COMISIONES
DE LA VERDAD Y DOCUMENTALES DE LA
MEMORIA HISTÓRICA EN ESPAÑA
Por
Francisco Moreno Gómez
Un buen número de documentales del siglo XXI han evitado
el olvido del genocidio franquista y han aportado rastreos de memoria histórica
de gran importancia. Lamentablemente el fenómeno ha surgido muy tardío, muchas
décadas después de los hechos. Los periodistas y los cineastas han tardado
mucho tiempo en interesarse por las desgracias de la guerra civil y de la
represión franquista. Pero he aquí que la sociedad civil, las Asociaciones y
los Foros de la memoria se han tomado la delantera y, desde finales del siglo
XX, han plasmado en más de 50 ó 60
documentales una auténtica Comisión
de la Verdad en la que las víctimas del franquismo han hablado y expuesto
su sufrimiento.
En el año 2000, vino a ser un aldabonazo
la exhumación de una fosa en Priaranza
del Bierzo, el 28-10-2000, en la cuneta de la carretera próxima, por
iniciativa de Emilio Silva, nieto de uno de los asesinados. La iniciativa se
llevó a cabo siguiendo el protocolo científico establecido, y se puso en
conocimiento de la ONU y de la UNESCO, en el proyecto de “Memorias situadas”. A
partir de entonces se propagó por toda España un movimiento recuperador de la
memoria y de las fosas olvidadas de los desaparecidos del franquismo. Una
peculiar forma de “Comisiones de la Verdad” se había puesto en marcha.
El mismo año 2000 ocurrió otro proyecto
de gran importancia, que fue La Caravana
de la Memoria, a iniciativa de la Asociación “Archivo, Guerra y Exilio”
(1998), cuya secretaria general era Dolores Cabra, y la presidenta una
brigadista internacional, Adelina Kondratieva. Se destinó un autobús como “caravana” para recorrer toda España e impartir
conferencias, jornadas de memoria y homenajes en las diputaciones y
ayuntamentos de acogida, con los que se firmaban convenios de colaboración. En
el autobús viajaban supervivientes de la guerrilla, ex presos políticos, niños
de la guerra, exiliados, activistas de la memoria, más otros colaboradores del
lugar de llegada: historiadores, testigos y supervivientes de diversa índole.
Entre octubre y noviembre del año 2000
“La caravana” celebró actos muy concurridos en Madrid, Valencia, Cáceres, León
(Villablino, Ponferrada), Cantabria (Camargo), Euskadi, Sevilla, Algeciras,
Zaragoza, Archivo Nacional de Cataluña, y en otros muchos lugares (Yo mismo
participé en bastantes puntos de llegada de La Caravana: Madrid, Sevilla,
Algeciras, El Viso de Los Pedroches, etc.). Allí participaban los
exguerrilleros Francisco Martínez “Quico”, José Murillo “Ríos”, Esperanza
Martínez, entre otros antiguos antifranquistas como Julián Antonio Ramírez, y
jóvenes memorialistas como Manuel Velasco, entre otros muchos. Se exhibía la
pancarta: “No somos bandoleros, sino
guerrilleros de la República”. Fue un movimiento memorialista de gran
envergadura que animó el comienzo del siglo XXI. En el Congreso de los
Diputados se consiguió una Proposición No de Ley, el 17-5-2001, para devolver
la dignidad a los ex guerrilleros. Y en otra sesión (26-5-2013) se aprobaron
formas de reconocimiento, siempre con oposición cerril de las derechas.
Con ese fervor de comienzos del siglo XXI
surgió un inusitado interés por el rodaje de documentales para rescatar la voz
de los últimos testigos, con sus relatos trágicos, y la plasmación de los
últimos lugares de memoria. Esa recogida de testimonios de los sufridores de
los crímenes del franquismo vinieron a ser las únicas “Comisiones de la Verdad”
que se han llevado a cabo en España. Lo
esencial de estas comisiones son estos puntos: 1) la formación de un
comité, a donde ir los familiares a declarar, que en este caso era el equipo
del rodaje; 2) El desfile de las víctimas y familiares para exponer sus
sufrimientos y derramar sus lágrimas; y 3) La publicación del documental, que
viene a ser el Informe final de las auténticas Comisiones de la Verdad, como el
Nunca más de Argentina.
El corpus de estos documentales, más de medio centenar, es la única Comisión de la Verdad que se ha podido confeccionar en la España de las represiones y de las exclusiones, la de Torquemada, la de la Inquisición, la de Franco, la de los fanatismos y la de los ultracatólicos. Hoy, sólo nos queda el tesoro memorial de estos documentales para ilustrar de verdad el horror de lo que pasó, empezando por aquella iniciativa de la agrupación de 13 documentales en un pack, bajo el título general de Imágenes contra el olvido.[1] Enumeramos títulos y contenidos de algunos de éstos y otros documentales.
Santa Cruz… por ejemplo,[2] visualiza la exhumación de
9 asesinados en Santa Cruz de la Salceda (Burgos), con un entramado de
testimonios de los familiares de sumo interés, de los que entresacamos algunas
declaraciones como éstas:
“… Los detenían guardias civiles y
falangistas… Los de derechas del pueblo hacían la lista y llamaban a los del
pueblo vecino. Los de un pueblo iban a matar a otro… El cura, apodado ‘El
Resinero’, llevaba el yugo y las flechas en el bonete. Y animaba el camión de
la muerte y participaba en la elaboración de listas… Una joven tenía 15 años,
la pelaron y la pasearon. Mataron a su hermano… Los niños ‘rojos’ no podíamos
salir de casa, nos insultaban. A mí, de niña, me han llamado: ‘roja, vete a
Rusia’. No los perdono… No se podía hablar nada entonces. Había mucho miedo. No
dejaban a nadie ni respirar. Me he criado en una situación de miedo, pero ya lo
he superado. Los nietos ya no tenemos miedo…”
En
este documental se revela que en la comarca de Aranda de Duero, con 60 pequeños
pueblos, se han detectado unas 32 fosas y unas 700 víctimas. Es curioso, como
en el resto de España, que la mayoría de los familiares residen fuera del
pueblo. La alcaldesa, del PP, preguntada qué le parecen las exhumaciones,
responde azorada: “No nos parece oportuno
remover cosas pasadas. Yo, hacia atrás, no miro”. Sin comentarios.
En el documental Presos del silencio,[3] las entrevistas no tienen
desperdicio:
“… en el campo de concentración de
Castuera, rodeado de alambradas, y con las ametralladoras por fuera, vinieron
grupos de falangistas, sacaron a varios del pueblo, y de ellos nada más se
supo… Teníamos que aprender el Cara al sol, y lo teníamos que cantar a todas
horas, a la hora de formar, antes de comer, al levantarse… En Burgos, con el
frío ya teníamos bastante. Con 12 grados bajo cero nos metían dos duchas frías,
una los jueves y otra los domingos. Para dormir teníamos loseta y media.
Aquello era un cementerio de hombres vivos. Sólo podía tirar adelante el que
tenía a alguien que le pudiera arrimar algo… Son muchos años sin ver familia,
sin ver a nadie. Unos salían trastornados de la cabeza. Otros, siempre con
pena, porque les ha quedado grabado todo eso en el corazón… En el Canal de Dos
Hermanas venían grupos de curas a confesar; todo a la fuerza, igual que la
misa… Las mujeres de los presos era otro gran drama: señaladas por la calle,
mal vistas, pasando hambre. A mi madre ya no le cabía más sufrimiento. Además
del hambre, era la humillación. Las mujeres iban andando a ver a sus maridos.
Se veían y hablaban a gritos, entre dos alambradas, con un pasillo de por
medio. Me han echado de muchos sitios por ser ‘rojo’. No se podía hablar de
nada. Había que callar. El miedo no se ha acabado todavía. Se murió Franco y ya
pudimos salir como personas a la calle. El no hablar de una cosa, va borrando,
va borrando…”. Y así se llega a la desmemoria.
En el documental La mala muerte[4]
se recoge otra exhumación, en este caso de 27 asesinados en Villaviudas
(Palencia). En los diversos testimonios se puede escuchar lo siguiente:
“Sin
memoria no somos nada. Más que una guerra civil, fue una masacre de civiles. Al
pueblo vino un fraile con los falangistas… Los mataron por envidias y malos
quereres”. Esta última frase refleja una deformación en el sentir popular.
Las familias, en su afán por buscar lógicas y justificaciones en una matanza
absurda, han caído en el tópico de los “odios personales”, que no son la clave
ni la raíz de la matanza. La raíz de la matanza fue por “motivos políticos”, en
una represión programada. Los mataban porque no eran afectos al movimiento
fascista, no por odios personales.
Por otra parte, el documental se hace eco
de opiniones académicas interesantes: “En
la transición, el proceso democrático lo hizo gente que tenía miedo, creyendo
que, al no hablar de los pecados del franquismo, se iba a poder salir del
franquismo”, lo cual, ciertamente, no ha ocurrido. Se afirma aquí que “Las dos Españas son, propiamente, las de la
posguerra, la de los vencedores y la de los vencidos; no antes. En la posguerra
ocurrió la gran división entre los españoles”. Se añade que “el miedo es un
instrumento para el sometimiento”. Y termina el documental con una carta de un
fusilado en sus últimos momentos: “Enseña
a nuestros hijos a respetar mi memoria”.
El documental La columna de los ocho mil[5] es una reconstrucción
impresionante sobre la desgracia de personas inocentes y la barbarie fascista
en Extremadura. Con entrevistas a supervivientes e historiadores se va
reconstruyendo una de las grandes catástrofes humanitarias causadas por el
golpe militar. Materia, sin duda, de un trágico guión cinematográfico.
Una gran bolsa de gente quedó copada al Oeste
de Badajoz. De la capital huía la gente por la orilla de Portugal, y otros
subían desde Huelva y de Sevilla. Se formó una gran aglomeración en torno a
Fregenal de la Sierra y Jerez de los Caballeros, a finales de agosto de 1936,
aterrorizados por las matanzas franquistas.
Por entonces vieron pasar, camino de
Madrid, a un gran número de mineros de Huelva, que huían de Río Tinto (la
llamada “Columna Espartaco”); eran anarquistas, sobre todo. Unos 2.000. Por el
camino se les fue agregando gente de los pueblos, de modo que se llamó “Columna
Andalucía-Extremadura”.
Mientras tanto, entre agosto y
septiembre, unos miles de extremeños pasaron a Portugal, pero el régimen
fascista de allí los devolvió, salvo un grupo de 1.400 personas, a las que
protegió el teniente Seixas, portugués, y consiguió enviarlas, sanas y salvas,
en un barco hacia Tarragona.
A comienzos de septiembre, la
aglomeración de Fregenal era desbordante. Los dirigentes socialistas se
reunieron en Valencia del Ventoso (los alcaldes de Zafra, de Fuente de Cantos,
el diputado Sosa Hormigos y otros), y acordaron poner en marcha la gran
expedición hacia la zona republicana, en dirección a Azuaga, para lo que tenían
que cruzar la carretera general (vía de La Plata), en poder de los golpistas.
Salieron el 15 de septiembre. Se habían
sumado más mineros de Río Tinto, y mucha gente de todo el Oeste extremeño,
hombres, mujeres, niños, familias enteras, con bestias y enseres. Andando, de
día y de noche, sin agua. En vanguardia iban algunos milicianos con escopetas.
Los golpistas los detectaron pronto. Una avioneta enemiga los sobrevoló. Iban
unas 8.000 personas, con el afán de salir de aquel encierro.
Queipo de Llano, aun sabiendo que era una
masa de civiles desarmados, les preparó el ataque, con una fuerza de 500
hombres armados (soldados, guardias civiles y falangistas). Ocurrió cuando la
masa pasaba por la ladera del cerro Alcornocosa, entre Fuente del Arco y
Llerena. Les dispararon a discreción. Fue una masacre: más de 1.000 muertos.
Las colinas empezaron a arder. La columna se rompió: unos corrieron hacia
delante, y parte llegaron a la zona republicana. Otros corrieron para atrás.
Otros se dispersaron por las lomas, llevando vida fugitiva, ocultos de día, y
caminando de noche. La mayoría quedaron prisioneros.
El capitán Tasara, franquista, engañó a
un grupo, haciéndose pasar por republicano, aparentando venir en ayuda. Así los
llevó a Fuente del Arco, unos 2.000, y desde allí, ya presos, en un tren hasta
Llerena. Aquí, con estos y otros, llenaron la plaza de toros y la llamada
Maltería.
Llenaron un camión y los llevaron a
fusilar a Zafra. A otros los llevaron al barco-prisión de Sevilla, y de ellos
nunca más se supo. Al resto los fueron fusilando, todas las madrugadas, en el
cementerio de Llerena, con ametralladoras. Nunca se les inscribió en el
Registro Civil. El verdugo de Llerena fue el comandante Gómez Cobián, un
carlista militar, a las órdenes de Queipo de Llano. Miguel Hernández escribió
sobre esta gran tragedia en una de sus prosas de guerra. Una superviviente
declara así en el documental: “Las
pasamos canutas. No sé cómo estoy viva. Sueño muchas veces con esto todavía.
Había un miedo muy grande”.
Otro documental, Una inmensa prisión,[6] rastrea nuevos aspectos de
las cárceles franquistas y aporta afirmaciones importantes para el conocimiento
del régimen franquista:
“Cualquier
enfermedad que afecte a la memoria de la persona, eso supone la disolución de
la personalidad. Romper la memoria es romper el alma humana”.
En el homenaje a los fusilados por el
franquismo en el cementerio del Este, en Madrid (2-5-2004), se calificó de
genocidio la represión franquista. En 1941, el franquismo dio un decreto que
prohibía seguir en prisión a los niños mayores de 3 años. Se hacía cargo de
ellos la red de Auxilio Social, los educaban en valores opuestos a las ideas de
sus padres. Les podían cambiar de nombre y entregarlos en adopción, sin saberlo
sus padres. Por otra parte, había todo un paisaje de cárceles de mujeres: Ventas
(en Madrid, con 10.000 presas), Santander, Saturrarán, Amorebieta, Málaga,
Segovia…
Entre
las peores prisiones de hombres estaban: el Puerto de Santa María y el Penal de
Chinchilla. Aquí moría la gente a montones. Todos los presos de España dormían
en el suelo, y las torturas eran generalizadas.
Entre las afirmaciones de los
entrevistados, nos han llamado la atención las siguientes: “El terror existe todavía hoy, sobre todo en los pueblos… Todo se llenó
de tribunales militares, por todas partes. Disfrutaban torturando y fusilando.
Humillaban, odiaban, reprimían a placer. Eran interrogatorios sin piedad… La
represión fue despiadada hasta la amnistía de 1977… A la prisión de Burgos la
llamaban ‘La Universidad de Moscú’. Había allí 500 hombres preparadísimos
políticamente. Mantenían los ideales y la moral. Daban clases a los que menos
sabían… Para las mujeres todo fue mucho peor. A las cárceles de hombres
llegaban ciertas ayudas y materiales políticos de los partidos; pero a las
cárceles de mujeres no llegaba nada. En 1949 hubo una huelga de hambre entre
las presas de Segovia y apenas tuvo repercusión”.
El problema del conocimiento histórico
exacto del fenómeno de las Brigadas Internacionales da materia al documental España:
última esperanza,[7] con sustanciosas
entrevistas a 4 ex brigadistas austriacos (En la guerra civil hubo 1.400
austriacos, entre los 35.000 brigadistas). Eran socialistas o comunistas. Sus
padres habían sido alcaldes o eran campesinos y habían sido víctimas del
fascismo austriaco. Lo de España “fue nuestra guerra defensiva contra el
fascismo”.
En 1933, casi coetáneo con Alemania, se
dio un golpe fascista en Austria, el Parlamento fue suspendido y prohibido el
Partido Comunista. En febrero de 1934 se produjo un levantamiento obrero
socialista, que fue aplastado. Fue prohibido entonces el Partido
Socialdemócrata y los Sindicatos.
Los brigadistas austriacos eran muchachos
socialistas y comunistas, que ya se habían ejercitado en actividades
clandestinas. Eran detenidos y sufrían represión. Cuando se enteraron de que en
España estallaba otro golpe fascista, como en Austria, decidieron, cada uno por
su cuenta, venir a España, incluso sin el permiso de sus padres: “España era la
última esperanza contra el fascismo”.
Se batieron en muchos frentes españoles.
Sufrieron mucho en Teruel, a 20 grados bajo cero. Cuando la retirada de las
Brigadas Internacionales, los que eran de países ocupados (Austria,
Checoslovaquia, Hungría,…), no se pudieron marchar. Volvieron a luchar en Cataluña,
sufrieron los campos de concentración (los de Franco y los de Francia) y
acabaron muchos en los campos nazis. Entre los testimonios de estos cuatro
brigadistas del documental, subrayamos: “Al
final de la guerra de España ya sólo luchábamos contra italianos… Cuando
llegamos a Francia no nos esperábamos esa humillación que sufrimos. La Francia
oficial nos recibió con gritos y golpes. Fueron muy brutales. Rompían las
maletas con las bayonetas y robaban lo que querían… ¡Nos encerraron contra todo
el Derecho Internacional!... Las prisiones son la Universidad del movimiento
obrero” (En el campo de Gours se fundó una Escuela Popular).
El documental Muerte en el Valle[8] rescata una aplicación de
la “ley de fugas” en la España represiva de 1948. Aquí, la labor de
recuperación de memoria histórica se halla en su más pura expresión. Un enlace
de la guerrilla, Francisco Redondo, de la aldea El Valle (León), cerca de
Bembibre, fue liquidado por la Guardia Civil en 1948. Su nieta, Christina
Hardt, nacida en Nueva York, decide un día viajar a El Valle, para esclarecer
el asesinato de su abuelo:
“Nadie ha hablado nunca de estas cosas en
casa, hasta hoy… Mi abuelo había muerto, pero nadie me daba explicación. Tenía
16 años, cuando mi abuela, por fin, me contó algo de lo sucedido… Me habló de
unos fugitivos a los que habían escondido, y alguien los traicionó. Y me dije:
Quiero que todo el mundo se entere de esto”.
Eran guerrilleros del grupo del célebre
Girón, que estuvieron dos meses escondidos en la casa del abuelo, en 1948.
Alguien delató, y una noche la Guardia Civil cercó la casa y la incendió, pero
los maquis escaparon. A la mañana siguiente volvió la Guardia Civil a detener
al matrimonio, y los llevaron detenidos a Bembibre, al igual que otro enlace
llamado Florentino. Durante 6 días les pegaron mucho, al cabo de los cuales
sacaron a los dos hombres de noche y les aplicaron la “ley de fugas”. Dejaron
los cadáveres en la puerta del cementerio. La madre de Francisco fue a
reconocerlo (la bisabuela Lucrecia), con su nieta de 9 años (la madre de
Christina).
Christina empezó el rodaje y no logró que
la bisabuela Lucrecia le contara nada, hasta que meses después, durante el
mismo rodaje, Lucrecia murió en el más absoluto silencio. El hecho del rodaje dividió
a la familia. Al tío Pablo le indignaba que Christina anduviera averiguando
estas cosas. Otro de sus tíos la amenazó con romperle la cámara. Christina
estaba a punto de abandonar su proyecto. Pero se armó de valor y logró dar,
primero, con el delator, que fue la prima Rosario, la entrevistó y se lo echó
en cara. En segundo lugar, también dio con el asesino. Por un expediente del
Gobierno Militar, averigua quién fue el guardia civil que mató a su abuelo, el
guardia Ignacio Gil Perdigones. Se presentó en su domicilio, en una calle de
León, y le preguntó en la cara qué fue lo que pasó con su abuelo. Al final del
documental, en la familia de Christina se han producido unas tensiones enormes,
y no tiene más opción que poner tierra de por medio y regresar a Nueva York,
pero feliz por haber hecho justicia a la memoria de su abuelo. Toda una lección
del valor actual de los nietos de las víctimas y de los terrores enfermizos de
la generación que sufrió de lleno la represión franquista.
Un documental impresionante, Los
niños perdidos del franquismo[9], revela que esta dictadura
incurrió en las mismas miserias respecto a la infancia que todos los regímenes
totalitarios. Franco firmó la creación del “Gabinete de Investigaciones
Psicológicas” (23-8-1938), para determinar las raíces biosíquicas del marxismo,
y se nombró director al comandante y psiquiatra Vallejo Nájera. La tesis de
Vallejo era que “el marxismo es una enfermedad”. Decía: “Podemos demostrar ahora que las teorías marxistas favorecen su
asimilación por los deficientes mentales”.
Desfilan luego en entrevistas los
supervivientes, niños y mujeres: “Nos
quitaron todo. No teníamos nada para los niños…”. María Villanueva: “A mí la leche se me retiró, y la niña se
puso mala y se murió. Y es que yo no comía, ¿cómo iba a alimentar a la niña?”
Juana Doña: “Los niños se morían. Nos
metieron en trenes de ganado, mujeres y niños. De Alicante a Madrid, siete días
y siete noches encerrados. Ibamos con niños muertos. Lo que hicieron con
nosotras y con los niños no tiene nombre. Había voluntad de exterminio, para
que en el futuro no hubiera vengadores”.
En Saturrarán murieron 32 niños en 15
días. En Madrid mandaba la Topete, María Topete Fernández. Mandó en Ventas;
luego, en la prisión de Madres. Su ideal: separar a los hijos de las madres, y
de las ideas de sus padres, para desarraigarlos. Separarlos del pensamiento
político de los padres. Lo peor: que a los 3 años se llevaban a los niños, y
las madres no los volvían a ver. Hoy día, muchas madres no saben qué fue de
ellos.
La fundadora de Auxilio Social, Mercedes
Sanz Bachiller: “Yo no pretendía que
fuesen franquistas, pero sí anticomunistas” (lo recalca con furor). En
Auxilio Social, los niños recibían pan, pero a cambio de adoctrinamiento.
Un “auxiliado” declara: “Yo me sé todos los himnos de Falange y de
la Iglesia. Nos castigaban noches sin cenar. Me robaron todo: la infancia, la
sociedad, la familia, las ideas de mis padres…”.
La dictadura buscaba regenerar a los
hijos de los “rojos”. Por Auxilio Social pasaron más de 10.000 hijos de presos
y fusilados. Una especie de campo de concentración de niños. “Sabíamos que éramos culpables, pero no
comprendíamos por qué… Cuando mi padre estaba en capilla para morir, a nosotras
sus dos hijas nos pusieron a rezar”.
En tiempos de la guerrilla, la Guardia
Civil asaltó una casa, mataron a los guerrilleros y al dueño de la casa. A la
mujer se la llevaron presa, y a los niños, a un colegio. De éstos, la madre no
volvió a tener noticia, hasta que un día, en la cárcel de Ventas, la llaman a
comunicar, y ve a su hijo mayor vestido de cura. Aquella madre no tenía
consuelo: “¡Traidores! ¡Qué habéis hecho
con mi hijo!”
La hermana de Girón, el guerrillero
leonés, dio a luz en la cárcel. Le quitaron el niño y nunca más supo de él.
Episodio patético fue la caza y captura
de “Niños de la Guerra”. Se creó una comisión de Falange, que iba a recoger
niños por los países de acogida. Capturaron a muchos en Leningrado, y Hitler
los entregó a Franco. En 1943 enviaron 21, sin saberlo sus padres. De uno, en
Santander, se enteran los padres de la llegada, van allá, pero no se lo
entregan, y lo mandan a Auxilio Social. Estaba prohibido el contacto con la
familia, “porque no era adecuada para su educación”.
Otra vez llegaron 180 niños a Madrid.
Algunos padres lo supieron, pero otros muchos ni siquiera se enteraron, porque
había orden de no avisar. Se llegaron a realizar raptos en el extranjero y se
les entregó a familias adoptivas. En 1941 salió un decreto por el que se podía
cambiar de nombre a los niños repatriados, con lo cual se producían identidades
falsas. A la niña de un capitán republicano fusilado en Valencia, y huérfana de
madre, se la trajeron a la Inclusa de Madrid, y llegó a tener cuatro adopciones
en cuatro años, todas con cuatro nombres diferentes.
Por último, fuera ya de la citada
colección “Imágenes contra el olvido”,
nos hacemos eco de otro documental, Las fosas del silencio,
salido de la televisión catalana. Comienza su rastreo memorístico con datos
sobre la matanza de Zafra (Badajoz), donde entró el comandante Castejón con su
columna, y los moros a culatazos con la gente. El día que entraron asesinaron a
42 personas (Castejón tiene un monumento en Zafra). Hicieron una lista, los
detuvieron y se los llevaron a retaguardia de la columna, por la carretera de
Los Santos de Maimona. De trecho en trecho iban fusilando por decenas. La
última fue la maestra doña Juana, junto con su marido. En los días siguientes
fueron cayendo víctimas en Zafra, hasta un total de 200. “Mi madre sufrió mucho. La pelaron, le dieron aceite de ricino… Los
delatores eran los propios vecinos y la gente de derechas”. Destacó en los
crímenes el guardia civil José Hernández Mancera.
Aparecen luego relatos del campo de
concentración de Castuera, por donde pasaron unos 10.000 presos: “Aquí han sido peores que los alemanes.
Sacaban gente y nada más se supo de ellos. Tres jóvenes falangistas sacaron al
alcalde de Zafra y lo mataron… A mi madre, de nombre Matilde, la mataron en
Castuera en las primeras semanas de la victoria, después de violarla. Su
delito: haberse casado con un socialista de origen andaluz. Quedamos tres niñas
enlutadas. Sobre mi madre se impuso una
losa de silencio”.
Afirma José María Lama que “la victoria real de Franco fue el silencio,
y el silencio condujo a la desmemoria”.
El documental ilustra ampliamente sobre
la campaña final en Lérida, de lo que se sabía muy poco. Entró por allí a
sangre y fuego el general Antonio Sagardía Ramos, que tiene un monumento en La
Lora, entre Burgos y Santander. Era general retirado cuando empezó la guerra,
un tipo largo, estirado. Su 62 División hizo estragos por el Norte. En Sort
puso su cuartel general. La carretera entre Sort y La Bonaigua está salpicada
de fosas comunes:
-En
el cementerio de Montardi, 19 víctimas.
-En la fosa de La Molina, cerca de Rialp,
11 víctimas.
-En la fosa de Prat de Gori, 6 víctimas.
-En la fosa del Caragol, 7 víctimas.
-En la fosa del Hostal de Aidí, 9
víctimas.
-En la fosa del Prat del Rector, 1
víctima.
-En la fosa de La Borda Daspá, 9
víctimas.
-En Unarre mataron 9 personas, entre
ellas, una mujer. “Los llevaron a
declarar a Esterri. Un cura fue a confesarlos, y se marchó sin ayudarlos. Los
mataron soldados. No se sabe dónde los enterraron. Los denunciantes fueron
gente de derechas del pueblo”.
En Rialp se hizo otra matanza. Formaron
una hilera de detenidos. Los llevaban por la calle. Alguna persona influyente
intercedió por alguien, y el general Sagardía, en un gesto insólito, dijo: “Bueno, los de la UGT, que se salven, pero
los de la CNT, que los fusilen a todos”. “En los Valles de Aneu se fusilaba sin juicio. Hay fosas comunes por
todo el Pallars Sobirá. La gente, aún hoy, apenas habla de esto”.
En Piedrafita de Babia (León), en una
fosa en descampado, hay 37 cadáveres. Mataron a dos hermanos, y la madre perdió
la razón. Habían vuelto del frente de Asturias, el primero de noviembre de
1937. Los enterraron mal, y se veían restos sacados por los perros. Y decía el
cura: ‘Mira si serán malos que ni la tierra los quiere’”.
Con este proceder de las fosas anónimas,
el franquismo buscaba borrar la huella de sus crímenes y hacía imposible que
los familiares tuvieran un lugar para recordar.
Los
testigos se preguntan: “¿Para qué ha
servido esto? ¿Qué hemos avanzado por matar a estas personas?... Buscaban
exterminar para gobernar indefinidamente, sin oposición… Nadie dice que hay que
olvidar Auswicht o que hay que olvidar ‘el tren de la muerte’, o que hay que
olvidar lo de Pinochet… Sin embargo, en España hay que olvidar todo, olvidar a
los familiares, no sé por qué… hasta les parecen mal las exhumaciones… Aquella
marginación que te imponía la gente franquista… Tenías que callar… Ni siquiera
podías ponerte luto… Los mataban y no les decían dónde, para que no pudieran
llevar flores…”
Con estos retazos de huellas de la
memoria del sufrimiento de los demócratas hemos logrado diseñar un cuadro de
algunos aspectos represivos de la guerra civil, bajo el dominio del golpe
militar o de la dictadura. En los últimos años, dos docenas de documentales han
hecho avanzar la recuperación de la memoria histórica mucho más que los
trabajos academicistas convencionales.
Para
el final, nos quedamos con dos citas. Una, del documental Espejo rojo:
“El
exterminio de la memoria entra dentro del proyecto represivo… El silencio es
también un objetivo represivo”.
Y otra cita de Las
fosas del silencio:
“La victoria real de Franco fue el
silencio. Y el silencio condujo a la desmemoria”.
[1] www.imagenescontraelolvido.com
[2] Günter Schwaiger y Hermann Peseckas,
España-Austria, 2005, 65 min.
[3] Mariano Agudo y Eduardo Montero, España,
2004, 58 min.
[4] José Manuel Martín y Fidel Cordero,
España, 2003-2004, 100 min.
[5] Angel Hernández García, Antonio Navarro,
Fernando Ramos y Francisco Freire,
España, 2005, 66 min.
[6] Carlos Ceacero y Guillermo Carnero
Rosell, España, 2005, 47 min.
[7] Karin Helml,
Hermann Peseckas, Austria, 2006, 83 min.
[8] Christina Hardt, USA, 1996, 50 min.
[9] Montse Armengou y Ricard Belis, España,
2002, 94 min.
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