8/2/19

FUSILAMIENTO DE BAUTISTA GARCÉS


FUSILAMIENTO DEL DIPUTADO BAUTISTA GARCÉS

El diputado del Frente Popular por el PCE, Bautista Garcés, una de las primeras víctimas del golpe militar en Córdoba.

1936, un golpe militar contra la izquierda española, contra la población civil y contra la España democrática

 

                                         Por Francisco Moreno Gómez

 

La gran tragedia de Córdoba bajo el golpe militar de 1936 (igual que en Andalucía y en España) sobrepasa con mucho nuestra capacidad de investigación y de análisis. Aquella matanza salvaje contra la población civil es comparable a los grandes genocidios de la historia de la humanidad. No fue algo simplemente local. Fue un ataque generalizado y sangriento contra la izquierda, la clase obrera, el republicanismo… y contra la élite republicana gobernante y contra la intelectualidad y la cultura.

        La irrupción del fascismo en España en 1936 supuso en varios años la aniquilación de centenares de miles de personas: en el paredón, en las prisiones, en los campos de concentración, bajo los fusiles, el hambre, la depauperación y la exclusión, todo a gran escala, sin contar la desgracia de medio millón de exiliados

El golpe militar de Franco supuso para Córdoba provincia, en década y media, la inmolación de no menos de 15.000 personas. Córdoba capital hubo de pagar ante el ara del fascismo franquista un trágico tributo de sangre de 4.000 víctimas durante la guerra, más 684 fusilamientos en la posguerra, más 756 muertos de hambre y privaciones en la prisión provincial de la capital. En total, 5.440 en una sola ciudad, sin contar la mortandad infantil y adulta por el hambre y la exclusión.[1]

El ataque del golpe militar de 1936 contra la República democrática y constitucional empezó neutralizando, deteniendo o fusilando a las autoridades de la República (alcaldías, diputaciones, militares leales, gobernadores leales, diputados…).

El mismo 18 de julio a primera tarde fue detenido en la calle el diputado comunista Bautista Garcés Granell, del Frente Popular, y llevado después al calabozo del Cuartel de Artillería, que mandaba el coronel Ciriaco Cascajo. En la noche del 28-29 de julio lo llevaron a fusilar al cementerio de San Rafael, junto con el diputado socialista por Málaga Antonio Acuña Carballar. En los días siguientes, fueron cayendo otras muchas autoridades: el alcalde socialista Manuel Sánchez Badajoz, varios diputados más (Joaquín García Hidalgo, Luis Dorado Luque, Antonio Bujalance, Vicente Martín Romera, el alcalde de Cádiz, presidente de la Diputación, alcalde de los pueblos, médicos republicanos, intelectuales, y multitud de gentes no afectas al golpe militar). Uno de los diputados socialistas, Manuel Castro Molina, logró huir de la ciudad y salvarse. Otro eminente diputado republicano, Antonio Jaén Morente, se salvó, porque estaba en Madrid.



Bautista Garcés, durante la campaña electoral del Frente Popular, en febrero de 1936.

Bautista Garcés Granell, cuando fue fusilado en Córdoba por orden del coronel Cascajo, era, además de diputado, el secretario provincial del PCE en Córdoba, miembro del Comité Central y trabajador metalúrgico de la fábrica Electro Mecánica, donde también era dirigente sindical. El crimen dejó moralmente abatidos a todos sus familiares, con un trauma psíquico del que no se recuperaron nunca.[2] Y es que estos crímenes no sólo afectaban a la víctima directa, sino que suponían la represión indirecta de toda la familia, arrojada al hambre y al desamparo. Era la estrategia del terror expansivo, de ondas concéntricas, que empezaban en una persona y afectaban a muchas personas más. No era una represión ni un terror individual, sino colectivo.

 

Infancia y juventud de un líder obrero

 

Bautista Garcés nació en Córdoba el 14 de febrero de 1898, de padres de origen aragonés, José María Garcés y Ramona Granell, del pueblo de Frías (Teruel). Se vinieron a Córdoba, donde nacieron los hijos, a trabajar en el campo, en una finca próxima a la capital (La familia dice “la finca de unos marqueses”, que no identificamos. Los hijos fueron tres: Bautista, Enrique y Eulalia. Por tanto, se criaron trabajando en el campo, donde el padre era capataz. Cuentan las Memorias de la familia que Bautista, a los ocho años, quedó marcado por la dureza de la represión de la Guardia Civil contra los campesinos. Entraron en la finca dos muchachos, de unos 14 ó 15 años, a robar naranjas, cuando andaban por allí los guardias, que le habían ordenado hacer la comida a la Sra. Ramona. Detuvieron a los muchachos, les mandaron quitarse la camisa, los tendieron en el suelo y los azotaron hasta que brotó la sangre. Mientras se enfriaba la comida, los muchachos recibieron otra terrible paliza. Bautista quedó marcado por aquella crueldad. Con 12 años ya daba mítines a los obreros campesinos de la finca. Con 16 años fue por primera vez a la cárcel.

Bautista, con 22 años dejó el campo, y pronto trabajó como obrero metalúrgico. En su juventud perteneció a la CNT, hasta los días de la República. En 1921, con motivo de una huelga general en la provincia de Córdoba fue detenido y deportado a la provincia de Albacete.[3]

En los años de la dictadura de Primo de Rivera fue encarcelado muchas veces. Era la época de la aplicación de la “ley de fugas” en Cataluña contra los sindicalistas. Temiendo ese peligro, se cuenta en las Memorias de su hija Herminia que, cuando era detenido, pedía que le pusiesen las esposas. Le decía la policía: “No, Garcés, no hace falta. Nos fiamos de ti”. Respondía Bautista: “Ya, ya, pero a mí me ponéis las esposas”.


Bautista Garcés Granell y su esposa Francisca Castro Flores, hacia 1930.
 
En las numerosas detenciones tuvo tiempo de leer libros sobre la revolución rusa, lo cual hizo cambiar su mentalidad, de modo que en 1931, ya proclamada la República, ingresó en el Partido Comunista. Entonces ya estaba casado y habían nacido sus dos hijos: Honorio y Herminia (ésta, el 16-12-1930). A su esposa, Francisca Castro Flores, la conoció en la Electro Mecánica. Se fijó en ella, al verla protestar por algún exceso patronal. Era hija de campesinos, Antonio Castro López y Ana Flores. Ésta murió, y en segundas nupcias tuvo otros dos hijos: Manuel y Antonio Castro Bretones. Manuel fue otro gran político del PCE, que entre otros cargos dirigió el “Comité de Frente” en Córdoba, en los Batallones adheridos al 5º Regimiento.

Al empezar la República, el matrimonio Garcés-Castro vivía en el Barrio “de don Félix”. Después se trasladaron al domicilio final, en “Los Olivos Borrachos”.
 

La intransigencia patronal
contra los obreros metalúrgicos

 

En 1932 ya tenemos noticias más exactas de las luchas políticas de Bautista Garcés en la Electro Mecánica. El 15 de noviembre se declaró una huelga, en la que más de 300 metalúrgicos no aceptaron las condiciones de trabajo. Exigían mejoras de salario y de horarios. Lo primero que les ocurrió fue la detención del Comité de huelga, en el que figuraba Bautista Garcés. La huelga continuó. La patronal se mostró irreductible. El 6 de diciembre los metalúrgicos solicitaron la solidaridad de los demás gremios cordobeses, y llamaron a una huelga general de 48 horas, para el día 7, en la forma siguiente:

“A los presidentes de las Sociedades Obreras.
Córdoba, 6-XII-1932.
 
Como ya sabéis, anoche tuvimos en el Gobierno Civil una entrevista con la patronal, en presencia del gobernador, en la que les expusimos las conclusiones mínimas que aceptábamos a proposición de algunas organizaciones y que son las siguientes:

Reintegrarnos al trabajo en iguales condiciones que antes del conflicto y sin represalias por ninguna de las partes, dejando las peticiones que teníamos formuladas para que éstas fueran sometidas a la decisión y arbitraje de un Delegado especial de los organismos a quienes corresponda.

A pesar de nuestra actitud de transigencia y de las reiteradas llamadas a la cordialidad del gobernador a la Dirección de la Empresa, ésta se encastilló en una negativa rotunda, afirmando que en este asunto ha dicho su última palabra y que el que quiera reingresar al trabajo tendrá que hacerlo por medio de la solicitud individual.

Queriendo nosotros llegar al máximo de concesiones, llegamos incluso a proponer a la Empresa que, como parece ser que lo que se pretende es tomar represalias con determinados compañeros y particularmente con los que formamos la ponencia obrera, estábamos dispuestos a quedarnos en la calle y dar por terminado el conflicto en estas condiciones; pero la Empresa tampoco aceptó esta fórmula, porque sin duda pretende que el número de obreros despedidos sea mucho mayor y que éste alcance no solamente a los significados, sino a otros muchos que por haber llegado a una edad avanzada no pueden sacarles el mismo rendimiento que si estuvieses en la plenitud de sus facultades físicas.

Creyendo que ha llegado el m omento de que todos los trabajadores de Córdoba se solidaricen con nosotros, os invitamos a la huelga general de 48 horas, a partir de mañana día 7.

Vosotros tenéis la palabra.
Por los obreros de la Electro-Mecánica: el Comité de la Sección Primera”.[4]

Esta llamada a la solidaridad tuvo escasa repercusión. La UGT no apoyó la iniciativa. Sólo lo hicieron algunos gremios, como el de transportes. Sólo una persona se lo jugó todo al lado de los metalúrgicos, en tan críticos momentos: el diputado socialista Joaquín García Hidalgo, que multiplicó sus esfuerzos entre compañeros y partido, pero sólo encontró evasivas, ni siquiera para la petición de un Delegado especial del Gobierno que hiciera de árbitro. La cuestión tampoco suscitó interés en el ministro socialista de Trabajo Largo Caballero.

Así las cosas, el 18 de diciembre (1932), por las puertas de la Electro-Mecánica comenzaron a entrar los obreros en el más rotundo fracaso. La Empresa cada mañana, como si se tratara de pasar lista en un cuartel, humillaba a los trabajadores leyendo cada día no más de una docena de “admitidos”. En realidad, lo que había empezado como huelga se había convertido en un auténtico “locaut”, que condujo a la miseria a 890 familias obreras. Entonces, el diputado García Hidalgo, en un alarde de honestidad insólito, se apartó del PSOE y quedó como simple “diputado de los obreros”.

El día de navidad de 1932, puso en libertad al Comité de huelga, entre ellos Bautista Garcés, así como a los detenidos por “coacciones” o por haber realizado pintadas “subversivas”. Los patronos continuaron amenazantes, con una dureza insólita, preludio de las turbulentas relaciones laborales de los meses siguientes.

Llegó 1933. Y el 25 de enero la Empresa metalúrgica amenazó en estos términos: “Si las bases de trabajo aprobadas por el Jurado Mixto del ramo se ponen en vigor, las fábricas cerrarán el próximo día 28”.

Tras breves forcejeos con el Jurado Mixto, la Empresa hizo un cierre patronal el 6 de febrero, y otro más duradero el 18 de marzo, quedando 650 metalúrgicos cordobeses en la calle. De nuevo, el intrépido diputado García Hidalgo se lanzó al centro del conflicto. El 20 de marzo remitió este telegrama al Gobernador:

“Gobernador Civil:
Entérome absurda actitud patronos metalúrgicos cerrando tallares, rebelándose así contra bases aprobadas Ministerio de Trabajo. Creo estaría indicado ahora pedir Delegado resuelva grave conflicto, y mientras, meter cárcel patronos, como hizo V.E. obreros Electromecánica por incumplimiento bases Trabajo e ir huelga, máxime cuando actitud patronos puede dar lugar a perturbación social. Denuncio manejos del zascandil Serrano Palma, enemigo jurado intereses obreros metalúrgicos. Trataré este asunto Parlamento. Salúdole cordialmente: García Hidalgo”.[5]

Pasaban los días con las fábricas cerradas y, siendo ya insostenible la situación de los obreros parados, el 12 de abril el gobernador González López ordenó la detención de los patronos metalúrgicos, después que desoyeron un ultimátum de 24 horas para abrir los talleres. Entre los patronos detenidos iba en cabeza Rafael Serrano Palma, presidente de la Asociación de Patronos. Fueron liberados al día siguiente, cuando prometieron abrir los talleres. Pero incumplieron su palabra y otra vez fueron detenidos el 18 de abril, lo cual provocó una lluvia de telegramas de las Asociaciones Patronales en la mesa del Gobernador. Pero los tuvo en prisión una semana, hasta el 27 de abril. No tuvieron ya más remedio que poner fin al “locaut” de 40 días y abrir la Electro Mecánica. La cuestión provocó una sonada interpelación de García Hidalgo en las Cortes, el 6 de mayo, contra Largo Caballero.

 

Los mensajes de unidad de la izquierda cordobesa
ante el auge del fascismo internacional

 

El 16 de julio de 1933 se celebró un “mitin antifascista” (el primero con tal título en Córdoba) en el Gran Teatro de Córdoba, bajo la presidencia de Bautista Garcés, ya claro dirigente comunista cordobés. Empezó pronunciando unas palabras de solidaridad con el proletariado alemán, que sufría bajo el fascismo (algo ya muy significativo) y recordó también a los camaradas encarcelados.

Habló a continuación el diputado cordobés Joaquín García Hidalgo, disidente socialista y cada vez más próximo a las filas comunistas, el cual clamó por la solución del paro obrero existente, llamando la atención de que pronto en Córdoba, en el otoño, se llegaría a la cifra de 50.000 parados. 

Intervino a continuación el camarada Silva, del Comité Central del PCE, e hizo hincapié en el peligro del ascenso del fascismo, y protestó por las medidas represoras contra los obreros, ya que “ni un solo burgués había caído bajo las balas de la Guardia Civil”. Seguían clausurados muchos Centros Obreros en la provincia de Córdoba, algunos “desde tiempos del nefasto Valera Valverde”-

Cerró el acto José Antonio Balbontín, el primer diputado del PCE. Insistió también en la represión de que era objeto el proletariado: “La Guardia Civil no dispara contra el terrateniente que deja la tierra sin labrar, no dispara contra el capitalista que cierra su fábrica: caen siempre los obreros parados… que algún día dejarán el paro para vengarse” (El Sur, 17-7-1933). Disertó después sobre el problema de la tierra y de los medios que emplearon los grandes terratenientes para apoderarse de ella. Aludió al problema religioso diciendo: “Los trabajadores no tienen inconveniente en respetar las ideas; lo que no quieren es que se predique la pobreza, mientras (el clero) acapara riquezas”. Sus últimas palabras fueron una llamada a la unidad de las izquierdas: “Si no se constituye el Frente Único, perecerán todos”.

La conclusión es muy significativa: desde Córdoba, en el verano de 1933, en un “mitin antifascista” presidido por Bautista Garcés, se lanzó a España el proyecto de “Frente Único”. Luego vendría la idea de la “Alianza Obrera” del PSOE en 1934. Los dos precedentes de lo que después sería el Frente Popular, pero después que la división los llevó a la derrota electoral de 1933.

 

Las elecciones de 1933
y los malos augurios del “Bienio negro”

 

Las elecciones de noviembre de 1933 resultaron un desastre para la izquierda, por su desunión, y un clara victoria para la derecha unida, con lo que acabaría el “Bienio reformista” y comenzaría el “Bienio negro” o contra-reforma. Sólo hubo “Frente de izquierdas” en Bilbao y en Málaga. Aquí salió elegido el segundo diputado comunista: Cayetano Bolívar.

En 1933, la candidatura comunista por Córdoba iba encabezada por el abogado José A. Balbontín, el primer diputado comunista (Resultó elegido en la elección parcial del 4 de octubre de 1931, en la candidatura del pintoresco “Partido Social Revolucionario”, con Blas Infante, Ramón Franco, etc. Pero Balbontín se pasó al PCE en febrero de 1933). Seguían en la candidatura: Joaquín García Hidalgo (disidente socialista), y José Díaz (secretario general del PCE). Seguían luego tres metalúrgicos de Córdoba: Bautista Garcés, Manuel Hurtado y Alfonso Ruiz Domínguez. Cerraba filas la habitual representación de Villanueva de Córdoba: Adriano Romero y Nemesio Pozuelo, más el sevillano Antonio Mije y el abogado cordobés Ramiro Roses Llácer. Era la flor y nata del PCE andaluz.

El resultado de la candidatura comunista de Córdoba y provincia fue el más abultado de España, con 27.183 votos, seguida de Sevilla (18.720 votos), Madrid (16.834), Asturias (16.832) y Málaga (15.380). En Córdoba capital ganaron los socialistas (9.828 votos), seguidos de la derecha (9.125) y el PCE (8.920).

Cuando España entró en 1934, sobre Europa se cernían los más terribles presagios debido al crecimiento incontrolado de los fascismos y de la ultraderecha, con la violencia desatada, cada vez más radical. En el mes de febrero de 1934 ocurrió el aplastamiento de los socialistas en Viena por el canciller católico Dollfus. En el mismo mes tuvo lugar la intentona fascista de París: disturbios de la extrema derecha el 6 de febrero, con una manifestación turbulenta y antiparlamentaria en la plaza de la Concordia. Luego, el 30 de junio, se desató la matanza de izquierdistas por los nazis (“La noche de los cuchillos largos”). En Madrid, la violencia de la extrema derecha no cesaba de cobrarse víctimas en los líderes de la izquierda, como Juanita Rico y Joaquín de Grado.

 

De nuevo la izquierda de Córdoba
llama al “Frente Único”

 

Otra vez, en el año turbulento de 1934, la izquierda cordobesa tuvo una mirada clarividente excepcional. Las Juventudes Comunistas de Córdoba lanzaron a toda España un “Llamamiento al Frente Único”, el 12 de junio, si bien fue publicado el 9 de agosto, debido a la censura de prensa implantada a causa de la huelga nacional de campesinos.

En el Llamamiento, las JJ.CC. se lamentan del incremento de aparato represivo contra el desarrollo del movimiento obrero, por parte del “Gobierno pre-fascista de Samper-Gil Robles”; animan a la lucha de las masas explotadas contra la peste sangrienta del fascismo y del peligro de arrojar al proletariado a la matanza que el capitalismo mundial organiza.

Censuran en el Llamamiento el acuerdo adoptado por el Consejo de Ministros de suprimir todos los actos y  manifestaciones a partir del 30 del pasado (junio), lo cual responde al miedo a que el día 1 de agosto, XX aniversario de la guerra del año 14, el proletariado demuestre en la calle “su odio más encarnizado contra los intentos criminales de arrastrar al pueblo laborioso a una nueva conflagración…”.[6]

Sobre todo interesan en este Llamamiento los ocho puntos expuestos, que denotan un perfecto conocimiento de lo que ocurre en Europa y del peligro del fascismo desbocado:

“1ª.- Contra la ofensiva patronal en las fábricas de Córdoba y provincia, por la readmisión de los despedidos en la Electro-Mecánica, Porcelana, etc.

2ª.- Por la preparación de la huelga general en nuestra provincia para impedir las maniobras militares en el Cerro Muriano en el próximo año.

3ª.- Contra todas las organizaciones fascistas y fascistizantes, y por su desarme y disolución inmediata. Contra todos los actos que se preparen por las Juventudes de Acción Popular, así como el desencadenar una acción violenta para impedir la concentración regional que organizan en Granada. Contra la política sangrienta del gobierno Samper-Gil Robles. Por la constitución de las Milicias antifascistas.

4ª.- Por la libertad de los millares de jóvenes obreros agrícolas y campesinos detenidos en el curso de la pasada huelga de campesinos, así como de todos los trabajadores en general, caídos en el proceso de la lucha revolucionaria. Contra toda política de represión contra las masas.

5ª.- Por la libertad de toda la prensa obrera y revolucionaria. Contra las medidas de Salazar Alonso de impedir la venta pública de nuestra prensa.

6ª.- Por la reapertura de todos los Centros Obreros, sindicatos, centros políticos, culturales, etc., clausurados.

7ª.- Contra el terror fascista de Hitler. Por la acción de masas para salvar al camarada Thaelmann y a todos los presos antifascistas. Por el envío de una delegación juvenil de Frente Único a los campos de concentración, y que visiten a Thaelmann.

8ª.- Por la preparación de la XX Jornada Internacional de la Juventud el primero de septiembre.
………………………………. (Córdoba, junio de 1934)”. [7]  

Las iniciativas unitarias se multiplicaban, pero con demasiada lentitud. El 30 de septiembre de 1934, ya en vísperas de la “revolución de octubre” se constituyó en Córdoba la “Alianza Obrera y Campesina”, en la que se integraron socialistas, comunistas, organizaciones sindicales y sindicatos autónomos.[8] El hecho venía también espoleado por la amenazante “Parada fascista de El Escorial”, el 22 de abril de 1934, por las Juventudes de Acción Popular, los “Camisas verdes”, que aclamaron a Gil Robles como “Jefe” (Führer). El poeta Pedro Garfias lo expresó en un poema tétrico: “… En anchos círculos negros, / negros, en negras bandadas / malos cuervos agoreros / de la media luz del alba / sobre la ciudad volaron, / negros de luto y de lágrimas…”.[9]

En junio de 1935, José Díaz llamó a la formación de un “Bloque Popular”, precedente claro del célebre Frente Popular, cuya pequeña experiencia había ocurrido en las elecciones de 1933, en Bilbao y Málaga, con pleno éxito. Lo más llamativo tuvo lugar en Francia, cuando el 27 de julio de 1934 se firmó el pacto entre socialistas y comunistas “contra el fascismo y la guerra”, pacto que llevaría a un gobierno de izquierdas en Francia, y más tarde, también en España.

En agosto de 1934, los metalúrgicos de Córdoba se afanaban en reactivar la vida del Sindicato Único de Industrias Sidero-Metalúrgicas, para lo cual Antonio Rodríguez (presidente) y Bautista Garcés (secretario, sustituido en septiembre por Alfonso Ruiz) publicaron en la prensa el llamamiento para una asamblea, el 26 de agosto.

Decían, entre otras cosas, que “nos hemos propuesto conseguir la total reorganización de nuestro Sindicato… Los compañeros de La Porcelana y los de la Electro, después de casi dos años de apartamiento, vuelven a venir a él”, porque “el Sindicato sigue siendo un arma poderosa para la defensa permanente de los intereses de la clase obrera… El próximo domingo, día 26, a las seis de la tarde, pensamos celebrar un acto de orientación sindical… Esperamos que con vuestra asistencia a este acto daréis por cancelada toda una época anterior, de indiferencia y de desgana…

Córdoba, a 21 de agosto de 1934. El presidente, Antonio Rodríguez. El secretario, Bautista Garcés”.[10]

 

Represión y torturas en Córdoba
en octubre de 1934

 

Aunque la célebre “revolución” sólo tuvo repercusión en Asturias, todo el resto de España sufrió los efectos de la represión, y por supuesto también Córdoba. Lo primero que ocurrió aquí fue una terrible oleada de detenciones, sobre todo entre los líderes de la izquierda, a pesar de que en esta capital no ocurrió nada. Fueron detenidos: Manuel Sánchez Ruiz (presidente provincial de la FNTT), Alfredo Muñoz Caballero (presidente del Sindicato Metalúrgico), el Dr. Vicente Martín Romera (ex presidente de la Agrupación Socialista), Juan Palomino Olalla (concejal socialista y ex presidente del Jurado Mixto Rural), Antonio Bujalance (alcalde socialista destituido de Hornachuelos, y del Comité nacional de la FNTT), Francisco Azorín Izquierdo (jefe provincial del Partido Socialista, detenido en El Carpio), y por supuesto, Bautista Garcés Granell (secretario del Sindicato Metalúrgico), y un largo etcétera.


Un reportaje en “Mundo Obrero” sobre el diputado Bautista Garcés, de la serie “Charlas con nuestros diputados”, de 4 de abril de 1936.
 
Sobre las torturas que sufrió Bautista Garcés, él mismo dio su testimonio en una entrevista que le hizo Mundo Obrero (4-4-1936):

“… Estaba en una calle de Córdoba esperando a unos camaradas, y pasó un automóvil con guardias civiles. Me conocieron y, apeándose del coche, me encañonaron con las pistolas. No hubo manera de escapar… Tres días estuvieron pegándome golpes en el cuartel de la Guardia Civil. Golpes con las culatas de los fusiles, golpes con toda clase de instrumentos contundentes… el dolor mayor, el dolor insufrible era producido por el retorcimiento de los brazos. Los huesos crujían. Este martirio terminaba con el desvanecimiento. Y esto se repetía una y otra vez durante los tres días horribles que me tuvieron en el cuartel de la Guardia Civil… adopté una resolución desesperada. En el momento que me apaleaban, al tercer día, me lancé de cabeza contra los muros y me produje una gran herida en la cabeza… Un año justo me han tenido en la cárcel.”

El cuñado de Bautista, Manuel Castro Bretones, en torno a 1980, me remitió, entre otros documentos, esta dedicatoria de Bautista desde la cárcel a su hijo Honorio, con el regalo de un libro sobre El Cid:

“Querido hijo Honorio: No puedes figurarte la alegría que he recibido al comprobar que ya sabes leer con facilidad; en premio a tu aplicación te regalo esta historia de Ruy Díaz ‘El Cid’. Aunque otros sean los tiempos y otros los afanes de nuestros días, la vida del héroe castellano es un documento tan rico en humanidad, que bien merece ser tenido como ejemplo. Que sigas siendo aplicado y que sepas extraer las enseñanzas de éste y otros libros como éste, es el más ferviente deseo de tu padre. B. Garcés (rubricado) 1-7-1935”.

 

Las elecciones del Frente Popular.
Bautista Garcés, diputado por el PCE

 

Cuando la izquierda cordobesa hubo de enfrentarse a las decisivas elecciones del 16 de febrero de 1936, ya había aprendido la dura lección de la desunión. Desunión que les había llevado a la derrota electoral de 1933, y a las consecuencias graves que aquella derrota desencadenó. Por tanto, en 1936, republicanos, socialistas y comunistas concurrieron a las urnas en una sola candidatura: la del Frente Popular. La derecha concurrió dividida.

        A Córdoba le pertenecían entonces 13 candidatos: 10 por la llamada entonces “mayoría”, y 3 por la “minoría”. El PCE presentó 21 candidatos en 19 provincias, en la lista unitaria. En sólo dos provincias fueron admitidos dos candidatos del PCE: Asturias (Dolores Ibárruri y Juan J. Manso) y Córdoba (Jesús Hernández y Bautista Garcés). Otro cordobés, Adriano Romero (de Villanueva de Córdoba) fue incluido en la lista del Frente Popular de Ponvedra. Todos triunfaron. José Díaz (Madrid), Antonio Mije (Sevilla), Cayetano Bolívar (Málaga), Pedro Martínez Cartón (Badajoz), etc.

        Los resultados victoriosos de la izquierda en Córdoba fueron apoteósicos: 158.000 votos el Frente Popular, y 110.000 la candidatura de derechas, en la que, curiosamente, no resultó elegido ninguno de la CEDA, sino que la “minoría” se la llevaron los tres del P. Progresista, aupado por cacicato de Priego, sobre todo. En Córdoba capital, la derecha obtuvo 12.000 votos, y el Frente Popular, más de 28.000.[11] Pero el golpe militar del 18 de julio lo destrozaría todo, con sangre, lágrimas y hambre.

 

El asesinato de diputados del F.P.,
entre ellos Bautista Garcés, del PCE

 

El golpe militar de 1936 triunfó en Córdoba capital el día 18 de julio, a las 6 de la tarde, con una simbólica resistencia de algunas autoridades del Frente Popular, que en el despacho del gobernador civil lo estuvieron presionando durante unas horas, para que no claudicara, lo que finalmente hizo. Allí fue apresado, entre otros, el ex diputado Joaquín García Hidalgo. A los detenidos los llevaron, como rehenes, al calabozo del cuartel de Artillería, cuyo jefe era el coronel Ciriaco Cascajo, cabecilla protagonista de la sublevación.

        Mientras en Córdoba capital y provincia (y en España) ocurrían multitud de desgracias por aquel sangriento golpe militar, atendamos sólo a lo que ocurría en el calabozo de Artillería, como fue la detención, pasión y muerte del diputado del PCE, Bautista Garcés.

        Empecemos por el testimonio de la hija de Garcés, Herminia: “El 18 de julio, mi padre llegó de Madrid a las seis de la mañana y se acostó. A las ocho, mi madre puso  la radio y se enteró de lo que pasaba, y lo llamó. Se marchó al Gobierno Civil. A las dos volvió, para que mi madre estuviera tranquila, no quiso comer y se marchó de nuevo. Mi madre lo vio irse desde la azotea, y que se encontró con un socialista, continuando juntos. Al llegar al viaducto, se unieron a un entierro que pasaba, de una señora conocida, que iba en la misma dirección. Al pasar por el cuartel de la Guardia Civil, fue parado el entierro, y detuvieron a mi padre y al otro socialista. Por la tarde vino a casa el hijo de éste último con un papel de mi padre, en el que pedía a mi madre que le diera al chico un pantalón de rayas, la chaqueta del pijama y un botijo de agua, que tenía mucha sed. Ya no volvimos a saber de él, hasta que un señor fue a buscar a mi tío (Enrique), para que reconociera a su hermano Bautista muerto…”.[12]

        El periódico falangista Guión (20-7-36) se hizo eco, cosa rara, de esta detención:

        “El diputado comunista, señor Garcés, dirigióse desde los Olivos Borrachos, donde tiene su domicilio, al centro de la ciudad. Al pasar frente al cuartel de la Guardia Civil, un oficial de dicho Cuerpo detuvo al diputado de referencia y al individuo que le acompañaba”.

        Otro diputado del Frente Popular, el socialista de Peñarroya Eduardo Blanco Fernández, se escapó por casualidad de caer en la ratonera de la capital cordobesa. Al comienzo de mis investigaciones, en 1979, llegué a tiempo de entrevistarlo en Madrid, en el barrio de Usera, donde vivía, y me dio este testimonio:

        “Antes de salir yo para Peñarroya, el 17 de julio, vinieron a verme en Madrid Joaquín García Hidalgo y el fiscal Gregorio Azaña Cuevas, diciéndome que tenían una plaza libre en el coche y que me fuera con ellos a Córdoba, ya que para el domingo 19 estaba convocada en la capital una Asamblea para el estudio del Estatuto Andaluz. Les contesté que no podía irme con ellos, porque ese mismo día tenía que estar en Peñarroya, en el VI Congreso de la Federación Regional de Sindicatos de Peñarroya. Se puede asegurar que aquello me salvó de una muerte cierta en Córdoba.”

        Volvamos al calabozo del cuartel de Artillería. Pronto llevaron allí al diputado socialista Antonio Bujalance, de Hornachuelos, detenido también en la capital. En la madrugada del 19 de julio, cayeron allí otros dos diputados, los socialistas Luis Dorado Luque y Antonio Acuña Carballar, de Málaga, a los que pillaron, cuando pararon el tren de Madrid en Alcolea. El calabozo se fue llenando con algunas personas más, significadas políticamente.

        El día 28 de julio, a las 9 de la mañana, ocurrió algo increíble en el calabozo. El ex diputado Joaquín García Hidalgo apareció muerto “por coma diabético”, y así consta en su acta de defunción. Ciertamente padecía diabetes, pero ¿qué sucedió en aquellos diez días de detención, para que García Hidalgo sufriera un coma diabético?

        Entre 1979 y 1980, cuando investigaba para mi primer libro sobre la guerra civil en Córdoba, me puse al habla con la familia de García Hidalgo. Me dijeron que recibió malos tratos. Suponemos que mala o nula alimentación, o falta de tratamiento médico… Otra versión alude a su cuñado, el comandante José Eady Cazorla (o Giorla), de la Guardia Civil, que pudo haber ideado alguna inducción diabética, para salvar así a García Hidalgo del fusilamiento.

        Quizá por esta última razón, se procedió también a un trámite insólito, que fue incoar un Expediente sumarial, por el comandante juez Juan Anguita Vega (antes instructor también en la represión de octubre de 1934), con el fin de demostrar que García Hidalgo había muerto “por causa natural”.[13] Para tal expediente se ordenó realizar una autopsia, algo insólito en aquel torbellino de cadáveres que ya caían en Córdoba. Fue encargado de la autopsia el médico Antonio Manzanares. Se llevó a cabo una diligencia todavía más humillante, que fue hacer firmar a los diputados compañeros de calabozo que la muerte había sido “natural”. Así redacta el médico Manzanares:

        “… constituidos el Sr. Juez con mi asistencia y la de los Sres. Bautista Garcés, Antonio Acuña, Luis Dorado y Antonio Bujalance, que se encontraban en el mismo calabozo donde la persona objeto de estas diligencias ha fallecido, manifiestan: que la muerte ha sido natural… Llamado a presencia del Sr. Juez, el Capitán Médico Antonio Manzanares manifiesta: que habiendo reconocido al muerto… no presenta signos exteriores de violencia”.

        A los pocos días se archivó el expediente sin declaración de responsabilidades, como era de esperar. Queda en el aire un evidente tufo exculpatorio de alguien que quiso cubrirse las espaldas.

        La tragedia acababa de empezar: aquel mismo día, en la noche del 28-29 de julio, fueron sacados para morir dos diputados: Bautista Garcés (por Córdoba) y Antonio Acuña (por Málaga, apresado en el tren, en la madrugada del 19 de julio). No sabemos si les hicieron algún paripé de sumarísimo de urgencia. El coronel Cascajo empezó a ejercer como “Nerón” de la Córdoba republicana. Sus crímenes rebasarían varios miles de personas.

        Bautista Garcés fue asesinado, uno de los protomártires causados por aquel fascismo desencadenado en 1936, al calor de los fascismos europeos del Eje Roma-Berlín, más Portugal-Austria, etc. Hoy empieza a formarse otra vez una especie de neofascismo global occidental, que se nombra con el eufemismo de “populismo”.   

        Volvamos al testimonio de Herminia, hija de Bautista Garcés, antes citado: “… Ya no volvimos a saber de él, hasta que un señor fue a buscar a mi tío (Enrique, hermano de Bautista), para que reconociera a su hermano muerto. Fueron al cementerio de San Rafael y comenzaron a remover un montón de cadáveres, hasta que lo encontraron muy ensangrentado, debajo del cadáver de una mujer. Mi tío se desmayó. Ese otro señor lió a mi padre en una sábana y lo llevó en su coche al cementerio de La Salud, a un entierro individual. Luego, a los diez años, despareció su rastro.”

        A la madrugada siguiente, la del 29-30 de julio, salieron del calabozo del cuartel de Artillería, para el mismo ceremonial de la muerte, los otros dos diputados: Antonio Bujalance (por Córdoba) y Luis Dorado Luque (por Málaga). La misma madrugada aparecieron también fusilados: el concejal socialista Antonio Molina Fuentes, su hermano Francisco (maestro de Escuela), y varios más, además de un grupo que sufrió el “paseo” en la salida de la carretera de Almadén. La ola de sangre fue tan salvaje en Córdoba que, no sólo fusilaban en los dos cementerios, sino en todos los descampados de la capital: en la cuesta de Los Visos, en la cuesta de La Albaida, en la cuesta de La Lancha, en la cuesta de Rabanales, en la carretera de Sevilla, en La Viñuela, en La Torrecilla, en el camino de Las Quemadas y en un sinfín de lugares.

        En cuanto al asesinato del diputado Antonio Bujalance recabé algunos datos en 1979-1980, cuando preparaba mi primer libro sobre la guerra en Córdoba. Me entrevisté con su hermana Tránsito, en la Puerta de Sevilla, 3, casa familiar en Córdoba. La mujer contaba con dolor cómo su hermano Antonio Bujalance fue detenido en la citada casa el 18 de julio. Él pertenecía al Comité Nacional de la FNTT, y había sido alcalde de Hornachuelos, donde se las tuvo que ver contra los intereses patronales del pueblo más latifundista de la provincia. Sufrió la destitución como represalia por las huelgas de campesinos y por los sucesos de octubre. En la República, cuando en un pueblo surgía una huelga, los alcaldes eran destituidos. En la posguerra, su hermano Eduardo también fue fusilado, por el único delito de ser hermano de un diputado del F.P. también fusilado. Lo mataron en el paredón del cementerio de La Salud, a corta distancia de su casa. Semanas después, las milicias socialistas que luchaban en el frente de Adamuz y El Carpio crearon la “Compañía Antonio Bujalance”.

        La “represión” franquista, es decir, un genocidio sin paliativos, no afectaba sólo a las víctimas directas del paredón, sino a todas las personas allegadas a las víctimas. Era la destrucción o dispersión o hambreamiento de los hogares. Cada víctima del paredón conllevaba una ristra de represaliados, multiplicando por docenas o por cientos.

        En las Memorias inéditas de Herminia Garcés, entonces una niña de 5 años, se cuenta lo que ocurrió en su casa después del asesinato de su padre:

        “Recuerdo a mi madre llorando, y la casa llena de gente dándole consuelo. La casa se le caía encima, así que para que no se sintiera sola nos fuimos provisionalmente a casa de mi abuelo (Antonio Castro López). Después nos enteramos por los vecinos que la policía había entrado en nuestra casa, arrojaron todo por la ventana y le prendieron fuego a libros y papeles. Entre ellos, unos dibujos que le había regalado a mi padre su amigo Julio Romero de Torres.

        Unos periquitos que teníamos los querían pisar, diciendo: ‘Mira, encima caprichitos’. Así era la catadura moral de aquellos individuos. Se salvaron, porque una vecina los pidió para sus hijos, y luego nos los dio de nuevo a nosotros. La máquina de escribir y algunos libros los escondieron los vecinos. Todo lo demás, o acabó en el fuego o se lo llevó la policía. Los muebles fueron emparedados en el hueco de la escalera. Al final de la guerra conseguimos que nos devolvieran la máquina de coser, aunque para ello necesitamos los servicios de un abogado.

        Mi madre también fue perseguida. Un guardia de Asalto avisó para que la advirtieran. Y tuvo que salir huyendo hacia la sierra, dejándonos a dos niños de 5 y 6 años, de modo que nos quedamos al cuidado de mi abuelo. Mi madre, en su huida, encontrón por el camino a otras personas que también huían… Como no podían andar por carreteras, caminos ni veredas, tenían que andar escondiéndose entre matorrales. Llevaba los brazos y piernas llenos de arañazos…”.

        De esta manera lograron llegar a zona republicana, y de ahí la viuda Francisca Castro llegó hasta Madrid, donde buscó protección en el Comité Central del PCE, y se entrevistó con Dolores Ibárruri. Durante toda la guerra no tuvo ninguna noticia de sus hijos que se habían quedado en Córdoba, al cuidado del abuelo.

        Pero ocurrió que al abuelo Antonio Castro le llegaron noticias de que también lo andaban buscando, por lo que decidió también huir a través de la sierra, dejando a los nietos al cuidado de su mujer, a la que los niños llamaban “Mama Juana”:

        “En cosa de dos o tres meses nos habíamos quedado sin familiares y sin medios para vivir. La Electro-Mecánica daba vivienda a sus obreros. Mi abuelo trabajaba allí, pero como tuvo que irse, perdió la casa. Mama Juana tuvo que ponerse a trabajar y alquiló una casa en los Olivos Borrachos. En esa casa fue donde viví hasta los 19 años, en que emigré a Barcelona. Mama Juana trabajaba cuatro horas por la mañana lavando ropa o haciendo faenas. Nos decía que no saliéramos de casa y que, si había bombardeos, nos metiéramos debajo de la cama… Pasamos la guerra escondidos. Salíamos sólo lo indispensable, para que nadie supiera que estábamos allí. Por ese motivo, y al no vivir ni en la casa de mis padres ni en la de mi abuelo, mis tíos no pudieron ayudarnos, hasta que un conocido común les indicó nuestro paradero. A partir de entonces las cosas mejoraron para nosotros, pues nos proporcionaron comida y ropa…”.[14]

          

El Batallón “Bautista Garcés”

 

Los comunistas de Villanueva de Córdoba, al tener noticia del crimen cometido en Córdoba, decidieron, a mediados de agosto de 1936, honrar al diputado asesinado poniendo el nombre de “Bautista Garcés” a sus recién creadas “Milicias Villanueva”, en los días finales de julio. El célebre “Batallón Bautista Garcés” desplegó por primera vez sus combatientes milicianos por la sierra de Córdoba (Las Ermitas, Torres Árboles y Los Villares) antes del 20 de agosto de 1936, en la frustrada operación del ataque a Córdoba de esa fecha.

        Mandó el Batallón inicial el comandante Enrique Vázquez, de Villanueva, que había ostentado la graduación de sargento en su servicio militar en África. Por poco tiempo, porque el 22 de diciembre de 1936, cuando cubría la retirada de sus hombres entre Villafranca y El Carpio, fue apresado por los franquistas y fusilado en el acto, dando vivas a la República. Luego, el poeta Pedro Garfias lo inmortalizó en uno de sus poemas de Héroes del Sur.

        Sustituyó a Vázquez en el mando del “Garcés” el comandante Antonio Ortiz Roldán, jefe de las Milicias “Ramón Casanellas”, de Espejo, que se integraron en el Batallón “Garcés”, lo mismo que parte de las Milicias de Montilla y el Batallón “del Terrible”, de Peñarroya-Pueblonuevo, entre otras incorporaciones. De esta forma, el Batallón “Garcés” se había convertido en Regimiento de octubre de 1936.[15]



 

Dos fotos de los milicianos del Batallón “Garcés”, creado en Villanueva de Córdoba en agosto de 1936, en honor del diputado asesinado.
 

        En estas fechas, el célebre Batallón iniciado por los milicianos de Villanueva de Córdoba (ya Regimiento) se componía, exactamente, de 1.454 hombres, con las siguientes procedencias: Villanueva de Córdoba (124), Espejo (55), Montilla (50), Fuente Palmera (54, con el célebre caballista “capitán Chimeno”), Almodóvar (24), Palma del Río (51), Villaviciosa (78, la mayoría de la CNT), Córdoba capital (219), Pedro Abad (47, con el capitán Arjona), Belalcázar (69), Madrid (305), entre otros lugares  más.

        El Batallón “Garcés” fue uno de los que, en Córdoba, se adhirieron al 5º Regimiento (al igual que el Batallón “Villafranca” y las “Milicias de Jaén”). Como coordinador de estas Milicias del norte de Córdoba se creó un Comité de Frente, con cuatro miembros: Pablo González Calvo, Ramón Guerreiro, el poeta Pedro Garfias y Manuel Castro Bretones, cuñado de Bautista Garcés.

        Este Batallón se militarizó a comienzos de 1937 en la 73 Brigada Mixta (mandada por Bartolomé Fernández), junto con el Batallón Pedroches (Pozoblanco), el Batallón Raya (de Málaga) y parte de las Milicias de Jaén. Junto con las Brigadas 74 y 88, más la XIII Internacional dieron lugar a páginas heroicas en la defensa del norte de Córdoba (Los Pedroches) y obtuvieron la célebre victoria de la batalla de Pozoblanco, siendo jefe del sector el teniente coronel Joaquín Pérez Salas, militar profesional de Artillería.

        La 73 Brigada Mixta escribió su último capítulo en defensa de la República formando parte de la División de Maniobras, al mando del italiano Aldo Morandi, enviados al Bajo Aragón en marzo de 1938, para contener la avanzada de los franquistas hacia el mar. En aquellos páramos de Aragón y del Maestrazgo sufrieron una alta contribución de sangre, hasta que la mayoría de supervivientes pasaron a Cataluña por el puente de Tortosa, mientras otros de las Brigadas 73 y 74 quedaron prisioneros de los franquistas. Los supervivientes formarían luego parte del gran éxodo a Francia entre enero-febrero de 1939. Tras sufrir los campos de concentración en las playas francesas, unos se integraron en la vida laboral francesa, otros seguirían luego luchando en el maquis francés para la liberación de Francia, y varios miles de cordobeses, andaluces y españoles fueron a parar a los campos nazis, sobre todo a Mauthausen y Gusen, donde 7.000 de ellos sucumbieron bajo el hambre, las infracondiciones y los hornos crematorios. Páginas de dura realidad y de leyenda de los combatientes del Batallón “Garcés”, con el nombre del mártir cordobés asesinado Bautista Garcés como enseña.

        El nombre de Garcés también lo inmortalizó el poeta Pedro Garfias por todo México, durante el exilio, en su poema “Capitán Ximeno”, que fue de los suyos más recitados y más celebrados por su público. El poema terminaba: “… ¡Ay, Ximeno! / Capitán del Batallón de Garcés. / ¡Capitán / de la cabeza a los piés!”

 

La viuda y los hijos de Bautista Garcés,
bajo el yugo del hambre impuesta por los vencedores

 

En este epígrafe seguiremos en líneas generales las Memorias inéditas de Herminia Garcés (ayudada por su hijo Rubén y por el tío Honorio). “Cuando mi madre y mi abuelo regresaron a Córdoba (1939), nos llegó el rumor de que los habían visto en la Estación. No habíamos tenido noticias de ellos en tres años y fuimos a su encuentro en el camino… Yo tenía 8 años, pero lo recuerdo como si fuese ayer… Nosotros nos quedamos a vivir en la barriada de Los Olivos Borrachos, en una casa de la calle La Austriada, que era la que alquiló Mama Juana durante la guerra. En aquella vivienda, que tenía 4 habitaciones, vivían 3 familias, … 17 personas en total. En nuestra habitación cabía un armario, una mesa y una cama, en la que dormíamos los tres. Mi madre en el centro y nosotros en los lados”.

        Si todos los no afectos al Régimen sufrieron listas negras y exclusión, mucho más los hijos de los “rojos” destacados. Relata Herminia, la hija del diputado asesinado: “Al acabar la guerra, siendo aún niños nos pusimos a trabajar. Al ser hijos de comunista, no nos admitían en ningún colegio. Si queríamos estudiar, debíamos recurrir a algún maestro particular, y si no había dinero para comer, menos aún para estudios. Las clases eran una peseta al mes, pero no nos lo podíamos permitir. Un maestro llamado Miguel Navarro, que también había sido del partido comunista, dio clases particulares a mi hermano gratuitamente… Yo no fui a la escuela, pero aprendí a leer, porque me enseñó mi hermano.

        “Honorio fue poco tiempo a clase… Teníamos una bombilla de pocos watios, con la que apenas veía las letras, así que subía la silla encima de la mesa para poder ver mejor el libro.

        “Con el trabajo pasaba igual que con los estudios. No había trabajo para hijos de comunista. Íbamos a solicitar trabajo a la Electro-Mecánica, La Constructora y la Fábrica de Aluminio, y en todas partes nos dijeron que no había. Conocidos nuestros que fueron después el mismo día, ingresaron”.

        Les dio a los dos niños trabajo por primera vez un señor que se dedicaba a fabricar puertas de madera y verjas metálicas. “Después nos pusimos a trabajar en el campo. Se trabajaba de sol a sol. Íbamos a Chinales, a Los Guzmanes, y prácticamente a todos los sitios que necesitaran mano de obra y no nos conocieran o no les importara quiénes fuésemos. Hicimos prácticamente de todo. Creo que la única excepción fue la siega…

        “Lo peor eran los garbanzos y el algodón. Siempre acababas con cortes en las manos, porque las vainas estaban muy secas y cortaban como cuchillos.”

        Relata Herminia la dureza del trabajo agrícola en invierno con la tierra helada, como la cosecha de patatas. En otras ocasiones se iban los dos hermanos a cosechar habas, boniatos, cebollas, etc. Otro medio de vida era ir al campo a comprar patatas y venderlas en el barrio: “Hubo ocasiones en que iba al campo y compraba 10 kilos de patatas, porque eran más baratas que en la tienda, y de camino a casa, antes de llegar, la gente me las compraba.”

        El hermano mayor, Honorio, se puso a trabajar en la cárcel como ayudante de un fontanero. Luego se puso a trabajar en el Silo. Fue el último trabajo que hizo antes de emigrar a Barcelona. “Cada día salía de casa con un arenque con pan, que se comía mientras corría diriéndose al trabajo. No comía nada más en todo el día. Sus compañeros en ocasiones bromeaban de que “el que no comía” trabajaba sin parar, y en no pocas ocasiones compartían algo de su comida con él en los descansos.”

        En los últimos tiempos de Honorio en Córdoba, como era alto y fuerte, también se dedicó a la lucha libre y grecorromana. Atrás quedaban muchas penurias, como recorrer las vías en busca de carbonilla que se caía de los vagones y servía para cocinar o calentarse. En una de esas andanzas arrolló el tren al abuelo Antonio Castro López, y le cortó las dos piernas. Murió pocos días después, a los 66 años.


Honorio Garcés Castro, hijo mayor del diputado asesinado, junto a su amigo Núñez, recién llegados a Francia, en 1956.
 
        Dice Herminia que “La mayor parte de vecinos se portó bien con nosotros, algunos de ellos incluso de derechas. Sin embargo hubo ciertas excepciones. La señora Natividad, por ejemplo, cuando me dirigía a comprar el pan, no me dejaba pasar por delante de su casa, y me obligaba a pasar por un barrizal”.

        Los peores momentos fueron los de la inmediata posguerra. Sigamos el relato de Herminia Garcés: “Mi madre estaba muy debilitada por el hambre y, tras una enfermedad, adelgazó mucho y se le cayeron unas muelas con funda de oro. Las guardó un tiempo en una caja, pero como no se las iban a reimplantar, terminó vendiendo el oro. Puede decirse que tuvo que vender las muelas para poder comer.

        “No podíamos pagar el alquiler de la casa que, bueno, era una habitación. La cocina y el retrete eran comunitarios. Habló con el dueño, al que llamaban Loreño, porque era de Lora del Río, y le pidió que, por favor, no nos echara, que le iríamos pagando como pudiéramos. Loreño, que era una bellísima persona, respondió que no se preocupara… que no tenía prisa…”.

        Llama la atención que aquellos niños huérfanos, hijos del diputado asesinado, tuvieran que acudir a pequeñas prácticas de estraperlo para poder ganar una peseta y pagar el alquiler de la habitación. Volvemos al relato de Herminia:

        “Como ya he comentado anteriormente, la gente del barrio nos ayudó muchísimo, y estoy convencida de que, de no ser por ellos, nos habríamos muerto de hambre. María la del horno, muchas veces, me ponía una barra más de pan y no me la cobraba. Sabía que no nos la comíamos, que era para venderla, así que me cogía la bolsa, para que nadie lo viera, y en lugar de las tres barras que nos tocaban por el racionamiento, me ponía cuatro, y cada quince días nos daba algo de tocino.

        “Con la venta del pan teníamos que sacar para pagar la casa, a razón de una peseta al día (valía 20 pesetas al mes, pero debíamos meses) y los 45 céntimos para el pan del día siguiente. Con la otra peseta teníamos que comer los tres… Con poco dinero sólo podíamos permitirnos un cuarto litro de leche, a repartir entre los tres. Íbamos a la lechería de Los Guzmanes. Tenías que ir con la lechera, pues no existían envases. Allí nos la llenaban hasta el borde (para nuestra sorpresa). En la carnicería, igual. Íbamos a por un hueso de 10 céntimos y, al llegar a casa, encontrábamos también un trozo de carne.”

Herminia Garcés Castro, la hija menor del diputado, junto a su madre Francisca Castro Flores, en Barcelona, en los años 50’s.
 
        Así pues, en medio de la pobreza, había solidaridad para la viuda y huérfanos de Bautista Garcés. Había gente que, en silencio, sabían del origen de tanta desgracia. “No siempre –dice Herminia- hubo suerte y nos tocó pasar hambre. Recuerdo que en una ocasión mi madre lloraba de desesperación, porque no tenía nada para darnos.”

        Honorio, el hermano mayor, llegó a inventar teatrillos en su casa de la calle Austriada, 5, y la entrada era una patata. Si alguna función no gustaba, el pequeño público pedía la devolución de la patata.

        Otras veces hacían escapadas a la sierra, en busca de hinojos, algarrobas, bellotas o espárragos, la mayoría de los cuales se los comían de regreso a casa, acuciados por el hambre. “La época del hambre acabó con mucha gente, escribe Herminia. No había comida ni trabajo. ¡Aquello sí que era crisis!”.

        Algo que hoy nos impacta es ver a los hijos de Bautista Garcés vendiendo agua con un botijo por la feria de Córdoba: “… mi hermano y  yo íbamos con un botijo con agua y cobrábamos ‘a perra chica la jartá’. Había algunos que bebían y no nos pagaban…”.


Una carta de Dolores Ibárruri enviada a la viuda de  Garcés, en febrero de 1980.
 
        La viuda, Francisca Castro, también iba con sus hijos a muchas de las peripecias del hambre. Cuenta Herminia: “Aunque la salud de mi madre nunca fue buena, iba con nosotros a trabajar al campo, y cuando había feria montaba un pequeño tenderete y vendía rosquillos hechos por ella misma. A veces, rifaba alguna bandeja o vendía figuritas, sombreros o farolillos de papel, también de fabricación propia… También vendió fruta”.

        “La enfermedad más grave que tuvo mi madre en Córdoba (que no en su vida) fue una afección de la pleura… En un principio quisieron hacerle punciones, para retirar el líquido interno, pero el doctor Don Joaquín Sama advirtió que lo único que conseguirían sería que se reprodujera más. Lo mejor era mucho reposo, y por supuesto tratar la infección. Tengo muy buenos recuerdos del doctor Don Joaquín Sama. Se decía que había sido desterrado a Córdoba por ser republicano. Nunca quiso cobrar a los pobres… (Cuando terminaba la visita) nos había dejado algunas monedas debajo de la almohada.”

        Nunca supimos de estos comportamientos altruistas del eminente médico Joaquín Sama Naharro, al que tengo citado en mis libros sobre la guerra civil, cuando también formaba parte de los presos de la cárcel de Córdoba. Pero desconocíamos su actuación en la vida libre. Hombres así son los que merecen los rótulos de las calles de Córdoba, ciudad ingrata con los benefactores y lisonjera con los verdugos del pueblo.

La viuda de Bautista Garcés, junto a su hija Herminia (abrigo blanco) y una amiga, en Barcelona.
 
        La Iglesia también ejercía sus venganzas y exclusiones contra los hijos de “los rojos” destacados. Cuenta Herminia: “En navidad los curas daban a la gente pobre y sin recursos un paquete con una manta, un kilo de garbanzos, un kilo de azúcar y un kilo de arroz. Había que apuntarse previamente. A nosotros jamás nos lo dieron. Una sevillana, que era de las encargadas de apuntar a las familias, también nos apuntaba. Nunca supimos quién nos borraba. Sólo sé que íbamos con nuestros vecinos, algunos de ellos con un jornal, y no tenían problemas a la hora de recibir el paquete. A nosotros nos decían que nuestros nombres no aparecían en la lista, y eso que aparte de nosotros, también nos apuntaba la señora de Sevilla, que por cierto pillaba grandes berrinches, cuando veía esta injusticia”.

        En Córdoba capital, como es lógico, mucha gente y autoridades sabían quién había sido Bautista Garcés. La guardia de Asalto no era una excepción. Un día en que la viuda Francisca Castro hacía cola ante un comedor de Auxilio Social, se le acercó un guardia de Asalto:

-¡Señora! ¿Es que tiene usted necesidad de venir aquí?
        -Si no tuviera necesidad, ¿Iba a venir?
       -Discúlpeme. Yo pensaba que estaban ustedes en buena posición. Por favor, acompáñeme.
        Sacó a la viuda de la cola y la llevó dentro del comedor. Y no fue la última vez que la hizo pasar, antes que a los demás.

        El asesinato de Bautista Garcés, como el de tantos miles de personas, destrozó su hogar y su familia, la cual hubo de sufrir el desastre y la humillación del hambre. El franquismo sabía que con el fusilamiento de unos atacaba la supervivencia de miles.


Una foto en Barcelona, en los años 70’s. De izquierda a derecha: la viuda Francisca Castro, su yerno Sr. Ferreres, Herminia Garcés, con los niños Coralia y Rubén, el día de la primera comunión de éste.
 
        La familia Garcés Castro empezó a abandonar Córdoba al filo de 1950. La primera emigrante del hambre fue la hija Herminia Garcés, cuando tenía 19 años. “Abandoné Córdoba para nunca volver”. Pero se marchó contagiada de tifus. La familia catalana con la que había empezado a servir la hicieron curar en el mayor secreto para no exponerla a la gran disciplina sanitaria de entonces. Poco después llegaron también a Barcelona su hermano Honorio y la madre Francisca Castro. En 1956 Honorio se marchó a Francia. Francisca Castro murió en 1986. Ya había conocido mi primera obra sobre la guerra civil en Córdoba, de la que compró varios ejemplares para distribuir entre toda la familia. Cuando llegó la democracia a esta España inquisitorial, recibió una carta de apoyo de Dolores Ibárruri, y también del diputado por Córdoba Ignacio Gallego.

        A estas fechas ya han fallecido todos: Francisca Castro, Herminia y Honorio. Este ha dejado en Francia 4 hijos: María Rosa (nacida en España), Ángel, Francis y Olivia. Herminia ha dejado a Coralia y a Rubén Ferreres Garcés. Este fue quien puso en limpio en 2009 las Memorias de su madre Herminia. A él, la historia de los masacrados (Los “Humillados y ofendidos”, de Dostoyevski) deberá eterna gratitud. A Rubén lo conocí el 4 de diciembre de 2018, con motivo de una conferencia mía en Córdoba, a la que vino a escucharme desde Barcelona. Sé que mucha gente se emocionó al conocer su presencia. La memoria del crimen contra Bautista Garcés es una herida que sigue abierta en mucha gente de bien de la Córdoba ensangrentada.

 

LAUS  VICTIS

Francisco Moreno Gómez




[1] Esta información procede de mis libros La guerra civil en Córdoba (1936-1939), Alpuerto, Madrid, 1985; y 1936. El genocidio franquista en Córdoba, Crítica, Barcelona, 2008.
[2] Los datos personales de Bautista Garcés provienen de unas Memorias redactadas en Barcelona, 2009, por sus hijos Herminia y Honorio Garcés Castro, y por su nieto Rubén Ferreres Garcés, así como de las comunicaciones entre éste último y el autor en el mes de diciembre de 2018.
[3] Estas notas pre-republicanas aparecen en una entrevista en Mundo Obrero, 4 de abril de 1936, en la serie “Charlas con nuestros diputados”.
[4] Periódico El Sur, Córdoba, 6 diciembre 1932.
[5] Periódico El Sur, Córdoba, 20 marzo 1933.
[6] El Sur, Córdoba, 9 de agosto de 1934.
[7] El Sur, Córdoba, 9 de agosto de 1934.
[8] El Sur, Córdoba, 3 de octubre de 1934.
[9] Pedro Garfias, Poesías de la guerra española, Ediciones Minerva, México, 1941.
[10] El Sur, Córdoba, 24 de agosto de 1934.
[11] Véase mi libro La República y la guerra civil en Córdoba, Ayuntamiento, Córdoba, 1982, p. 317 y ss.
[12] Testimonio de Herminia Garcés Castro, en diversa correspondencia recibida en varias fechas de 1979-1980.
[13] Francisco Espinosa Maestre, La justicia de Queipo, Crítica, Barcelona, 2005, p. 102.
[14] Los tíos que les quedaban en Córdoba eran: Antonio Castro Bretones, por parte de la madre, y Enrique y Eulalia, por parte del padre Bautista Garcés.
[15] Véase en este mismo BLOG una entrada dedicada a la historia del Batallón “Garcés”.