INTELECTUALES
DE LA REPÚBLICA: ANTONIO PORRAS
Por Francisco Moreno Gómez
Nunca acabaremos de echar
fuera la serie de vidas ejemplares de la Córdoba eterna. Se impone arrojar al
ágora contenidos largo tiempo guardados, entrevistas hibernadas y materiales en
reposo. En 2003 dejé hilvanada una entrevista realizada a Carmen Porras
Caballero, la hija de Antonio Porras, en su casa solariega de Pozoblanco. No es
el propósito desarrollar la biografía de Antonio Porras, sino centrarse en la
citada entrevista. Con todo, es pertinente una elemental presentación del
personaje.
Antonio Porras Márquez (Pozoblanco, 1886-1970) era de una familia
acomodada, y tenían una finca importante en Pozoblanco, denominada “Cañada de
la Pila”. Al ser de buena posición, gozó de todas las oportunidades para una
buena educación. Estudió bachillerato en Cabra y Córdoba; Derecho en Sevilla, y
se doctoró en Madrid. Su orientación intelectual fue siempre de tipo liberal y
republicana. Se casó con la también pozoalbense Victoria Caballero, y tuvieron
cuatro hijos: Antonio, Rafael, Carmen y Eugenio. En Madrid fue asiduo de las
tertulias literarias e hizo amistad con la mayoría de los intelectuales y
escritores de la época, destacando en su círculo el Dr. Gregorio Marañón, José
Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala (con los que fundó la Agrupación al
Servicio de la República. Tuvo mucha relación con algunos de la generación del
98, Antonio Machado y Valle-Inclán.
Además del ejercicio de la abogacía, cultivo el periodismo,
el ensayo y la literatura. Entre otras obras, destaca El centro de las almas, de 1924, que recibió el premio Fastenrath de la Real Academia, en 1927,
en competencia con Gabriel Miró. Azorín calificó esta obra como “la novela de
la sierra de Córdoba”, novela que debería estar mucho más presente hoy día
entre los naturales de Los Pedroches.
Antes de la República, Antonio Porras ya era funcionario del
Estado, jefe de personal del Ministerio de Trabajo, plaza conseguida por
oposición. En 1931, tras la jornada jubilosa del 14 de abril, decidió
comprometerse con el momento esperanzador y fue candidato a las Cortes
Constituyentes de ese año, por la Agrupación al Servicio de la República, junto
con el célebre Juan Díaz del Moral, pero solo éste resultó elegido. Antonio
Porras ya no subió más a la palestra política, pero sí ocupó cargos
diplomáticos, como representante de España en la Conferencia Internacional del
Trabajo, en Ginebra, y, ya en guerra, formó parte del equipo diplomático de
España en la Sociedad de las Naciones, también en Ginebra. Nunca abandonó su
actividad literaria y periodística, a pesar de la guerra. Escribió en la
célebre revista Hora de España (aquí
hay una referencia a Villanueva de Córdoba), en La Vanguardia, de Barcelona (en mi archivo se encuentra la
colección de estos artículos), etc. Con motivo de la batalla de Pozoblanco, de
1937, publicó un largo poema épico titulado Defensa
y victoria de Pozoblanco, que le publicó el Comisariado General de Guerra.
Junto con Antonio Machado y otros, formó parte del jurado que concedió a Pedro
Garfias el Premio Nacional de Literatura, en 1938.
Con estos precedentes, se comprenderá mejor la entrevista que
tuve el honor de grabar a su hija Carmen, otra intelectual de excepción, con
fecha 13 de agosto de 2003. Una entrevista de valor histórico, con muchas notas
inéditas. La reproducimos sin preguntas, sólo con respuestas:
Mi entrevista con su hija Carmen Porras, en su casa de Pozoblanco,
el 13 de agosto de 2003, otra típica mujer de la República, con una vastísima
cultura.
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--“Cuando llegó la República, yo tenía 16 años. Era jovencita
y estudiaba en el Conservatorio como alumna libre, y me daba clases de piano
Enrique Aroca, que era un pianista excelente, pero un bohemio al estilo de
Garfias. Luego, iba a la Facultad de Filosofía, a la ciudad universitaria,
donde estábamos tres chicas nada más, que luego estuvo allí el frente de
guerra, bajo los bombardeos. Y me acuerdo muy bien cuando se proclamó la
República, que fue como La gran verbena
de las verbenas, de Lope de Vega, una fiesta fantástica.
--“Mi padre trabajaba, por oposición, como jefe de personal
del Ministerio de Trabajo, y Hacienda, creo. Y quizás fuese de Fomento también,
no me acuerdo. En consecuencia, conoció a un montón de ministros. De Largo
Caballero decía que era el ministro menos inteligente que había visto en su
vida. Cuando ya en guerra se quiso canjear el hijo de Largo Caballero y a José
A. Primo de Rivera, Largo se opuso terminantemente al canje. Y le dijo mi
padre: “Un error, porque no salva usted a su hijo y los otros se van a
aprovechar para quitar a José Antonio de en medio, que es el peor enemigo de
Franco”.
--“Mi padre defendió una vez a José Antonio. Lo tuvo que
defender, porque se había peleado con un magistrado y le había tirado un
tintero a la cabeza. Y fue abogado defensor, porque lo nombraron de oficio. Y
le dijo a José Antonio: “Yo estoy en contra de tus ideas por completo, pero en
correcta abogacía te tengo que defender, y te van a absolver”. Y así ocurrió.
--“En Madrid viví también aquel ambiente horrible, de tiros
por las calles, incluso antes del Frente Popular. Era un clima provocado por
los fascistas. Yo iba mucho al Club Francés, en la calle Barquillo, y había
días que no podíamos, porque había tiroteos en las calles Alcalá, Cibeles y Goya.
Una de las muchachas que teníamos en casa, un día había quitado los colchones y
los había puesto en las ventanas. Entre los fascistas estaba el hijo de Concha
Espina, Luis de la Serna Espina, que se unió a Primo de Rivera, a pesar de que
había sido de los revolucionarios de la Facultad de Medicina. Vivíamos en el
mismo edificio en aquella época, y a todos los jóvenes los movilizaban para
acciones izquierdistas. Pero, mediada la República, se fue a Alemania, a
ampliar estudios, y de allí vino entusiasma por el nazismo. Luego lo vi, siendo
director de Sanidad, ya en el franquismo.
--“El contacto con Pedro Garfias… yo era más joven, y vino a
casa varias veces, que era jovencito, hablaba de poesía, y mi padre había
montado una editorial con un tío de Alberti, llamado Luis. Entonces vino
Garfias, y mi padre lo conocía, porque había leído poesías de él, y decía que
era un poeta muy de vanguardia.
--“Nuestro domicilio era en la calle Goya, 77, luego 103, el
segundo piso, que venía a ser el cuarto. Una casa grandísima, que daba al
mediodía. Por detrás había un jardín, que daba a la calle de Alcalá. Yo vi a
Garfias, por primera vez, allí en casa. Luego lo vi muchísimo en Valencia. En
Madrid, venían a casa, porque mi padre iba a La revista de Occidente, y al
Pombo; y Garfias también iba allí, y al Ateneo, y allí se veían. A casa iba
mucho también Emilio Prados, que era comunista, pero dejó el PCE en Barcelona,
porque decía que “en las reuniones los obligaban a confesar cosas privadas”,
sus problemas y sus cosas, y a él no le gustó explicar sus problemas
sentimentales. Había sido novio de una hija de Juan Díaz del Moral, Eugenia, la
farmacéutica. Yo creo que él era un poco homosexual. Venía mucho por casa, y
era muy amigo de García Lorca.
--“Lorca también venía a casa. Me acuerdo mucho de Lorca,
porque me regaló un muñeco que parecía un niño de verdad, de china, rubito, en
un silloncito de mimbre, sentado, que cerraba los ojos… yo estaba encantada.
Lorca me agradaba mucho, porque tocaba el piano, y yo estudiaba piano, y
teníamos piano en casa. A Federico lo conocimos muy bien. Iba con frecuencia,
bastantes veces. También conocimos a Manolito Altolaguirre, a Emilio Prados, a
Bernabé Fernández Canivell y a su mujer. Y Garfias conocía muy bien a Lorca, y
a Prados también.
--“Lorca venía a menudo a cenar, luego recitaba poesía, y mi
padre estaba encantado, porque a mi padre le ha gustado siempre mucho la
poesía, Góngora, Quevedo y San Juan de la Cruz… Mi padre tenía una biblioteca
de incunables extraordinaria. Era muy amigo de don Antonio Machado. Machado
venía muchísimo a nuestra casa, y nosotros a la suya, y hemos conocido a su
madre. Machado quería muchísimo a mi padre, y a mí también. Lo llamaba
“Antoñito”. A Machado le mandaban golosinas de muchos sitios, y él las guardaba
para mí. Decía: “Como tienes orígenes noriegos por tu abuela, y son tan
golosos, esto para ti”.
Su novela emblemática, El centro de las almas, de 1926, calificada como “la novela de la
sierra de Córdoba”, galardonada con el premio Fastenrath de la Real Academia
Española en 1927.
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--“En Madrid, mi padre trabajaba muchísimo en su oficio. En
el Ministerio tenía que ocuparse de todo. Luego, trabajaba mucho como abogado,
y además escribía, porque el director de la Real Academia era Rodríguez Marín.
Se hizo entonces un nuevo Diccionario con modificaciones, y lo hizo Rodríguez
Marín con mi padre. Por eso me dijo un señor: Tu padre ha tenido tres premios,
el de la tesis, el Fastenrath y el de
la Academia. Y así fue. Colaboró con Rodríguez Marín e hicieron el Diccionario,
porque mi padre era muy puntilloso con el lenguaje. Y luego tenía sus tertulias
literarias, en el Ateneo, en el Pombo,
en La Revista de Occidente… A casa
venían, no como tertulia, sino como amigos, y les daban las tantas de la
madrugada en el despacho de mi padre. En el Ateneo alternaba con todos los
intelectuales, donde iba mucho Marañón. Alternaba mucho también con Ortega y
Gasset, y nosotros le decíamos a mi padre: “Tu amigo es feo”. Y mi padre se
enfadó con nosotros varias veces. Y decía: “Pues Garfias es feo también”. “Sí,
pero Garfias tiene ojitos que parecen aceitunitas negras”. También conocimos a
Max Aub, a Díez Canedo y a Salvador de Madariaga y a su hija Isabel.
--“A Valencia nos fuimos con el Gobierno, por la carretera de
Valencia. Mi hermano Rafael se quedó en Madrid, porque estaba movilizado, y se
quedó una de las sirvientas, porque en casa había tres, Carmen, Pepa y otra.
Carmen, ya casada, fue la que se quedó en Madrid. Mi padre siguió desempeñando
sus funciones en el Ministerio de Trabajo, y siguió con sus tertulias. Allí
tratamos a León Felipe, que tenía una particular de saludar: en vez de “cómo
estás”, decía: “¿Eres feliz?”. Andaba por allí Rafael Alberti y su mujer.
Llegaron Manolito Altolaguirre y Emilio Prados. Vivimos en una casa de unos
señores valencianos, y después, en un piso de la calle Jorge Juan, donde había
estado el cónsul de Suiza. Allí, el alterne con los intelectuales era en un
café, que no recuerdo cómo se llamaba, cerca de la calle de Las Barcas. En ese
piso donde vivíamos nos cayó una bomba de madrugada. Se deshizo casi todo el
edificio. La habitación de mis padres, llena de cristales rotos y todo
deshecho. En la habitación donde yo estaba, mi cama se quedó la mitad en firme
y la otra mitad sobre el precipicio. Nos fuimos a vivir a casa de unos amigos,
a dormir en el suelo, unas veinte personas.
--“Garfias vino y nos dijo que estaba muy mal lo del frente,
cuando ya habían destituido a Indalecio Prieto. Luego, se marchó el Gobierno a
Barcelona. Garfias llegaba a casa y leía sus poesías y cantaba flamenco, al
igual que en las tertulias. Parecía muy alegre de carácter y bebía una
barbaridad. Desde que lo conocí bebía, pero bebía desde su infancia. Sin
embargo, borracho no lo vi nunca. Su saludo era: “Aquí llego con mi gente”,
porque siempre iba con acompañantes. Nunca iba solo. Lo vi en Barcelona entrar
en un restaurante, en el que había que tener bonos para comer. Y llega y le
dicen: “No hay sitio para nadie”, y dijo: “Me da lo mismo. Yo aquí llego con mi
gente”. Se sentó y le tuvieron que dar de comer.
--“En Barcelona, el lugar de encuentro era el Hotel Majestic
y el Salón Rosa, un café que había tenido siempre mucha vida intelectual, en el
Paseo de Gracia. Un local enfrente del otro. En el Hotel estaban alojados:
Malraux, Buñuel, Altolaguirre, Prados y Garfias. Ellos estaban alojados en el
Majestic y venían a casa a cenar, al menos dos veces por semana, a cenar “sopa
de reminiscencias” (retales, trocitos, sobras), que decía Emilio Prados.
Estaban allí casi constantemente metidos en casa: Fernández Canivell,
Altolaguirre, Prados y Garfias.
--“Me dice el arquitecto Sánchez Arcas que en el Ministerio
de Instrucción Pública había unas oposiciones, “porque sabes francés y has
terminado Filosofía y Letras. Además, allí hay una cantina y podrás llevar
comida a tu casa”. Me presenté sin decir nada en casa y gané las oposiciones,
siendo ministro Jesús Hernández. Yo comía allí con los arquitectos. Como estaba
el Consejo Superior de la Música, y allí estaba Salvador Bacarisse, el médico,
iba yo a trabajar en el folclore dos horas que me dejaba mi jefe, que era
Corpus Barga, que casi no aparecía, y el que estaba constantemente allí era don
Pedro Moles, profesor de Geografía e Historia en la Universidad de Madrid,
hermano del físico Enrique Moles. Hacíamos la revista de prensa, y él me enseñó
a ver lo importante en los periódicos, lo recortábamos y lo pegábamos.
--“Mi padre estaba en el jurado del Premio Nacional de
Literatura. Estuvo en dos jurados, y María Zambrano, también. Se lo dieron a
Garfias y a Emilio Prados. María Zambrano se empeñó en que yo hiciera teatro,
pero no quise. Zambrano se iba por la noche, a recoger los gatos perdidos. La
noche que bombardearon los depósitos de combustible de Barcelona, estaba
Garfias en nuestra casa. En otra ocasión, se presentó de madrugada, para
llevarnos a ver una aurora boreal, una preciosidad. Despertó a todos para la
aurora boreal, y bajamos a la Diagonal y al Paseo de Gracia, y estuvimos viendo
aquello.
--“Todos ellos hablaban mucho de Andalucía, más de Córdoba
que de Sevilla o Málaga. Antes de la guerra, Altolaguirre se había enamorado de
una hermana de Emilio Prados, estaba de novicia y la raptaron de un convento
cerca de Málaga, diciendo que la madre estaba muy enferma, en complicidad con
Fernández Canivell. Luego, Garfias hablaba mucho de la batalla de Pozoblanco,
además de Teruel, los italianos en Guadalajara y del frente de Madrid, del ‘No
Pasarán’.
--“A Garfias lo vi recitar en un teatro que no recuerdo, y
luego lo vi en los salones del Majestic. Recitaba muy bien, porque tenía una
voz especial, y mi padre lo quería muchísimo, y se hizo como un protector de
los jóvenes como Garfias, Canivell, etc. Antes, en Madrid, ya los presentaba a
la gente que los pudiera ayudar. Los grandes médicos de Madrid, excepto Jiménez
Díaz, eran republicanos.
--“Mi padre era amigos de todos, republicanos y monárquicos.
Porque aquí, de Córdoba, mi padre era muy amigo de los cordobeses Barroso y los
García Prieto (marqueses de Alhucemas). En el bufete de estos últimos trabajó
mi padre, cuando acabó su tesis. Aquí, en Pozoblanco, había uno que le llamaban
“El Conde”, que vendía sardinas por la calle. En una montería de Andrés Peralbo,
estaba García Prieto, y dice mi padre: “Vamos a comer las sardinas del Conde”.
Y añadió que era una persona extraordinaria e hizo que García Prieto conociera
a “El Conde”, y quedó encantado, de manera que el marqués invitó a “El Conde” a
su casa de Madrid. Cuando llegó allí “El Conde”, los sirvientes no lo dejaban
pasar, y dice: “Diga usted que está aquí el Conde de Pozoblanco”. Y rápidamente
pasó.
--“Mi padre, desde antes de la guerra, iba todos los años a
la Sociedad de las Naciones, a la Conferencia Internacional del Trabajo, para
defender el voto de las mujeres, las vacaciones laborales, el derecho a la
jubilación, etc. Era casi un mes, entre mayo y junio. Empezó a ir hacia 1930.
Durante la guerra ya no fue. Mi padre atacó muchísimo al dictador Primo de
Rivera, con sus artículos en El Sol y
en El Debate. Primo de Rivera le
contestaba. Una vez mi padre se encontró con Alfonso XIII, que felicitó a mi
padre por los artículos: “Yo, el día que se muera mi madre, me tengo que
marchar, porque yo no he nacido para ser rey ni me gusta mandar, pero estos
militares españoles no los puedo tragar, excepto una élite, que resultan que
son los que más me respetan y que no son monárquicos”. Y era verdad, porque el
general Herrera, el de los estudios de la estratosfera, no era monárquico.
Navarro Zuloaga, el oficial de Marina, tampoco. Y ha representado a España en
un montón de sitios.
--“La última vez que vimos a Garfias fue en Figueras: iba con
el Ejército en derrota. Estábamos todos aterrorizados: los arquitectos,
Altolaguirre, Prados, que estaba movilizado… La mujer de Herrera Petere dio a
luz en el campo de concentración de Argelés.
--“Nosotros pasamos la frontera, no me acuerdo. Cuando se
marchó Negrín de Figueras, nosotros debimos de salir el mismo día o al día
siguiente, porque teníamos los visados. La guardia móvil nos dijo que todos los
españoles iban a los campos de concentración, pero como mi padre tenía
pasaporte diplomático, y que tenía muy buena pinta, y mi madre también… pues no
íbamos en el Ejército en derrota, que es la cosa más triste que uno puede ver.
Nos dijeron que nos quedásemos a dormir en Perpiñán, pero que cogiésemos el
primer tren que saliera. Y detrás de nosotros venían: el arquitecto Sánchez
Arcas, que era comunista, Mariano Benlliure, el hijo del escultor, que no era
comunista, y Carlos Arniches, un hijo del escritor. Nosotros salimos para París
al día siguiente, y nos libramos de los campos de concentración, gracias a un
comandante de la guardia civil, que nos dejó pasar, y dijo mi padre: “Estos
arquitectos son íntimos amigos y vienen conmigo, y son los de los paradores de
turismo”. Ese comandante debía de tener cierta cultura y nos dijo: “Hay un tren
a las cinco y otro a las seis. Les aconsejo que cojan el de las cinco de la
mañana”.
--“El Gobierno francés que había, era asqueroso. Se portaron
muy mal con todos los españoles. Yo no sé las ideas de usted cuáles son, pero a
mi padre no le gustaban los socialistas. Han sido siempre muy tibios. En
Francia, el único que ha sido menos tibio ha sido Mitterrand, educado en los
jesuitas. En general, los socialistas no han sabido No ni Sí, sino entre dos
aguas. A nosotros nos han gustado más los ingleses, a pesar de sus cosas.
--“Llegó una orden del Gobierno francés de que no se podía
quedar ningún español en París. Mi padre protestaba, y le decían: ‘No. Se
tienen que por lo menos a 80 kms. de París’. Mi padre decía: ‘Si yo me marcho
ahora de París, volveré cuando hayan ocupado Francia los alemanes, porque
métase usted en la cabeza que antes del 20 de octubre están ustedes en guerra’.
Y le contestan en la Prefectura: ‘Ah, ¿sí? Tenemos la línea Maginot’. Y le
contesta mi padre: ‘¡Qué atrasados están ustedes! Ahora no se invade por
tierra, se invade por el aire. Y no me voy a marchar montón de gente, y no me
voy a ir a un sitio donde no conozco a nadie’.
--“Y no le digo a usted lo que pasamos… El único que empezó a
tratarnos bien fue Mitterrand. Mi padre en París, durante la ocupación, no pudo
trabajar en nada. Llegamos allí sin nada de dinero. El que teníamos no servía.
Vendimos unas joyas que teníamos. Por los Barroso de Córdoba conseguimos vender
una casa que teníamos en la calle Andrés Peralbo, y luego nos llegó algo de las
casas editoriales. Yo empecé a trabajar como ‘azafata’, limpiando cristales y
limpiando en editoriales… Luego, unos amigos de mi padre, vascos, ingenieros de
caminos, los Rentería, que abrieron un Club Restaurant, de comidas y tertulias,
y trabajé ahí.
--“Nos trasladamos a Hendaya, para poder mirar el paisaje de
España. En París, al principio estábamos muy desperdigados los españoles. No
nos podíamos ni reunir, porque era muy peligroso. Luego nos reuníamos con los
pintores. Estaba Corpus Barga, pero su mujer, que era francesa, no le dejaba a
él que tuviese contacto con los españoles, para que no se hablase de política.
A Margarita, la mujer de Garfias, la vimos en París, pero ella se marchó
enseguida. Desde México, Pedro Garfias escribió varias veces a mi padre. El que
levantó la casa y los libros, al morir mi padre, fue mi hermano Eugenio. No sé
dónde tiene las cosas. Y así fuimos rodando. Altolaguirre se casó con Concha
Méndez, que parecía un hombre. Luego, en México, se casó con una mejicana.
--“Mi padre no se quiso ir a EE.UU., a Wasington, donde le
ofrecieron un puesto de abogada, ni a México. Quería estar cerca de sus hijos:
uno en Madrid (Rafael), y otro, en la URSS (Eugenio). Dijo mi padre que ‘él
prefería morirse de hambre en París, y aguantar al socialista León Blum, que
estar tan lejos de los dos hijos’. Si no, habría aterrizado en los EE.UU. Con
Amado Granel, que entró en París (1944) con las tropas del general Leclerc,
estuvimos cuatro años de gestiones, para poder traer a mi hermano Eugenio de
Rusia. Por fin vino, acompañado de ‘dos niños de la guerra’, que eran de
Salamanca, y los trajo. Venía como un mendigo. Eugenio ha sido siempre
comunista, pero tuvo que dejar una novia en Rusia, porque Stalin prohibía el
intercambio epistolar, y tuvo que dejar de escribirle. Por eso dijo Eugenio:
‘El infierno existe, y está aquí’”.
Hasta aquí, la palabra prolijamente erudita de Carmen Porras,
una de esas mujeres de vastísima cultura que propició la República. Termina
hablando del “infierno”, y lleva razón, porque la mayor dosis de amargura les
había de llegar en 1943.
La gran desgracia de la familia Porras: el fusilamiento
del hijo Rafael Porras Caballero, en Madrid, el 19 de mayo de 1943.
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La gran desgracia de la familia Porras: el fusilamiento
del hijo Rafael Porras Caballero, en Madrid, el 19 de mayo de 1943.Antonio Porras, ya en Pozoblanco a la vuelta del exilio,
pocos meses antes de morir, el 21 de septiembre de 1970, a los 84 años.
Rafael Porras Caballero había sido apresado en Madrid, nada
más terminar la contienda. Lo trajeron a la cárcel de Pozoblanco, Le dieron
varias palizas. Por fin llegó el consejo de guerra, no le demostraron cargos,
quedó absuelto y salió en libertad. Estuvo administrando un tiempo la hacienda
de la familia en Pozoblanco. Luego, volvió a Madrid, donde, sin que se sepa por
qué, lo apresaron de nuevo, en 1942. Ahora las torturas que sufrió fueron mucho
más serias, y llegaba a perder el conocimiento. Un nuevo consejo de guerra iba
claramente a por él, seguramente por ser hijo de quien era. El 9 de abril de
1943 fue sentenciado a muerte, junto con otra decena de madrileños. La situación
se hizo crítica, y su padre recurrió, entre otras personalidades, a los
marqueses de Alhucemas, y por medio del mismo general Yagüe, las gestiones
llegaron a la mesa de Franco, pero el gran dictador argumento que “no podía indultar, porque si indultaba a Rafael
Porras, que su padre era muy conocido, sería un signo de debilidad, y tendría
que indultar a los otros once”. Ya estaba todo consumado. El gran genocida
lo empujaba todo hacia el final. El 13 de mayo de 1943, la 1ª Capitanía General
se dio por “enterada” de la sentencia. En la noche del 18 de mayo, en la cárcel
de Porlier, se dio comunicación a los reos y entraron en capilla. Rafael
escribió a sus hermanos y a sus padres. La segunda terminaba así: “… Adiós, no quiero ser más extenso, para no
haceros sufrir más. Tener resignación, ser buenos y vivir felices, que bien lo
merecéis. Que mi último abrazo sea para todos a la vez, el más fuerte y con más
cariño”.
Y como el Cristo del Calvario, le hacía este ruego a su padre
en favor de uno de sus compañeros de muerte: “Junto conmigo muere José María San Ildefonso, deja viuda e hijos.
Hacer por ellos cuanto sea posible. Viven en la carretera de Aragón núm. 15
(Ventas)”. Un gesto altruista insólito, que no hemos observado en la
multitud de casos que hemos conocido. Fue una saca de 12 hombres, a los que
asesinó el franquismo al amanecer del 19 de mayo de 1943, en el cementerio del
Este.
Todo un alud de desgracias que fueron cayendo sobre la vida
de este excepcional hombre de letras de Pozoblanco: los estragos de un golpe
militar. La guerra, la destrucción de un hogar (entre tantos centenares de
miles), el exilio, la dispersión de sus hijos, y el crimen cometido contra
Rafael.
Antonio Porras, ya en Pozoblanco a la vuelta del exilio,
pocos meses antes de morir, el 21 de septiembre de 1970, a los 84 años.
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Por fin, cuando su vida entraba en el crepúsculo, Antonio
Porras Márquez, uno de los grandes ilustrados de la Córdoba de 1930,
intelectual brillante, doctor en Derecho, periodista, ensayista, diplomático y
novelista, decidió, como el elefante errante, volver a su origen, a su querido
Pozoblanco, del que llevaba ausente nada menos que 34 años. Regresó a España y
Pozoblanco en abril de 1970. Disfrutó en su antigua casa unos meses de paz y
sosiego. La derecha franquista de Pozoblanco le recibió con los brazos
cerrados. Después de tanto renombre como el intelectual le había dado a
Pozoblanco, sólo recibió como recompensa el más severo vacío. Falleció el 21 de
septiembre de 1970, a los 84 años. Muy
pocas personas le acompañaron en el sepelio, sólo los que le querían, entre
ellos Hilario Ángel Calero. Era un “rojo”. Y los vencedores no perdonaron nunca:
en vez de la línea evangélica del “perdón”, hasta “setenta veces siete”,
optaron por la vía judaica de la venganza, si bien en don Antonio Porras no
tenían nada que vengar. Los comarcanos de Los Pedroches le deben un homenaje a
don Antonio, a la luz de El centro de las
almas, “la novela de la sierra de Córdoba” (Azorín).