Cantos, historia y memoria de un mando de la Guardia Civil, de Francisco J. García Carrero, patrocinado por la Universidad de Extremadura.[18] Decir “un mando”, dulcemente, como si fuera un honorable personaje, cuando se trata, llanamente, de uno de los grandes criminales de guerra de Extremadura, de un asesino en serie. ¿A qué viene ese título almibarado de “un mando”, con su “historia y memoria”, según las modernas usanzas de titulación? Lo de “memoria” es falso, porque no han hablado los huérfanos ni las viudas de Cañamero, Logrosán, Alía, Villanueva de la Serena, etc., etc. El artículo soslaya las víctimas y pasa por alto los lugares de los crímenes. Entonces, ¿de qué “memoria” se está mintiendo? 

    Si el Sr. García Carrero quiere hacer la historia de la Guardia Civil, eso es otra cosa. Pero este librito, bajo ese subtítulo inocente de “Estudio biográfico de uno de sus mandos”, es una burla de muchas cosas: una burla de una ética elemental, de la historia, y una burla contra las víctimas del franquismo, a las que las derechas se complacen en menospreciar cada dos por tres. Como en España no hubo nunca un Tribunal de Nuremberg para los criminales del franquismo, éstos, en los pueblos, se pasearon siempre con chulería y arrogancia delante de los familiares de las víctimas.  Este comportamiento ya es viejo en España: la chulería de los verdugos, la arrogancia y la impiedad. Este librito sobre el teniente coronel Gómez Cantos, olvidando que vivimos en democracia y olvidando que los familiares de las víctimas siguen con su dolor impune, este librito, digo, es un acto de chulería, presentando como objeto normal historiográfico a un criminal de guerra, bajo un ejercicio de justificaciones. 

    He aquí la nueva corriente historiográfica: Se ejerce el recuerdo amable con los verdugos, mientras se sigue soslayando o demonizando a las víctimas. Al final, se termina en la apología del crimen. Además se falsea la historia, se dice lo que no es y se oculta lo que de verdad es. Esperemos el siguiente “estudio” sobre los crímenes del general Yagüe en Badajoz, o una hagiografía, por qué no, sobre el comandante Ernesto Navarrete, el genocida de  Fuente de Cantos y del campo de concentración de Castuera y de la mina Gamonita, entre otras minas fúnebres. A esto ha llegado en España el panorama putrefacto de las conciencias, si las hubiera, y es el síntoma de que en España se ha perdido la vergüenza, desde muchos años atrás.

        Cuanto se acaba de decir es aplicable a otro desafuero con que nos acabamos de topar: un extenso artículo sobre otro criminal de guerra aún más escandaloso: “Bruno Ibáñez Gálvez, de oficial de Infantería a represor”, de Francisco Asensio Rubio, de la UNED… ¡Ahí queda eso: con la UNED de por medio![19] El autor es otro mistificador sinuoso, justificador y dulcificador (por supuesto, de la historia), de manera que a su biografiado lo llama “represor” únicamente. Un represor, por ejemplo, es un guardia que arroja pelotas de goma contra una manifestación. Pero aquí no estamos hablando de pelotas de goma, sino de 4.000 víctimas, hombres y mujeres, maestros, obreros, médicos, poetas (José Mª Albariño, Rogelio Luque), profesores, científicos (como don Sadí de Buen), arquitectos (Enrique Moreno)… y diputados demócratas (Martín Romera, Antonio Bujalance, Garcés, Dorado Luque, Acuña… más el propio alcalde Sánchez Badajoz), a todos los cuales, por miles, “Don Bruno” (y antes su antecesor comandante Zurdo) se llevaron por delante en Córdoba capital, a partir del 18 de julio. 

    Hacer “historia” de este criminal de guerra elevado a la enésima potencia desborda los límites de la palabra escándalo. El autor trata de explicar la psicología peculiar de “Don Bruno” para ser “represor”. No se esfuerce el señor Asensio: lea simplemente El alma de los verdugos, de Baltasar Garzón y Vicente Romero, donde queda en evidencia que un verdugo se fabrica sólo con tres elementos: una fanatización ideológica, un clima de total impunidad creado por sus superiores y una demonización de las víctimas. 

    Los verdugos de Franco no son locos, sino que surgen a miles como hongos en toda España, bajo las tres motivaciones dichas. Los criminales de guerra daban un beso a sus niños por la mañana, se iban a los cuarteles a matar a mansalva y luego regresaban a casa cansados y fornicaban con la “oficial” o con la “extra-oficial”. Y al día siguiente, vuelta a la consumación del genocidio. La impunidad absoluta es la conditio sine qua non de la criminalidad franquista. El señor Asensio busca un pretexto para la criminalidad de “Don Bruno” en Córdoba, y fue que los “rojos” detuvieron a sus hijas en Ciudad Real y les cortaron los pechos en plena calle, lo cual es una absoluta estupidez. Este profesor de la UNED incurre en algunas frases totalmente intolerables: “La contienda le convirtió en un protagonista insigne de la España de Franco” (p. 215). Por supuesto, siempre se refiere a los franquistas como los “nacionales”. Y por supuesto, en el artículo no hablan los familiares de los 4.000 asesinados. Se les obvia. Por tanto, en este mal ejercicio, la historia ha dejado de ser magistra vitae, para ser magistra criminis.  

    Este artículo sobre “Don Bruno” ahonda en graves heridas: la aberración histórica de presentar a los verdugos como normal objeto historiográfico. Biografiar al genocida Bruno Ibáñez en Córdoba capital es lo mismo que biografiar a Rudolf Hess, o a Goering o a Himmler ante los hornos de Auschwitz. A estas aberraciones nos ha llevado en España el pacto de silencio de la Transición: a seguir respetando a los verdugos y a seguir humillando a las víctimas. Es el sempiterno ejercicio de la chulería de los que nunca han sido reprendidos por la democracia ni por la “justicia transicional” ni tuvieron su Nuremberg. Ahora se desata en España el neo-discurso neo-conservador de la era de los desmadres de todo tipo, donde se ha dejado de distinguir entre lo tolerable y lo intolerable, y se ha borrado esa raya que separa lo honorable de la desvergüenza. No es digno  malbaratar la labor historiográfica, rebuscando en los desechos de la sociedad, cuando esperan miles de causas nobles dignas de la labor investigadora.       

        Entre aberraciones y deformaciones viene caminando la desvencijada historia de la guerra civil española. En cualquier esquina nos salen al paso los trabucaires y los falsarios de todo tipo. La última sorpresa nos la da cierta “progresía” pija, y nos lanza el siguiente gas lacrimógeno: la TEORÍA DE LA “TERCERA ESPAÑA”. Se superó ya el sarampión de los “revisionistas” (Los Pío Moa, los Vidal, etc.), y ahora llega la “progresía” posmoderna con el invento de la “tercera España”. En realidad, se trata de “más de lo mismo”: otro cocktail de igualitarismo, equiparación (“todos fueron iguales”), anti-II República, equidistancia (que siempre defino como estar “más cerca de un lado que del otro”, es decir, lejos de la República), todo aderezado con desconocimiento del franquismo y el espantajo bolchevique. Por tanto, nihil novum sub sole: el barullo de tópicos que  viene soportando, desde 1977, la historia de la guerra civil, para que, en el confusionismo, nadie logre conocer la verdad. La “tercera España” es un refrito de tópicos y falacias, manías, prejuicios, falta de investigación, simplezas y falto de un discurso denso, original y orientador.

        Los “terceristas” han descubierto como patrón, santo y seña, al antiguo periodista Manuel Chaves Nogales, subdirector del diario madrileño republicano Ahora, que en noviembre de 1936 decidió marcharse de España, vía Valencia y Barcelona, para terminar en Paris. Algunos más también lo hicieron. Y otros muchos se quedaron. Hasta ahí, nada que objetar en la libertad personal, si bien no se conoce el verdadero motivo de la escapada: tal vez motivos personales, frustración profesional o alguna incomodidad, por supuesto el “miedo”, que él mismo cita, pero ninguna presión política o coacción, que no existió. Con todo, lo curioso del caso fue que, una vez en París, se dedicó a “auto-justificarse”, cuando nadie se lo pedía, y a desvirtuar el porqué, el sentido y el origen de la guerra civil española, y empezó a tirar piedras diversas al sistema republicano y a algunos de sus líderes, sin mencionar ni una sola vez la realidad y origen de todo: el golpe militar.

        El fenómeno del “chavesnogalismo” ha llegado un tanto estrepitosamente, como pretexto o catapulta, utilizada por los posmodernos para continuar la lapidación de la II República, contra su esencia política y su sistema democrático. He de confesar que Manuel Chaves Nogales nunca me ha despertado interés, pero he aquí que un excelente artículo de Francisco Espinosa (“Literatura e historia…”)[20] y algún epistolario posterior con él, me ha servido de acicate y espoleta, para incidir en esta cuestión, de manera que, aparte del citado artículo, he tenido que revolver estanterías, y para fraguarme una composición de lugar, me he puesto por delante, al menos, tres libros de Chaves: A sangre y fuego; La defensa de Madrid, y La agonía de Francia.[21] La primera conclusión es que lo mejor de Chaves Nogales son sus artículos y escritos (“salvo alguna cosa”), es decir, su labor periodística. En cambio, los “prólogos” de Chaves son una auténtica decepción.

        Todo cuanto escribe para justificar y dar cuerpo teórico a su escapada de Madrid, resulta muy pobre e inconsistente. Sobre todo, no convence. Situémonos, primero, en el prólogo de A sangre y fuego, el cual rezuma teoría equiparadora e igualitarista por los cuatro costados, es decir el “todos fueron iguales”, que es falso. Dice: “Todo revolucionario, con el debido respeto me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario” (p. 32). No, hombre, no. No son iguales de “perniciosos”. Un jornalero hambriento, con su hoz en ristre lanzando denuestos no es tan pernicioso como el terrateniente o sus capataces, con todos los poderes fácticos detrás, pegando tiros a una manifestación. Pero algo más importante: todo el mito de la “revolución” de aquellos años era, sobre todo, un espantajo de las derechas, cuyas candidaturas se titulaban así: “Candidatura Antimarxista”, “Contra la revolución y sus cómplices”, etc. Entre los otros, lo que abundaba era un exceso de cierta retórica (Helen Grahan, Preston, Viñas, etc.).

         Habla de “fiebre cainita” (p. 33), cuando el problema de España no ha sido de cainismo, sino de golpe militar. Y vuelve a insistir en el igualitarismo obsesivo: “Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que partieron España” (p. 33). “idéntica profusión e intensidad” es absolutamente falso, e historiográficamente insostenible. Curándose en salud, Chaves habla de su “pequeña experiencia personal” de la guerra. Ciertamente. Porque él sólo vivió los primeros tres meses, los del caos, y además en Madrid. Repite lo de “los dos bandos”: un Gobierno nunca es un bando.

        Observo con estupor que en este prólogo de Chaves, que se escribió en 1937, hay casi nulo conocimiento del horror de la zona de Franco. Sólo en una ocasión se refiere a “los aviones de Franco, asesinando a niños y mujeres” (comienzos de noviembre, 1936), pero ya se conocía la matanza de Badajoz, la matanza de Puente Genil (consta en la prensa de Madrid), en La Voz hay reportajes sobre la matanza de Córdoba, y sobre todo, a Madrid llegaban corriendo miles de milicianos alarmando con el fusilamiento masivo de prisioneros que la columna de Varela (y las demás) venía perpetrando en su camino de Toledo a Madrid, donde se cargó a 4.000 prisioneros. 

    En Madrid se conocía la entrada de los moros a cuchillo en el hospital de Toledo. Y se conocían las masacres de Talavera de la Reina, y en muchísimos pueblos. Y el Colegio de Abogados de Madrid publicó un informe sobre los horrores en zona franquista. Y se conocía en septiembre de 1936 el asesinato de García Lorca… Y antes de escribir el prólogo, el mundo ya conocía la masacre de la carretera de Málaga-Almería… ¿Cómo podía sostener Chaves que todo era igual en ambas zonas? O no sabía o no quería saber.

         Se ve que le molestaron mucho algunos actos de colectivización que se llevaron a cabo en Madrid: “Un Consejo Obrero, formado por delegados de los talleres, desposeyó al propietario de la empresa periodística en que yo trabajaba… me encontré en pleno régimen soviético… Me convertí en el ‘camarada director’ (p. 33). Efectivamente, había complicaciones, pero de ahí a “régimen soviético” hay mucha fantasía. Y a continuación añade algo, que no hubiera ocurrido en un régimen soviético, y fue que a Chaves Nogales, a pesar de su manifiesta ideología burguesa, nadie lo molestó: “nadie me molestó por mi falta de espíritu revolucionario, por mi condición de ‘pequeño burgués liberal’… (p. 33) Cuando no estuve de acuerdo con ellos, me dejaron ir en paz” (p. 34). Si esta heterodoxia le hubiera ocurrido en la zona de Franco, Chaves hubiera ido de inmediato al paredón, como le pasó a los redactores republicanos de La Voz (Córdoba), que fueron fusilados, empezando por Pablo Troyano y acabando con el poeta José María Alvariño y muchos más. No fueron “iguales”, no. Y Chaves se marchó a París sin saber muchas cosas o sin quererlas saber.

        Chaves miente, cuando afirma que “el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba” (p. 34). A él no lo molestó nadie, aún sabiendo de la pata que cojeaba. Sí que había en Madrid “cuadrillas de asesinos”, de manera incontrolada, y en otros lugares; pero en otros muchos sitios de la zona republicana no ocurrió nada. Sin embargo, la zona de Franco no dejó ni un solo pueblo sin someterlo a un baño de sangre. Y cuando llegó la victoria, el programa de exterminio llegó a su “solución final”. Es raro que Chaves, de la zona de Franco, lo ignorara todo. A Chaves se le ve, un tanto patéticamente, buscando pretextos para su huida, algunos claramente impresentables: “Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar”. Inmenso error. 

    En noviembre de 1936, no estaba todo perdido, y las mejores páginas del Ejército de la República estaban todavía por escribir… y si al final “todo estaba perdido”, ello se debió a la circunstancia internacional, al Eje Roma-Berlín, que Chaves nunca nombra; sólo ve “bolcheviques”. Y redondea su auto-justificación con este comentario poco convincente: “Cuando el Gobierno de la República abandonó su puesto y se marchó a Valencia, abandoné yo el mío” (p. 35). No había por qué, pero él lo decidió así. Más adelante, se le escapa la razón de fondo, que no parece muy digna: “los que nos hemos apartado con miedo y con asco de la lucha…” (El miedo es muy humano. Pero aquí lo importante no era el “asco”, sino el “miedo”).

        Es absoluta la visión desenfocada de Chaves respecto a la guerra de España, cuando declara sin ningún escrúpulo: “El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras. Es igual… puede salir distintamente de uno u otro lado” (p. 35). Esta posición es, sencillamente, un desvarío o un cinismo o un despecho. Muñoz Molina llama a esto, no sé si en broma, “integridad intelectual” (Prólogo a La defensa…, p. 8), “deslumbrante clarividencia política” (Ibidem, p. 7). De clarividencia, nada de nada. Chaves se ve aquí arrastrado por su obsesión “bolchevique”, que le hacía confundir Moscú con Berlín. Su gran error le hacía ver Moscú demasiado cerca, y Roma-Berlín, demasiado lejos. De qué lado iba a salir el dictador lo sabía todo el mundo, menos Chaves. Y pensar que la dictadura podría salir de la República democrática indica que Chaves tenía un problema serio con su mala visión de la realidad.  

        Chaves Nogales, siguiendo con su manía igualitarista, añade, al fantasear sobre el futuro dictador: “Desde luego no será ninguno de los líderes o caudillos que han provocado… este gran cataclismo de España” (p. 35). Pues se equivocó de cabo a rabo: el dictador sería el previsible, el del otro lado de la trinchera, Franco. La “deslumbrante clarividencia” que Muñoz Molina atribuye a Chaves, de nuevo por los suelos. El dictador previsible era el que tenía el apoyo del totalitarismo próximo, el Eje Roma-Berlín, el que traía de cabeza a Europa occidental; y no el otro totalitarismo, que quedaba muy lejos, y no tenía aquí su zona de influencia, ni había mostrado sobre ello ambición de ningún tipo.

        Chaves se atreve a profetizar la duración de la posible dictadura: “durante veinte años”. Pues se volvió a equivocar. Falló otra vez la “clarividencia”, porque duraría el doble. Incluso se atrevió a imaginar la realidad de la victoria al término de la guerra: “Llegará… la única fórmula racional de subsistencia, la de organizar un Estado, en el que sea posible la humana convivencia…” (p. 36). Pues no hubo “humana convivencia” ni reconciliación ni integración de todos ni nada por el estilo, sino el machacamiento de la España vencida por la España vencedora, durante cuarenta años.

        Hacia el final de su prólogo al libro A sangre y fuego, que venimos citando, Chaves Nogales vuelve a su leit-motiv justificativo con otra de sus frases indefendibles: “Me expatrié cuando me convencí de que nada que no fuese ayudar a la guerra podía hacerse ya en España” (p. 36). Pues qué otra cosa se podía hacer, sino presentar cara al fascismo, resistir y defender la República. Pero Chaves parece no atender a razones. Hablando de expatriación, Chaves podía haber tomado ejemplo de Antonio Machado, que aguantó en España hasta el final, y su suerte la unió a la multitud de los desterrados, y con ellos, en confusión y desorden, salió en febrero de 1939, apretujado, embarrado, impelido en medio del dolor general, a pie, con su hermano José, su madre a cuestas, el escritor Corpus Barga… El poeta salió, penosamente, con todo su pueblo derrotado… ¡Eso es la dignidad, la integridad y la coherencia! ¡Esta es la madera de los héroes que provocan admiración y escalofrío!

        En otro libro, La agonía de Francia, Chaves redacta un prólogo menos intenso. Tanto en el anterior como en éste, apenas usa la palabra “fascismo”. Prefiere “totalitarismo”. Aquí utiliza la “barbarie totalitaria” (p. 11), cuando el nazismo, desde París, lo tiene a un tiro de piedra. Y se puede observar algo curiosísimo: Chaves, que se pasaba el tiempo hablando de los dos “totalitarismos” como dos patatas de la misma cesta, he aquí que las dos veces que Chaves hubo de salir corriendo bajo la presión del enemigo, nunca fue por acoso de los “bolcheviques”, curiosamente, sino que siempre fue por los disparos del “fascismo”: los franquistas, que  echaron a Chaves de Madrid; y los nazis, que lo echaron de París, en 1940. Él equiparó siempre a los dos totalitarismos (hablamos siempre de España, 1936), pero el que lo hizo correr fue el “fascismo”, el franquismo y el nazismo.

        En este prólogo del libro La agonía…, escribe, finalmente, algo también curioso, que es otra equivocación de Chaves: “Me había puesto incondicionalmente al servicio de la República Francesa (Por qué no hizo lo mismo con la española) desde el comienzo de la guerra, con la convicción de que mi patria no podría librarse de la hipoteca que sobre ella tienen las potencias totalitarias (Por qué habla en plural, cuando el peligro real es el Eje) más que cuando éstas hubiesen sido derrotadas por las potencias democráticas” (p. 12). Otra vez se equivocó. Ganaron los aliados y decidieron la “no intervención” en España, quedándose nuestro dictador cuarenta años con nosotros. Otra vez erraba Chaves, respecto al presente y respecto al futuro.

        En el libro de Chaves, La defensa de Madrid, el prologuista es Antonio Muñoz Molina. Las sorpresas también son aquí de grueso calibre. Expresa su “admiración y escalofrío” por el periodista, al que pone a la altura de Orwell, en un evidente ataque de desmesura. Después de exaltar la “deslumbrante clarividencia política” –que hemos visto no fue tal- y la “integridad intelectual”, etc., de Chaves (pp. 7-8), Muñoz Molina enarbola ardoroso el pendón del igualitarismo: “Su toma radical de partido por los seres humanos de carne y hueso (¿por qué no se quedó a defenderlos?) frente a las abstracciones genocidas de las ideologías de su tiempo, el comunismo y el fascismo” (p. 8). Ya ha quedado claro que a Chaves Nogales lo que le afectó fue el fascismo, el cual le hizo salir corriendo dos veces, una de Madrid, otra de París… que lo que Chaves tenía cerca era el fascismo, que el comunismo le quedó muy lejos, y que en 1936, el PCE era un partido minoritario. La CNT, la UGT y el PSOE eran entonces filiaciones muy superiores al PCE, y con diferencia. Luego, el PCE experimentó cierto crecimiento, pero ni mucho menos era la sigla única de la zona republicana. Decir lo contrario es pura inconsistencia.

        Muñoz Molina sigue obsesionado con el simplismo enrocado respecto a los que luchaban en la guerra. Dice: “En una época en la que casi todo el mundo da por supuesto que sólo se puede agitar el puño cerrado o levantar la mano abierta” (p. 8). Esto es mentira en cuanto a la República se refiere. Había muchas sensibilidades, y no todo era obrerismo puño en alto. Por ejemplo, no estaba en esta onda “puñetera” ni el nacionalismo, ni gran parte del republicanismo, ni muchos militares profesionales (por ejemplo, Pérez Salas, en Córdoba), ni mucha gente de letras… Ahí está el diputado Antonio Jaén Morente en un mitin antifascista en Valencia, enardecido ante el micrófono, sin puños (que tampoco supone ninguna maldad), y otra mucha gente, como Francisco Giner de los Ríos, al que entrevisté en Nerja hace tiempo, o Justino de Azcárate, al que fui a ver al Senado en 1980, o el extraordinario músico Carlos Palacio, al que conocí con motivo de un programa de “Canciones de la guerra”, que emitió RNE, en 1984… Oír hablar a Carlos Palacio con aquel fervor y devoción respecto de la II República fue una experiencia insólita. Algunas veces oigo aquella grabación, y esto sí que me deja con “escalofrío”.

        El simplismo con que Muñoz Molina ve la realidad de 1936 es impropio de quien, como literato, se postula para grandes laureles y estrellatos. Un gran escritor no debe perderse en medianías ni en teorías hueras y de poco fondo. No duda en aventurar esto: “En Madrid, durante el verano de 1936, había visto hundirse la legalidad de su república…” (p. 9). No es cierto. La “legalidad” no se hundió nunca; lo que se hundió fue el orden público, y fue a consecuencia del gran trauma del golpe militar. Alude luego Muñoz Molina a un último artículo de Chaves en Ahora (13-7-36), llamando a la sensatez, “y como tal no fue oída por nadie” (p. 9). El problema no residía en “nadie”, sino en los conspiradores. Ahí era donde había que poner oídos.

        Viene luego una andanada incomprensible contra los intelectuales de la República: “Mientras los intelectuales de profesión iban a lo suyo, a firmar manifiestos, a secundar proyectos políticos más o menos inmundos…” (p. 9). Esto es una descalificación muy fuerte. ¿De qué intelectuales está hablando? De los únicos que había: Antonio Machado, Alberti, Cernuda, Pedro Garfias, Prados, Altolaguirre… todos los que acudieron al II Congreso de Intelectuales Antifascistas, en Valencia, en el verano de 1937, nacionales y extranjeros. Muñoz Molina está yendo demasiado lejos en sus descalificaciones de “inmundicia”. Si Muñoz Molina quiere compararse, por ejemplo, con Machado, uno de esos intelectuales “inmundos”, a ver si Muñoz Molina es capaz de hablar así de claro contra Franco, como lo hizo Machado: “¿A dónde irá el felón con su falsía, / en qué rincón se esconderá sombrío…. Haz que su infamia su castigo sea. / Que trepe a un alto pino en la alta cima, /y en él, ahorcado, que su crimen vea, / y el horror de su crimen lo redima”. ¡Estos son los escritores que saben ocupar su lugar en la historia, y son dignos de “admiración y de escalofrío”.

Lo curioso de Muñoz Molina como exégeta es que todos los denuestos y vituperios van contra la gente de la República: los intelectuales vienen a ser una “mierda”, y sigue con “la belicosidad ridícula de Largo Caballero (p. 10), la “estupidez de los doctrinarios políticos en los sótanos del Ministerio de Hacienda”… Todas las pedradas contra la II República… Los golpistas de 1936 no se llevan ninguna pedrada, ni el hecho de su agresión anticonstitucinal, ni su actuación terrible, ni el clero cómplice…  

        Al final de su prólogo a La defensa de Madrid, Muñoz Molina llega al “genial” dislate: “… la ruina del país y la muerte de tantos cientos de millares de personas había sido provocada, no por la confrontación entre la libertad y la tiranía, la justicia y la opresión, sino por el choque irremediable entre los dos totalitarismos igualmente criminales” (p. 11). Esto es radicalmente falso, y no es, en modo alguno la visión acertada y fundada sobre aquella realidad de 1936. Tampoco se comprende que un literato hable tan a la ligera de esta manera, ignorando que lo que hay delante no es choque de las fallas del Pacífico, sino un golpe militar y sus consecuencias. Las diferencias criminales entre las dos zonas en España están, en gran parte, ya diseñadas por los historiadores especialistas en el estudio de la represión. Están diseñadas ya las enormes diferencias: cuantitativas, cualitativas, desde el punto de vista temporal, geográfico, diferencias de programación, de intensidad, de multiplicidad…etc., etc. No querer ver esta complejidad dice muy poco a favor de estos exégetas apresurados.     

        La reedición citada de A sangre y fuego, de Chaves, lleva prólogo de Andrés Trapiello, principal portaestandarte de la verbena de la “tercera España”. Trapiello no se contiene. Se halla transfigurado ante Chaves Nogales, cautivado. Abre fuego con esta valoración de Chaves: “No se parecía a nada ni yo le conocía a nadie un coraje semejante hablando de la guerra”. Demasiado hiperbólico esto del “coraje”. Tal vez, en la carrera de mil kilómetros lisos, de Madrid a París. El porqué de estas loas y ditirambos es que Chaves dice lo que Trapiello quería oír. En realidad, a Trapiello le ha apestado siempre la II República, y Chaves le resulta útil. Existen muchos “corajes” de miles y miles de personas en aquellos años trágicos, para siempre en el olvido. Hubo corajes como los de Gallegos Rocafull (ex canónigo de Córdoba, exiliado a México, por decir lo que dijo) o el P. Marino Ayerra, de Navarra, exiliado a Buenos Aires, por decir lo que dijo. Y otros muchos. Y muchos grandes y nobles escritores, leales a la lucha de la República, sin salir corriendo en ningún momento: Bernanos, Neruda, Vallejo, Camus, Machado, Alberti, Cernuda, Hernández, Garfias, Prados, Altolaguirre, Rejano, músicos, filósofos, profesores… ¡hasta la Banda de Música de Madrid, con su maestro Rafael Oropesa al frente, pasajeros del “Sinaia”!... ¡Estos y otros eran la gente con coraje de la España de entonces!

        Trapiello, ante Chaves, tiene perdida la ecuanimidad, va disparado y no se contiene, aunque haya peligro de petulancia y cursilería. Se pregunta: “¿… por qué fue tan bien recibido su autor en la élite intelectual y en la comunidad literaria española…? (p. 8). ¿Y dónde está esa élite? Se ve que Trapiello se incluye en ella, además de su patrocinado. La pendiente del ditirambo es muy resbaladiza.

        Es inútil que busquemos alguna idea original en Trapiello sobre el tema de la guerra civil, tema que le viene no sólo grande, sino ciclópeo. No tiene otro recurso que repetir y repetir que “Todos fueron iguales”, que es lo que dice mi vecina del cuarto. Para Trapiello no hay matices, ni distingos, porque no los conoce. Su discurso es simplista, elemental e infundado: “… autores que nos enseñaron a mirar con otros ojos los totalitarismos del siglo XX y su similitud… semejanza en los discursos de la violencia” (9). Todo esto es falso históricamente. De “similitud” y “semejanza”, nada de nada. Qué persona con dos dedos de frente puede hablar de “semejanza en los discursos de la violencia”, por ejemplo, entre las “instrucciones” del general Mola o los bandos de Queipo de Llano, comparados con los ruegos y súplicas que hacían Manuel Azaña, Indalecio Prieto… Llamar “semejanza” a sus discursos es un puro desvarío. Si él quiere mirar con ojos no miopes los totalitarismos, Chaves le enseñará poco. Mejor, póngase a ojear a Eric Hobsbawm, Helen Graham, Fontana, Ángel Viñas, entre otros…

        En la misma línea anterior, porque Trapiello no sale del mismo surco, no da otra de “igualitarismo” a ultranza, radicalmente falso, por supuesto en tierras españolas: “Su mérito fue advertir y denunciar antes que nadie la semejanza del terror, que estaba siendo igual en uno y otro bando” (10). ¡Seguimos con el “igualitarismo” fanático!. Que el terror de Franco fue igual que el de la República, es totalmente erróneo. Por ejemplo, el terror rojo en Madrid no llega ni a dos tercios de lo que el franquismo se llevó por delante, por ejemplo, sólo en Córdoba. No digamos Sevilla y otras ciudades. ¡Y esa matanza de gente inocente en Navarra! ¡Y las víctimas de Canarias, Salamanca, Zamora, Galicia, etc., etc.! Pero hay más: en el terror franquista –exterminio- hay mucho más que cifras. Luego están los apresamientos masivos, la práctica estructural de la tortura, la mortandad por hambre en las cárceles, el trabajo esclavo, la humillación a las mujeres (rapados y ricinos), los ametrallamientos de los civiles evacuados en campo abierto (Málaga, Don Benito, Tarragona…), el fusilamiento masivo de prisioneros (Sólo en octubre de 1936, el general Varela, desde Toledo a Madrid, se cargó a 4.000 prisioneros capturados)… y luego, exilios, campos nazis, expolio económico de carácter masivo, la farsa de los consejos de guerra, la aplicación de la “ley de fugas” o “paseo”, en 1939, en 1941, en 1948… En 1950 todavía se aplicaba la “ley de fugas” por los cañaverales de Nerja (Málaga)… y muchas más barbaries que la República no perpetró jamás.

        Este prologuista se sigue afanando en justificar lo injustificable en Chaves Nogales: “Como él dice, sólo le quedaba o ‘morir batiéndose por una causa que no era la suya’ o marcharse, y esto hizo él, buscando un lugar donde seguir libre” (pp. 10-11). Todo es muy extraño. No se comprende que la causa de la República no fuera la suya y que tenía que buscar un lugar “libre”. Seamos claros: aquí se está defendiendo lo indefendible.

        Al final de su prologuito, después de menospreciar nada menos que a Malraux (“el patético Malraux”), Trapiello entra ya en lo onírico: “… empezó a librarse también del totalitarismo ideológico y literario que cada una de esas dos Españas había impuesto también después de la guerra en la tercera España…” (p. 12). Una atrevida incoherencia… ¿por qué habla de las “dos Españas” después de la guerra, cuando en esa fase sólo había una? Y además mete a la “tercera”. Definitivamente, todo esto es muy poco serio.

        Trae después a colación Trapiello una cita de Chaves Nogales, del libro de éste La defensa de Madrid, una cita que da la medida de los dos: de Chaves y de Trapiello, refiriéndose a las Brigadas Internacionales, que luchaban en la Ciudad Universitaria: “… estaban formados con la escoria del mundo… receptáculo de todos los criminales aventureros y desesperados de Europa” (p. 11). ¡Ahí queda eso! Un fenómeno tan complejo como el de las Brigadas Internacionales, con sus luces y con sus sombras, pero desde luego con muchísimas luces, además merecedor de gratitud histórica, se ve también apedreado sin ningún fundamento. Vinieron 40.000 (italianos fascistas, 80.000), y el 80% se quedaron bajo la tierra de España. Respondían a cierta pluralidad de ideas. Por supuesto, todos antifascistas. Comunistas eran el 60% Y llegaron de la Europa obrera, pero también de la Europa intelectual, universitaria, incluso poetas, y algún militar antifascista italiano, como el digno y eminente Aldo Morandi. Y otros muchos, unidos ya a lo más limpio de nuestra historia. Sin olvidar a aquella valiente “Compañía inglesa” (de Oxford y Cambridge, etc.), de la XIV BI, que dio su vida frente a Lopera-Porcuna, en el fin de año de 1936, inmolados con ella dos jóvenes poetas ingleses: Ralph Fox y John Cornford. Por tanto, no se puede hablar a la ligera de un tema tan polivalente.

Nos faltaba en el “tercerismo” una sucinta referencia a Tereixa Constenla, que escribe de esta guisa: “En las últimas dos décadas, el chavesnogalismo se ha convertido en una corriente que recorre el espinazo cultural español”.[22] Como se ve, la ponderación es rara avis: ¡La columna vertebral de la cultura española es Chaves Nogales! Hay miles de intelectuales, miles de escritores y miles de periodistas que son el espinazo cultural español… Como se ve, el panorama de la posmodernidad no está conduciendo a nada consistente.

Los rasgos de esta “tercera España” ya van quedando claros: simplismo conceptual, buena dosis de sectarismo, auténtico “síndrome anti-bolchevique”, que tanto ejercitó el franquismo. Sólo les falta la caza de brujas. El espantajo del “marxismo”, del “comunismo” y de la “revolución”, lo utilizaban, más que nadie, las derechas de antes de la guerra. Han tenido siempre una gran habilidad para uso del lenguaje “como arma de destrucción masiva”. Siempre utilizaron a mansalva las cortinas de humo, entonces y ahora.

        Contra la banalidad de estos “terceristas”, nada mejor que utilizar los datos históricos, para ahuyentar a los fantasmas. Por ejemplo, en un análisis de los consejos de guerra de cuatro partidos judiciales de Córdoba (Fuenteobejuna, Castro del Río, Pozoblanco, Hinojosa del Duque) (tierra ubérrima en “comunistas”, donde se cosechan como tomates), una vez anotadas las militancias políticas de los procesados, surge el siguiente balance, por este orden: PSOE (432), UGT (260), CNT (139), PCE (138), IR (67), JSU (59), JS (45), Izquierdistas (160), Marxistas (62), UR (6).[23]

        Conclusión: que los “comunistas”, justo al acabar la guerra, ocupan el cuarto lugar en las militancias políticas. Y estamos hablando de Córdoba, la “casa madre” del obrerismo. Por tanto, el bolchevismo aparecía menos extendido de lo que sospechan Chaves Nogales, Muñoz Molina y Trapiello. Además, se ve aquí que existía la habitual pluralidad republicana, que no era bipartidismo, que Chaves Nogales podía haber elegido al menos entre diez partidos de izquierdas.

        Este fantasma del “síndrome comunista”, motivó, por ejemplo, un lapsus televisivo que hace un año se pudo ver con estupor. En las noticias del “Canal Cuatro” entró en directo una corresponsal de Álava, que hablaba de fusilados del “bando comunista” en el pueblo de Etxagen, que enterraron cerca de la iglesia, y no en el cementerio, porque eran “comunistas”, y no católicos. La locutora hablaba con desparpajo del “bando nacional” y del “bando comunista”.[24] A estos ridículos contribuyen malos “maestros” de opinión, como éstos de la “tercera España”, que en vez de formar, deforman la opinión pública.  

        Volvamos a los datos históricos verificables, esta vez el de los comisarios sometidos a consejo de guerra en los citados partidos judiciales de Córdoba, en la posguerra. Aquí, en el tema de los comisarios, según el tópico, sería ubérrimo: “comunistas” a montones. En el mismo estudio constan como comisarios el siguiente número, y con la siguiente militancia política: PCE (8), PSOE (7), CNT (6), JSU (6), JS (3), Izquierdistas (6), Marxistas (2). Es decir, de 38 comisarios que constan en los consejos de guerra de cuatro partidos judiciales, sólo 8 son “comunistas”, sólo el 21 %.[25]

        Por tanto, todo huele a podrido (“putrefacto” decía García Lorca) en esta verbena de la “tercera España”, dedicada a ensalzar, al contrario que Bertolt Brecht, a los apáticos, a los asustadizos, a los que nunca echaron un pie al frente, a los que supieron nadar y guardar la ropa,  a los descomprometidos, a los desideologizados, a los que no saben mezclarse con la multitud, como en el poema “En la plaza”, de Vicente Aleixandre… Los “terceristas” son conductores de bueyes, no de toros.

        En resumidas cuentas, para Muñoz Molina, Trapiello y sus crédulos, todo el bagaje de la “tercera España” se condensa así: les apesta la II República, abominan del pasado, desprecian la memoria histórica y sólo les atrae el espejismo del presente o la falacia del progreso. Posiciones parecidas hallamos en el pre-fascismo italiano, cuando Marinetti, luego mimado por Mussolini, se declaraba, hacia 1910, contra la obsesión por el pasado y contra el pasadismo. Así pues, todos los anti-pasadistas y presentistas se convierten en afluentes del mismo río… ¿Cómo terminará el pensamiento light de la “tercera España”

Tenemos por delante un auténtico “gamberrismo historiográfico”. No les importa la historia, sino apedrearla. Escriben sobre temas que no les cuadran. Jorge Martínez Reverte acaba de poner en solfa a los brigadistas internacionales, con un título “epatante”: Guerreros y traidores. Por cierto, uno de los mejores documentales sobre los interbrigadistas es España, última esperanza, de Karin Helml (Austria, 2006), y no el documental de Javier Rioyo, que planteó una tesis errónea. Por otra parte, el inglés Mathews apedrea a los combatientes de la República con otro libro: Soldados a la fuerza, que en realidad es una perogrullada: nadie va a la guerra por gusto.  El mismo tema inspira a Muñoz Molina un articulito absolutamente banal: “Guerreros desganados” (El País, 13-10-2012). En cuanto al inglés James Mathews, con su libro Soldados a la fuerza, nos da otra dosis de “tercera España”. Para empezar, en todas las guerras del mundo ha habido “soldados a la fuerza”. Es una obviedad universal. 

Después, habla del “bando republicano”, ¿todavía no se han enterado por ahí de que un Gobierno nunca es un “bando”? A “los otros” los llama siempre “los nacionales”. Y, para más inri, se interesa por la “tercera España”, la que no quería ir a la guerra, cuando en realidad, nadie va gustoso a una guerra, salvo los cabecillas que la han provocado. Incurre en bastantes errores, como éste: “Desde el principio, tanto los nacionales como la República, iniciaron la recluta de soldados de reemplazo”.[26] Pues no, al principio no. La República se nutrió en los primeros meses del voluntariado (además de militares profesionales): los célebres batallones de milicias, columnas, el V Regimiento, etc. Y añade: “El Ejército de la República tardó un año en tener cara y ojos”. Aquí yerra mucho Mathews, porque desde febrero de 1937, el Ejército leal, al medio año, ya estaba formado para parar a los franquistas en la batalla del Jarama (6-27 febrero, 1937), para derrotarlos abiertamente en Guadalajara (8-23 marzo, 1937) y para volverlos a derrotar en Pozoblanco (23 de marzo y todo el mes de abril, 1937). Luego vendría Brunete, etc. 

Además, los franquistas habían sido parados en seco a las puertas de Madrid (7 noviembre, 1936), y en el frente de Lopera-Porcuna (fin de año, 1936). Sólo un ruego final: deje ya ese tópico (para evitar que una mentira repetida mil veces se convierta en una verdad) y esa falacia de que “el ‘bando’ republicano (otra vez el ‘bando’)… adolecía de la unidad y la fortaleza de los sublevados…”. La fortaleza de Franco consistía en algo muy obvio: los Regulares y la Legión, primero, más las unidades legionarias italianas (el doble que los brigadistas internacionales) y el material de guerra abrumador y personal técnico y ayuda de todo tipo prestada por Hitler. Además, la gran labor de boicot anti-republicano prestada por Inglaterra. Esta era la “fortaleza” de Franco, la “fortaleza” que le venía de fuera.

        Fueron miles y miles los que no actuaron como Chaves Nogales. Presentaron cara y se auto-inmolaron ante el avasallamiento de Roma-Berlín-Burgos. Perdieron, pero salvaron la dignidad de los momentos graves. Los valores que defendieron son los que se disfrutan ahora. A los que manchan la lucha de los combatientes, Max Aub les dejó escrita una proclama salida del alma, estremecedora, pero sobre todo auténtica, humanamente auténtica, ante la que ese invento de la “tercera España” queda en ridículo:

        “Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar… hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca, pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos… cada uno a su manera, como han podido…”.

            Max Aub (Puerto de Alicante. Campo de los almendros).[27]

        Nunca los “terceristas” han marcado ni marcarán el rumbo de la historia, ni los timoratos, sino los que supieron dar un paso al frente. No existe destino más triste que el de aquellos que pasaron por esta vida sin hacer nada positivo ni negativo, los que pasaron por la historia como simples figurantes. La actual corriente del descompromiso y la desideologización nunca dará fruto alguno. A estos figurantes de la sociedad ya los vio así el gran Dante, en su Divina Comedia, donde sitúa en el primer círculo del Infierno a los que no se han comprometido en nada en la vida… “no hicieron nada digno de alabanza ni de censura, de los cuales no vale la pena hablar… Non ragioniam di lor, ma guarda e passa” (“No hablemos de ellos, sino mira y pasa”) (Comedia, III, 51).

        Hoy está de moda banalizar la historia. Otros dieron ejemplo de lo contrario, incluso los literatos de altura también han respetado la historia. Galdós escribió sobre España, no sobre la “tercera España”, sino sobre la única España, con sus luces y sus sombras, con sus valientes, con sus cobardes y con sus traidores. Ni la pluma de Galdós ni la de Marsé, Benet y tantos otros, incluida también Almudena Grandes, han falseado la historia. La literatura y la historia falseadas, alguna vez serán llamadas a capítulo y se les pedirán responsabilidades, según la inspiración de Bertolt Brecht: 

Aquellos que se sentaron en sillas de oro para escribir

serán interrogados…

Literaturas enteras,

escritas en selectas expresiones,

serán investigadas…

Pero a la vez serán ensalzados

los que en el suelo se sentaban para escribir,

los que se unieron a los de abajo,

los que se unieron a los combatientes.

Y los que informaron de los sufrimientos de los de abajo,

los que informaron de los hechos de los combatientes…[28] 

        La posmodernidad está demoliendo la antigua profundidad de pensamiento con un enjambre de termitas, que anidan en la sociedad de consumo y se multiplican en los contenidos prêt-à-porter, en la falta de estudio y de reflexión de un mundo aventado por el estrés y por los valores exclusivos economicistas. Todo es hoy banal en un Occidente que fraguaron, con su pensamiento reposado, Grecia y Roma. Sobre la nueva peste de la posmodernidad ha escrito, por ejemplo, el ensayista italiano Roberto Cotroneo se ha referido a los que “escriben sólo para ellos mismos… Hoy nadie cuenta nada… Todo es insignificante. Todo es minimalismo… La literatura y la edición se han convertido en el último recurso para esconder abismos, mediocridad, cálculos mezquinos… Se ha superado todo límite, se ha llegado a la posestupidez…”.[29 

        A veces, es muy difícil discernir la raya que separa el antes citado “tercerismo” de la contra-memoria. A comienzos de otoño de 2013 se ha difundido una entrevista con el joven historiador Javier Rodrigo. Es un autor que empezó con un interesante trabajo sobre los campos de concentración. Pero ahora, hete aquí que Javier Rodrigo “se ha caído del caballo” y nos lanza esta pulla: Que él lo está pensando mucho y que “hay que derribar ahora el mito del buen revolucionario” y desechar de la historia “las categorías morales (buenos/malos)”. Y redondea con esto: que en Madrid “se asesinó al 6’8/1000 –creo- de la población”. Ya nos dirá de qué maestro ha tomado esa cifra. Ahora desembarca Javier Rodrigo con el “novedoso” tema del terror rojo en Madrid. Resulta que, cuando todavía no hemos acabado de estudiar el terror azul en Madrid, salvo el libro ya clásico de Mirta Núñez, he aquí que Javier Rodrigo vuelve al terror rojo. Tal vez siga orientaciones de Santos Juliá o de Julius Ruiz, dedicado éste último, tiempo ha, a empapelar Madrid con los legajos de la Causa General.[30] Un trabajo repetitivo, porque desde el libro de Casas de la Vega, los datos de Madrid ya los sabíamos: 8.815.[31] Ese fue el terror rojo, que por cierto no llega ni a superar el terror azul en Córdoba, con un mínimo de 12.585 asesinados. En Sevilla, un mínimo de 14.018, etc., etc. Badajoz, Zaragoza, Sevilla, Córdoba, Granada,… todas estas capitales presentan, una por una, cifras superiores a Madrid. Y de toda esta catástrofe no se ha ocupado nunca, que yo sepa, el señor Rodrigo. Nos falta mucho para meter en la historia el terror azul, sin soslayar el acta, por supuesto, del ya conocido terror rojo. Y en cuanto a sus anatematizadas “categorías morales” en la historia, siempre impregnarán la historia, entre otras razones, porque la historia es una “ciencia social”, además de una “disciplina humanística”, y porque la historia conlleva un sentido docente sobre la sociedad (magistra vitae). Por ejemplo, un historiador es un “luchador contra el olvido”. Este objetivo es una categoría moral. Oigamos a Heródoto, el padre de la historia, que comienza así su magna obra (Historias): “Heródoto de Halicarnaso presenta aquí los resultados de su investigación, para que el tiempo no abata el recuerdo de las acciones humanas y que las grandes empresas acometidas, ya por los griegos, ya por los bárbaros, no caigan en el olvido”. Pues ahí está: categorías morales, en pro del recuerdo y en contra del olvido.  

        El ejercicio de la contra-memoria (con los habituales ingredientes de negacionismo) aparece ya sin tapujos en Julius Ruiz, un inglés de origen español, que enseña en Edimburgo. En enero de 2012 presentó su “novedosa” obra El terror rojo en algún medio de Madrid, aunque sólo figura en el medio virtual Periodista digital [32], presentando su último libro, El terror rojo[33], sobre todo en Madrid, cuando en Madrid apenas hemos comenzado a estudiar el terror azul (Sólo contamos con la obra de Mirta Núñez[34]), y aparece Julius Ruis con otra de “rojos”, tema ya supertrillado en la capital de España, desde el Madrid, de corte a checa hasta la obra del general Rafael Casas de la Vega[35] (hijo de un sargento asesinado en Paracuellos), la ingente obra de Javier Cervera[36] y la obra de Ian Gibson[37]. Y con todo esto detrás, Julius Ruiz nos trae otra de “rojos”, a partir del gran plato fuerte de la Causa General, que fue subida a la red por la Administración, el único documento –franquista, curiosamente- que ha tenido ese honor. 

    Lo que ocurre es que la Causa General es un documento muy  manoseado. Los primeros que lo consultaron, en 1981, fueron Gibson y Alberto Reig. En mis manos cayó en 1983, hace 30 años. La originalidad de la fuente brilla por su ausencia. Además, el señor Julius deberá saber que no es un documento imparcial, sino un “documento de parte”, es decir, sectario. Que no es un proceso terminado, ni con pruebas, ni con testigos de descargo, ni nada que se le parezca, sino que es un “documento acusatorio” franquista. Debería llamarse Denuncia General.

En la citada entrevista virtual en Periodista Digital, el consultor puede escuchar errores de bulto. Uno, que “la II República no fue una democracia”. Tenemos aquí a otro lapidador de la II República, como algunos que la tachan de “revolucionaria”. Lo cierto es que fue “reformista” (Sólo en el 1º bienio); “revolucionaria”, no, a no ser que a  la España de 1977 la llamemos también “revolucionaria”.[38] En España, las derechas han llamado siempre revolucionaria o violenta a cualquier cosa. 

Volviendo a Julius Ruiz, añade en la citada entrevista que en Madrid, la quinta columna actuaba algo así como una ONG… que los que mataban en Madrid eran… ¡los socialistas de Indalecio Prieto! Y el mayor dislate: que el terror franquista de 1936 descendió drásticamente cuando Franco accedió, el 1 de octubre de 1936, a la jefatura del Estado. Esto no lo ha afirmado nadie nunca en España, ni siquiera Ricardo de la Cierva. En la reciente obra En el combate por la historia se dejan en evidencia las inconsistencias y debilidades de las líneas de trabajo del Julius Ruiz.[39]

Por último, una de sus erráticas teorías dice que el año 1941 fue un “año de inflexión” en la represión franquista. Completamente falso. Ese año, por ejemplo en Córdoba (y en todas las capitales ocupadas en 1939), los fusilamientos fueron masivos. Y fue también el año del gran exterminio por hambre en las cárceles franquistas, el año de la máxima mortandad. Ese año la represión tuvo un repunte a raíz de la Ley de Seguridad del Estado, de 29 de marzo de 1941, que aumentaba el terror y los supuestos de pena de muerte, de modo que volvió la aplicación de la “ley de fugas” (en receso desde 1939). Ya echamos en falta a Reig Tapia, para inspirarse al estilo de su célebre Anti-Moa[40].

En mis libros se podrá comprobar la brutalidad represiva de 1941, en muchos pueblos y en la prisión de Córdoba (y en las de España entera), año en el que la mortandad carcelaria llegó al máximo. Curiosamente, 1941 también fue el año de la gran mortandad en los campos de exterminio nazis (Mauthausen, por ejemplo). Descendió en 1942, porque el mando nazi, igual que el franquista, dejaron de dar prioridad a la eliminación física y prefirieron el trabajo esclavo. Con todo, los desenfoques históricos de Julius Ruiz en alguna otra fuente no dejan de causar estupor, por ejemplo, cuando ha escrito que “La justicia de Franco… no debería diferenciarse de su homóloga republicana”.[41] ¡Aquí está otra vez la falacia de la equiparación o igualitarismo! Falacia que crece a la sombra del neo-conservadurismo y de otras hierbas, como la “tercera España”.

 En mi libro de 2008 he negado el mito de la España caótica del Frente Popular.  En ello incide otro inglés (no de origen español), Sir Peter Chalmers, que en 1936 vivía en Málaga.[42] Según este testigo de la vida española, “… había normalidad en las calles… la gente paseaba por el vecindario en coche o a pie, visitándose unos a otros para almorzar, merendar o cenar… nosotros, los ingleses de Málaga, no sabíamos nada de lo que estaba ocurriendo (la conspiración), y la temporada se prometía animada… recorríamos algunas millas para darnos un baño por las tardes y dábamos largos paseos por las mañanas… Pasamos un día o dos en Granada y visitamos Ronda y Antequera. Estoy seguro de que, si hubiera habido algún tipo de disturbio, tanto él como yo lo hubiéramos advertido… La posibilidad de una insurrección que desembocara en una guerra civil no nos cabía en la cabeza”. Pero al cuartel, al casino y a la sacristía, sí que le cabía en la cabeza. Aclaro que estas observaciones se escribieron con inmediatez a los hechos, en 1938.

Los mitos y  las falacias sobre la guerra civil campan a sus anchas en España. El virus del negacionismo, también. La publicación de la obra de Paul Preston, El holocausto español[43], y la mía sobre El genocidio franquista[44], han causado cierto revuelo terminológico entre algunos académicos, unos a favor y otros en contra, de tal manera que se le ha dedicado al tema nada menos que un número entero (núm. 10, 2012) de la revista virtual Hispania Nova, salpicando también a otras revistas académicas como la Revista de Historia Contemporánea, de la Universidad del País Vasco. 

        De la Universidad de Santiago de Compostela llama la atención un artículo de Antonio Míguez Macho en Hispania Nova. Míguez (que en el artículo de Madrid, no en el del País Vasco, presenta buena teoría del negacionismo), sin embargo, estropea un fruto parcial con una boutade para espantar al más amodorrado. Abre fuego con esta genialidad: “El discurso del antifranquismo… ha sido particularmente perturbador… (con) el nefasto resultado de una sarta de tópicos… (y anulando) las posibilidades de comparación”.[45] Esto, dicho así, es una burrada, en voz activa, o pasiva o perifrástica. Lo que ha sido perturbador en la historia reciente ha sido “el discurso franquista”, omnipresente, y no el “antifranquista”. Él mismo, curándose en salud, ya advierte de su intención “provocadora”. Pues lo ha conseguido. 

    Tampoco añore demasiado Antonio Míguez las posibilidades de comparación… ¿Dónde quiere comparar? En Europa nadie sabe nada del “caso español”; sólo se habla del “caso judío”, a lo cual, y no a España, se refiere casi toda la bibliografía extranjera. La prueba es que Míguez sólo puede hallar algo comparativo en algunos países del Cono Sur americano. En su artículo, ese tsunami de bibliografía angloamericana es un tanto inútil, porque del genocidio franquista sólo se sabe (o se debía saber) en España. En el extranjero, España no existe. Sin embargo, Míguez no cita una buena bibliografía surgida entre nosotros, la que más ha enriquecido el conocimiento de la verdad: las monografías provinciales y locales, los libros de memorias de los supervivientes y esa gran novedad de la cincuentena de documentales rodados en los últimos quince años.

        La discusión bizantina de los “holocaustos” y los “genocidios” le ha dado mucha materia a Antonio Míguez, porque ha enviado otro artículo similar a la Revista de Historia Contemporánea[46], del País Vasco. El señor Míguez, en sus trabajos no se presenta con modestia, sino a lo grande, sobrado y perdonavidas. Acusa de “falta de reflexión conceptual” a buena parte de las historias de la “represión franquista”. Sólo él posee ese alto nivel. También acusa de “ausencia de cualquier atisbo de perspectiva comparada”, que mirándolo bien, en este artículo no se traduce en ninguna otra cosa, a no ser la consabida referencia al genocidio armenio, y a varios países del Cono Sur americano, que aprobaron leyes de “punto final” y luego se crearon “comisiones de la verdad”. Algo bastante sabido, pero para él un grueso peñasco que tirarnos a la cabeza. Sobre la “memoria histórica”, he aquí nueva perla cultivada, al decir que sobre este tema “los debates entre historiadores han tenido en ocasiones mucho más de político y/o personal entre ‘viejos conocidos’…”, lo cual no deja de ser una chorrada como la copa de un pino.

        Este profesor, desde su turris veritatis, suelta a continuación otra buena provocación: “El concepto de genocidio no se ha empleado apenas, aplicado al caso español, salvo de un modo acrítico y militante”. Y me cita (subrayado mío). Muy bien. ¿Qué sabe el señor Míguez de “genocidio”, críticamente, a no ser los “ocho estadios” de Stanton, que tienen una docena de entradas en Google? Y luego atiza con la “militancia”, el anatema, la excomunión… ¿qué es la “militancia”? Si es la ideología, todo el mundo tiene ideología, sin excepción, incluso el señor Míguez. Y todo el mundo “milita” en cosas, en “inquietudes”, en proyectos, en ideales, salvo los tontos de capirote, los necios y los bobos. ¿En qué “milita” el señor Míguez? Muchos académicos militan en la promoción personal, en sus ambiciones profesionales, o militan al imperativo de los currículum, o bien pueden militar al dictado de los baremos de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación. 

    Tanto es así que muchos se matan redactando artículos plúmbeos, con todo derroche de bibliografía extranjerizante, que es la que puntúa para la ANECA, siendo las cosas de tal manera que cualquier articulillo de tres al cuarto puntúa más que la publicación de todo un libro. Pues bien, todavía no he escrito yo una línea al dictado de nadie, ni de baremos, ni de curriculum, ni de anecas. Lo importante de todo intelectual es que milite en la República de las letras, que sea coherente consigo mismo y no se venda a ningún postor. El título de mi libro de 2008 estuvo asesorado por personas de valía. Y en mi libro Los desaparecidos de Franco se presenta todo un tratado de lo que es “genocidio” y demás crímenes internacionales.

        Sobre el artículo de Míguez Macho en la RHC (País Vasco), que titula: “Práctica genocida en España…”, hay que matizar algo más. Tenía yo curiosidad en los casos de genocidio que él considera en España. Sólo hace una referencia vaga a Badajoz y al general Yagüe. Muy tópico y poca cosa. Quedamos sin saber cuáles son los genocidios de España. Muy al contrario, se extiende en el conocido caso armenio, y luego tres alusiones a Chile, Argentina y Guatemala... Con lo rompedor que empieza el autor, esperábamos, al menos, la cita de una veintena de masacres, en la guerra y en la represión franquista, a ver qué calificación genocida recibían. La expectativa queda “interrupta”. Nos tenemos que contentar al final con una exégesis de la Ley de Amnistía de 1977. Y todo este “parto de los montes”, para vapulearnos por nuestro uso “acrítico y militante” del término genocidio. 

        Que las cosas andan revueltas sin remedio en el campo de la historia, sobre el tema de la guerra civil, sempiterna piedra de escándalo, es algo incuestionable, con la excepción de los grandes maestros que esparcen algo de luz. De nuevo encontramos sobresaltos en la citada revista virtual Hispania Nova, con un artículo de Julio Ponce, de la Universidad de Sevilla[47], con todo un “perlario” inaceptable. Ponce aparece transfigurado, en su turris eburnea, revestido de elitismo, reiterando que escribe para “el conjunto del gremio”, para “la comunicación fluida en círculos académicos”, lo que él llama “la profesión”. Se equivoca. El historiador no debe escribir para el “gremio”, sino para la sociedad. La endogamia es estéril. Proclama luego el autor el “rigor conceptual”, y todo lo demás es “utilización acrítica”, “uso lego” y todo el mundo está en el error, sin caer en la cuenta de que, en el tema de la represión, el “lego” es él. Anuncia novísimas distinciones entre “conceptos históricos y categorías morales”, pero de éstas no dice apenas nada. De golpe militar, concepto riguroso, ni una palabra.

        La almendra mística del mensaje de Ponce es el uso restrictivo de los términos holocausto, genocidio y exterminio. En cambio, para explicar el tercero y concluir que el franquismo no tuvo voluntad de exterminio, entonces recurre al uso “amplio” de exterminio, refiriéndose al “exterminio total”, que todo el mundo sabe que el exterminio total no se dio ni en Mauthausen. Pero a Ponce no le interesa ahora el uso restrictivo del término, y se place en ignorar la teoría del “exterminio suficiente”, que fue lo que ocurrió. Franco mató todo aquello que consideró necesario matar, y mató sin ningún miramiento a nada ni a nadie. Ponce incurre en una nueva contradicción. Se queja de que el análisis habitual de la represión franquista se centra en la eliminación física y no en otros muchos aspectos (represión económica, trabajo esclavo, etc.), cosa que es incompleta, porque todos hemos atendido siempre a todos los aspectos, lo que demuestra que nos ha leído poco, salvo a Julius Ruiz. Sin embargo, cuando quiere argumentar sobre la “inflexión” de la represión franquista, entonces sí que le interesa argumentar sólo con la “eliminación física”, haciendo ver (con Julius Ruiz) que las ejecuciones caen en picado en 1941, lo cual es absolutamente matizable, como he sostenido antes.

        Julio Ponce abre el telón de su artículo, muy poco seguro de su espectáculo, precaviéndose de los posibles “ataques ad hominem”. Temor injustificado, si dispusiera de sabias conclusiones. No tema. Sólo se puede encontrar con “argumentos ad errorem”. En su caso, no nos interesa el homo, sino el error magnus. Para empezar, se le ocurre el siguiente dislate: “Diríase que el legítimo compromiso político de algunos historiadores, en su calidad de ciudadanos, ha invalidado, en ocasiones de forma preocupante, su tarea profesional”. ¡Otra vez el síndrome de las “militancias”! Y además no viene a cuento. Y resulta impropio para comenzar, como dice, un artículo “científico”. El problema de las ideologías para Julio Ponce es que las ideologías de los demás no coinciden con la suya. Ya se ha dicho antes: ideología tiene todo el mundo, hasta los gatos de Blas Piñar. Y el señor Ponce tiene su ideología, que por supuesto queda clarísima en su artículo. 

    Existen muchas “militancias” en el mundo académico, al dictado de las cuales se escriben muchos artículos (historia “de circunstancias”), es decir, escribir por escribir, para rellenar el curriculum, para ascender escalafón o al dictado de la ANECA, calificadora y acreditadora del profesorado… ¿En qué “milita” el señor Ponce? Como dije más arriba, lo importante para una labor intelectual decente es ser coherente consigo misma, y no prostituirse ante el becerro de oro. ¿Se puede descalificar la obra de Fr. Luis de León por su compromiso religioso? ¿O la de Pablo Neruda por su compromiso político? ¿O la de Alberti? Hablar con ligereza puede llevar a callejones sin salida.

        Por una parte, denuncia “el énfasis desproporcionado que en ocasiones parece ponerse sobre los aspectos represivos”, y por otra, defiende que “es la hora de estudiar la represión sobre los vivos”. Veo que nos lee poco el señor Ponce, porque en todos nuestros estudios represivos, además de los muertos, hemos estudiado siempre la represión sobre los supervivientes (“Un río de sangre para los muertos; un río de lágrimas para los vivos”). Sobre el tema ya hay cierta buena bibliografía en España, no excesiva, pero suficiente, para “entrar en calor”.[48] Pero el señor Ponce se ha buscado a Julius Ruiz como padre espiritual. En su artículo, su “rigor terminológico” tiene fallos. Dice que Franco concedió muchas “amnistías”. Corrijamos: concedió “indultos”, pero no “amnistías”.

        Cuando el señor Ponce trata de decir algo sobre el concepto de genocidio y su génesis histórica, de ésta apenas concreta nada y hace caso omiso de toda la evolución del concepto en asambleas internacionales o convenciones de Ginebra, Londres, Nuremberg o la ONU. Sólo nos trae a colación un articulito de 2009, de un negacionista, un irrelevante filósofo lituano, Leónidas Donskis[49], muy conocido en su casa, que sólo admite el genocidio en caso de exterminio total de un grupo, de abuelos a nietos, como si los vándalos no dejaran títere con cabeza desde Irún a Algeciras. Ni en Mauthausen se llegó a tanto. Por otra parte, se observa que la querencia de Julio Ponce no es la represión franquista, sino el “terror rojo” en Madrid. Nos advierte que ningún historiador se puede considerar tal si no conoce la importantísima obra del Cónsul noruego en el Madrid republicano, Félix Schlayer[50]. Pero no cita a otros que han escrito sobre el tema. Tampoco, a Mirta Ñúñez.

        Julio Ponce se muestra muy cansado con la cuestión de la represión franquista: “La cuestión es si va a prevalecer ese sesgo en nuestra historiografía. Y creemos que no, al menos por mucho tiempo…”. Entonces, ¿Para qué escribe sobre este tema, que no es el suyo? “Si las uvas le levantan sarpullido, por qué se empeña a ir a la viña”.

        La ideología del señor Ponce, de la que tanto acusa a los demás, se le ha escapado por varios poros. He aquí una muestra de sus afirmaciones: “una guerra civil y una posguerra en las que el asesinato impune (o las ejecuciones tras un proceso cuestionable) se cobró las vidas de miles de personas (que, a su vez, podían ser inocentes o haber cometidos delitos)”... Y esta otra: “Tras años de investigaciones sobre la represión franquista centrados en el recuento de asesinados y ejecutados…” (subrayados míos).

        Aquí entramos ya en gruesos despropósitos. Hacía tiempo que no me topaba con insidias malévolas como éstas. Primero, a los consejos de guerra franquistas los denomina solamente “proceso cuestionable”… ¿Sólo cuestionable? ¿No piensa el señor Ponce que se queda escandalosamente corto, cuando por todas partes estos juicios se han considerado “farsas”, por carencia total y absoluta de garantías? Aquí, la tendencia a la edulcoración le vence.

        La distinción entre “asesinados” y “ejecutados” es sorprendente. Los “ejecutados” son los que han pasado por las farsas de los consejos de guerra. Pero si éstos no son “asesinados”, es que Julio Ponce da plena validez y legitimidad a la legislación represiva franquista surgida de un golpe militar, término que no aparece nunca en su escrito.

        Que en muchos de los “ejecutados” presuponga la comisión de “delitos”, esto sólo se encuentra en la amplísima literatura represiva del Régimen, que tanto en guerra como en posguerra consideró a sus víctimas como “reos de delitos comunes”, tanto para consumo interno como para explicaciones ante algunos organismos internacionales. Tan reaccionaria es esta posición que sólo recuerdo haberla leído en la obra del cura integrista A. D. Martín Rubio. Fue el gran camuflaje y la gran manipulación del franquismo: hacer creer dentro y fuera de España que los “ejecutados” lo eran por ser “criminales”, incluyendo el caso de la guerrilla (“bandoleros” y “forajidos”). Por todo ello, la ideología del señor Ponce se colige meridianamente de cuanto escribe. Es impertinente, por tanto, que hable de la “militancia” de los demás.  

        Finalmente, Julio Ponce ha unido su suerte a la de Julius Ruiz. De éste toma, entre otras, una conclusión que es rotundamente falsa: 3) “Que las cifras y su evolución cronológica indican que la construcción del Nuevo Estado (1-10-36) dio lugar, no a un aumento de las ejecuciones, sino, antes al contrario, a su disminución”. Pero… ¿saben estos dos cómo se mataba en Málaga en febrero de 1937? ¿Y cómo se mataba en La Serena pacense en el verano de 1938? ¿Y cómo fusilaba prisioneros el general Varela en su camino hacia Madrid, en todo octubre de 1936, por todos los pueblos de Toledo y Madrid? Las demás columnas convergentes hacían lo mismo, de tal manera que el jesuita P. Huidobro, capellán de Legión, se sintió alarmado ante tanta barbarie. ¿Y la aplicación de la “ley de fugas” en 1941? ¿Y lo ocurrido en el “trienio del terror” (1947-1949), época dorada de la “ley de fugas”, que dejó a quince centenares de familias –personal civil- en las cunetas y en los caminos, 160 en Córdoba, el Pozu Funeres, de Asturias… Sierra de Sevilla, Nerja, Morella…Galicia…? En fin, ambos Julios, hay que estudiar un poquito más. 

Alberto Reig Tapia ha sabido terciar en este disenso con su artículo “Paul Preston y el holocausto español”[51]. Por supuesto, coincidimos en que las falacias de la “neutralidad”, la “equidistancia”, el “objetivismo a ultranza”, la “equiparación” y el “reparto paritario” de culpas y responsabilidades, son todo mitos y espantajos creados por los vencedores y sus herederos. La neutralidad es una hipocresía, incluso una inmoralidad, porque no se puede ser neutrales entre violadores y violadas, entre terroristas y víctimas, entre golpistas y demócratas... entre fascismo y democracia… En cuanto a la “equidistancia” consiste, en la práctica, en estar más cerca de un lado que del otro. El objetivismo a ultranza es la posición más ideologizada que existe, a fin de que la historia no imparta “veredicto”, o no se hable mal del agresor. La derecha siempre tacha a la izquierda de que “no es objetiva”; la derecha, sí se considera objetiva per se. La izquierda no es objetiva en aquello que no conviene a la derecha.

La teoría de la “equiparación” dice que “todos fueron iguales”, y es el pseudo-discurso que ha salido de la Transición. Es la teoría (exculpatoria) defendida por los herederos de los vencedores, pero rechazada por los herederos de los vencidos (salvo algunos desorientados). El “todos fueron iguales” es radicalmente falso, y en las páginas de este libro quedará, evidente, el acta notarial de lo ocurrido. Esta falsa teoría se llama también “reparto paritario de responsabilidades”, que es una genial falacia salomónica. Otra versión de lo mismo es el mito de Todos fuimos culpables. Unos, tal vez un poco; otros, muchísimo. Uno de los seguidores de estas teorías de la componenda y de mezclar churras con merinas es Ricardo García Cárcel, cuando habla del “principio de la asunción de una responsabilidad común de todos los españoles”, lo cual ni responde a la realidad ni es defendible ni obedece al mínimo rigor histórico. Esto será moralina, pero no historia.[52]

Los estragos de la “ideología” y del “chaqueteo mental” (esto es mío) los visualiza Alberto Reig con dos citas de Jorge M. Reverte. En 2008 escribía, entonces con acierto, que “Hay un amplio consenso entre los historiadores serios sobre el carácter esencialmente exterminador del movimiento rebelde…”[53]. Eran los tiempos de la “memoria histórica”. Pero en 2011, el señor Reverte se cayó del caballo, escribiendo a otro sol que calentaba mejor: “Lo que Preston no demuestra es que hubiese un holocausto; ni siquiera que hubiera una intención programática de exterminar”[54]. ¿En qué quedamos? En 2008 sí había exterminio (“según los historiadores serios”), pero en 2011 ya no hay exterminio (¿según los historiadores necios?). La única novedad fue que en 2011 ya soplaban los vientos de la “contra-memoria”, de la “tercera España” y otras pamplinas, con profusión de romerías mentales, entre ellas la de Julius Ruiz. Ciertamente, el terreno de la historia se ha convertido en la “Viña del tío Benito”; o mejor, en el “patio de Monipodio”, o en el “corral de La Pacheca”.

Alberto Reig, en su artículo citado, exponente claro de la gran verbena nacional, de las fobias y los demonios atávicos del discurso tridentino, donde malcomen (“comida basura”) los que pretenden dirigir, desde 1936, las cenizas de la Cruzada: “Antes, la confrontación historiográfica parecía centrarse en el número de víctimas y las diferencias cualitativas entre ambas represiones; ahora parece haberse producido un nuevo desplazamiento hacia las cuestiones terminológicas, que parecían más o menos sustanciadas (holocausto, no; masacre, sí; genocidio, no; gran matanza, sí; planificación y descontrol, no; planificación y descontrol en ambas partes, sí). Mucho costó sustituir Alzamiento Nacional  por pronunciamiento militar o golpe de Estado parcialmente fallido, o rojos por republicanos, o nacionales por franquistas, o Cruzada de liberación nacional por Guerra Civil… Bueno, pues parece que volvemos a las andadas”.

 Está claro que vivimos malos tiempos para la historia. Cuando se pondera sobre la decadencia en el terreno político socialdemócrata, muchísima culpa de la desorientación general proviene de la intelectualidad afín, la que se reclama socialdemócrata, parte de la cual ha perdido el norte (en general, la izquierda tiene la brújula sin pilas, pero no de ahora, sino por lo menos desde 1977). Walter Bernecker ha percibido esta dolencia que padecen los socialistas: “Con su ahistoricidad, la socialdemocracia española continuó la pérdida de memoria del pueblo impuesta en tiempos de Franco. En ambos casos, la marginalización y desplazamiento de la historia sirvió para estabilizar las relaciones de poder existentes” (la Transición).[55] Es más, la falta de discurso coherente de intelectuales e historiadores del entorno socialista está contribuyendo, desastrosamente, a una falta de alternativa ante el vendaval involucionista que sopla por los cuatro puntos cardinales. Diría más: el tema de la guerra y del franquismo, la socialdemocracia española lo tiene atragantado desde hace décadas: no sabe si expulsarlo por delante o por detrás. El problema de fondo es de intelectualidad orgánica. Se creó una intelectualidad constructora de reescrituras falsas y portadora de esencias artificiales, que está quedando en evidencia. Sus mitos sobre la “Transición modélica”, el “NO-pacto-de-silencio”, etc.,  simplemente se han constituido en dogmas de arena para esta intelectualidad. Dogmas y una obsesión enfermiza: el “estalinismo”. El problema de España no ha sido el estalinismo, sino el franquismo. La derecha permanente imparte su inmisericordia energúmena, y las izquierdas, su inanidad desorientada u olvidadiza. Es un alivio, sin embargo, la presencia del gran Paul Preston en el campo socialdemócrata, además de Helen Graham y alguno más.

 Con todo, es en Cataluña donde la nueva historiografía democrática mantiene el tipo de una forma mucho más coherente e inteligente: además del eminente Fontana, Vicenç Navarro, Borja de Riquer, Conxita Mir, Ricard Vinyes, Pelai Pagés, David Ginard, Hilari Raguer y varios más (sin ánimo de ser exhaustivo, siempre con mi admiración por el desaparecido Eduardo Pons Prades).

En la Universidad de Castilla-La Mancha nos consuelan personas de ideas claras, entre otras, Miguel Ángel Rodríguez Arias, que nos reconcilia con la sensatez: “Franco no sólo quería ganar la guerra, quería eliminar a cualquier sector social que pudiera dar sustento a la República española. Luego hizo lo del encubrimiento, que es típico del genocidio… Es importante que tomemos conciencia de que venimos de un genocidio negado… Es un genocidio en el que se intenta aniquilar intencionadamente a una parte de nuestro país, el grupo de defensores de la República española y luchadores antifascistas a los que se aniquiló, se robaron sus bienes y muchos tuvieron que exiliarse”.[56] 

En el seno de la socialdemocracia, Santos Juliá lanzó su non serviam célebre de 1996: “Saturados de memoria”.[57] ¡Qué inmenso error ha sido este lema! Se equivocó: estábamos saturados, no de memoria, sino de desmemoria. Vicenç Navarro replicó sobre la raíz del mal: “Lo que explica aquella amnesia fue el gran dominio de la derecha durante la transición”, e hizo ver “Los costes de la desmemoria histórica”.[58] Cuando en 2011 Santos Juliá se ha sumado a los lapidadores de la II República, las cosas se pasan ya de castaño oscuro, lanzando esta primera piedra: “durante la República, la democracia sólo tenía valor instrumental”[59]. ¿De verdad, tiene más contenido la democracia de hoy que la II República? A ver quién es el valiente que lo analiza. Pero Santos Juliá no ha cesado en su escalada de cosas insólitas. Cuando en 2010 ha negado la realidad de “los desaparecidos”, acusando de “ignorancia” al juez Garzón y sosteniendo que “la mayoría” de las víctimas pasaron por consejo de guerra[60], yerra totalmente…Es justamente lo contrario: que menos de un tercio de las víctimas pasaron por consejo de guerra. 

Cuando consideró en 2007 los crímenes de Franco como “delitos que ha habían prescrito”, cayó en el error de olvidar que existen los “crímenes contra la humanidad”, llevando la contra a toda una corriente actual internacional sobre la “justicia universal”. Santos Juliá estaba llamado a un magisterio superior y de arbitraje, en esta España quebrada por las mentiras del franquismo, pero no ha querido. En vez de  subir “a la Colina” (León Felipe), ha preferido el mundillo de las filias y de las fobias. En fin, que cada palo aguante su vela.

Es lamentable que la socialdemocracia o sus afines (las izquierdas en general no están exentas de culpas) no hayan ejercido una auténtica responsabilidad para situar nuestra historia en su verdadero lugar, para desmontar todas las falacias de la pseudo-historia franquista “atada y bien atada” y para haber formado a nuestros colegiales y a nuestros jóvenes en la historia veraz que tenían que haber conocido. Entre unos y otros nos han hecho perder para el conocimiento y para la verdad de nuestro pasado nada menos que dos generaciones de jóvenes.

Es mentira que exista la “reconciliación” en España. Y si no, observen las tertulias televisivas (u otros foros). Cuando sale, de higos a brevas, el tema de la guerra, estalla de inmediato la ciclogénesis explosiva. Ello es la mejor prueba de que en España no existe “reconciliación” de ningún tipo, porque los herederos de los vencidos no puede exponer nunca su punto de vista; y los afines a los perpetradores jamás han pedido perdón sobre nada. Las derechas no han desarrollado jamás el menor espíritu crítico sobre el 18 de julio y sus consecuencias. Por no pedir, las derechas ni siquiera han pedido nunca la reconciliación, jamás. Sólo el PCE la plateó en 1956: aquella conocida política de “reconciliación nacional”. Y ese altarcito que las derechas le guardan a Franco en el fondo de su corazón, nunca lo han desmontado ni llevado al cuarto trastero.

Dentro del capítulo de responsabilidades de la socialdemocracia con la historia, no se debe pasar por alto algún desvarío antológico del profesor José Álvarez Junco. Las más altas cátedras no eximen del error, incluso del error mayúsculo. Un día no salía yo de mi asombro ante un programa de TVE2 en 2010, emitido a la una de la madrugada, sobre tema de la guerra civil, exhumaciones, ley de memoria histórica, etc. Entre los intervinientes, Álvarez Junco, que empieza a hablar sobre el asunto de esta guisa (me he tomado la molestia de transcribirlo):

“¿Todas las víctimas del franquismo eran luchadores por la democracia? Los guerrilleros, que estaban intentando establecer un régimen estalinista, ¿luchadores por la democracia? Y los maquis, que sobreviven de una manera muy cercana a la delincuencia, o los etarras ¿son luchadores por la democracia? Los etarras o el Grapo. Era complicado el asunto. El tema de víctima podía confundirse con lo contrario (verdugo). Y otras víctimas, que no se sabía si estaban representadas por aquellos (Asociaciones) que venían a hablar en nombre de las víctimas…” (“Tengo una pregunta para mí”, TVE2, 7-10-2010).

Ya he respondido a esto con contundencia en una revista catalana[61]. Lo de mezclar los maquis con la ETA me sobrepasa. Negar la legitimidad de las Asociaciones, infumable. Lo del “estalinismo”, un cuento chino. Su visión de la guerrilla, calumniosa, y además sin el menor rigor histórico. Todo un despropósito. ¿Por qué dice estas cosas Álvarez Junco, al que conocí en Bujalance, Córdoba, a comienzos de los ochenta, con Tuñón de Lara, hablando de las agitaciones campesinas…? Un misterio que me sobrepasa.

Álvarez Junco fue el designado por el PSOE, para la redacción del preámbulo del primer borrador de la ley de memoria histórica, que hubo que tirar a la papelera, tras la rebelión de la ciudadanía y de las Asociaciones por la Memoria. Él mismo reconocía que de su borrador no quedó nada en el preámbulo definitivo de la Ley “de Memoria Histórica”, la de 2007. El hecho revela la desorientación total de la intelectualidad en cuyo magisterio deberíamos dar frutos de calidad. Lo único que siento de todo este maremágnum es que los ciudadanos pierdan el respeto a los historiadores, y con razón. Que la República de las Letras nos indulte de los crímenes de lesa inteligencia.

Hoy sólo sé una sencilla regla de tres inversa: a más investigación, menos negacionismo y viceversa. Juan Ramón Jiménez dio en el clavo: “Inteligencia, danos el nombre exacto de las cosas” (Eternidades, 1918), para que no caigamos en la confusión… Quos Zeus perdere vult, prius dementat. Al final, lo único importante es que se abra paso la verdad histórica, lo que de verdad hizo Franco en España. Recuerdo al respecto, en unas jornadas memorialistas de Sevilla, el testimonio de un rostro surcado por las arrugas de la vida, Francisca Adame, que afirmó sencillamente: “La posguerra fue mucho peor que la guerra. Lo que pasamos no lo cuentan los libros…”.[62] Los que sufrieron el golpe militar, la guerra y el franquismo exigen a los historiadores el cumplimiento de su deber la con la verdad histórica. También se me quedó grabada, en un documental sobre Auschwitz, la angustiosa petición de una madre, con su niño en brazos, cuando iban a entrar por las puertas de la cámara de gas: “¡¡Cuenten, cuenten al mundo lo que nos está pasando…!! [63]

Estas llamadas patéticas que los sufridores de la historia dirigen a los historiadores para que recojan con veracidad los hechos terribles, son las que explican la siguiente aseveración de Bertolt Brecht: “Quien no conoce la verdad es un tonto, pero quien, conociéndola, la caracteriza de mentira, es un delincuente”.[64] 

Un epílogo de esperanza

        La realidad deplorable de nuestra lucha por la historia y la memoria en la temática sobre la guerra civil española desde 1977 hasta 2022, más de cuarenta años de democracia, ha hallado una luz al final del túnel. Esa luz ha sido la muy interesante Ley 20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática, del gobierno del socialista Pedro Sánchez. Esta esperanzadora ley suple todas las deficiencias de la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, de Memoria Histórica, del también socialista José Luis Rodríguez Zapatero.

        Con la Ley de 2022 se ofrecen todas las garantías para reparar y dignificar la dignidad de las víctimas del franquismo, con 80 artículos con la materia más exhaustiva que cabía esperar. Una ley plenamente valedora de los derechos humanos de la media España aplastada por el golpe militar de 1936.

        Leer en el Art. 1.3. que Se repudia y condena el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y la posterior dictadura franquista, es algo plenamente reparador, para las víctimas y para los que tantos quebraderos de cabeza hemos sufrido en cuarenta años de lucha por la historia y la memoria.

        En el Art. 2.1. se precisa que Esta ley se fundamenta en los principios de verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición, lo cual recoge todo el argumentario de las Asociaciones memorialistas del siglo XXI.

        En el punto 2. se asegura que los poderes públicos interpretarán la presente ley de conformidad con los tratados internacionales de derechos humanos, una cuestión capital para acomodar el “caso español” a la legislación internacional.

        El punto 3. es, sencillamente, aplastante contra la cantidad de subterfugios que han utilizado los jueces para escapar a la imprescriptibilidad de los crímenes internacionales, concretamente: Todas las leyes del Estado Español, incluida la Ley 46/1977, de 15 de octubre, de Amnistía, se interpretarán y aplicarán de conformidad con el Derecho internacional convencional  y consuetudinario y, en particular, con el Derecho Internacional Humanitario, según el cual los crímenes de guerra, de lesa humanidad, genocidio y tortura tienen la consideración de imprescriptibles y no amnistiables.

        El anterior punto legal es contundente. Se acabó el pretexto de ampararse en la Ley de Amnistía, para no condenar a los criminales del franquismo. Por fin, una ley española ha dado con la clave de la justicia para las víctimas y para la historia olvida. Por fin, el amparo legal ha llegado, pero tarde, muy tarde. Cuando ya los humillados y ofendido han muerto en el oprobio. Al menos nos queda la justicia para la vida, la historia y la memoria de los muertos.           

                                            “El tiempo futuro está contenido en el tiempo

                                          pasado, de forma que la única manera de domi-

                                         nar el futuro es dominar también el pasado; de

                                         ahí que el Poder quiera siempre legislar sobre la

                                         historia, imponer una lectura de la misma y, en el

                                        más delirante y megalómano de los casos, abolirla”.                          

                                                                                   T. S. Eliot.

 

 

 



[1] Tomado del documental Tesis: Carretera de Almería (1ª Parte), disponible en la red (You Tube).

[2] Ángel Viñas (Ed.), En el combate por la historia, Pasado&Presente, Barcelona, 212, p. 24.

[3] Alberto Reig Tapia, “La pervivencia de los mitos franquistas”, en Ibidem, 912. El entrecomillado de “historietografía” es mío.

[4] Montse Armengou y Ricard Belis, en el documental Las fosas del silencio, Televisión de Catalunya, 2003, 30’. Se trata de la exhumación de una fosa en Piedrafita de Babia (León), donde hallaron 7 cadáveres, entre ellos los dos hermanos González, tíos de la declarante.

[5] Relato tomado del mismo documental, Las fosas del silencio, donde intervienen Asunción Álvarez, Isabel González y la sobrina de ésta, Clara González.

[6] Rafael Sánchez Ferlosio, Entrevista en EL PAÍS, 22 mayo de 2007.

[7] Joaquín Bosch, “Las diez cosas que deberías saber sobre los crímenes del franquismo”, Diario Público.es, Madrid, 19-10-2013.

[8] W. Oppenheimer, El País, 8 de febrero de 2007, sobre una conferencia en Londres, “Franco, un dictador de novela”, de Juan Luis Cebrián y Paul Preston.

[9] El Informe de Amnistía Internacional, de 30 de marzo de 2006, “Víctimas de la guerra civil y del Régimen franquista: El desastre de los archivos y la privatización de la verdad”, el cual detecta las deficiencias de las medidas adoptadas en relación con la conservación y el acceso de las víctimas a los archivos. Para la redacción de este informe, fui uno de los historiadores que en su día aportó información.

[10] Jorgen Semprún, declaraciones en el documental Los caminos de la memoria, de José Luis Peñafuerte, 2009, 96’.

[11] Ramón Sáez, magistrado en la Audiencia Nacional, “Los crímenes de la dictadura y la negación del acceso a la jurisdicción”, en Desapariciones forzadas, represión política y crímenes del franquismo, Trotta, Madrid, 2013, pp. 92-93. Un pequeño libro conjunto de un gran contenido.

[12] Elster, J., Rendición de cuentas. La justicia transicional en perspectiva histórica, Katz, Buenos Aires, 2006, cit. por R. Sáez.

[13] La realidad de la herencia franquista en la Justicia española ha sido materia para una extraordinaria obra de Carlos Jiménez Villarejo y Antonio Doñate Martín, Jueces, pero parciales. La pervivencia del franquismo en el poder judicial, Pasado&Presente, Barcelona, 2012.

[14] Miguel A. Rodríguez Arias, profesor de Derecho Penal en la Universidad de Castilla-La Mancha, declaraciones en el documental Esa memoria, de Dominique Gautier y Jean Ortiz, Creav Atlantique, abril de 2011.

Se puede consultar en la red a Salvador López Arnal, “Entrevista a Miguel Ángel Rodríguez Arias. Desaparecidos del franquismo, trato inhumano a las familias e impunidad”, en Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, núm. 108, 2009, pp. 133-143.

[15] Palabras de Olof Palme, en el documental El final del silencio. Mari Carmen España, de Martin Jönsson y Pontus Hjorthén, producción sueca, 2007-2008, 75’.

[16] Henry Norman Bethune, El crimen de la carretera Málaga-Almería, Caligrama, Málaga, 2007.

[17] Texto con las palabras de Pierre Vilar que se repartió durante la celebración del acto de 27 de septiembre de 1986.

[18] Francisco J. García Carrero, Manuel Gómez Cantos. Historia y memoria de un mando de la Guardia Civil, Universidad de Extremadura, 2013. Prólogo de Julián Chaves Palacios.

[19] Francisco Asensio Rubio, “Bruno Ibáñez Gálvez, de oficial de Infantería a represor”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Historia Contemporánea, t. 24, UNED, 2012, pp. 195-228.

[20] Francisco Espinosa Maestre, “Literatura e historia. En torno a Manuel Chaves Nogales y la ‘tercera España’”, en revista Pasajes, núm. 43, Universidad de Valencia, 2014, y en la pág. web de la Cátedra de la Memoria Histórica del Siglo XX, www.ucm.es/info/memorias

[21] Manuel Chaves Nogales, A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, edición de Mª Isabel Cintas Guillén, prólogo de Andrés Trapiello, Espuela de Plata, Sevilla, 2013, 324 pp.// Idem, La defensa de Madrid, edición de Mª Isabel Cintas, prólogo de Antonio Muñoz Molina, Espuela de Plata, Sevilla, 2011, 213 pp. //

Idem, La agonía de Francia, introducción de Xavier Pericay, Libros del Asteroide, Barcelona, 2010, 187 pp.

[22] Tereixa Constenla, “Los viejos reporteros nunca mueren”, El País. Cultura, 4 de mayo de 2013.

[23] Véase Antonio Barragán Moriana, Control social y responsabilidades políticas. Córdoba (1936-1945), El Páramo, Córdoba, 2009, pp. 222-223.

[24] “Canal Cuatro Noticias”, de las 14 horas, fecha 6 abril 2013, hablando con una corresponsal en Etxagen (Álava).

[25] Ibídem, pp. 242-244.

[26] James Mathews, Soldados a la fuerza, Alianza Editorial, Madrid, 2013.

[27] Con esta cita comienza Francisco Espinosa su artículo “Literatura e historia…”, citado.

[28] Bertolt Brecht, Poemas y canciones, Alianza Editorial, Madrid, 1968, “La literatura será sometida a investigación”, pp. 129-130.

[29] Entrevista con Roberto Cotroneo, en El País, Madrid, 17 de noviembre de 1991.

[30] Julius Ruiz, El terror rojo, Espasa, Madrid, 2012.

[31] Rafael Casas de la Vega, El terror. Madrid, 1936, Fénix, Madrid, 1994.

[32] Véase Youtube, Periodista Digital, 17 de enero de 2012, de Alfonso Rojo. Ahí, Julius Ruiz se despacha a gusto con una serie de afirmaciones incoherentes, erróneas e inaceptables para un historiador serio.

[33] Julius Ruiz, El terror rojo, Espasa, Madrid, 2012.

[34] Mirta Núñez Díaz-Balart, Consejo de guerra. Los fusilamientos en el Madrid de la posguerra (1939-1945), Compañía Literaria, Madrid, 1997.

[35] Rafael Casas de la Vega, El terror. Madrid 1936, Fénix, Madrid, 1994.

[36] Javier Cervera Gil, Madrid en guerra. La ciudad clandestina (1936-1939), Alianza, Madrid, 1998.

[37] Ian Gibson, Paracuellos, cómo fue, Temas de Hoy, Madrid, 1983.

[38] Hasta un profesor ignoto de provincias, Francisco M. Espino Jiménez (de la UCO, Córdoba), sin ser especialista en el tema, se permitió escandalizar al personal en una charla en Montemayor (Córdoba), el 29-11-2009), diciendo que “La II República no fue democrática, sino revolucionaria”.

[39] Ángel Viñas (Coord.) y otros, En el combate por la historia, Pasado&Presente, Barcelona, 2012, p. 929 y ss.

[40] Alberto Reig Tapia, Anti-Moa, Ediciones B, Barcelona, 2006.

[41] Julius Ruiz, “Las metanarraciones del exterminio”, Revista de Libros, Madrid, núm. 172, abril, 2011.

[42] Sir Peter Chalmers-Mitchell, Mi casa de Málaga. Memorias de un aristócrata escocés en la España republicana, Renacimiento, Sevilla, 2010, p. 129 y ss. (Primera edición inglesa, de 1937). Traducción de Andrés Arenas y Enrique Girón.

[43] Paul Preston, El holocausto español. Odio y exterminio en la guerra civil y después, Debate, Barcelona, 2011.

[44] Francisco Moreno Gómez, 1936: El genocidio franquista en Córdoba, Crítica, Barcelona, 2008.

[45] Antonio Míguez Macho, “Nuestro pasado presente: práctica genocida y franquismo”, en Hispania Nova, núm. 10, 2012.

[46] Antonio Míguez Macho, “Práctica genocida en España: Discursos, lógicas y memoria (1936-1977)”, Revista de Historia Contemporánea, núm. 45, Universidad del País Vasco.

[47] Julio Ponce Alberca, “No sólo represión. Dictadura franquista, conceptos históricos y categorías morales”, revista virtual Hispania Nova, núm. 10, 2012.

[48] Entre varias más, Juan Ortiz Villalba, Sevilla, 1936. Del golpe militar a la guerra civil, Córdoba, 1997. Francisco Espinosa Maestre, La justicia de Queipo, Crítica, Barcelona, 2005. José Mª García Márquez, Las víctimas de la represión militar en la provincia de Sevilla (1936-1963), Aconcagua, Sevilla, 2012.

[49] Leonidas Donskis, “The inflation of Genocide”, European Voice, 24-7-2009. En la red (cita de Ponce).

[50] Félix Schlayer, Matanzas en el Madrid republicano, Áltera, Barcelona, 2006.

[51] Alberto Reig Tapia, “Paul Preston y el holocausto español”, Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, Publications de l’Université de Provence, núm. 45, 2013.

[52] Ricardo García Cárcel, “Violencia azul y roja”, ABC, Madrid, 7 de mayo de 2011.

[53] Jorge M. Reverte, “Sobre la inocencia”, El País, 3 de diciembre de 2008.

[54] Jorge M. Reverte, “De holocaustos y matanzas”, El País, 11 de mayo de 2011. Reverte, que no es un historiador al uso, sino más bien un columnista, no se corta un pelo, incluso para apedrear a Ángel Viñas, coordinador de la obra En el combate por la historia, en un artículo titulado “Manual de combate”, El País, 14-4-2012. Malos tiempos, en que los segundones linchan a los líderes.

[55] Esta cita de Walter Bernecker, hispanista alemán, arrastra un poco de recorrido, desde un artículo en alemán, de 2008, citado en Moritz Krawinkel, La batalla del Jarama, entre la historia y la memoria, Entimema, Madrid, 2009, p. 76. Y yo la tomo de F. Espinosa, Violencia roja y azul, Crítica, Barcelona, 2010, p. 21.

[56] M. A. Rodríguez Arias, Entrevista en www.nuevatribuna.es, 20-02-2010. Por otra parte,  hay otra cita en Francisco Espinosa, Hispania Nova, 2010, p. 62.

[57] Santos Juliá, “Saturados de memoria”, El País, 21 de julio de 1996, p. 18.

[58] Vicenç Navarro, “Los costes de la desmemoria histórica”, El País, 16 de junio de 2001, p. 11.

[59] Santos Juliá, en una reseña bibliográfica, El Mundo, 8 de abril de 2011, citado en Francisco Espinosa, “La guerra en torno a la historia que hay que quedar”, en Hispania Nova, núm. 10, 2012.

[60] Santos Juliá, “Por la autonomía de la historia”, rev. Claves, núm. 207, noviembre de 2010, p. 13 y ss., cit. por Francisco Espinosa, Hispania Nova, núm. 10, 2012.

[61] Francisco Moreno Gómez, “Extremeños a los que el golpe militar echó al monte”, en Memoria Antifranquista del Baix Llobregat. El genocidio franquista en Extremadura, núm. 12, 2012, pp. 30-38.

[62] Testimonio de Francisca Adame, de Adamuz (Córdoba), en las Jornadas Memorialistas de Sevilla, 24 de noviembre, 2012.

[63] Se emitió esta escena en el programa “24 horas”, de TVE, el 27 de enero de 2013, pero no logré retener el título del documental.

[64] Citado en Alberto Reig Tapia, En el combate por la historia, Pasado&Presente, Barcelona, 2012, p. 935.