UN
HISTORIADOR EN EL CONGRESO. EL CHOQUE DE LA UTOPÍA CON LA RETÓRICA TÓXICA
Por
Francisco Moreno Gómez
1
Durante muchos años
he dudado si merecía la pena hacer públicas unas memorias que tengo escritas
desde mediados de los años 90, muy próximas a los hechos, sobre mi paso por el
Congreso de los Diputados, entre 1988 y 1989. Pero lo que ha ocurrido debe ser contado por el historiador, tanto la historia como la microhistoria, con la distancia de varias décadas trascurridas. La información también debe ser transmitida por el informador, y la prosa estético-irónica, por el literato, cuando el relato ya difumina y supera la silueta concreta de los personajes, que quedan convertidos en actores del gran ruedo ibérico. Todo está supeditado a la visión del neo-esperpento: la realidad nacional puesta frente a los espejos cóncavos del Callejón del Gato (Valle-Inclán), bajo sus mismas palabras: "En estos días menguados, la Leyenda Negra es la historia de España". Por tanto, estas memorias son un ejercicio de historia, de microhistoria y de cierta literatura bajo la inspiración del género esperpéntico.
En primer lugar, no he visto nunca, que yo sepa, unas memorias del día a día en el trajín parlamentario, escritas por algún diputado con sentido crítico. Porque ésta es otra, no se trata de hablar en argumentario: “que si el gran don de representar a los ciudadanos… que si el privilegio de ocupar un escaño de la soberanía popular… que si la gran experiencia insólita…”, etc., etc. Que todo eso puede ser verdad, que lo es, pero no se trata de endulzar tópicos, sino de ejercitar el espíritu crítico, tan escaso entre nosotros, siempre dados a la visión conformista, tópica y anodina de las cosas. Bajo la mirada de Quevedo, “miremos los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados…”.
En primer lugar, no he visto nunca, que yo sepa, unas memorias del día a día en el trajín parlamentario, escritas por algún diputado con sentido crítico. Porque ésta es otra, no se trata de hablar en argumentario: “que si el gran don de representar a los ciudadanos… que si el privilegio de ocupar un escaño de la soberanía popular… que si la gran experiencia insólita…”, etc., etc. Que todo eso puede ser verdad, que lo es, pero no se trata de endulzar tópicos, sino de ejercitar el espíritu crítico, tan escaso entre nosotros, siempre dados a la visión conformista, tópica y anodina de las cosas. Bajo la mirada de Quevedo, “miremos los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados…”.
A
la hora de redactar, me serví de muchas notas tomadas en el momento de los
acontecimientos, de abundantes recortes de prensa que conservo, de las
conversaciones habidas y del Boletín Oficial de las Cortes que entonces
recibía. Conocí a algunas personas excelentes, de las que aprendí, pero lo peor
fue que tuve que soportar y ver a muchísimos personajes diabólicos, intrigantes
y malvados de solemnidad. De ellos está lleno el Congreso. Individuos tóxicos
en serie, falsos y melévolos, dignos de los nueve círculos infernales de Dante
en la Divina Comedia.
Al caer en el círculo dantesco del
Congreso, oficina central de la política, mi primera constatación fue el
ambiente enrarecido de crispación, de desprecio, de hostilidad, que lo envolvía
todo. Cualquier alto sentido de la política allí se daba de bruces. La gente,
por los pasillos, no se saludaba. Se vivía entre el vacío y el odio soterrado.
Cualquier idealismo, allí se veía achicharrado. Subirse a hablar en la tribuna
era una temeridad ante energúmenos. Toda oratoria se ejerce ante un público
benevolente, y si no lo es, la oratoria no es posible. Hablar en aquella
tribuna es la experiencia más desagradable que puede ocurrir a cualquier
ciudadano de sentido común y de sana educación social.
Por todo
ello, mi recuerdo de aquella experiencia es de una gran amargura. Uno puede
tener un momento de enfado, una salida de tono… pero vivir allí, en aquella
casa de los horrores, en continua hostilidad, insultos, pataleos, abucheos, un
día después de otro, siempre en un clima irrespirable… es la experiencia más
desagradable que he conocido en mi vida. Nunca jamás había desfilado ante mí
gente tan mala, malos de solemnidad, gente falsa, soberbia… Mi inocencia
política traída con fervor desde la Transición, allí se estrelló. Aunque actué
con altura de miras y con valentía, me sentí liberado cuando se disolvió el
Parlamento.
Debo advertir que mi paso por la
política (local y general) no fue nunca
interesado ni ambicioso, sino altruista, colaboradora e idealista, propia del
espíritu quijotesco heredado de la Transición (la buena Transición, la cultural,
social y política de la gente, no la de los vividores, con sus cabildeos e
intrigas). Pensábamos, ingenuos, que podíamos hacer algo por el pueblo y por el
país… ¡Estúpidos de nosotros! La gente va a su aire y no necesita redentores.
El domingo te reciben con “palmas y olivos”, y el viernes te crucifican. En
realidad, mi candidatura en las municipales de 1983 y 1987, y en las generales
de 1986, se debió, en última instancia, a los ruegos de mi paisano villanovense-cordobés
Ernesto Caballero, político al que admiré siempre, y también se debió a mi
inclinación natural al compromiso. Siempre me ha repugnado ser de los neutrales
o de los equidistantes. Me ha gustado dar pasos al frente, como lo hicieron:
Demóstenes, Cicerón, Lord Byron, Víctor Hugo, Pablo Neruda, Alberti, Blas de
Otero y tantos y tantos miles y millones. Suelo tener presente lo que dice el
gran Dante Alighieri, en el círculo 1º de su Divina Comedia, cuando habla
de los condenados porque “no hicieron nada digno de alabanza ni de censura, de
los cuales no vale la pena hablar”. Son los “neutrales”, los equidistantes, los
prescindibles en las sociedades del mundo…
Entremos en el relato. En el otoño de
1988 estaba yo plenamente enfrascado en la redacción de mi tesis doctoral sobre
el poeta exiliado Pedro Garfias, tesis que había demorado bastante por las
circunstancias. Pero en ese otoño había retomado el hilo con fuerza. Más he
aquí que otro suceso vino a causarme problemas.
En la noche del 17 de noviembre, jueves,
una noticia inesperada vino a caerme encima como un chaparrón. Una llamada del Diario Córdoba me pide mis primeras
declaraciones ante la dimisión de Enrique Curiel. No sólo ha dejado el PCE,
sino también su escaño en el Congreso. Mi sorpresa es enorme y no doy crédito a
lo que oigo. El propio director del Córdoba
se pone al aparato y me lee el despacho de agencia. Sólo acerté a decirle que
“cumpliré con mi responsabilidad”. Y al día siguiente ya me sacaron en primera
plana como diputado. Toda una marimorena. Pero yo tuve aquella noche muchas
reservas mentales, y mi pensamiento era no aceptar el cargo. Personalmente me
venía muy mal. Estaba liado con mi tesis y mis clases. Pero al final pudo mi
lealtad política, no les quise causar desaires, y si figuraba el segundo en la
candidatura, pues debía hacer un ejercicio de lealtad, y con ello he dado una
lección a otros muchos que antes estaban y ahora no están. Una lección de
lealtad ante las Rosa Aguilar, los Rejón, los Francisco Frutos y tantos otros,
que se iban a comer el mundo, y el mundo se los comió a ellos. Lealtad conmigo
mismo, con mi compromiso (hoy, que se llevan los anti-compromisos, las
anti-ideologías y las equidistancias, siempre falsas… es decir, la desvergüenza)
y lealtad con mi honradez.
El 18 por la mañana, viernes, el
teléfono de casa echaba humo. Felicitaciones de todas partes. Entonces me
acordé de los versos de Ovidio (Tristia):
“Donec eris felix, multos numerabis amicos,/ tempora si fuerin nubila, solus
eris…” (Cuando las cosas van bien, los amigos surgen por millares, pero cuando
van mal, no aparece ninguno). Me llamó Ernesto Caballero y, con gran sacrificio
por mi parte, me puse a disposición del Partido, sin otro remedio. Un
sacrificio que nadie me ha agradecido nunca Me entrevistaron dos emisoras:
Radio Cadena de Córdoba y Radio Cabra, además de Radio Villanueva, la emisora
municipal entonces, dirigida por mi delfín Jesús Rodríguez Vigorra.
Aquella mañana recibí también la llamada
del Comité Central del PCE. Me llama Juan Berga (que entonces pertenecía a los
llamados “renovadores”, submarinos del adversario. Hoy no sé qué fue de él), y me
pregunta “si acepto la sustitución de Curiel”. Y me pasa con el secretario
general Francisco Frutos, y me preguntó lo mismo, en tono seco, que ha sido
siempre su carácter catalán, sin más comentarios. A las 13 horas dieron en el
C. Central una rueda de prensa, a la que no me llamaron, estando yo en Getafe,
en la que no dieron ninguna nota de mi trayectoria, no sabían nada de mis libros. Yo era un historiador, y no “un líder
sindical andaluz”. Así me mostraron en el Telediario, con una vieja foto de mi
libro de “La guerra civil”.
Mientras tanto, con talante estoico,
como espectador del ruedo ibérico, me armo de paciencia y me amoldo a las
circunstancias. Por la tarde acudí al Instituto y di mis clases, como si tal
cosa. A los compañeros que me felicitan los invito irónico a que, más bien, me
den el “pésame”. Me dicen que ya no volveré a la enseñanza y que empezaré a
escalar puestos en la alta política. Les aseguro que se equivocan, que estaré
de vuelta lo antes posible, porque lo mío es la enseñanza, la historia y la
literatura, y mi tesis, por supuesto. Que este paréntesis es como el servicio
militar que me impone el destino.
El día 18 por la noche, a las 22’30, me
llamó RNE para una entrevista, en la que el director de informativos me trató
con suma amabilidad. Y por fin, Enrique Curiel dio señales de vida y se dignó
llamarme. Durante largo rato se tomó la molestia de asesorarme para mi nuevo
destino: “Que no debía lanzarme bruscamente al principio, sino dosificando los
ímpetus, poco a poco, etc.”. La verdad era que Curiel me merecía la mayor
estima, a pesar de alguna declaración que hizo después a la prensa. Aquello de
que “el PCE estaba en un momento de involución”, no era cierto. Recuerdo que en
aquella entrevista citada de RNE hablé bien de Curiel, pues así lo sentía. Como
era de esperar, Curiel acabó acercándose al PSOE, donde tiempo después lo vi de
diputado por Pontevedra y luego de senador, callado, arrastrando una vida gris
(que esa era la tónica de los diputados del montón: callar, aplaudir y
calentar el sillón). Al final, el socialista “Pepiño” lo defenestró. Curiel,
luchador antifranquista, que sufrió prisión, vicesecretario general del PCE,
tan carismático, tuvo que vivir con el humilde sueldo de profesor ayudante
universitario. En octubre de 2010 se le detectó un cáncer. A algunos amigos
políticos les confesó que no tenía dinero para los tratamientos. Falleció el 2
de marzo de 2011. Hemos sabido su último deseo: que se cubriera su féretro con
la bandera del PCE. Y así se trasladaron a Vigo los restos de un gran líder
antifranquista.
El sábado 19 de noviembre acudí a la
sede del Partido en la calle Santísima Trinidad (“La Trini”), a verme con Julio
Anguita, pues era el secretario general desde febrero de 1988. Encuentro a
Anguita en el bar de enfrente. Nos saludamos: “¡Vaya lío en que me has metido!”
–“Yo no; Curiel”. Me invitó a comer, generosamente, en un modesto restaurante
próximo, en compañía de Rosa Aguilar y de una tal Amparo, de Valencia. Por el
trayecto me explica que tengo que pedir la excedencia del Instituto y de que no
tengo que preocuparme por la cuestión económica: “Al Partido no se viene a
enriquecerse, pero tampoco a pasar miseria”.
Yo, que iba con la actitud del novicio,
a recibir el decálogo del diputado perfecto, sólo escuché esta advertencia del
Jefe: “que tuviera cuidado con la prensa, porque me iban a mirar con lupa. Son
la peor ralea del mundo. Hay que tratarlos con amabilidad, pero sin
entregarse”. Tomé nota de la lección y procuré no echarla en saco roto, como el
conde Lucanor.
Por lo demás, la comida transcurrió por
otros derroteros. Durante la comida, Julio aparecía enfervorizado con su
proyecto político. Las preocupaciones de Anguita en aquellos momentos eran las
elecciones europeas del año siguiente. Se maldecía “si no sacamos seis
diputados”. Todo giraba en torno a los dos candidatos que serían nombrados en
febrero, para encabezar las elecciones generales y las europeas: “el primero me
lo reservo yo, pero no tengo nombre para las europeas”. Anguita monologa sobre
este segundo candidato: “debe ser un león”, que cogido a él del brazo, recorran
España entera, hasta machacar el coche, si es necesario. Nos contó su
entrevista con Pablo Castellano, y que, conforme avanzaba la conversación no le
dijo nada sobre la candidatura. Lo consideró inestable, con mucho ego. Se habla
luego de Cristina Almeida, pero hay dudas. Anguita insiste en que necesita “un
león” para ese parlamento europeo, “que es una mariconada”. Meses después, el
candidato sería Pérez Royo, todo menos “un león”, el menos carismático de todos, aunque era un gran sabio del Derecho.
2
El martes, 22 de noviembre, acudí por
primera vez a la oficina del Grupo Parlamentario, en la calle Marqués de Cubas,
6. El aspecto general es de evidente desorden. En una habitación se agrupaban
las secretarias Olga y Gloria. En otra dependencia se instalaba una chica, una
tal Mai, cuya tarea en el Grupo nunca llegué a comprender. En otra habitación
se amontonaban tres mesas, para otros tantos diputados, y en otra habitación
estaba el despacho del jefe, el “Señor Comisario”. Andaba por allí el camarada
Coronas, encargado económico, que me explica mi nueva nómina: yo firmo la cesión
de mis honorarios al Partido (entonces, unas 600.000 pts. Al mes), y a mí me
abonarán conforme a mi nómina del Instituto (entonces, unas 200.000 pts. al
mes). No recuerdo si me daban algo más para gastos. Creo que no. El sistema de
sueldo de los socialistas era mucho más espléndido: cobraban la nómina general
de diputado y sólo tenían que abonar 25.000 al Partido. Unos privilegiados.
Entonces I.U. apenas tenía recursos: sólo contaba con 6 diputados (el séptimo,
Ramón Tamames, ya se había ido al Grupo Mixto cuando yo llegué). Era todavía
una época de “vacas gordas” para el PSOE, con su mayoría absoluta y su
“rodillo” sin piedad. Después vendrían mejores tiempos para el PCE, con Julio
Anguita, y en las futuras elecciones (1989) se llegaría a los 20 diputados. La
sede del grupo parlamentario se trasladaría a un edificio remodelado enfrente
del Congreso, para todos los grupos. Pero esta prosperidad yo no la viví. Fue
pasar de la choza a una mansión.
Aquel 22 de noviembre, en la sede del
Grupo, tuve oportunidad de saludar al compañero diputado de Asturias, Manuel
García Fonseca (“El Pole), que había sido cura. Buenísima persona y muy
trabajador. Nunca iba con chaqueta, sino con un jersey. Un pasota de las
vanidades humanas. Y saludé también ese día a un dirigente de CC.OO., Jaime
Ruiz, que dirigía la revista de Enseñanza, “T.E.”, la cual me ofreció para
darme a conocer, cosa que cumplió con un reportaje sobre mí en el número de
febrero siguiente. En cambio, “Mundo Obrero” no me invitó a nada, dirigido por
Juan Berga, que después sería disidente de Julio Anguita, en la facción de los
“renovadores”. Los peores enemigos del PCE son los que ha tenido dentro. Dejé ya aquel día la sede del Grupo,
porque tenía que sacar las entradas de teatro para los alumnos, ya que teníamos
planeada esta actividad. ¿Qué obra era? ¡Uf! ¡Me patina el disco duro! Y
también tenía que ir a la sede de la Fundación de Investigaciones Marxistas
(FIM), a entregar el texto de una conferencia sobre el maquis, también planeado
para aquellos días. Además, tuve que regresar urgente a Getafe, porque la niña
pequeña tenía bronquitis. No daba abasto a tanto lío. Estrés a la enésima
potencia. Cuando creía haber superado el tornado de aquel día, he aquí que me
llama el “Comisario”, imperioso como siempre: que tenía que volver a Madrid,
que había “Comida de Grupo” en el comedor del Congreso. No valían pretextos.
¡Maldición! Otra vez carretera y manta camino de Madrid. Entré de nuevo en la
oficina, y saludo allí por primera vez a Gerardo Iglesias y a Ignacio Gallego,
y a un senador catalán, Francesc Roc,
cuyo perfil he olvidado. Luego, acompañado de Gerardo Iglesias, cruzo por
primera vez los umbrales del Congreso, la parte nueva, donde arriba está el
comedor. A la mesa: Gerardo Iglesias, Ignacio Gallego, Ramón Espasa (de
Barcelona, el mejor amigo que me hice en aquellos meses), Nicolás Sartorius
(hierático y distante, como siempre), “El Pole”, el senador, yo y “El
Comisario”.
El problema que se planteó en la comida
fue el siguiente: hay que tomar postura parlamentaria ante la huelga general
para el 14 de diciembre. El grupo parlamentario no puedía permanecer ajeno a
esta cuestión. El problema era que el grupo había agotado ya el cupo para
introducir esta cuestión en el orden del día. Gerardo expresa su temor a sacar
el tema de la huelga en el pleno, los socialistas nos pueden llevar a su
terreno, acusándonos de que la huelga es “política”, acusación que ya está
lanzando el Gobierno socialista a los cuatro vientos. Ramón Espasa muestra los
mismos temores. En esto se incorpora Sartorius, y anima a que este tema hay que
plantearlo sin excusa ni pretexto. Se impone su opinión. Además, se menciona la
negativa del Gobierno socialista a incluir en el orden del día una
interpelación, porque un diputado de AP, Miguel Ramírez, ha sido maltratado por
la policía, en una manifestación de agricultores. Dice Sartorius que los
portavoces de la oposición están tramando un abandono en masa del hemiciclo el
viernes, si continúa el “rodillo” socialista contra las iniciativas de la
oposición (igual que hoy, pero al revés). Estando en la comida, se acercó a
saludarme Luis Ramallo, de AP.
El 26 de noviembre asistí por primera
vez a un pleno del Comité Central, como “oyente”, sin voz ni voto, por
invitación de Julio Anguita, considerando que un diputado debía estar “al loro”
y asistir a estas reuniones. Saludé a Marcelino Camacho, a Enrique Líster, etc.
Aquel día se analizaba un informe sobre “Análisis de la situación social y
política”, además de un llamado “Documento de unidad” sobre la unidad con los
“prosoviéticos” de Ignacio Gallego. Se levantó Sánchez Montero muy crítico
sobre la confección del documento sin apenas debate, y asegura que nunca ha
visto una cosa así en el Partido. Propone gran número de enmiendas y se niega a
aceptar el catálogo de errores del Partido en este asunto. Era la voz de la
“vieja guardia”. Luego, Gerardo Iglesias y Marcelino Camacho hacen una defensa cerrada del proceso
de unidad, llamando a no detenerse en minucias. Dicen que lo importante ahora
para el Partido es zanjar esta cuestión y conectar con lo que ahora está
ocurriendo en el país, principalmente la convocatoria de huelga general para el
día 14. Julio Setién dice: “Los trabajadores se movilizan, no porque ahora
estén peor que antes, sino porque intuyen que pueden estar mucho mejor”. Y una
frase que oí por allí: “La noticia que no se ha escrito no existe. Y lo que no
se publica, no ha ocurrido”.
Mientras
tanto, entre perorata y perorata, Ernesto Caballero me esbozó nuestro plan de
actuación en Córdoba, el futuro inmediato, el “agit-prop” (agitación y
propaganda). Y hablamos de Curiel. Ernesto me dijo, no sé si cierto o no, que
Curiel quiso ser el secretario general del PCE, y desencadenó la crisis con
Gerardo Iglesias, pero erró en el procedimiento. Tenía la manía, decía Ernesto,
de lanzar los torpedos a través de la prensa, antes que en el Comité Central.
Un artículo de Curiel en “El Independiente” en los días de su dimisión fue lo
que precipitó los acontecimientos en su operación contra Gerardo Iglesias. Yo
creo que las cosas fueron más complicadas de lo que decía Ernesto. Se trataba
de las consabidas rencillas dentro del Partido. Un día me contó “El Pole” que
“El Comisario” se llevaba fatal con Curiel. Para mí, Curiel siempre fue un
político brillante y digno de mi admiración. Cuando supe de su muerte lo
lamenté mucho. Aún hoy me entristece. Se le debe un homenaje.
El lunes, día 28 de noviembre, me había
citado Curiel en el Hotel Meliá, en el gran salón central. Antes, a las 12
había quedado con “El Comisario” en la sede del Grupo, pero no se presentó
hasta cerca de la una, de manera que abrevié la cita con él y, sin darle
explicaciones (a pesar de que casi me lo exigía, con gran falta de tacto)
abrevié la cita con él y me marché a la cita con Curiel (pero se acabó
enterando, porque actuaba como auténtico espía del KGB). Encontré a Curiel en
el Meliá. Le comenté mi sorpresa por su dimisión. Me comentó que él fue siempre
un moderado dentro del Partido. Me aconsejó aquel día “que actuara con
prudencia en el Congreso, que no utilizara lenguajes extemporáneos…”. Yo le
rogué que, por favor, no se fuera al PSOE, pero él cambió de conversación. Me
reveló que su crisis en el Partido ya comenzó antes de las elecciones
generales. En el referéndum de la OTAN ya tuvo roces con Gerardo Iglesias. Éste
le llamó la atención, porque Curiel salía demasiado en TV.
Me
aseguró que vio el cielo abierto cuando lo invitaron a presentarse por Córdoba.
Iglesias se quejaba también de que Curiel no le ayudaba en las tareas de
dirección. En fin, quedaban en evidencia las profundas diferencias entre ambos
dirigentes. Cuando lo pienso, lo lamento, porque ambos tenían muchos valores:
Gerardo con su trayectoria minera, puramente obrerista; Curiel, un intelectual
brillante y profesor de Universidad, luchador desde joven por el Partido, que
provenía de los grupos de Enrique Tierno Galván. Los dos tuvieron un fin honorable:
Gerardo, después que el Partido lo orilló, volvió a la mina, dando un gran
ejemplo a los políticos de “la puerta giratoria”. Y Enrique Curiel,
defenestrado primero por el PCE, y luego por el PSOE, vivió pobremente después
de una vida de lucha, sin ni siquiera poderse costear los tratamientos del
cáncer que le sorprendió en octubre de 2010. Creo que Curiel era demasiado
valioso y brillante como para poder encasillarse en un partido político. Estaba
por encima de todos y los sobrepasaba a todos.
Tras el breve encuentro en el Meliá,
Curiel me invitó a acompañarle al Congreso, lo cual aprovechó para presentarme
a dos o tres periodistas, y –Oh casualidad- por allí se presentó el
controvertido “Comisario”: a Curiel no le dirigió la palabra; a mí me lanzó un “Hola”
seco y cortante. Tiempo después me lo echó en cara: “que Curiel no era nadie
para presentarme a mí en el Congreso, que a mí me presentaba el Partido…”. Era
su táctica de inquisidor, te tomaba nota de todo y luego, en frío, te lo echaba
en cara. Yo me armaba de mi habitual paciencia y, como corredor de fondo, iba
trazando, lento y seguro, mi travesía del desierto de la vida, con mis ojos
puestos en la República de las Letras y en mi trayectoria intelectual.
Aquel día 28 de noviembre (1988) me
despedí de Curiel en la puerta del Congreso. Ya no lo vi nunca más. Recuerdo
que le di a entender mi preocupación por la falta de medios y de asesoramiento,
juzgando por lo poco que vi en la sede del Grupo. Él se llevó las manos a la
cabeza, en un gesto que explicaba todo, y me resumió lacónico: “Búscate la vida
por tu cuenta”. Y así lo tuve que hacer en los meses venideros.
3
El martes, 29 de noviembre, a las cuatro
de la tarde tuvo lugar mi toma de posesión como diputado. Acompañado de Nicolás
Sartorius, entré por primera vez en el histórico hemiciclo y ocupé mi escaño.
Formule mi “promesa” constitucional, a indicación, no del presidente del
Congreso, Félix Pons (que estaba de viaje), sino del vicepresidente Leopoldo
Torres, con su aire irónico autosuficiente, al que los dioses le tenían
reservada una descomunal humillación, pues perdió su escaño en las elecciones
de 1989. Sólo Sartorius me acompañó aquel día, pues los demás compañeros
practicaban aquel día el absentismo. Antes de comenzar el pleno, Sartorius me
había presentado a Leopoldo Torres, y a Rodríguez Sahagún (cuñado de Suárez y
luego alcalde de Madrid). Ya en mi escaño se acercó a saludarme el célebre
político vasco Juan María Bandrés. Y se acercó también a saludarme la secretaria
de la Mesa, Irma Simón. En cambio, los socialistas me ignoraron por completo.
Me hicieron el más completo vacío y ninguno me saludó, incluidos los de
Córdoba. Esto me hizo reflexionar mucho sobre la soberbia del felipismo: al
llegar al poder, se marean, pierden la cabeza y adoptan actitudes déspotas, muy
lejos de la virtud de la clemencia que Séneca aconsejaba al emperador.
Aquella tarde de mi toma de posesión se
celebraba una de las típicas sesiones anodinas tan frecuentes en el Congreso.
Veía a mi alrededor un ambiente soporífero, con no más de cuatro docenas de
diputados en el hemiciclo, donde todo estaba decidido por la mecánica del
“rodillo” de la mayoría absoluta socialista. A partir de entonces tuve que
asistir a un mundillo rarísimo, lleno de maldades de todo tipo. Traté de
cumplir con mi deber, a pesar de todo. Insisto en mi virtud intrínseca: la
lealtad.
Un inciso sobre los felipistas cordobeses que había por allí. Ni me miraban. Ni me veían por los pasillos.
Soberbios, petulantes… La antítesis de la fraternidad exigible a un partido
“obrero”. Por allí andaba un tal Pedro Moya. Nunca me dirigió la palabra. Su
único mérito era ser primo de José Miguel Salinas, otro peón del felipismo en
Córdoba, procedente de una familia franquista hasta la médula. A este Salinas,
después de casarse en el Círculo de la Amistad, “sancta sanctorum” del facherío
cordobés, se le perdió luego la pista y se le atribuyó un caso de comisiones de
la empresa norteamericana de aviación McDonald Douglas. Volvamos a Pedro Moya:
su única misión en el Congreso era levantar el dedo, cuando tenía lugar alguna
votación. En Córdoba no se le ha conocido ninguna actividad en la dinámica vida
social y cultural de la ciudad. Otra diputada por Córdoba era Carmen del Campo,
de origen asturiano, de escasísima brillantez, a la que nunca vi protagonizar
cosas de mérito en el Congreso. Luego, estaba Rafael Vallejo, algo más activo
que los demás, sobre todo en los actos políticos de los pueblos. Este sí que me
expresaba un tímido “hola”, cuando nos cruzábamos. Un día traté de coordinar
con él el desdoble de la N-420, a su paso por Cardeña, de manera que saliera un
ramal que pasara por Conquista-Villanueva-Adamuz-Villafranca, un poco en
paralelo con lo que sería la línea del AVE. Respuesta: “No vamos a desnudar a un
santo para vestir a otro”. La lista de Córdoba terminaba con un burócrata de
tronío: Guillermo Galeote, un médico vasco que no aparecía nunca por Córdoba ni
por el Congreso. Era un personaje del aparato felipista. Luego saltaría el
escándalo de su implicación en el feo asunto de FILESA, y hoy es otro de los
“caídos” por la corrupción. ¡Qué diferencia entre estos diputados socialistas
cordobeses y aquellos luchadores de los años de la República: Vicente Martín
Romera, Gabriel Morón, Francisco Azorín, Antonio Bujalance, Juan Palomino,
Francisco Zafra, etc.!
Volvamos a la fecha de mi toma de
posesión, el 29 de noviembre (1988). A mediodía estuvimos comiendo en el
restaurante El Prado, modesto pero selecto. Quiero recordarlo sobre todo por la
conversación con que nos ilustró Sartorius (hoy también anda perdido por el
monte como vaca sin cencerro). Nos reveló que a Carrillo le metieron un gol en
los “pactos de la Moncloa”, por ejemplo en el tema de la revisión salarial de
los convenios. Suárez se aprovechó de los escasos conocimientos de Carrillo en
materia de economía. Por esta razón no se reconoció la revisión salarial mensual
a lo largo del año, según el IPC, sino que se hacía una única actualización en
el mes de enero, sin caer en la cuenta de que todos los meses se iba
produciendo un desfase. Así, la suma de los desfases de cada mes se perdía,
hasta la nueva actualización de enero siguente. Por tanto, la actualización de
los salarios tenía que ser, no sólo de cara al año siguiente, sino también con
carácter retroactivo, respecto al desfase de los meses anteriores. A Carrillo
le dijeron que si España seguía con una inflación superior al 20% anual, la
democracia se iba al garete. Y Carrillo no planteó ni exigió la cláusula de
“revisión retroactiva”. Ocurría que el desfase con el IPC se corregía a
comienzos de año, pero mes a mes los salarios se desfasaban, y eso ya no se
recuperaba nunca.
El 30 de noviembre tuve ocasión de
presenciar uno de los plenos soporíferos típicos del Congreso. Sólo se produjo
una intriga, a cargo de Miquel Roca, en la que le salió el tiro por la culata.
Ante la proximidad del 14D (huelga general), Roca intentó introducir este punto
en el orden del día, por vía de urgencia, lo cual requiere unanimidad de los
portavoces, pero I.U. y Euskadiko Esquerra (Juan Mª Bandrés) se opusieron. Los
Sindicatos eran radicalmente contrarios a que el tema de la huelga general se
debatiera en el Congreso, porque allí la mayoría contra la huelga (PSOE y PP)
era aplastante, y ello podía reforzar la dura campaña que aquellos días hacía
el PSOE contra los Sindicatos.
El 1 de diciembre tuvo lugar una
manifestación contra otro problema: el Plan de Empleo Juvenil, rechazado por la
sociedad obrera. Asistieron algunos de nuestros diputados: Gerardo Iglesias,
Sartorius y Ramón Espasa. Mientras tanto, toda la mañana en el Congreso estuvo
ocupada por otra intriga para pillar al PSOE sin mayoría en la votación de la
Ley de Juzgados de lo Penal. En la intriga actuaba Rodríguez Sahagún, el cuñado de Suárez, y puso de
acuerdo al PP y a los demás grupos. Los socialistas sospecharon algo, y
empezaron a llamar urgente a los ministros y demás diputados con cargos, para
la votación, que se fijó para las 13’30. Se anunció la votación, y el portavoz
del PP, Juan Ramón Calero pidió que se votara nominalmente. Así se evitaba que
algún diputado socialista pulsara el botón de los ausentes. Los secretarios de
la mesa iban tomando nota. Al final, los recuentos no coincidían, al filo de la
necesaria mayoría absoluta. Parecía un sabotaje de algún secretario socialista.
Entonces, Leopoldo Torres, en vez de acudir a los taquígrafos, siempre exactos,
anuló la votación y levantó la sesión. ¡Y se armó la tremolina! Voces, pateos,
bulla, vituperios, denuestos…
Aquel 1 de diciembre tuvimos la llamada
“comida de Grupo” en el comedor-autoservicio del Congreso. Anoté una conversación interesante.
Gerardo Iglesias nos contó cómo Carrillo tenía el propósito de desbancar a
Marcelino Camacho de la dirección de CC.OO., y sustituirlo por Julián Ariza. ¡Siempre
las intrigas de Carrillo! Pasado el tiempo, pienso que fue Carrillo uno de los
que se cargaron al PCE, desde dentro. Luego, en aquella comida, se habló del
marrullero Miquel Roca, y se le criticó. Se llegaba a la conclusión de que
todas las iniciativas de Roca eran ambiguas, sinuosas y desembocaban en el
PSOE.
El 6 de diciembre se celebró en el
Congreso la recepción de la Constitución. Acudieron diputados y senadores de
tiros largos, con medallas, condecoraciones y caras de circunstancias. Nos
habló el rey y aplaudió toda la corte de los gachupines, genuflecta. Pero lo
más interesante para mí fue la conversación que sostuve con Antonio Romero
(senador de I.U., de los mejores que ha tenido esta coalición). Añado hoy (2024) que Antonio Romero ponía en su currículum que era "trabajador del campo". Un caso de autodidacta brillante, humano, humilde y competente. Era senador, y a las "comidas de Grupo" en el Congreso venía siempre con nosotros. Antes y después tuvo otros cargos en Andalucía y en Madrid. Ha muerto a los 69 años, en su Málaga natal (Humilladero), el 29-11-2024. Lo acompañó una multitud apenada cantando la Internacional.
El 7 de diciembre, hice mi primera
visita de “agit-prop” a Córdoba, para una rueda de prensa que me había
preparado Ernesto Caballero, entonces secretario provincial del PCE. No recuerdo
por qué no pude viajar en tren, y tuve que hacerlo en mi Seat Málaga, dándome
una soberana paliza de kilómetros. La rueda de prensa me decepcionó, porque
sólo vi delante de mí media docena de “copiadores”, que no plantearon ninguna
pregunta sobre la situación que vivía el país, a todos los niveles. Les doy
cuenta del clima de rutina que he hallado en el Parlamento, como consecuencia
del uso y abuso de la mayoría absoluta felipista. Les hablo de la incongruente
evolución del felipismo, desde el marxismo a la reconversión industrial y al
neo-liberalismo, es decir, “del rojo al azul sin pasar por el amarillo”, y esto
fue lo que me sacaron en titulares, que si lo hubiera previsto, hubiera
matizado el mensaje. En fin, en Córdoba, las ruedas de prensa me han
decepcionado siempre. Recientemente, sobre temas de la guerra civil, ha pasado
lo mismo.
Luego, Ernesto Caballero me llevó a
Almodóvar del Río, donde los vecinos de un barrio se habían encerrado en el
Ayuntamiento, pidiendo la instalación de agua corriente. El alcalde era del
PCE, porque los socialistas se habían dividido, y entonces la Diputación se
dedicaba a bloquear las iniciativas de este alcalde. Era lo de siempre: “politiquilla
provinciana navajera”. Durante el viaje, Ernesto me seguía contando cómo la
perdición de Curiel había sido la “capillita” que tenía con los de “El
Independiente”, cuyo director, Pablo Sebastián, era de Córdoba, y ahí
consiguieron que se publicara el artículo sobre la discordia de Curiel con
Gerardo Iglesias, que causó disgusto en el núcleo de Iglesias. Curiel había
apostado al final por Anguita, pero a condición de que se deshiciera del viejo
equipo (Frutos, Palero, etc., de los cuales hoy no se sabe absolutamente nada.
Se los tragó el olvido). Pero Anguita mantuvo ese equipo, y Curiel rechazó
integrarse en él.
Volviendo al periódico “El
Independiente”, éste tenía entonces una actitud muy crítica contra Julio
Anguita. Su director había intentado una “capillita” con Anguita (desayunos y
tertulias), para cocer allí la política de la izquierda, pero “El Califa” no
siguió la corriente, no sabemos si para bien o para mal, porque el PCE siempre
ha andado falto de medios de comunicación.
Mi viaje de “agit-prop” a Córdoba se
cerró con una visita al alcalde Herminio Trigo, que nos recibió amablemente.
Aquel día Heminio se hallaba enfadado por unas declaraciones que había hecho
Anguita a “Nuevo Diario”: “El PCE no se vengará, si el PSOE lanza una moción de
censura contra Trigo”. Éste decía que estas cosas se piensan, pero no se dicen.
Pasó por allí el concejal de Cultura, Dionisio Ortiz, que nada se había
preocupado por mi proyecto de editar unas “Poesías completas” de Pedro Garfias.
Menos mal que conté luego con la seriedad y formalidad de Pedro Roso, y gracias
a él el proyecto se hizo realidad. Por fin, a las tres de la tarde, casi sin
comer, emprendí el regreso a Madrid, haciéndome en un solo día más de 800 kms.,
la mitad de ellos, de noche. Acabé destrozado.
4
Me había apuntado a las Comisiones de
Cultura, Agricultura y Obras Públicas, éstas dos últimas por consejo de mi
primo Francisco Moreno Torralbo, por ser las que más atañen a los problemas de
nuestra tierra. En la mañana del 13 de diciembre asistí de oyente a las
Comisiones de Agricultura y de Industria. En esta comparecía el Consejo de
Seguridad Nuclear. Gerardo Iglesias pidió la dimisión de uno de sus miembros, el
señor Echavarri (ex comunista, lo mismo que Eugenio Triana, que presidía esta
Comisión), por unas declaraciones imprudentes a la prensa. A mediodía, “comida
de Grupo” en el comedor del Congreso. Se trató de la intervención de Gerardo
Iglesias en el Congreso, sobre una iniciativa del Partido Liberal (señor
Segurado) respecto a la huelga general. Nuestra idea era introducir un factor
de serenidad, para no hacer el juego al alarmismo del Gobierno socialista y se
hizo la previsión de que la huelga sería un éxito. Sartorius se mostró
orgulloso del Sindicato CC.OO., “lo más grande que han hecho los comunistas en
la transición, al contrario que el PCE, que ha sido una sucesión de errores”,
decía él, cosa un tanto controvertida.
Llegamos al pleno del 13 de diciembre
(1988), víspera de la huelga general. Aquel día pretendía lucirse el señor
Segurado, supernova del capitalismo cósmico, con las trompetas del apocalipsis.
Gerardo, según lo acordado, ofreció una nota de sosiego y serenidad, lo cual
desarmó a los socialistas que esperaban de I.U. el “delirium tremens”. Replicó
el socialista Martín Toval, cosa fina, en tono chulo arrogante, dedicándonos
los mayores desprecios, siguiendo la típica iracundia felipista.
Y llegó el día histórico: la huelga
general del 14D, para mí la más completa y “general” de toda la historia de
España. “El día en que en España pararon hasta los relojes”, se decía. Y no se
olvide esto: contra un Gobierno socialista. Por algo sería, a la vez una
vergüenza para el felipismo. En cuanto al Parlamento, sólo 9 diputados hicimos
huelga: los 6 de I.U., los dos de Euskadiko Esquerra, y Ramón Tamames. El
Parlamento siempre a su bola, lejos de la realidad.
A media noche, la TVE cortó la
programación y puso la carta de ajuste. Era el clarín de la batalla. Aquella
noche se decidió todo. Los Sindicatos cortaron todos los centros neurálgicos,
transportes, etc. Cuando llegó el día, ningún comercio abrió las puertas. Las
calles desiertas, ni bares, ni kioscos ni nada. Fue el día en que ni siquiera
se pudo tomar un café. Nada más levantarme, oí el paso de la multitud ciudadana
que se dirigía a los almacenes “Alcampo”, al lado de casa. Y me sumé a ellos
como piquete, hasta llegar a las puertas de “Alcampo”. Los almacenes, al ver el
maremágnum, cerraron sus puertas.
Luego, cogí el coche y me dirigí a la
calle Preciados, a las puertas del Corte Inglés, donde quedamos algunos del
Grupo parlamentario. Había allí una multitud gritando, pero las puertas seguían
abiertas. Y así siguieron. El Corte Inglés fue la única empresa que no cerró en
toda España. Estando allí, vimos pasar a comprar a un conocido esquirol, el
ensayista y escritor Amando de Miguel, que luego se ufanó en los medios de
haber sido esquirol, con una actitud facha increíble.
Madrid estaba totalmente desierto. Luego
nos dirigimos al Congreso, donde había una pintada que decía: “Diputados
esquiroles”. Después, acudimos a la sede de CC.OO., en la calle Lope de Vega,
donde algunos empleados del Congreso nos pedían asesoramiento, porque los
huelguistas de la Cafetería habían sido sustituidos por otros del Hotel Palace,
lo cual no se ajustaba a la legislación laboral. Finalmente, nos dirigimos a la
sede del Comité Central. Allí se hallaban Gerardo Iglesias y Julio Anguita. No
ocurrió percance en todo el día. Fue una fecha de madurez democrática, de justa
protesta contra los excesos del felipismo. Se ejerció un derecho constitucional
olvidado: el derecho de huelga. Pero el pueblo es olvidadizo y voluble. En las
elecciones siguientes se volvió a votar felipismo.
El
20 de diciembre, después de veinte días de “noviciado”, me tocó ya “cantar
misa”. Y me subí por primera vez a la tribuna del hemiciclo, a defender la
riqueza principal de nuestra dehesa de Los Pedroches: el porcino ibérico, y en
contra de aquella “raya roja” que había impuesto el Gobierno socialista contra
el comercio del ibérico fuera de la “raya roja”, justo en el invierno, un
momento crucial para los productores. El PCE nunca se había ocupado de estos
temas. Y entré yo en escena, con los cochinos, el zango y las bellotas.
Pero aquella víspera por la noche,
cuando yo tenía previsto concentrarme en la preparación de mi intervención del
día siguiente, me llama “El Comisario” y me juega otra mala pasada. Me manda
intervenir por la mañana siguiente en la Comisión de Industria, para defender
una Proposición No de Ley sobre “La reindustrialización en la comarca de El
Ferrol”, y otra en pro de la dimisión del Jefe de Costas de las Islas Canarias.
¡Ahí queda eso! Empecé negándome a aquel cúmulo de improvisaciones. Pero García
Fonseca estaba en Asturias; Ramón Espasa, en Barcelona. Mi perdición era vivir
en Madrid. El “Comisario” me tenía como el chico de los recados, poniendo
parches en todos los agujeros. Gerardo Iglesias estaba preparando, decía, su
intervención del día 21. Lo cierto es que nunca se prestaba a este tipo de
chorradas: Proposiciones que el mismo “Comisario” presentaba sin consultar con
nadie. Nunca he visto más desorganización en mi vida. Que pasara esto a mí, tan
metódico y jesuítico… El reino del “Comisario” era la improvisación elevada a
la enésima potencia
No tuve más remedio que seguir el enredo.
Le pedí, al menos, papeles sobre el tema. Sobre el primero me dio cuatro líneas
confusas, y sobre el segundo, citas de unos periódicos canarios. Conclusión, la
noche del 19-20 de diciembre no pude dormir nada. Toda la noche escribiendo mis
tres intervenciones: dos por la mañana en Comisiones, y una por la tarde, sobre
los cochinos.
Las del alba serían cuando, apenas sin
dormir, me puse en camino hacia el Congreso, porque a las 9 continuaban todavía
las enmiendas a la Ley de Espacios Naturales, que era otro “embolao” que me
había inyectado el “Comisario” (Las enmiendas las había redactado Ladislao, un
ecologista que ayudaba al Grupo). A las 10 pasé rápido a la Comisión de
Industria, a defender las susodichas proposiciones. Empecé con buen pie. Con
verbo fluido y sosegado me lancé primero contra el corrupto jefe de Costas
Canarias, pero el PSOE cerró filas en torno a su funcionario corrupto y votó en
contra. Y el PP, un tal Montesdeoca, contra pronóstico, se abstuvo, dando por
bueno así el desmadre del canario, con lo que ya se anticipaba lo que ocurriría
en el siglo XXI, con la gran corrupción “pepera”. Luego, lo de la
reindustrialización de El Ferrol. También fue rechazada, lógicamente. Se
encargó de enturbiar el charco el diputado felipista gallego Isidro García, de
verbo agrio, soberbio y antipático. Me llamó “oportunista”, gran estupidez. Tal
vez pensaría en las grandes industrias que yo poseo en El Ferrol (ironía y
sarcasmo). Cuando salí de la Comisión, me esperaba la prensa gallega y canaria,
y les conté cuanto me pareció, sin reparo a mi lengua desatada.
Yo, cansado y muerto de sueño, ya quería
marchar a casa, pero el “Comisario” me la lió otra vez, haciéndome quedar a la
“comida de Grupo”, “que se iba a tratar de las comisiones”, cuando sólo se
trataba de preparar la intervención de Gerardo Iglesias, el día 21, en que
comparecía el gran patriarca, Felipe González. Las malas formas del “Comisario”
eran tales que, después del esfuerzo que llevaba toda la mañana, ni siquiera me
preguntó por aquel montón de intervenciones en una mañana. Con razón se llevaba
a matar con Curiel, y con la mayoría de los demás.
Llegó la tarde del día 20. Había venido a casa a descansar algo, pero salí pronto pies en polvorosa con mi Seat Málaga. En el camino me topo con un atasco descomunal, de esos que hacen historia. Entonces, temiendo llegar tarde, metí el coche por el arcén, adelantando de forma temeraria. Así pude escapar del atasco. Llegué al Congreso jadeante y sudoroso. A poco de aquello subió a la tribuna Miguel Ramírez, por el PP, a poner en solfa un decreto horroroso del Gobierno felipista, que establecía una línea separadora –la “raya roja”-, que dejaba a un lado la Andalucía del porcino ibérico y Extremadura, con gravísimo perjuicio para las explotaciones ganaderas. Ramírez los puso a caer de un burro. Yo me había preparado el tema a toda prisa, pero con bastante rigor. Curiel me había dicho que a todo el que sube a la tribuna le tiemblan las rodillas. Y algo de ello me pasó. Subí seguro de lo que tenía que decir, con cierto hormigueo, a pesar de estar acostumbrado a hablar mucho en público.
El autor en la tribuna defendiendo, en diciembre de 1988, una solución para el porcino ibérico, excluido del comercio español por una raya roja injusta. Allí dejé salir mis orígenes campesinos en los que me crié. Al Partido le extrañó que yo eligiera la Comisión de Agricultura, y más aún, ponerse a defender los cochinos, cosa ajena a las propuestas de activismo habituales. Pero mucha gente me felicitó.
Hablé con precisión y cierta “vis
oratoria”, consciente del gran perjuicio que la “raya roja” estaba causando en
Los Pedroches y en la zona del porcino ibérico. Defendí compensaciones
económicas para los ganaderos, consideré la “raya roja” como una arbitrariedad
del Gobierno. Me replicó por los felipistas Martín Toval, estilo víbora,
lógicamente, y votaron en contra. El tema era un compadreo –corruptelas
incluidas- con los productores de porcino blanco, sobre todo catalanes
(Entonces vivían una luna de miel, y ahora tienen al gobierno catalán en la
cárcel. Ni en los siglos de la Inquisición), y por otra parte eran las locuras
de la U.E. y de la Troika. Creo que salí airoso de aquel trance. Luego supe que
diputados del Parlamento de Extremadura habían llamado a la sede de nuestro
Grupo, para felicitarme y solicitar el texto de mi intervención, que ellos
utilizaron luego en Extremadura.
5
El 21 de diciembre
tuvimos otro acontecimiento en el Congreso. Era la comparecencia de Felipe
González con relación a la gran huelga general del 14D. Tengo reflejado en mis
notas esto: “El día en que Felipe besó el suelo”. Después del contundente éxito
de la huelga general, y el impacto dentro y fuera de España, Felipe apareció
abatido y cabizbajo, sin su chulería habitual. Hablan de su carácter
ciclotímico: aquel día fue el de las horas bajas. Sin embargo, era (y es) un
gran actor de teatro, capaz de saltar de pronto como una serpiente aletargada.
Un puro Maquiavelo. No ha habido nunca en la España reciente un político tan
maquiavélico como Felipe. Nunca le oí pronunciar la palabra "izquierda". Julio Anguita, que entonces no era diputado y se
hallaba en los palcos del público, dijo luego que lo de Felipe “era una puesta
en escena para incautos”.
El primero en intervenir en las réplicas
fue Gerardo Iglesias. Lo primero que dijo fue exactamente: “España por fin se
ha parado”. Y no sé por qué, los socialistas saltaron hechos unos basiliscos:
risas, ruido, pateos, abucheos… Era la mecánica socialista para acobardar al
adversario. La verdad fue que Gerardo estuvo farragoso, deshilvanado… Y fuera
por lo que fuera, los felipistas siempre le montaban el número. Se la tenían
jurada, no sé por qué. Los felipistas no han
tenido piedad jamás con quien se sienta a la izquierda de ellos. De todas
formas, pude observar que Gerardo no preparaba bien sus intervenciones, llevaba
unas notas, y ya está. Y aquel día, el listón estaba muy alto: I.U. se
presentaba victoriosa, después del éxito de la huelga. Con el pobre Gerardo la
tenían tomada los socialistas. Recuerdo una noche, en “Hora 25”, en una campaña
electoral, creo que la de 1986, que intervenían Gerardo y Joaquín Leguina. Éste,
en un momento dado de la charla, le gritó a Gerardo: “¡Te tengo que machacar!”
Así las gastaba Leguina. Otro día, en el pleno, siendo yo testigo, Gerardo
Iglesias, en vez de decir “don Santiago Ramón y Cajal”, dijo “don Ramón y
Cajal”. Buaaah, la repera, el griterío y el abucheo de los socialistas contra
el pobre Gerardo.
Retomemos el hilo temporal. Al día
siguiente de la intervención de Felipe, los titulares de la prensa nos los
arrebató Adolfo Suárez (entonces diputado muy crítico), que lanzó esto a González:
“O retira usted los presupuestos o convoca elecciones”. Fue lo que más le dolió
a Felipe. Si Suárez hubiera mantenido aquella línea, hubiera sido de nuevo una
alternativa de partido y de gobierno. Las críticas de Suárez le llegaron a
Felipe a lo vivo. Con relación a nosotros (PCE-I.U.), por aquella vez estuvo
benevolente, mirando muchas veces hacia nuestros escaños, cuando estábamos
acostumbrados a sus desaires de soberbia y de desprecio.
Llegaron las vacaciones de navidad, ¡por
fin!, y nos marchamos a Villanueva. El 22 de diciembre me publicó el “Córdoba”
un extenso artículo sobre el porcino ibérico, en el que criticaba a la C.E.E.,
por su mezquindad e hipocresía con los ganaderos del Sur, al igual que la
cobardía de nuestro ministro de Agricultura, el orondo distraído Carlos Romero.
Este artículo fue de importantes consecuencias, porque motivó que se pusiera en
contacto conmigo una excelente persona, el ganadero cordobés y presidente de la
COAG, Fernando Cabrera. Este me dio las gracias de que, por primera vez, un
diputado cordobés se estaba ocupando del gran problema del porcino ibérico, y
me honró con su amistad y con sus informaciones.
Gracias a este ganadero cordobés,
Fernando Cabrera, pude descubrir un caso gordo de tráfico de influencias: el
monopolio de los análisis veterinarios a cargo de familiares de la Consejería
de Agricultura de la Junta de Andalucía. Este caso me lo trabajé muy bien, y en
los meses siguientes di mucha guerra con ello. Los inquisidores felipistas
presionaron a Fernando Cabrera para que no me pasara información, cuando se
percataron del asunto. Meses después me contaron que un alto cargo de la citada
Consejería de Agricultura, Gerardo De las Casas, tuvo el descaro de ir a
presionar al presidente de la Asociación de Ganaderos del Ibérico de
Extremadura, el ex ministro Alberto Oliart, dándole las quejas de que uno de
sus directivos (Fernando Cabrera) estaba pasando información a un diputado de
I.U. en Córdoba. Parece ser que Alberto Oliart mandó al tal De las Casas a hacer
puñetas.
El 30 de diciembre (1988) me invitaron a
una reunión del Comité Provincial, en la sede del PCE en Córdoba, incluida una
copa de fin de año. El tema era el análisis de la huelga del 14D, y cada uno
expuso allí su interpretación y exégesis. Rosa Aguilar dijo que había que
evitar la sensación de que son los Sindicatos los que hacen la oposición
política en este país. Había que distinguir la acción política de la acción
sindical. De la primera, el protagonismo era de I.U.
Luego,
hizo su aparición Luis Carlos Rejón, decidido el ademán, con aires ejecutivos y
cartera en mano, y tomó asiento en la mesa. Allí soltó a destiempo, pensando en
elecciones generales, que había que ir buscando al nuevo candidato por Córdoba
(yo estaba delante), con las siguientes condiciones: que debía ser miembro del
Partido, bragado por la lucha y no vendible al PSOE, porque Córdoba había
tenido hasta ahora muy mala suerte con sus diputados comunistas (yo seguía allí
delante), como Ignacio Gallego y Enrique Curiel. Yo callaba y observaba.
¿Reunía yo aquellas condiciones rejonianas? ¿Y a qué venía plantear allí
aquella noche este tema? Un personaje sinuoso, malintencionado y correoso. Años
después fue él quien abandonó I.U. y se fue con el partiducho de Pedro Pacheco,
en Jerez, hasta que su soberbia se consumió poco a poco en el anonimato.
El 9 de enero fue un día importante en
la pequeña historia de Villanueva. Unos días antes hablé con Jesús Rodríguez
sobre el Plan Técnico Nacional de Radiodifusión que iba a aprobar el Gobierno,
en el que se iban a concretar las localidades en las que se ubicarían Emisoras
de F.M., y había que realizar gestiones urgentes, ya que Villanueva tenía
emisora municipal, pero sin legalizar. De regreso ya a Getafe, le metí prisa a
Jesús Rodríguez, director de la emisora municipal, para que viniera junto con
el alcalde Paco Tébar, a fin de entrevistarnos con Javier Nadal, director
general de Radiodifusión. El alcalde se excusaba, porque tenía otras
prioridades, hasta que Manolo “Palmera” casi lo obligó a venir, no fuera que yo
me colgara luego las medallas, porque ellos tenían planes que a mí me
ocultaban.
Pues bien, el 9 de enero (1989) se
presentaron en mi casa de Getafe Jesús Rodríguez y Paco Tébar. Desayunaron y
salimos rápidos hacía el Paseo de la Castellana, 118, donde nos atendió, no
Javier Nadal, sino otro directivo. Habló primero Tébar, luego expuse yo la
carencia de radiodifusión que tienen Los Pedroches, para lo cual llevaba
preparado un mapa de Córdoba. El directivo escuchó con atención y prometió
estudiar el caso. A mediodía, Jesús Rodríguez se vino a mi casa y Paco Tébar
fue a la sede del PSOE en Ferraz, y habló con Ana Miranda. Yo creía que la
nueva emisora que se podía conseguir o serviría para legalizar la existente o
sería dirigida por un patronato cultural o algo así de gente de Villanueva,
para servicio informativo y cultural del pueblo. Pero no fue así. La célula
socialista de Villanueva, presa de la codicia, tenía otros planes.
Además, en mi ayuda desinteresada,
presenté una pregunta escrita en el Congreso, con fecha 24-1-1989, registrada
con núm. 39.450, que decía así:
“Según
el borrador del Plan Técnico Nacional de Ondas Métricas en Modulación de
Frecuencia, en vías de aprobación ya por el Consejo de Ministros, no aparece
ubicada la emisora privada en Villanueva de Córdoba, dejando con ello
desasistida toda la comarca de Los Pedroches (la antigua emisora de Pozoblanco
es municipal), y siendo la localidad más importante de la comarca, con un buen
nudo de comunicaciones (a excepción de Pozoblanco únicamente).
“Y con gran sorpresa se observa en el
citado Plan que las dos emisoras privadas para el Norte de Córdoba (dos tercios
de toda la provincia) se ubican muy próximas, ambas en la zona occidental,
quedando en blanco toda la zona oriental, que es la de Villanueva de Córdoba.
“Por todo ello, se formula la siguiente
pregunta: ¿Piensa el Gobierno, a la vista de estas consideraciones, modificar
este punto del Plan Técnico? ¿Qué dificultades técnicas puede haber?”.
El cambio a favor de Villanueva se
produjo, y el Gobierno me respondió lo siguiente: “Villanueva de Córdoba ya está
incluida en el Plan Técnico”. Efectivamente, por aquellos días, exactamente el
10 de febrero, el Consejo de Ministros aprobó el Plan Técnico, con la inclusión
de Villanueva. Y lo supe a primera hora de la mañana, por una llamada que hice
al despacho de Javier Nadal. Mi alegría fue enorme. Rápidamente llamé a Radio
Villanueva (municipal) y en directo di la noticia. Curiosamente era el día en
que Jesús Rodríguez dejaba Radio Villanueva y se iba a Canal Sur. Conclusión:
mi comportamiento fue siempre correcto, altruista, pensando en cosas positivas
para Villanueva. Los demás, allá con su conciencia. Y habría mucho que decir.
La susodicha llamada la hice desde la
sede del Comité Central en Madrid, porque aquella mañana nos reuníamos con
Julio Anguita, acerca del problema que había surgido en el Grupo Parlamentario
sobre el portavoz en el próximo debate del “Estado de la Nación”, el próximo 14
de febrero. Se había producido un malentendido, que había molestado a Gerardo
Iglesias, pues, sin avisarle debidamente, se había acordado que el portavoz
fuera Sartorius. En aquella reunión, ante Julio Anguita, yo eché la culpa de lo
ocurrido al “Comisario”, porque a él le encargamos días antes que avisara de
esto a Gerardo, y no lo hizo. Y Gerardo hubo de enterarse por la prensa de que
él no sería el portavoz, sino Sartorius. El “Comisario” me guardó aquello en la
caja de las fobias.
6
Volvamos al mes de enero (1989), porque,
aunque era mes de vacaciones parlamentarias, fue intenso en ocupaciones. El 10
de enero tuvimos reunión de Grupo de I.U. Allí expuso Sartorius las líneas
maestras del siguiente período de sesiones: “el enfoque debe ser ya en clave
electoralista”, dijo, indicando que había que ser muy selectivos con los temas,
atentos sólo a los que tuvieran alguna rentabilidad. En cuanto a TVE, dijo que
“éramos blandos”, que “había que abrasarla”, porque era el principal
laboratorio de manipulación del felipismo (se empezó así a gestar una futura
interpelación de nuestro grupo sobre el tema de TV, que acabaría en fracaso,
debido a que nuestra oficina no preparó nada, y Ramón Espasa se vio desasistido).
Se trató luego en aquella reunión del 10
de enero sobre la presidencia española de la C.E.E., iniciada en enero. Había
que hacer ver en nuestras intervenciones ante la opinión pública que no se
trataba de “presidencia española”, sino “presidencia del Gobierno González”.
Había que contrarrestar la demagogia del “europeísmo-presidencia” a todas horas
en TVE, como nueva forma de opio del pueblo, mientras se esquivaban otras
cuestiones candentes del país, como el pulso pendiente entre los Sindicatos y
el Gobierno, sobre lo cual se pretendía echar tierra a toda costa. Aseguraba
Sartorius que en la cuestión sindical Felipe pretendía aburrir y hastiar a la
gente y a los Sindicatos.
Sartorius llamó la atención sobre otro
aspecto importante: los Sindicatos no gustan que el centro de la discusión
Gobierno-Sindicatos sea el Parlamento. Lógico, porque ahí dominan el Gobierno y
la derecha, y ahí, I.U. no es nada, y sí lo es en la calle. Sartorius abogaba
por solicitar una reunión con los Sindicatos, “para ver qué quieren que
hagamos”. En realidad, el líder de CC.OO., Antonio Gutiérrez, no quería saber
nada con I.U. Con el tiempo sería diputado por el PSOE. Qué cuajo hay que tener.
En la susodicha reunión se acordó
también celebrar una Jornada de Europeísmo con diputados comunistas de la
C.E.E. Sería nuestra anticampaña frente al monopolio felipista del europeísmo.
Finalmente, se hizo el reparto de las Comisiones, y como sólo éramos 6
diputados, yo me encontraba en casi todas las Comisiones, en unas como titular
y en otras como suplente. Así que estaba en Agricultura, Obras Públicas,
Cultura, etc. En mi vida trabajé tanto como en aquella etapa de diputado.
Mientras tanto, el resto del mes de
enero lo dediqué a seguir preparando mi edición de Poesías Completas de Pedro
Garfias y a poner en marcha una serie de iniciativas políticas (preguntas,
proposiciones, comparecencias), antes de que empezara el período de sesiones.
En estos trámites previos tuve un choque con el dichoso “Comisario” (como les
ocurría a los demás diputados). Él tenía poderes para que en la oficina las
secretarias no escribieran una letra sin su permiso. El 23 de enero le entregué
a Olga mi texto de una Proposición No de Ley sobre la rectificación o desdoble
de la carretera 420 (la de Fuencaliente), para que pasara también por
Villanueva. Dejé recado al “Comisario” para que, si había algo en contra, me
telefoneara. Además, en la Conferencia del Partido (21-22 de enero) le había
mostrado el borrador. Como no me había llamado, di por sentado que aquel lunes,
día 23, mi Proposición habría entrado en el Registro del Congreso.
Ni corto ni perezoso llamé al diario
“Córdoba” y anuncié, ya como presentada, la Proposición, que expliqué. La
noticia salió publicada al día siguiente. La sorpresa fue mayúscula cuando
comprobé en la oficina que mi propuesta seguía todavía en el cajón. El
“Comisario”, que estaba ausente, le había dado largas. Regresé a casa cabreado,
con intención de expresarle mi protesta. Llamé luego y me dijeron, con mentira,
que no estaba. Era la gota que colmaba el vaso. Decidí presentarme otra vez en
la oficina. Lo encontré, mayestático y autosuficiente, en su despacho.
Discutimos, pero todo inútil. Otros diputados tenían los mismos problemas.
Por fin, aquella tarde del 24 de enero
entró en el Registro mi Proposición sobre la N-420, que debía enlazar
Villafranca, Adamuz, Villanueva y Conquista, siguiendo la nueva línea del AVE,
recuperando así el antiquísimo Camino de la Plata. El caso fue que para esta
Proposición me informé previamente. Acudí a la Dirección General de Carreteras,
para que me detallaran el grado de ejecución de las obras entonces en el
trazado Fuencaliente-Cardeña, y también para abogar por la Variante Sur de la
N-432, a su paso por Villanueva del Rey, lo cual nos había pedido este alcalde,
y en esto último sí que conseguí éxito. También me asesoró el académico de
Pozoblanco, Andrés Muñoz Calero, que me aportó datos sobre el antiguo Camino de
la Plata, según el libro de Campomanes “La carrera de Postas”, de 1.761, además
de un Reglamento Ministerial de 1.720. El nombre de la Plata se aplica de
varias formas diferentes: Vía de la Plata, Senda o Vereda de la Plata (de
Torrecampo a Hinojosa y Fuenteobejuna), y el Camino de la Plata (Madrid,
Toledo, Almodóvar del Campo, Valle de Alcudia, Conquista, Venta del Puerto,
Adamuz y Córdoba). Pero estos razonamientos históricos importaban un pimiento a
los socialistas.
Un mes más tarde se vio esta Proposición
en la Comisión de Obras Públicas. Yo expuse mis argumentos. Pero mi intento de
colocar a Villanueva en una carretera nacional no tuvo éxito. Me replicó en
contra el sevillano Antonio Cuevas, un diputado adusto y antipático, que
semanas antes había sido descabalgado de la UGT de Sevilla, debido a su actitud
de esquirol en la huelga del 14D.
El 28 de enero de 1989 tuve oportunidad
de montar mi mayor revuelo político, en una rueda de prensa que di en Córdoba,
en la sede del Partido. Allí revelé el tráfico de influencias y nepotismo que
se estaba cometiendo en la Consejería de Agricultura (Miguel Manaute) de la
Junta de Andalucía, y en su Delegación en Córdoba (Cristóbal Lovera). Denuncié
la existencia de un monopolio veterinario para los análisis de peste porcina.
Un monopolio con dos cabezas, una de cuyas sociedades presidía José Raya, tío
carnal de Rafael Bolívar Raya, Jefe de Sanidad Animal de la Junta de Andalucía;
y la segunda sociedad, presidida por Antonio Jodral, ínimo amigo del mismo
Bolívar Raya.
Y había más. Entonces no había
descubierto yo todavía que también un hermano de Bolívar Raya, Francisco José,
estaba metido igualmente en el citado monopolio. La prensa de Córdoba recogió
ampliamente este asunto el domingo 29 de enero, y el Córdoba, además, resaltó como frase del día la que yo le había
dedicado al incompetente Lovera: “La verdadera peste porcina en Córdoba es
Cristóbal Lovera”. Nunca me olvidará –estoy seguro- este “señorito socialista”,
uno de los grandes terratenientes de la campiña cordobesa.
La Delegación de la Consejería de
Agricultura me contestó a los dos o tres días con una escueta nota
descalificatoria en la prensa, y yo le aticé nuevamente a Lovera a través del Córdoba (4-2-1989, p. 18). Por aquellos
días también lo puse de hoja de perejil a través de Radio Villanueva, en una
entrevista que me hizo el ínclito Jesús Rodríguez. El Diario16 también recogió mis denuncias sobre el tejemaneje de los
veterinarios, en una entrevista que me hizo un periodista extraordinario,
Sebastián Cuevas, ya fallecido, que me profesaba admiración y amistad. Así
pues, en cuestión de una semana, toda Andalucía se enteró de aquel escándalo de
tráfico de influencias con motivo de la peste porcina, con los grandes
perjuicios que estaban causando a los ganaderos de nuestra comarca.
La última semana de enero de 1989 la
dediqué a la presentación de diversas iniciativas en el Congreso, entre ellas
la petición de comparecencia del director del Programa de Lucha contra la Peste
Porcina (Julio Blanco y Quintiliano Pérez Bonilla, dos buenos pájaros de la
cuchipanda felipista), los cuales no comparecieron hasta el 26 de abril,
dándome lugar a una memorable intervención, en la que los puse entre la espada
y la pared, por sus chanchullos e incompetencias.
El primero de febrero de 1989 se reanudó
la actividad parlamentaria con el nuevo período de sesiones. Y aquel día hube
de subirme, ya por segunda vez, a la imponente tribuna del hemiciclo, nada
menos que para replicar al gran Solchaga, sobre un Real Decreto-Ley de reforma
del Impuesto sobre la Renta. Durante mi intervención –recuerdo- el ministro
Solchaga, lleno de soberbia, miraba para otro lado, típica actitud de desprecio
con que los socialistas premiaban siempre las intervenciones de Izquierda
Unida. Yo estuve enérgico, ocurrente y “profético”, porque comencé así: “el
señor Ministro nos trae hoy aquí un decreto que se encuentra bajo la espada de
Damocles del Tribunal Constitucional. Realmente nos ha invitado a construir
aquí un castillo de arena que probablemente no va a resistir la vigencia de un
mes”.
Y en efecto, así ocurrió veinte días
después: el decreto fue declarado inconstitucional, y Solchaga, en su soberbia,
quedó en ridículo. Al término de mi intervención me comunicó José Luis Egido,
nuestro encargado de prensa, que los periodistas habían comentado como muy
acertada mi intervención. Pensé que la TVE se haría eco del asunto, pero esta
fábrica de manipulación (entonces, socialista; hoy, del PP. Siempre
manipulación gubernamental) tenía condenada al ostracismo a la izquierda de la
izquierda.
Aquella intervención la había preparado
yo cuidadosamente. Para ello fui a la sede del Partido, en la calle Santísima
Trinidad, donde me atendió el “asesor económico”, un tal Adolfo Mansilla, un
personaje hermético, sin ningún sentido del humor. Yo llegué allí con mi típica
extroversión andaluza, y Mansilla, envarado y ausente, me dio unos informes
elementales y unas sucintas explicaciones de lo que era la posición del
Partido, todo lo cual hube de ampliar yo. Luego supe que este burócrata había
prestado sus servicios en la sede de nuestro Grupo, en la calle Marqués de
Cubas, y de allí salió huyendo por desavenencias con el “Comisario”. Increíble,
pero cierto.
7
El 8 de febrero organicé un pequeño
barullo en la Comisión de Agricultura. Ese día comparecía Julio Blanco,
director general de Producción Agraria. Se hablaba de la peste de caballos,
conejos, etc. Yo no tenía pensado intervenir y no había preparado nada, pero
tuve la precaución de llevarme de casa un recorte del Córdoba, donde se exponía a toda plana el caso del arriero que
llevaba un mes retenido en Hornachuelos con sus burros, esperando que llegara
el veterinario para analizar y vacunar a sus jumentos. Intervino primero el
diputado popular Miguel Ramírez (una de las personas que más sabía entonces de
Agricultura; mucho más que la titular ministerial Loyola de Palacio), el cual
atacó sin piedad y pidió la dimisión de Julio Blanco. Luego, el Sr. Castaño,
del CDS, en la misma línea. No así el catalán Ferrer, como era norma en su
grupo, sempiternos mamporreros del Gobierno. Y ahora (anoto esto en noviembre
de 2017) están bebiendo la amarga hiel del centralismo reaccionario español,
con todas sus miserias inquisitoriales, manteniendo en la cárcel a todo el
Gobierno catalán. Una barbaridad histórica.
Y por último, intervine yo, que debí de
dejar estupefacto al susodicho director general, pues no debía de esperar mis
estacazos. Califiqué las continuas epidemias en la cabaña ganadera como “los
cuatro jinetes del apocalipsis”, taché la actuación del Ministerio como
esperpento nacional y acabé pidiendo también la dimisión de Julio Blanco,
después de airear el suceso del arriero de Hornachuelos. Al ver que un diputado
socialista me hacía mohínes descalificadores, salí rápidamente e hice
fotocopias del reportaje del arriero, las cuales repartí por la sala, una de
ellas al propio Julio Blanco, al que
acabé sacando de sus casillas luego en la contrarréplica. Al día siguiente, el
periódico Cinco Días se hizo eco de
mi intervención.
Aquel 8 de febrero dejé ponto la
Comisión de Agricultura, porque el Partido me había pedido que estuviera
presente en una concentración contra el régimen de Irán, en apoyo de los
iraníes exiliados, frente al Ministerio de Asuntos Exteriores. Y allí me
presenté, me puse el carnet de diputado en la solapa y nos dedicamos a gritar
contra Jomeini y contra su ministro de
Exteriores, un tal Velayati. Increíble, pero cierto. El caso era que
Jomeini y sus esbirros estaban fusilando comunistas en Irán como en los peores
tiempos. Algunos periódicos, entre ellos Diario16,
y creo que también el Córdoba, me
sacaron en medio de aquella pintoresca manifestación.
Llegó el 14 de febrero y el anunciado
“Debate sobre el Estado de la Nación”. Me situé en mi escaño con la máxima
atención, para no perderme detalle, muy al contrario que Ignacio Gallego
(qepd), sentado a mi lado, que se amodorraba de vez en cuando, por más que yo
le daba disimulados empujones a su silla. Por su causa me sacó al día siguiente
el ABC junto a Ignacio: él durmiendo y yo, menos mal, todo atento.
Aquel día pronunció Suárez, a mi
entender, su último gran discurso político. Tuvo la virtud de exasperar al
endiosado González, conminándole a adelantar las elecciones. Causa espanto
comprobar el grado de desmoronamiento y
desánimo político al que luego llegó Suárez, cuando tenía toda la madera
de un gran estadista. Después, por I.U., la intervención de Sartorius brilló
con luz propia en el segundo día de debate, un discurso en perfecta consonancia
con la realidad vivida entonces en España. Lástima que este político también se
encuentre hoy desorientado, con el bebedizo de no sé qué “renovaciones” (otra operación de
submarinismo pro psoe).
El Grupo de I.U. entonces: (de izq. a dcha.) Gerardo Iglesias, Sartorius, Ramón Espasa, Ignacio Gallego, Francisco Moreno (el autor) y García Fonseca "El Pole" (ex cura), en el citado debate sobre "el estado de la nación", febrero de 1989.
En aquellos días de febrero de 1989 yo
continuaba, mientras tanto, poniendo a punto mis conocimientos sobre el tema
porcino, siguiendo muy de cerca las dificultades para la venta del ganado ante
unos industriales decididos a aprovecharse de la situación de saturación del
mercado. Me servía de informadores como Fernando Cabrera, de Córdoba, y otros
(entre ellos, mi primo Francisco Moreno Torralbo), y en pocas semanas me hice
un “enteradillo” en estos temas.
Para el sábado 18 de febrero Ernesto
Caballero, todavía secretario provincial del Partido, me organizó una breve
“gira ganadera” por la zona de Los Pedroches. Salí temprano de Madrid, y a las
12 de la mañana ya estaba en El Viso, donde una docena de ganaderos me
expusieron sus problemas. A las 5 de la tarde, en Pozoblanco, me entrevisté con
el director de la COVAP, Ricardo F. Vizcaíno (qepd), que me pareció hábil,
astuto y con mucha recámara, de tal manera que me recibió en un hotel de las
afueras de Pozoblanco (En el San Francisco, seguramente para evitar que alguien
nos viera juntos). Se mostró amable, me contó cosas y me confesó que en persona
le resultaba yo mucho más apacible que la imagen que él se había hecho de mí a
través de la prensa. Se encontraba, tal vez, impresionado por mis diatribas
contra las cacicadas de Cristóbal Lovera.
Por la noche de aquel agitado día tuve
un acto público en el Centro de Convivencia de Pozoblanco, con buena
asistencia, y comenté mis observaciones políticas después de cien días de
diputado. Y a continuación –todo un récord no apto para cardíacos- me esperaba
una asamblea de ganaderos de Villanueva. Fue una experiencia muy curiosa. El
salón de la Biblioteca estaba abarrotado. Cuando me quise dar cuenta, me
encontraba presidiendo una asamblea con la flor y nata del poderío agrario de
la villa, caras nuevas que no solían ser la concurrencia habitual de mis
alocuciones. Me hallaba flanqueado por Juan Blanco, presidente de IBESA, y por
Francisco Moreno Torralbo, presidente de la Cooperativa Ganadera. I.U. dio
entonces un buen ejemplo de saber conectar con la economía real de Villanueva.
Allí estaban todos los sectores del pueblo; todos, menos los socialistas. Una
prueba más de cómo el PSOE, en su paranoia gubernamental, estaba ausente de la
vida real y de cualquier reivindicación ciudadana.
Aquella noche, en la citada asamblea, se
prendió la mecha que desembocó en el estallido de la huelga del 4 de marzo. Yo
hice una exposición amplia y exhaustiva del problema porcino, que causó gran
aceptación y asentimiento. Recalqué que había que tomar medidas y que no se
podía continuar pasivamente, pero eran ellos quienes debían tomar sus
decisiones, con toda libertad. Sugerí la conveniencia de que se formara una
Comisión, y así se hizo. Eran momentos en que los ganaderos de Villanueva se
hallaban desesperados, porque la mayoría tenía los cerdos sin vender, en medio
de un caos apoteósico por las normas confusas para el chequeo serológico de los
animales, chequeo que sólo tenía validez para quince días, y además, con sólo
dos grupos veterinarios que tenían la exclusiva de estos análisis.
Lógicamente,
no daban abasto, y el mercado del porcino estaba totalmente paralizado en la
comarca. La torpeza de la Administración socialista era un mayúsculo escándalo.
Para colmo, por aquellos días se había presentado por allí el gerente de la
organización agraria ACEA, Antonio Medina Perales, y su discurso apaciguador no
convenció a nadie, por lo que esta organización quedó desautorizada y al margen
de la movilización.
Siguiendo
el hilo temporal, el martes 21 de febrero (1989) subí una vez más a la tribuna
del Congreso, mientras el panorama ganadero se sobresaltaba en Córdoba cada día
más. Ese mismo día se hacía pública la constitución de una Comisión en
Villanueva y la amenaza de cortar las obras del AVE, si no eran atendidos en
una reunión que se concertó en la Junta de Andalucía (Comisión que se había
constituido el día 18 anterior). En la misma fecha, daba noticia el Córdoba de mi charla en Pozoblanco,
criticando los perjuicios en el sector ganadero.
Fue un
mes de febrero muy marcado por estos problemas del campo, con noticias a diario
en la prensa. El 4 de febrero aparecí a toda una página en el Córdoba, donde formulé durísima
contrarréplica contra la gestión de Cristóbal Lovera y el Sr. Manaute. Al día
siguiente, se hizo público el cierre del Matadero nuevo de Villanueva, quedando
en la calle 30 trabajadores, y una gran crisis en el Matadero de Fuenteobejuna
(Carnes Estellés), que amenazaba con el despido de 100 trabajadores, por la
imposibilidad de exportar carne ibérica al otro lado de la “raya roja”.
El 6 de
febrero, la prensa valoraba en 15 mil millones las pérdidas en el sector del
porcino ibérico, no sólo por el establecimiento de la “raya roja”, sino por
haber tomado estas decisiones en plena campaña de venta del porcino (Gran
torpeza del ministro Romero y de los magnates de Bruselas, que podían haber
esperado a la primavera o verano), así como la torpeza de las autoridades
agrarias de Córdoba y Sevilla, que causaron el caos de los chequeos
veterinarios. La prensa recogía el día 8 la alarma de las Industrias Cárnicas
de la sierra norte cordobesa.
El día 9
se informó sobre mi petición de dimisión de Julio Blanco, director general de
producción agraria, en la Comisión de Agricultura del Congreso. El 10 de
febrero se hacían públicas las grandes dificultades del Matadero de Córdoba,
ICCOSA, que por 500 metros quedaba dentro de la “zona sucia”, con su
comercialización bloqueada.
El 15 de
febrero daba el Córdoba la noticia de
que se reabría el Matadero de Villanueva, pero sólo con la mitad de
trabajadores, y para atender únicamente a los compromisos contraídos con las
jamoneras. El día 22, la Comisión de Villanueva elevó un escrito al Ministerio
de Agricultura, en el que se pedía la agilización de los chequeos veterinarios,
la comercialización libre de carnes ya analizadas y, entre otras cosas, la
evaluación de las pérdidas en 13.500 pts. por cabeza de ganado. El día 23 se
leía la noticia de una gran manifestación en Fuenteobejuna por los problemas de
Estellés. El follón que tenía liado la Administración socialista era mayúsculo.
E I.U., a través de mi modesta persona, supo estar entonces a plena altura de
las circunstancias.
El 24 de febrero fue la reunión de la
Comisión de Villanueva con las autoridades autonómicas en Sevilla (Manaute,
Lovera, Gerardo de Las Casas, Víctor Oliver, Cristábal Huertas, y algún otro…
¡Toda una pandilla de ineptos!). El día 27, nueva reunión en Sevilla, a la que
se sumaron los industriales. Se propuso a los industriales la compra de 5.000
cerdos aplicando el Contrato Homologado (a 2.990 pts. arroba, con subvención de
intereses). Se negaron. Se les rebajó la arroba hasta 2.700 pts. Se negaron, y
ni siquiera hicieron una contraoferta. Los industriales sólo esperaban ya la
rendición incondicional de los ganaderos y conseguir aquel año el porcino
ibérico a precio de saldo. A río revuelto, ganancia de mangantes. Mientras
tanto, la Junta de Andalucía, impasible, sin iniciativa y sin ideas. Años
después, para favorecer a los amiguetes de los ERE, sí anduvieron raudos al
panal de rica miel.
Mientras tanto, comenzaron maniobras
socialistas en la oscuridad. El alcalde socialista de Villanueva, al contrario
que el de Fuenteobejuna con Estellés, no se tomó en serio el gran problema de
su pueblo, ni se comprometió con el conflicto. El alcalde de Cardeña, también
socialista entonces, disuadió a sus ganaderos, porque aquello de Villanueva
“era cosa de la gente de derechas”. Así de mala es la demagogia. A la Junta de
Andalucía llegaban maldades de que en la comisión de Villanueva había personas
“políticas” (se referían a dos concejales del CDS) y la presentaban como foco
de los adversarios de los socialistas.
En la Emisora Municipal, entonces regida
por la camarilla socialista, se repetía lo mismo: que la Comisión era de
políticos. Y con estas cantinelas, sólo colocaban piedras en el camino. Un día,
estando Bernardo Blanco en el estudio de Radio Villanueva, para dar un
comunicado, “El Chispa”, entonces director (hasta hoy, 30 años), tiró la silla
y los papeles, y dio una “espantá”. Así pues, la Emisora y la camarilla
socialista iban cada vez más a la contra, mientras todos los demás habían
cedido a la generosidad de la unidad, en pro del bien común.
8
Hagamos un paréntesis en este clima de
tensión creciente. Volvamos a mi intervención en el Congreso el 21 de febrero.
Se trataba de una Proposición No de Ley del CDS, sobre los gastos de
representación y protocolo de los socialistas, la cual defendió el diputado
centrista canario Baltasar de Zárate, con un tono cáustico incisivo, que luego
fue perdiendo el CDS domesticado de la Legislatura siguiente. Intervine yo con
una buena dosis satírica, con acopio de citas de la prensa, incluso de Gómez
Llorente, apelando al ideal de la “vida modesta” de Fray Luis de León (la
“aurea mediocritas”), todo, para poner en solfa a los despilfarradores del
felipismo y a la llamada “Beautiful people” del mismo, lo cual provocó
pataletas entre los afectos al pesebre gubernamental, y el regocijo de los
desafectos. Baltasar de Zárate me felicitó, y siempre que me veía por los
pasillos, me saludaba efusivamente, preguntándome cuándo intervenía yo de
nuevo, porque se lo pasaba en grande con mis alocuciones.
El 28 de febrero, una importante
intervención en la Comisión de Economía, sobre un tema nuevo: la
reprivatización de RUMASA (En concreto: la situación de bancarrota de
“Laboratorios Friné” y “Plata Menese”). Fue otro embolado que me colocó el
“Comisario”, con un anticipo sólo de 24 horas (El despiporre de la
improvisación). El día anterior me vino con este papelón, pero en vez de
decírmelo a primera hora, con lo que hubiera aprovechado mi estancia durante la
mañana en la oficina, me lo comunicó a la hora del almuerzo, cuando ya todo
tiempo me resultaba escaso para preparar el pleno de aquella semana.
Me puso
en contacto con Rodolfo Benito, dirigente de CC.OO., que era quien había
propuesto el tema, y, ni corto ni perezoso, le pedí que me enviara un asesor a
casa aquella tarde, a explicarme lo que querían, pues yo no podía perder la
tarde en los atascos de la carretera yendo y viniendo de Getafe a Madrid,
cuando apenas tenía tiempo para preparar otras intervenciones urgentes. En
cuanto colgué el teléfono, el “Comisario” se me puso en veinte uñas: “¿Cómo me
atrevía yo a hacer venir a mi casa a un líder de CC.OO.?” Le contesté que si me
hubiera avisado antes, no tendríamos estos apremios. Por el contrario, Rodolfo
Benito, aunque me parecía un personaje un tanto hermético, comprendió mi falta
de tiempo y me envió a casa al asesor solicitado, el cual me dio todos los
datos de las citadas empresas de RUMASA.
Otra instantánea del debate citado, con los mismos personajes y en el mismo orden. Aquel día, Felipe González nos echó unas miradas de odio impresionantes. Siempre ha odiado a la izquierda. Y nunca ha pronunciado la palabra "izquierda", menos aún referida al PSOE. Qué diferencia la de aquel PSOE despótico con el PSOE de ahora, el de Pedro Sánchez. Felipe ha sido el gran Maquiavelo de la política española.
Así
pues, el 28 de febrero, pude intervenir en la Comisión de Economía, con un
apabullante acopio de datos, que causó sensación entre representantes de la
prensa, de manera que dos periodistas de Cinco
Días me pidieron entrevista para sacar un reportaje. Los recibí al día
siguiente y les facilité datos, pero se desanimaron al saber que ya Diario16 había publicado cosas.
Volviendo
a la sesión citada de la Comisión,
también fue impresionante la intervención del diputado Ramallo, del PP,
especialista en RUMASA. De manera que, entre los dos, pusimos en un aprieto al
Sr. Díez Burgos, director socialista de la Rumasa expropiada. No dio
explicaciones de nada y se salió por la
tangente. Por los socialistas habló el diputado Martínez Noval, con una serie
de incoherencias y con la habitual falta de sentido crítico (más tarde llegaría
a ser ministro de Trabajo). ¡Es una lástima que los españoles no sepan nada de
los chanchullos que se perpetraron con las empresas de RUMASA! ¡Cómo se
convirtieron en un saco de recompensas para los socialistas y sus amiguetes!
Malvendidas por cuatro perras, y además con ayudas millonarias a fondo perdido…
Y todo ello, con cargo a los fondos públicos. A mi modo de ver, este el mayor
escándalo de corrupción de la etapa socialista, del que nadie ha tirado de la
manta. Después, el PP se olvidaría rápido de este desaguisado, porque vendrían
sus propios desaguisados. En fin, terminando con aquella intervención mía sobre
RUMASA, quedé muy satisfecho con mi aportación, y a los pocos días me llamó
Rodolfo Benito, contento con mi rigurosa labor.
En el
pleno del primero de marzo tuve ocasión de formular mi primera pregunta oral,
concretamente al ministro Solana, de Educación, sobre la necesidad de mantener
las Lenguas Clásicas en la Enseñanza Media. La génesis de esta pregunta también
tuvo sus peripecias. Se le metió en la cabeza al “Comisario” que no era una
pregunta para el pleno, sino para la Comisión, y para abundar en su persuasión,
me soltó la siguiente patochada: “Curiel no quería ni oír hablar de preguntas
en el pleno”. -“¿Y qué tiene que ver Curiel con esto?”, le contesté. El
problema le surgía al “Comisario”, porque no era una pregunta al uso en el
aparato, de esas de “agit-prop”, sino un tema estrictamente cultural, el latín
y el griego, que nunca ha suscitado la atención del Partido. Yo, furiosamente
cultural, nunca he sido portavoz de argumentarios. Y me sospeché otra malicia:
el “Comisario” me nombró a Curiel, a ver si yo mantenía alguna relación con “el
hereje”.
El caso
era que yo me empeñé y formulé la pregunta aquel día, para lo cual había
consultado previamente con don Francisco Rodríguez Adrados, eminente
catedrático de la Complutense, ex profesor mío, uno de nuestros grandes sabios
en estos temas. Luego, le envié copia de mi encendida defensa de las Lenguas
Clásicas en la enseñanza, y Adrados quedó muy agradecido. En cuanto al ministro
Solana, me contestó con cierta amabilidad y prometió prestar atención a esta
cuestión clave del humanismo. Pero fue con la boca chica, porque la Ley
socialista se ha cargado la cultura clásica y la base humanística de la cultura
española. Otro gran destrozo de la era felipista.
Fue
aquella una semana loca, porque al día siguiente, 2 de marzo, ocurrió mi
pelotera con el ministro Semprún, de Cultura, con motivo de su comparecencia.
En principio, yo había enfocado mi intervención en tono muy moderado y
respetuoso, dada la trayectoria anti-nazi de Semprún, y ser superviviente de
los campos nazis. Pero fue Sartorius el que me dijo: “A éste, zúrrale en firme”,
y tuve que cambiar mi discurso y poner a punto la caja de los truenos. Siempre
me pregunté el motivo de “zurrar en firme” a Semprún… ¿La típica damnatio memoriae contra los disidentes?
Estuve
preparando datos hasta altas horas de la madrugada, en lo cual conté con la
asesoría del secretario del Sindicato de Actores, Fernando Marín. Esto impregnó
mi intervención de un ingrediente sindical que luego me echaría en cara el nada
humilde Semprún, advirtiéndome que “estaba yo muy equivocado, si creía que él
iba a sindicalizar el Ministerio de Cultura”. La verdad fue que aquella mañana
casi capitalicé la diatriba con Semprún y, en cierto modo, también orienté el
tono de la comparecencia, por la vía de las citas literarias.
Comencé
llamándole “Ulises”, que se nos había ido por las ramas y se había olvidado de
Ítaca, es decir, la realidad española, a la hora de tratar los problemas de su
Departamento. Mientras tanto, al citar yo a Ulises, desde el fondo socialista
del hemiciclo, escuché la ocurrencia de un gracioso que gritó: “¡Bien,
Polifemo!” Era un diputado de Murcia, un tal Novella. Estas “gracias” y las
habituales pataletas y abucheos eran el deporte preferido de los socialistas,
que iban de sobrados por su mayoría absoluta.
Volviendo
a mi discurso, que estaba bien documentado en problemas del Ministerio de
Cultura, y bien asesorado, tuvo la virtud de cabrear sobremanera a Semprún, de
ademán y carácter bronco, que luego me atizó de lo lindo en la réplica. El
diputado Garrosa, del CDS, de Salamanca, me dijo luego en el pasillo,
llevándose las manos a la cabeza: “¡Cómo lo has cabreado!” Además, el hecho de
abundar yo en citas literarias marcó la pauta de los discursos de los demás
intervinientes, que también echaron mano de las citas, algunos de puro
cachondeo. Un periodista del “Ya” me llamaba luego “provocador de citas”.
Varios periódicos mencionaron mi retórica, y la TVE también me hizo comentario.
Pero lo
más curioso fue que mi intervención desenfadada llamó la atención del programa
de Encarna Sánchez, en la COPE, y por la tarde me invitaron al programa, y allí
me presenté, detrás del Palacio de Comunicaciones. Hice comentarios en directo
junto con otros periodistas que seguían las movidas del Parlamento. Siempre
lamenté la muerte de Encarna Sánchez, una mujer valiente como pocas. Cuando oí
de su muerte, el viernes santo de 1996, me dije: “Los mejores se van, los
peores se quedan”. Mientras tanto, en Villanueva se cernía la tormenta.
Era el jueves 2 de marzo de 1989. En
Villanueva se estaba gestando ya una gran protesta ganadera debido a los
errores de la Consejería de Agricultura de la Junta de Andalucía y de su
Delegación en Córdoba (el funesto Cristóbal Lovera). La mayoría de los
ganaderos tenía los cerdos sin vender a estas alturas del año. La
Administración no hacía otra cosa que entorpecer el mercado con el retraso en
los chequeos veterinarios, con equipos insuficientes y el chanchullo de la
exclusiva para sólo dos grupos de amiguetes veterinarios de la Junta. Por otro
lado, los industriales, oportunistas, tramaron el asedio a Villanueva, a la
espera de la rendición incondicional, a bajo precio, lo cual acabarían
consiguiendo.
Para el sábado, día 4, a mediodía, se organizó
una manifestación en Villanueva, a la que se citaron ganaderos de pueblos
próximos, sobre todo, de Torrecampo. Se concentraron en la Fuente Vieja, y
desde allí llegaron, con gran profusión de pancartas, a la Plaza de España,
donde hicieron una hoguera y quemaron varios cerdos (a los que había
acuchillado, previamente, mi hermano Gabriel). El hecho fue portada del Córdoba al día siguiente. En el último
momento, los concentrados decidieron tomar el Ayuntamiento, ocuparon los
pasillos y acordaron un encierro indefinido hasta que la Administración diera
soluciones. Se desencadenó así una protesta insólita en la historia amodorrada de
Villanueva.
Me telefonearon a Madrid, para una gran
asamblea en la plaza al día siguiente, el domingo al anochecer. Me puse manos
al volante aquel día 5 de marzo, y allí me presenté. La plaza estuvo abarrotada.
Intervinieron varios oradores, entre ellos mi primo Francisco Moreno Torralbo.
Por los socialistas no habló nadie. Allí estaba el alcalde Tébar, pero de
manera pasiva, y no intervino. Yo expliqué el gran perjuicio de aislar
comercialmente la zona del porcino ibérico con aquella injusta “raya roja”, con
la que el ministro Romero claudicó ante los intereses de los catalanes y de
ciertos europeos en Bruselas. Indiqué los caminos que habría que seguir y las
exigencias que habría que plantear en tres niveles: la Junta de Andalucía, el
Parlamento de Madrid y el Parlamento de Bruselas. Al final, acordaron allí
mismo la huelga general para el día siguiente, lunes, y dirigirse en comitiva a
cortar las obras del tren AVE, por la carretera de Cardeña.
9
Yo hube de salir de Villanueva para
Madrid a la mañana siguiente, 6 de marzo. Luego me dieron noticias de la huelga
general: cerraron todos los comercios, colegios, etc., y una multitud hizo los
cinco kms. de marcha hasta la vía, y las obras se pararon. El relato lo pudimos
leer en la prensa (Córdoba, Cinco Días). El mismo día 5 había
aparecido en el Córdoba un artículo
mío, con diez puntos, en los que dejaba en evidencia los errores del funesto
Lovera y del incompetente Manaute, y clamaba por las soluciones urgentes que
necesitaba el sector porcino. Me consta que en la Administración felipista
hacían estragos mis escritos y estaban desconcertados con este diputado que
había salido de Villanueva. A Gerardo de las Casas, a Lovera y a otros
cantamañanas incompetentes los tenía al borde del ataque de nervios. Era la
primera vez que desde IU se lanzaba batalla sobre los problemas del campo, un
sector olvidado de todos (principalmente, por el Gobierno socialista). Hasta
entonces, con la ministra Loyola de Palacio, no había visto yo los temas del
campo en la primera plana de la actualidad.
Volvamos al Parlamento. El martes, 7 de
marzo (1989), fue la comparecencia del Director General de Prisiones, Antoni
Asunción, en la Comisión de Justicia (que luego fue ministro: el que dimitió
porque se le escapó Roldán). El tema correspondía a Nicolás Sartorius, pero
acostumbraba a colocar el embolado a los demás y me encargó la intervención. El
día anterior me asesoró Ángel Miguel, de CC.OO. de Prisiones. En consecuencia,
con buenos datos, hice una intervención incisiva, y monopolicé el debate con el
Sr. Asunción, que me dedicó casi toda su réplica. En la prensa aparecieron
algunas reseñas.
Luego, se discutió mi Proposición No de
Ley para la construcción de una nueva cárcel en Córdoba, por el hacinamiento de
la existente. Me dieron pares y nones. Por el PP, aunque votó a favor, intervino
Diego Jordano, que se dedicó todo el tiempo a contradecirme, de manera torpe,
pues eso era propio del portavoz socialista. Este diputado Jordano nunca me
pareció brillante, sino hombre huraño y antipático. Pero menos brillante aún
era la diputada socialista Carmen del Campo, que actuó de portavoz socialista
para rebatirme, cosa que hizo en tono embarullado y torpe. Pero apuntó una
noticia: Que en 1991 empezaría a construirse la nueva cárcel de Córdoba. Con
todo, consideré que algo se había conseguido con mi propuesta y llamé al Córdoba por la tarde, dando cuenta del
resultado del debate. Al día siguiente salí en la página central, aunque compartiendo
cartel con Carmen del Campo.
En Villanueva seguía la movilización y
el encierro en el Ayuntamiento, en el que se hicieron turnos de cuatro horas,
que funcionaban perfectamente, con gran protagonismo de las mujeres, mientras
los hombres iban a los trabajos del campo. El día 8 de marzo apareció la noticia
de que Manaute se comprometía a ayudar al Matadero Estellés, de Fuenteobejuna,
pero no decía nada de Villanueva. El mismo día, los ganaderos de Villanueva
organizaron una encerrona a varios ingenieros de las obras del AVE y personal
del MOPU que transitaban por la carretera de Adamuz. Cortaron la carretera, los
obligaron a bajar de los vehículos y los retuvieron varias horas. La prensa se
hizo eco y fue una llamada de atención más.
Mientras tanto, la Comisión de Ganaderos
multiplicaba su intensa actividad. El día 9 enviaron a la Junta de Andalucía un
escrito con todas las reivindicaciones planteadas: el cumplimiento del contrato
homologado, las ayudas de 13.500 pts. por cerdo, la vía libre a la
comercialización de los cerdos sanos, etc. Al mismo tiempo, los encerrados
recibían frecuentes visitas de solidaridad, como los políticos del CDS Juan
Castaño, Antonio Delgado de Jesús, Luis Plaza Escudero (parlamentario europeo
del CDS), Diego Jordano (PP), y el presidente de la COVAP, Ricardo Delgado
Vizcaíno. Más tarde se hizo presente también Herminio Trigo, alcalde de
Córdoba. Adhesión de muchos, pero no los socialistas.
Para el 14 de marzo tenía anunciada el
Ministro de Agricultura su comparecencia en la Comisión de Agricultura. En
consecuencia, yo insinué a Villanueva la conveniencia de hacer el día anterior
una manifestación en Madrid ante el Ministerio de Agricultura, y así se acordó.
El lunes, día 13 de marzo, los ganaderos de Villanueva se presentaron en Madrid,
en varios autocares. A eso de las once de la mañana aparecieron en Atocha, con
sus banderas andaluzas y sus jamones. Allí llegaban mis hermanos Isidoro y
Gabriel, y mi primo Cristóbal (Estos dos últimos q.e.p.d.). Yo me hallaba
esperando, y a mi lado, el diputado Juan Castaño (CDS), Antonio Delgado de
Jesús, y poco después llegó Miguel Ramírez (PP), que nos jugó una mala pasada,
porque trajo consigo a Hernández Mancha, y los medios de comunicación se centraron
en él. Castaño recelaba siempre de Ramírez, con razón. En el Congreso siempre
me daba advertencias contra los manejos de Ramírez, tal vez porque este era un
auténtico lince en los temas agrarios. Lo importante fue que diputados de todos
los principales partidos estuvieron allí solidarizándose, cosa que ocurre muy
pocas veces. En realidad, fue José Luis Egido, nuestro encargado de prensa de
IU, quien avisó y llevó allí a los medios: La SER, RNE, Diario 16, El País, etc.
Se me olvidaba reseñar que la policía
también esperaba y habían colocado vallas en la puerta del Ministerio. La
comisión fue autorizada a pasar, a fin de entregar el pliego de
reivindicaciones, pero no fueron recibidos, sino remitidos a otro lugar (un
gesto de mala leche), a la sede del FORPPA, cosa que la Comisión hizo por la
tarde. Tuvo lugar la pausa del almuerzo, y la gente esperó el regreso de la
Comisión. Sólo les dieron largas y buenas palabras. A la caída de la tarde los
despedí y emprendieron el regreso. Todo estuvo bien organizado. El eco en los
medios de comunicación, importante. El impacto en el Parlamento, inmejorable.
Pero con el Gobierno socialista, totalmente ajeno a los problemas del campo, no
había nada que hacer. Hoy día, reflexionando sobre aquello, sólo echo en falta
un detalle: la presencia y el apoyo de las organizaciones agrarias (UAGA,
ASAJA), que hubieran dado más fuerza a la protesta.
Otro acto de los diputados de I.U., en la sala grande, con motivo, creo, de un encuentro con diputados italianos de izquierda.
Prueba del impacto de la movilización en
el Parlamento es lo siguiente. El martes día 14 tuvo lugar la comparecencia del
ministro Carlos Romero en la Comisión de Agricultura, un hombre apático e
inepto como pocos en la historia de la agricultura española. La comparecencia,
con la complicidad del presidente de la Comisión, el catalán Josep Pau,
pretendían ceñirla sólo a los temas señalados por el ministro, pero les salió el
tiro por la culata, porque casi todos los grupos pusimos sobre la mesa los
problemas del porcino ibérico. Ramírez, primero; luego, Castaño; después, yo...
Todos exigimos con energía soluciones para los ganaderos de Los Pedroches.
Pero... nada de nada. Aquel ministro inepto ni soltó prenda ni apuntó soluciones.
Se fue por los cerros de Úbeda. Acabada la sesión, di por teléfono una crónica
pesimista para Radio Villanueva, aún con cierta esperanza en la respuesta oral
que aquella misma tarde el ministro debía darme a la pregunta que yo le tenía
formulada en el pleno. Pero... ¡nueva decepción! Le planteé la pregunta oral
sobre los ganaderos encerrados en Villanueva, y aquel ministro distraído no
tuvo otra salida que trasladar la responsabilidad a los industriales, “que era
cosa de ellos y los ganaderos”. Es decir, se lavó las manos como Pilatos. Hice
grabación de aquella respuesta irresponsable y la pasé enseguida por Radio
Villanueva.
El desaliento cundió, desgraciadamente,
entre los encerrados en el Ayuntamiento de Villanueva. Por otro lado, el
comportamiento de los locutores de la Emisora Municipal, entonces en manos de
la camarilla socialista, dejó mucho que desear, de tal manera que un día no
dejaron pasar al Ayuntamiento a Antonio Lara (qepd), cuando iba a grabar unas
entrevistas. La gente no estaba contenta con la manera de informar del “Chispa
& Company”. Mari Cabrera no dejaba de repetir que “en la Comisión Ganadera
había demasiados políticos”. Juan Mohedano “El Chispa” llegó a protagonizar un
altercado con miembros de la Comisión (Bernardo Blanco), cuando daban un
comunicado a las dos de la tarde. Se empeñó en cortarlos. Discutieron. Tiró los
papeles y la silla por el estudio... Ese era el pitorreo de los que estaban al
cargo de Radio Villanueva. Ello explica el comportamiento posterior con la
Emisora, cosa que la gente ignora.
Tampoco fue correcto el comportamiento del
alcalde socialista, señor Tébar. Estuvo jugando a dos barajas. Delante de los
encerrados aparentaba mostrar apoyo. Pero, por detrás, tuvo conversaciones
imprudentes con el Gobernador Civil, con el delegado Lovera, con la Consejería
de Sevilla, y les dio la versión de que aquello era una movida de políticos
(sobre todo del CDS), y que era una cosa de cortijeros y de gente de derechas.
Esto mismo lo propalaba también el alcalde de Cardeña, otro socialista. En vez
de aunar voluntades, indisponían los ánimos y sembraban cizaña en los despachos
oficiales. Si el alcalde de Villanueva hubiera
cumplido con su deber (como hizo el de Fuenteobejuna), el resultado final,
seguramente, no hubiera sido el mismo.
10
En aquella movilización de Villanueva yo
hice cuanto pude. El 15 de marzo (1989) entró en el Parlamento Europeo una
pregunta escrita sobre “los ganaderos damnificados en la provincia de Córdoba”,
firmada por los tres parlamentarios de IU (Pérez Royo, Antoni Gutiérrez y
Alonso Puerta). El jueves, día 16, estuvo Herminio Trigo en Villanueva,
mostrando su apoyo en la asamblea que todas las noches se desarrollaba en el
Ayuntamiento. Todos apoyaron, menos los socialistas. Hasta tal punto que unos
días antes había yo convencido en Madrid al diputado socialista de Cáceres,
Victoriano Roncero, para que hablara por Radio Villanueva. Se anunció su
entrevista a las once de la mañana, acudieron algunos ganaderos al estudio para
expresarle sus problemas, pero llegó la hora y el diputado no llamó. Cuando le
pregunté luego el motivo, me contestó que su Partido no le había permitido
hablar de este asunto. Por lo menos fue sincero. Ni que decir tiene que los
diputados socialistas por Córdoba no movieron un solo dedo por aquel conflicto.
Sin embargo, los siguieron votando. Así es el comportamiento incoherente de las
masas.
El 15 de marzo, los encerrados en el
Ayuntamiento trataron de endurecer sus medidas de presión, bloquearon la
entrada al edificio y a las oficinas, y sólo permitían realizar los trabajos
urgentes. Siguió alguna entrevista más con Manaute en Sevilla, y sólo
consiguieron la promesa de algunos créditos “blandos” para los industriales
(que luego no se cumplió) y rebajar el chequeo al 10% de los cerdos que ya
antes habían sido analizados. Manaute prometió también otras subvenciones, de
las que se desdijo a los pocos días.
El 20 de marzo, aprovechando que estaba
en su escaño el apático ministro Carlos Romero, le entregué unos certificados
veterinarios, según los cuales en varios pueblos (Santa Eufemia, Hinojosa,
Belalcázar, Villaralto) hacía más de cuatro y seis años que no se daba ningún
caso de peste porcina. Romero los guardó con escepticismo, diciendo: “Es que no
vamos a ir rectificando la raya roja aldea por aldea”. Así de malasombra y así
de malángel. Era un ministro que carecía de ese elemental amor propio para
defender en Bruselas a los agricultores de su país. Es más: no viajaba, porque
le daba miedo el avión. Es decir, un caso perdido. Con todo, esta gestión de
los certificados la notifiqué al Córdoba
y salió la noticia al día siguiente, si bien colocaron a mi lado la foto de
Hernández Mancha, no sé por qué, para hacernos la puñeta. Son las cosas raras
de la prensa, porque este señor no tuvo nada que ver en el asunto.
El 29 de marzo viajó la Comisión a
Sevilla. Los recibió Víctor Olives y les confesó que de lo dicho antes, nada de
nada. Ni subvenciones para Mataderos ni para almacenamiento ni nada. Manaute se
desdecía así de anteriores promesas. La indignación de la Comisión llegaba al
paroxismo. Declararon a la prensa, actuando de portavoz Juan Campos, de
Torrecampo, que harían una demanda judicial a la Administración por los
gravísimos perjuicios causados.
Así las cosas, dada la postura negativa
de la Administración socialista, la lucha de Villanueva no tenía más remedio
que sucumbir. El Gobierno socialista agachó la cabeza en Bruselas, consintieron
en aquello de la “raya roja”, pero no quisieron saber nada de las consecuencias
de aquella irresponsabilidad.
Los beneficiarios de aquel desaguisado
fueron ciertos Mataderos e industriales, que compraron a precio de saldo e
hicieron su agosto. También se frotaban las manos los catalanes, grandes
productores de cerdo blanco, que veían así crucificados a sus competidores del
cerdo ibérico.
Por aquellos días, también aceleré unas gestiones
en el Parlamento Andaluz aprovechando unas preguntas sobre el porcino que
planteó el Grupo Mixto. Me llamaron desde Sevilla y le preparé a Antonio Romero
unas enmiendas a aquella iniciativa, que eran las siguientes: 1) Fijar un
calendario para la realización de varias campañas al año de análisis
serológicos. 2) Solucionar el grave stock de porcino existente en Villanueva.
3) Actualizar la raya divisoria y la progresiva sustitución por el sistema de
aislamiento de focos.
Aunque la movilización de Villanueva
terminó en la última semana de marzo, entre otras cosas porque se echó encima
la semana santa, la Comisión siguió intentando alguna gestión más, y yo mismo
seguí dando alguna guerra en el Parlamento en el mes de abril.
Aún he de reseñar alguna actividad
parlamentaria más en aquel agitado mes de marzo. El día 16, intervine en el
pleno con motivo de la creación de la Universidad Carlos III, que IU tanto
había reivindicado para el Sur de Madrid (de nuevo, unos cardan la lana y otros
se llevan la fama); un discurso que me quedó muy bien, muy documentado, con el
asesoramiento de nuestro grupo en la Asamblea de Madrid (Enrique Olmedillas,
Salvador Torrecilla e Isabel Vilallonga). Me referí a que también había luchado
mucho por esta Universidad Ramón Tamames, “cuando trabajaba para nosotros”
(porque entonces se hallaba en el Grupo Mixto). Esto divirtió mucho a Tamames y
desde entonces me llamaba “su antiguo patrón”. Nicolás Sartorius (hoy tan
descarriado) me estuvo observando desde el escaño y le di una lección de “vis
oratoria”, con documentación e, incluso, con ribetes poéticos.
La semana santa fue la última de marzo.
Aquellas vacaciones estuvo a punto de echármelas a perder un nuevo embrollo del
“Comisario”. En el Sahara se celebraba no sé qué asamblea del Frente Polisario
y tenía que ir un diputado de los nuestros. Como todos escurrieron el bulto, se
empeñó en venderme a mí aquella “moto”. Pero yo no me imaginaba en semejante
aventura, por las arenas del desierto, la boca seca y las picaduras de
alacranes... Le dije que el encargado de asuntos exteriores era Gerardo Iglesias,
y no estaba dispuesto yo a cargar con los mochuelos que rechazaban los demás, y
lo peor: para una extraña asamblea de cuya importancia política nada se supo
después. Así que al final tuvo que ir el propio “Comisario”. Yo aproveché
aquellas vacaciones en dar el último empujón a mi edición de Pedro Garfias, que
me traía de cabeza por falta de tiempo. Preparé la introducción y corregí las
pruebas. Se publicó en junio, con el patrocinio del Ayuntamiento de Córdoba.
El martes, 4 de abril, entré de nuevo en
faena parlamentaria. Compareció en Comisión el presidente del FORPPA, Vicente
Albero. Me preparé bien y le planteé toda la problemática del porcino ibérico,
en una larga intervención que a duras penas logró cortarme el presidente de la
mesa. Antes, había intervenido por el PP, Diego Jordano, pero sin dominar el
tema como yo (modestia aparte), a pesar de que ellos habían pedido la
comparecencia. De todas formas, las ayudas del FORPPA tampoco estaban pensadas
para los ganaderos de Villanueva. El PSOE estaba cerrado a cal y canto sobre
este asunto.
Al final
de la sesión hablé personalmente con el Sr. Albero, sobre todo para la
concesión del aval a unas promesas de préstamo que había insinuado la Junta de
Andalucía para los ganaderos. Me dio el nombre de una entidad para este fin,
llamada SAECA. Lo comuniqué a los de Villanueva, pero no consiguieron nada. Al
mismo tiempo, le hice ver al Sr. Albero la cantidad de desaguisados que la
Administración había cometido en Córdoba. Y de manera diplomática, vino a darme
la razón, diciendo: “Desde luego, no se puede perturbar el mercado de esa
manera”, refiriéndose a las torpezas de Lovera y de Manaute. Pero en aquello se
quedó, y si te vi, no me acuerdo.
En la misma sesión de la Comisión de
Agricultura aquel 4 de abril también intervine en réplica al Director General
del ICONA, Sr. Marraco Solana, que respondía a una petición del PP sobre “emisiones
contaminantes a la atmósfera”. También allí tuve un cierto protagonismo,
basándome en una sucinta información que me había hecho llegar Ladislao
Martínez, nuestro consejero de AEDENAT. Eran unos datos del propio ICONA y de
“GREEN PEACE”. Me quiso negar los datos el Sr. Marraco, pero yo me empeñé en
mis trece, haciendo diferencia de los dos informes que él pretendía aludir como
uno solo. Y en estos dimes y diretes nos cortó el presidente de la mesa y acabó
la sesión.
El mismo día 4 de abril, por la tarde,
me permití una improvisación en la tribuna del pleno. Dos procuradores de las
Cortes de Castilla y León defendían una proposición de transferencias en
materia de Educación. Mientras hablaban tomé unas notas y subí a “tomar posición”
en nombre de IU. Argumenté que “si España había apostado por el Estado de las
Autonomías, estas debían estar plenas de contenido. Lo contrario sería admitir
desigualdad de trato de unas Autonomías a otras”. Como puede observar el
lector, la vida del Parlamento no podía ser más agitada para un grupo con 6
diputados. Los grupos grandes eran Jauja: había diputados que sólo intervenían
una vez en toda la legislatura, y a veces, ninguna. Teníamos que hablar de
todo, saber de todo, y andar como tres con un zapato... una vida no apta para
flojones, pazguatos o juanlanas.
El pleno del 5 de abril por la tarde fue
bastante movido. Tuve que intervenir en dos interpelaciones: una sobre sanidad
animal (CDS) y otra sobre la vivienda (PP). La del CDS se titulaba
genéricamente “sobre ganadería”, con toda intención por parte del diputado
Castaño, a fin de pillar descolocado al portavoz del PP, Miguel Ramírez, al que
profesaba secreta y profunda animadversión. Me dijo Castaño una semana antes:
“Aunque titulo ganadería, se refiere al control sanitario de la misma.
Prepáratelo bien, pero que no se entere Ramírez”.
Castaño defendió su interpelación,
haciendo ver sobre todo la falta de garantía sanitaria en nuestras
importaciones cárnicas, así como en la circulación interior de carnes, las
negligencias de los Mataderos, de los veterinarios, etc.
El ministro Romero no apareció. Era un
gran absentista. Le sustituyó el ministro “comodín”, es decir Virgilio
Zapatero, entendido en todo y experto en nada. Cuando subí yo a “fijar
posición”, argumenté que la infraestructura sanitaria ganadera y
agroalimentaria en nuestro país es muy deficiente. Cité la ruina de los
criadores de conejos, debido a la “peste china”, satisfaciendo así a un
granjero de Pozoblanco que me había hecho llegar sus problemas. Y en este punto
de la argumentación me interrumpió la diputada socialista canaria Dolores
Pelayo -auténtica entrometida-, diciendo: “¿Otra vez?”, y le contesté desde la
tribuna, mirándola con tal indignación que jamás volvió a interrumpirme ni yo
le dirigí más la palabra.
Seguí mi perorata y, entre otras
deficiencias, cité los frecuentes errores de los laboratorios de Sanidad Animal
de Córdoba, donde análisis positivos de una semana, resultaban negativos a la
semana siguiente, según me había informado mi gran amigo (amistad telefónica)
Fernando Cabrera, ganadero de Córdoba, que en paz descanse. Esta referencia
llamó la atención de un periodista de INTERVIU, Carlos Matías, que estaba
publicando el caso del maíz envenenado importado de EE.UU. Tanto interés tomó
en mis datos que viajaron a investigar en Córdoba y en Villanueva, donde
también había habido casos de equivocaciones en diversos análisis. La verdad es
que me hice notar como diputado. No estuve mucho tiempo, pero me satisface
pensar que no pasé desapercibido ni fui uno del montón.
11
Quedó nuestro relato en el Congreso de
los Diputados el 5 de abril de 1989, en una interpelación del CDS sobre sanidad
animal. Terminada aquella interpelación, aquella misma tarde me vi envuelto, a
continuación, en un nuevo berenjenal con el tema de la vivienda. Interpelaba el
PP (El ex ministro Ortiz González) y puso el dedo en la llaga: durante la
gestión socialista cada vez se hacían menos viviendas de protección oficial,
mientras que las de iniciativa privada se situaban por delante (política de
derechas de los socialistas). De este dato incuestionable se publicaron después
muchas estadísticas en la prensa. Pero el ministro Sáenz de Cusculluela lo
negaba, según el típico hábito socialista de negar las evidencias. Subí yo
luego a la tribuna y expuse unos datos que me había proporcionado un tal
Gerardo, del sector de la Construcción de CC.OO., con unas propuestas y
detalles de interés, aunque me pasó equivocada la fecha de transferencia de estas
competencias a las Comunidades Autónomas. Luego, la diatriba con el ministro Cusculluela
la protagonizó también el diputado Martínez Campillo, del CDS, muy entendido en
estos temas.
Al martes siguiente, 11 de abril, se
presentaron las mociones correspondientes a estas interpelaciones. En el tema
de la vivienda aporté nuevos datos, a la vez que daba palos a diestra y a
siniestra, sirviéndome de estupendos informes que me facilitaban los compañeros
de la Asamblea de Madrid, sobre todo Enrique Olmedillas, el abogado asesor,
servicial y simpático (abismal diferencia con nuestro intrigante “Comisario”).
Presenté unas enmiendas en la moción, que en realidad me las prepararon en la
Asamblea de Madrid. Y terminé brillantemente, con un recorte de prensa del día,
sobre una manifestación en Vallecas en demanda de vivienda digna (No se olvide
que la manifestación era en la etapa socialista). Saqué allí mi recorte y con
toda solemnidad enfaticé que un gobierno de “izquierdas” tuviera sin vivienda
digna a muchos sectores humildes.
A continuación venía la moción del CDS
sobre la sanidad animal. Acababa de salir aquel día la revista INTERVIU con la
información del maíz “envenenado” importado de EE.UU. Y me dije: “aquí te pillo
y aquí te mato”, y en cuanto subí a la tribuna, hice referencia a aquellos
datos, con lo que en parte le reventé la idea a Miguel Ramírez (PP), que andaba
por allí con la misma revista debajo del brazo (No obstante, a la semana
siguiente, Ramírez presentó una moción sobre el asunto del maíz). Aproveché
para hablar de los fraudes veterinarios en Mataderos de León, que extendían
guías sobre vacas inexistentes. Esto llamó la atención de Ramón Tamames, que me
felicitó por descubrir aquellos chanchullos, y luego me decía por los pasillos:
“¿Qué? ¿Has encontrado ya las vacas que no existen?” Y aquella noche, para
acabar de echar la sal al huevo, saqué una vez más a colación el tráfico de
influencias en la Junta de Andalucía sobre las exclusivas veterinarias, lo cual
causó las iras socialistas, incapaces, como siempre, de apechugar con la cruda
realidad. Concretamente se puso a patalearme un diputado gris y mediocre, un
tal José Antonio Amate, de Almería, al que lancé una buena andanada: “¿Qué? ¿También
tú tienes parte en el chanchullo de los veterinarios?”.
Por aquellos días (un viernes o un sábado) fuimos toda la familia a visitar el Congreso, con otra familia amiga (Juan Cobos).
Cambiando de tema, unos días antes, el
viernes 7 de abril, Izquierda Unida celebró un encuentro europeo con diputados
comunistas del Parlamento Europeo (Recuerdo algunos de Portugal, Francia,
Italia,...). El lugar fue la sala internacional del Congreso de los Diputados,
por su necesario servicio de traducción simultánea. La idea fue de Sartorius y
la habíamos aprobado en el Grupo Parlamentario en el mes de enero. Se pretendía
un gran efecto publicitario de cara a las elecciones europeas del próximo 15 de
junio. Pero, desgraciadamente, aquel mismo día celebró el PSOE una convención o
algo así, y se llevaron todos los titulares de la prensa, de manera que nuestro
encuentro parlamentario internacional pasó prácticamente desapercibido, pero
fue una iniciativa muy importante.
Recuerdo que estuvimos en la sesión,
durante toda la jornada, Ramón Espasa, García Fonseca, Alonso Puerta, Antoni
Gutiérrez, Isabel Vilallonga y otros. En general, estaba invitada toda la plana
mayor de la dirección comunista española, pero, siguiendo un mal hábito de la
“camaradería”, se dedicaron a “hacer pasillos” y dejaron casi vacía la sala de
conferencias, en la que apenas participaron. En el receso de medio día tuve
ocasión de charla con la señorita Domingo, de Valencia, que luego resultó
elegida. También, con el diputado Antoni Gutiérrez, encargado de temas
agrarios, con el que convine en tener asidua correspondencia.
Por la tarde, una vez terminadas las
intervenciones, asistí a un incidente curioso. A Ramón Espasa se le ocurrió
llevar a los diputados extranjeros a visitar el hemiciclo, cosa que sacó de
quicio al “Comisario”, no sé por qué. El caso es que discutieron en un pasillo
con tal acaloramiento que Espasa mandó al otro “a la mierda”, literalmente.
Hubo luego por la noche una cena de gala en las mismas dependencias del
Congreso. Yo me senté al lado de Vilallonga (Luego, otra descarriada como López
Garrido) y del luego concejal de Madrid Franco González. Este me pareció
persona de poco peso, para el protagonismo que luego le brindó el azar. Hubo
discursos: muy subido y galante por parte de Sartorius, y otro más llano por
parte de un diputado francés, creo que el portavoz del Grupo Parlamentario en
Bruselas.
Volvamos a las andanzas parlamentarias.
El 18 de abril celebramos comida de Grupo, como la mayoría de los martes. Y
aquella tarde me tocaba otra vez subir a la tribuna, con motivo de una
proposición del CDS sobre el alquiler de viviendas. A unos apuntes que ya tenía
yo, sumé otros datos que el mismo Sartorius me proporcionó mientras tomábamos
café en el bar. Defendió la proposición Iñigo Cavero, por el CDS. Subí yo y
aticé de lo lindo, por lo que el vicepresidente Granados, en un alarde de
intolerancia, me interrumpió y quiso enmendarme el guión. Protesté con tal
decisión que llamé la atención de la prensa. Se interesaron por mí ante José
Luis Egido, nuestro encargado de prensa, y al día siguiente ofreció referencia
“El País”.
El 19 de abril (1989) fue la
interpelación de Ramírez sobre el “maíz envenenado”, de lo que el ministro de
Sanidad ni sabía ni quería saber, y mucho menos el ministro de Agricultura. La
moción correspondiente se presentó el día 25, y
el asunto pasó sin pena ni gloria por el hemiciclo, con lo que la
estrategia de Ramírez, en combinación con el periodista de INTERVIU, no tuvo la
repercusión pretendida. Luego, el periodista siguió mi pista sobre las deficiencias
de los análisis de los laboratorios de Córdoba, se entrevistó conmigo en el
comedor del Congreso, y viajó a Córdoba capital y a Villanueva, donde investigó
ante algunos ganaderos cuya dirección yo le di. Después, no supe qué pasó con
aquellas investigaciones.
El 21 de abril salí para Córdoba, en un
viaje de “agitación y propaganda”, programado por Ernesto Caballero, y que
resultó un tanto complicado. El secretario de Montilla, camarada Jiménez, me
había fijado, él por su cuenta, una conferencia en Montilla. Me llamó y yo le
dije que sí, sin saber que él tenía piques con la dirección de Córdoba. Y por
otro lado me entero de que también el día 21 me habían puesto un mitin en
Espejo. Cuando se enteró Jiménez, montó en cólera. Su mujer, que se puso una
vez al teléfono, calificó el mitin de Espejo como una “maniobra” de los de
Córdoba. Y yo, en medio, queriendo contentar a todos. De manera que di el mitin
de Espejo y, a toda prisa, me presenté en Montilla y pronuncié la conferencia,
por cierto con una gran concurrencia. La esposa de Jiménez debía seguir tan
enfurecida que ni siquiera apareció por allí. Regresé a las tantas de la noche
a Córdoba, donde Antonio Lizaga (residente en Getafe, marido de Laura Contreras)
me había dado la llave de un piso vacío, frío y destartalado. Ahí solía
alojarme, a diferencia de Curiel que, cuando iba a Córdoba, se alojaba en el
Meliá Palace y luego pasaba las facturas al Partido. Yo nunca le pasé al
Partido en Córdoba ninguna factura de ninguna cosa. Siempre usé (pocas veces)
el piso vacío de Antonio Lizaga, ofrecido tan generosamente.
Aquella gira terminó el domingo, día 23,
con la “marcha de la juventud por el Empleo”, desde Montalbán a Fernán Núñez,
para lo cual fuimos trasladados en autocar desde Córdoba a Montalbán (Ernesto
Caballero, López Calvo, otros y yo). Todo un recorrido a pie, pasando luego por
La Rambla y Montemayor, donde se nos iban uniendo los proletarios de esta zona
de la campiña “roja”. Varios cientos de personas caminamos en un gesto utópico
y testimonial. Por el camino, Canal Sur y Telesur me gravaron entrevistas que
no sé si emitieron luego.
En Fernán Nuñez fue el mitin de cierre, cuyo alcalde acabó con los pies destrozados por la caminata. Allí tomé la palabra e hice mi habitual repaso a la política de derechas y a la corrupción de la socialdemocracia felipista, cosa que no agradaba al entonces recién estrenado secretario provincial Manuel López Calvo, al que nunca comprendí en sus escrúpulos con el felipismo, palabra que tampoco le gustaba. Una persona muy especial, de esas con las que nunca tuve “química”, ni él conmigo, de modo que nunca ha asistido a mis numerosos actos públicos en Córdoba, desde entonces hasta hoy. Aquella misma tarde tomé el talgo para Madrid, leyendo por el camino la biografía de García Lorca, de Ian Gibson. Impresionante.
En Fernán Nuñez fue el mitin de cierre, cuyo alcalde acabó con los pies destrozados por la caminata. Allí tomé la palabra e hice mi habitual repaso a la política de derechas y a la corrupción de la socialdemocracia felipista, cosa que no agradaba al entonces recién estrenado secretario provincial Manuel López Calvo, al que nunca comprendí en sus escrúpulos con el felipismo, palabra que tampoco le gustaba. Una persona muy especial, de esas con las que nunca tuve “química”, ni él conmigo, de modo que nunca ha asistido a mis numerosos actos públicos en Córdoba, desde entonces hasta hoy. Aquella misma tarde tomé el talgo para Madrid, leyendo por el camino la biografía de García Lorca, de Ian Gibson. Impresionante.
La última semana de aquel mes de abril
también fue muy movida parlamentariamente. El día 26 acudió en comparecencia solicitada
por mí el Director General de Producción Agraria, Julio Blanco, acompañado de
su lugarteniente Quintiliano Pérez Bonilla, dos buenos pájaros de los
entresijos del Ministerio de Agricultura. De momento, tramaron la maniobra de
no llevar taquígrafos a la Comisión, para boicotear mis críticas, ya que, al no
haber taquígrafos, las intervenciones no se publicaban en el boletín de las Cortes.
En esta maniobra estaba también la mano negra de Josep Pau, socialista catalán,
presidente de la Comisión de Agricultura. Protesté yo y protestaron otros
diputados. Eran las marrullerías del felipismo.
Empezó el Sr. Blanco dando una
información triunfalista sobre los logros en la erradicación de la peste
porcina y llegó a mostrar un recorte de prensa del “Córdoba” (19-4-89), donde
Francisco Sicilia, con gran imprudencia, hablaba de “exceso de producción en la
zona”. Esto era una golpe bajo a la ganadería jarota. Yo califiqué a Sicilia de
persona no cualificada en el tema, y lancé mi gran cantidad de datos sobre el
porcino ibérico, la pésima política agro-ganadera del felipismo, las
contradicciones y el tráfico de influencias en la Junta de Andalucía.
En fin,
una intervención demoledora. Luego, intervinieron: Castaño (CDS) y Jordano
(PP). Este último, por los cerros de Úbeda, como siempre. A este político
cordobés lo veía siempre con el paso cambiado y con un gran barullo mental.
Siguió luego la Comisión con otros temas, y se marcharon los vapuleados Blanco
y Pérez Bonilla. Al salir, Pérez Bonilla hizo gestos de amabilidad conmigo,
valorando mis conocimientos “porcinos” y teniendo buenas referencias de mis
trabajos, a partir del ganadero cordobés Fernando Cabrera, con el que ellos
hablaban a menudo. Cabrera fue el que me contó que los dos susodichos tenían
explotaciones de porcino blanco en Toledo, a nombre de las esposas. ¿Cómo iban
a preocuparse por el porcino ibérico?
Luego, en la misma Comisión se debatió mi
Proposición No de Ley para la creación de un nuevo laboratorio virológico en
Los Pedroches. La apoyaron todos los grupos, excepto los socialistas, lógicamente.
Por ellos habló un diputado gallego, Manuel Martínez, malasombra y sin gracia.
También estaba allí la malhumorada Dolores Pelayo, que salió refunfuñando por
mis alusiones al tráfico de influencias en la Junta de Andalucía. Pero me
sorprendió la reacción a mi favor de otro diputado socialista, Victoriano
Roncero, de Cáceres, que se enfadó por esos casos de amiguismo y favoritismo, y
cuando ya todos salíamos, dijo alto y claro que “esas cosas no se deben
permitir”. Una excelente persona este Roncero. La señora Pelayo se alejó
mascando ortigas.
12
Y llegó el día 27 de abril (1989) y la
esperada comparecencia del Ministro de Agricultura, el flemático y apático
Carlos Romero, para explicar la reciente firma de los precios agrarios en
Bruselas. Fue una larga espera la de esta comparecencia, tras un ir y venir sobre
la negociación de los precios agrarios, cuyo gran logro, para el ministro, era
que se firmaban antes del verano y no en el otoño, como en otros años. Y con
este señuelo se presentó en el hemiciclo a vendernos la burra tuerta, cuando
los precios aprobados seguían siendo una ruina para el hombre del campo. Yo
preparé bastante bien mi intervención, utilizando los datos y un fax de la COAG
(Porque el Ministerio ni siquiera había publicado los precios aprobados).
Pero
antes, aquella mañana, me esperaba una gran odisea de tráfico, porque se había
declarado una huelga de trenes de cercanías y el atasco de la carretera de
Toledo llegó a la apoteosis del caos. Me puse en camino a las ocho de la
mañana, y eran las diez, y apenas había recorrido 8 kms. Mi angustia no tenía
límites. Me aterrorizaba pensar que llegara mi turno de replicar al ministro y
no hubiera nadie de I.U. para hacerlo. Por fin, abandoné el coche en la calle,
y a carrera abierta, me presenté en el Congreso, con la lengua fuera. Una mala
pasada de los atascos de tráfico en Madrid, que pueden desesperar al santo Job.
Pero llegué a tiempo. Carlos Romero aún no había subido a la tribuna.
En mi ausencia se había producido un
agitado debate sobre la UEO, con una trifulca descomunal entre Gerardo Iglesias
y los socialistas, cosa habitual. Gerardo Iglesias, que siempre iba al grano en
sus intervenciones, tenía la virtud de exasperar a los socialistas, y la bronca
estaba siempre servida. Aquella mañana hubo gritos, pataleos. Vociferó Martín
Toval; también hizo de las suyas Miguel Ángel Martínez, “matones” felipistas,... y el pobre Gerardo allí aguantando el chaparrón. Y todo, porque
abominó de la UEO y de la OTAN, como organismos trasnochados del capitalismo.
Subió el nefasto Romero a la tribuna, a
defender lo indefendible, porque los precios aprobados en Bruselas eran una
rebaja más de las ya acostumbradas. Durante más de una hora nos sometió a la tortura
del aburrimiento. Yo repasaba mi discurso. A mi lado sólo estaba Ignacio
Gallego. Terminó el ministro “de las rebajas” y hube de salir el primero al
ruedo, a colocar las primeras banderillas. Hablé del “parto de los montes”,
descalifiqué los precios aprobados y le di al ministro el título de “pedrisco
de la agricultura española”. Volví a mi asiento y le dije por el telefonillo al
diputado Ramírez: “Ya tienes el toro preparado; ahora, entra al descabello”. Y
en efecto, el vapuleo fue descomunal.
La rencilla la introdujo el diputado
gallego Senén Bernárdez, que quiso enmendarme la plana, negando mi cita del
parto de los montes al Arcipreste de Hita y atribuyéndola exclusivamente a Horacio.
Esto estimuló al ministro que creyó pillarme por ese lado. Al final, exigí la
palabra desde mi escaño y logré dejar al ministro en ridículo, dejando claro
que la cita, aunque proviene de Horacio, el que la desarrolla es el Arcipreste
de Hita, e incluso le di el pegote de saberme de memoria la estrofa en la que
está la cita, la 98 del Libro del Buen Amor. De esta controversia de citas se
hizo eco el periódico “Ya”.
El
periodista Gregorio Bartolomé publicó varios chascarrillos en los días
siguientes e incluso me dedicó unas letrillas al respecto, sobre la pugna
Moreno-Senén. Ocurría, en fin, aquella escaramuza parlamentaria cuando ya el
hemiciclo volvía a estar concurrido, porque, a continuación, comparecía el
célebre Corcuera sobre política antiterrorista (No conocíamos entonces sus
grandes chanchullos con los fondos reservados en el Ministerio del Interior,
con Rafael Vera, San Cristóbal y toda la pandilla mafiosa...Y me parece que los
sustitutos van por el mismo camino, como se ve ahora con el “marrón” del CESID.
Son las cloacas malolientes del poder).
A finales de abril pronunció Julio
Anguita una conferencia (“La Alternativa”) en la sede del Club Siglo XXI, a la
que asistí. Presentó el acto el ex diplomático Gonzalo Puente Ojea. Habló luego
Julio con su típico torrente de ilusión, el último utópico de este final de
siglo materialista, consumista, adocenado, aborregado y mediocre. Me senté al
lado de Herminio Trigo, con el que estuve platicando. Quién iba a pensar el
giro posterior de este hombre, prudente y formal por otra parte, ofuscado luego
por ese engendro adulterino de la “Nueva Izquierda”. Lamentables desvaríos de
los terrícolas. En aquel acto también traté de ultimar detalles con Carlos
Carnero, el encargado de temas internacionales del PCE, sobre mi próximo viaje
a Roma, a la Conferencia del Frente Polisario. Le urgí sobre el discurso que él
debía redactarme para ese acto. Ya veremos qué desorganización y despiste
mostró en este asunto.
Abril terminó con una huelga de
ferrocarriles, por lo que no pude estar en Córdoba para una charla en la Sede
de CC.OO., que debía yo pronunciar junto con el profesor Antonio Barragán. Sí
logré, por fin, ponerme en camino para estar en la manifestación del 1º de mayo
en Córdoba. Me perdía la gran manifestación de Madrid, a la que no había
faltado ningún año, siendo líder de CC.OO. el gran Marcelino Camacho. La
manifestación de Córdoba transcurrió sin nada relevante. Fui a comer al campo,
con familiares y amigos de Ernesto Caballero. Por la tarde, de nuevo el tren
para Madrid. Por poco tiempo, porque el 5 de mayo hube de volver a Córdoba para
un mitin de precampaña a las elecciones europeas.
El mitin estuvo mal organizado,
improvisado, y se celebró en el Sector Sur. Compartí micrófono con Manuel López
Calvo, el nuevo secretario provincial, el cual andaba suspicaz por mis ataques
a la “política de derechas” del felipismo. Quería manos suaves con la
socialdemocracia (Duró poco como secretario provincial).
En la mañana del sábado 6 de mayo se
celebró en el Ayuntamiento de Córdoba una reunión sobre la crisis de la fábrica
CENEMESA, con asistencia de los comités de empresa y cargos políticos. Los
diputados socialistas no dijeron “esta boca es mía”. Yo intervine, formulé
algunas propuestas, con lo que conquisté la primera página del “Córdoba”
dominical. Regresé a Madrid el mismo sábado por la tarde. Se celebraba aquella
noche el para mí de siempre nostálgico Festival de Eurovisión. Me bajé un
momento del Talgo en Alcázar de San Juan y entregué una propina a una empleada
de Estación, para que llamara a casa, a Getafe, y encargara a mi hija que me
grabaran el Festival. No se me olvida la cara de extrañeza de aquella empleada
ante semejante recado, pero lo cumplió. La vida de diputado era así: había que
vivir a salto de mata, sin tregua ni descanso, de un lado para otro como el
baúl de la Piquer.
Ocurrió después mi viaje a Roma, a la
Conferencia Europea sobre el Frente Polisario, los días 9-11 de mayo. Un día
antes acudí urgentemente a la sede del Comité Central, porque Carlos Carnero (luego
abandonó el PCE y pasó a turiferario de los socialistas) todavía ni me había preparado el discurso ni me había
dado las instrucciones necesarias. Cuando llegué, aún no había escrito nada.
Allí tuve que esperar hasta que, de prisa y corriendo, redactó dos cuartillas
de mala manera. Las típicas chapuzas e improvisaciones que siempre me han
desesperado. Luego no sirvió de nada, porque el Frente Polisario, descortés con
la fidelidad de I.U. hacia su causa, sólo pidió un único discurso a Ramón
Tamames, que fue el único que habló en la Conferencia en nombre de todos los
diputados españoles. Fue un viaje de sumo interés, a pesar de mi pánico a los
aviones. Llegamos a Roma, el 9 de mayo a mediodía. A las 4 de la tarde era la
apertura de la Conferencia en el palacio de Montecitorio, con diputados
europeos y una nutrida representación del Polisario. Yo saludé, en nombre de
I.U., a los líderes saharauis, incluido el delegado en España, Hash Admed. Este
era el que nos daba las consignas a los diputados españoles sobre cómo les
gustaba la estrategia diplomática. Desde el primer momento observé en Admed su
extremo cuidado en halagar a los del PSOE. Cierto exceso de compadreo que no me
hizo mucha gracia.
El 9 de mayo de 1989 el Partido me envió a Roma, a un Congreso sobre el Frente Polisario, tres o cuatro días. Uno de ellos, por la tarde, nos escapamos varios diputados, para visitar Roma. Aquí, ante el arco del emperador Tito.
Aquella misma noche fuimos agasajados
todos los congresistas por las autoridades italianas con una fastuosa cena en
una típica villa romana: los salones del Palacio Brancaccio. Una comilona increíble,
en la que hicieron desfilar ante nosotros más de una docena de platos
diferentes. Imaginé entonces lo que debieron de ser las orgías romanas. La
comida que aquella noche se desperdició fue la que eché de menos en los días
siguientes, porque, dicho sea de paso, en Roma se come muy mal. No hay más que
pizzas. Y en los bares no hay nada de comer: sólo helados y pizzas. Nada de
tapas, pinchos, bocadillos, nada. Y, además, todo carísimo. Pero la cena de
villa Brancaccio fue apoteósica, digna de los emperadores romanos. Aquella
noche estuve hablando con Ramón Tamames (entonces del CDS), y comentamos la
reciente moción en el Ayuntamiento de Madrid, en la que habían caído los
socialistas. Le hizo gracia mi exégesis del hecho comparándolo con el pecado de
la “hybris” de los griegos: la soberbia socialista y su prepotencia habían
provocado su propia caída.
Hice aquellos días cierta amistad con
varios diputados: Emilio Olabarría (PNV, después miembro del C.G. del Poder
Judicial); con un senador socialista de Puertollano, de nombre Fernando, muy
competente; con Joseba Azcárraga (EA),... y tuve ratos de charla con Jon
Larrínaga (EE), Ramón Tamames (CDS) y Néstor Padrón, socialista canario y un
poco cantamañanas.
La tarde del día 10 nos escapamos de la
Conferencia tres diputados: Joseba Ascárraga, Fernando y yo. Nos enrolamos en
un grupo de turistas y gozamos de una visita a los puntos monumentales de Roma.
Después, los tres nos fuimos andando hasta la columnata del Vaticano y
estuvimos sacando fotografías. El socialista Fernando estuvo muy comunicativo.
Me contó que ellos recibían toda la paga de diputados, y sólo entregaban al
Partido 25.000 pts. (En I.U. se entrega más de la mitad de la paga), y me reconoció que el
camino del felipismo no era correcto.
Nuestra visita a Roma, el 10 de mayo de 1989 a la Conferencia del Frente Polisario. A mi lado, un diputado vasco y otro de Ciudad Real.
La Conferencia terminó sin pena ni
gloria, sin apoyos de los Gobiernos, sino más bien de grupos políticos, de
manera dispersa y heterogénea. Las conclusiones y documentación que allí se
repartió las traje a Carlos Carnero, al Comité Central, y le di cuenta de la
opinión reticente que la Conferencia me había producido, y del desaire que nos
había hecho el Polisario, encargando el discurso a Ramón Tamames. Carlos
Carnero me recibió hermético y distraído. Aparte de eso, no cumplió su palabra
de pagarme todos los gastos extras. Me dijo que me abonaría taxis, comida,
etc., y de lo dicho no hubo nada. Me abonaron sólo el avión y alojamiento en el
Hotel Delta (cerca del Coliseo), pero todo lo demás, que supuso un pastón, de
lo que presenté factura, nada de nada. Quede dicho para los que piensan que
“todos” los políticos van a chupar del bote. Muchos sí; pero los decentes, no. En
mi caso, la política me costó dinero.
13
El miércoles, 17 de
mayo, reanudé mi actividad parlamentaria. En la Comisión de Industria defendí
mi proposición para el enterramiento de la vía férrea a su paso por Getafe. Me
documenté bien y creo que me salió una
sólida defensa de este proyecto, muy necesario por otra parte, porque Getafe
estaba partido en dos por el ferrocarril. Pues bien, el socialista Dávila
Sánchez se encargó de rechazar el tema con los “argumentos” más peregrinos y
absurdos. Años después, los socialistas retomaron mi propuesta, ya con su
sello, y a día de hoy la vía lleva años soterrada. Pero su primer defensor fui
yo.
El 23 de mayo fue agotador, con
numerosas intervenciones en Comisión y en el Pleno. En la Comisión de
Agricultura planteé una pregunta amplia sobre la falta de un reglamento
actualizado para los Agentes Forestales. Compareció, no el Ministro, sino el
Subsecretario Arévalo Arias, un burócrata de poca enjundia, que me despachó con
una serie de incoherencias, mientras que yo entré de lleno en la cuestión,
contando con muy buena información de unos agentes forestales que habían
acudido a nosotros, uno de Doñana y otro, de Canarias, a los cuales los
socialistas les hacían la vida imposible por sus actividades sindicales.
Aquella mañana puse en un buen aprieto al susodicho Arévalo.
Por la tarde, en el pleno, me tocó
hablar de los asuntos más heterogéneos. Primero subí a “posicionarnos” sobre la
propuesta del PNV (Emilio Olabarría), para crear un defensor del contribuyente,
en lo cual nos abstuvimos. Luego, fijé posición sobre la Ley del Mecenazgo que
presentó el PP (Sr. Calero). Antes, el Sr. Calero se tuvo que batir el cobre
con el socialista Victoriano Mayoral, de Cáceres, un demagogo de tronío, digno
de un lerrouxista de comienzos de siglo. Nosotros votamos a favor de la toma en
consideración de esta Proposición, pero les aticé a los del PP, por las
carencias que se observaban en la iniciativa. Y es que los de derechas, en
hablando de cultura, enseguida tocan fondo. Y por otro lado, aticé a los
socialistas por su concepto superficial de la cultura, su política de
subvenciones a todo tipo de “paridas”, literalmente, lo cual escandalizó a los
fariseos y sirvió de jolgorio para los pocos que me apreciaban.
Ataqué la “cultura-propaganda” de los
felipistas. Cuando cité a Alfonso Sastre, observé los mohínes de algunos, como
los del socialista Miguel Ángel Martínez, mientras con la mano hizo la forma de
una pistola (tildando de terrorista al dramaturgo). Entonces yo levanté el tono
de la voz y, mirando airadamente al tal Martínez, apostillé: “¡Yo defiendo al
gran Alfonso Sastre desde esta tribuna, con toda la tranquilidad del mundo”!.
Martínez se metió el pico debajo del ala. ¡Qué tropa!
Por tercera vez aquella tarde subí a la
tribuna para hablar de carreteras. El diputado cacereño Felipe Camisón, del PP,
hizo una documentadísima intervención sobre los chanchullos socialistas en
materia de contratación de Obras Públicas, la mayoría contratadas a dedo (Años
después, los del PP serían mucho peores. Una pena de democracia pisoteada).
Luego eché en cara a los socialistas que desde los bancos de la derecha les
tuvieran que decir tales verdades como puños. Lógicamente, los socialistas me
patalearon, típica reacción cuando no se tiene razón. Luego, Felipe Camisón me
felicitó por la energía que mostré en el rechazo de las corruptelas felipistas. Mi amigo Baltasar de Zárate (CDS) se lo pasó bomba oyéndome en mis
diatribas anticorrupción.
El 24 de mayo (1989), Blas Camacho, del
PP, presentó una importante interpelación sobre la privatización de un paquete
de acciones de REPSOL, donde demostró indicios de favoritismos e
irregularidades gordas. Del asunto REPSOL se habló luego poco en los medios de
comunicación, y creo que ahí ha quedado enterrado otro filón de chanchullos de
aquella deriva penosa del poder socialista que, debiendo brillar por la
política de fraternidad, igualdad y justicia social, se venía sumergiendo en el
fango inconfesable. El felipismo fue el comienzo del fin de la izquierda
fraternal en España, hasta hoy. El caso fue que, después de la interpelación,
Camacho me dio las quejas porque nadie de I.U. había subido a fijar posición.
Le dije que esto pertenecía a nuestro compañero García Fonseca, que había
sufrido una intervención quirúrgica. En realidad, fue otro fallo del
“Comisario”, que se olvidó del asunto REPSOL.
En aquella misma sesión, más tarde, se
incluyó una interpelación de I.U., la única a la que teníamos derecho en el
período de sesiones. Sartorius había puesto mucho énfasis en que había que
sacarle mucho partido a esta interpelación. Propuso como tema el retroceso de
ciertas libertades durante el caudillaje socialista, como ataques a la libertad
de prensa, etc. Entonces, él encargó a una de las oficinistas la recogida de
datos. Pero Sartorius se olvidó enseguida el asunto. Ni siquiera estuvo
presente para la defensa de la interpelación. Fue Ramón Espasa el que tuvo que
salir, centrando la cuestión en la manipulación de RTVE, teniendo en cuenta que
se acercaban las elecciones europeas.
Pero más
grave aún fue que a Ramón Espasa no le pasaron ninguna información al respecto.
Iba a llegar la hora de la intervención, y no tenía información ni había
preparado nada. Sólo estábamos Ramón y yo en los escaños. Entre los dos
hilvanamos diversas notas. Por ejemplo, comparamos el slogan del PSOE (“Vota
PSOE con fuerza en Europa”) y el slogan institucional (“Vota con Europa”),
donde se apreciaba una auténtica coincidencia subliminal. Con esto y otras
cosas, Ramón Espasa subió a la tribuna. Menos mal que por el Gobierno sólo
estaba para replicar Rosa Conde, de pésima oratoria. Eso, unido a que sólo había
17 diputados en el hemiciclo, Ramón Espasa salió más o menos airoso del trance.
Por supuesto, ningún medio de comunicación se hizo eco de aquello. A la semana
siguiente se vería la moción al respecto.
El 30 de
mayo presentó Isabel Tocino (PP) una Proposición No de Ley sobre la creación de
un Instituto para la difusión del castellano en el extranjero. La demagogia
socialista, cosa habitual, rechazó aquello. Luego, ellos, un año después,
crearon el Instituto Cervantes. Es decir, votaron en contra de las ideas de los
demás, y más tarde se apropiaban de ellas, a fin de que la oposición no se
apunte nunca ningún tanto. En esa Proposición subí yo a la tribuna a exponer
nuestra posición. Utilicé muy buenos datos, porque me había puesto al habla con
el presidente de la Real Academia, D. Manuel Alvar. Yo desvié el tema hacia la
Real Academia, de la que hice una defensa cerrada, a la que el Gobierno
dedicaba una subvención ridícula, de manera que el director o los académicos,
cuando iban a las Reales Academias de Latinoamérica, se tenían que pagar los
viajes de su propio bolsillo. Hablé con tanta energía que el presidente Sr.
Pons me interrumpió, pero yo seguí en mis trece, hablando de la mezquindad de
los socialistas con la Real Academia.
Cuando
acabó el debate, Isabel Tocino subió a mi escaño y me felicitó por los datos y
las reflexiones que yo había aportado, mostrando cierta sorpresa por mi
conocimiento del tema. Luego, el mismo D. Manuel Alvar me hizo llegar por
escrito su agradecimiento y me obsequió con un folleto sobre la historia de la
Real Academia. Nadie ha defendido nunca a la Real Academia como yo lo hice
entonces. Cuando después he conocido la creación del Instituto Cervantes por el
Gobierno socialista, con sede en Alcalá de Henares, y presidido por Nicolás
Sánchez Albornoz, muy pocos sabrán que esa idea salió de la oposición dos años
antes, en 1989.
El 31 de
mayo (1989) se vio la Moción preceptiva a la nuestra Proposición No de Ley de
la semana anterior, sobre la manipulación en RTVE. De esta Moción, dos cosas
que resaltar. Primera, la terrible dureza, ira y soberbia con que el portavoz
socialista Pedro Bofill atacó a Ramón Espasa. Después de oír aquello, fui mucho
más consciente del abismo de odio que los socialistas tenían abierto frente a
nosotros, abismo que me parece han mantenido siempre. Fue la última
intervención de Bofill, ya que se marchó al Parlamento Europeo. La segunda
observación fue la valiente intervención que tuvo Luis Ramallo (PP), que llamó
al pan, pan; y al vino, vino, provocando un barullo descomunal entre los
gamberros de siempre. Todo ello, en medio de la actuación parcial del
vicepresidente de la mesa, señor Granados, socialista.
Terminó
el mes de mayo con otra acalorada interpelación al Gobierno: la ayuda a las
víctimas por el aceite de Colza, tantas veces prometida por los socialistas y
nunca hecha efectiva. Pues bien, Ramón Espasa puso en marcha la idea de
presentar una interpelación conjunta de todos los grupos, incluido el PP, que
prometió adherirse, y sin embargo, a la hora de la verdad, el PP (Sr. Calero)
se descolgó y presentaron ellos por su lado otra interpelación con el mismo
contenido. Intervinieron Ramón Espasa e Isabel Tocino. Espasa estuvo
inmejorable aquella tarde, enérgico y documentado. Recuerdo como momento de
mayor tensión una intervención por alusiones del diputado socialista Ciriaco de
Vicente, que se agarró al micrófono con una soberbia y una ira, digna de
Júpiter tonante. Nadie puede hacerse la más remota idea de cómo actuó el felipismo durante su mayoría absoluta. Hoy se cuenta y parece imposible de creer. Luego,
la irrupción de los gobiernos del PP ha elevado la corrupción a la enésima
potencia y han puesto la democracia española bajo mínimos, en la UCI, con
respiración asistida, robando a manos llenas, haciendo crónica la corrupción en
todos los órdenes, politizando al límite la judicatura nacional, llegando a
encarcelar a todo el gobierno catalán por directrices políticas. Como diría Valle-Inclán:
“En estos días menguados, la Leyenda Negra es la historia de España”.
14
La
primera mitad de junio de 1989 fue casi inactiva en el Congreso debido a la
campaña por las elecciones europeas, excepto algunos paréntesis en una Comisión
de Investigación sobre las Transacciones Inmobiliarias, en la que trabajé
intensamente. También ultimé los detalles finales de mi edición sobre Pedro
Garfias, a punto de salir de la imprenta, pero las prisas no son buenas y salió
muy mal, tanto que la he borrado de mi lista de publicaciones, teniendo en
cuenta que el tema lo dejé a la perfección en mi edición de 1996.
Me marché a Córdoba la última semana de
la campaña, para una serie de mítines que me pusieron, pero, sorprendentemente,
ninguno en la capital. El que llevaba el cotarro ahora era Manuel López Calvo.
De momento, di mítines en Bujalance, en Nueva Carteya, en Doña Mencía, en
Villanueva de Córdoba, el día 12, en la plaza, acompañado de Francisco Pineda.
Para el cierre de campaña me mandaron, el día 13, nada menos que a Carcabuey,
mientras en Córdoba cerraban: Julio Anguita, Luis Carlos Rejón y López Calvo.
Aquella noche regresé tan contento a Villanueva con mi coche, pero no sin
perderme y aparecer en Almedinilla. Llegué a Villanueva a las tantas de la
madrugada. ¡Qué vida!
El 14 de junio, día de reflexión, otro
viaje a Córdoba. Se presentó en la Posada del Potro mi primera recopilación de
“Poesías Completas” de Pedro Garfias. Me presentaron Pedro Roso y el concejal
de Cultura Dionisio Ortiz. Salvo Rafael García Contreras, ningún otro dirigente
de nuestro partido estuvo presente, a pesar de que el autor era diputado por
Córdoba. No se enviaron invitaciones ni apenas se preparó el acto. Y el diario
“Córdoba” dedicó un espacio mínimo a esta noticia cultural. Con todo, aquella
tarde pude platicar con buenos y selectos amigos, como Rafael Balsera del Pino
(qepd), que aquel día descubrió a Garfias y quedó vivamente impresionado, y
Sebastián Cuevas (qepd), hombre amante de las letras donde los haya. Aquella
noche fue también a verme José Luis Casas, en nombre de la Diputación, y me
invitó para un ciclo de conferencias sobre la guerra, que se celebraría del 6
al 10 de noviembre.
El 15 de junio por la mañana, camino de
Madrid. Fuimos a votar por la tarde a nuestro colegio electoral de Getafe. Y he
aquí que en la misma puerta del colegio electoral se exhibía una pancarta de
“Vota PSOE”. Lo consideré una ilegalidad, efectivamente. Me dirigí a nuestro
interventor (que no se había percatado de nada, el pobre). Entonces me dirigí
al presidente de la mesa y le dije que, si no retiraban la pancarta, haría una
impugnación. El presidente se mostró dispuesto a ello, pero la interventora del
PSOE destapó la caja de los truenos. Luego me enteré de que era la esposa del
alcalde. ¡Entre unos y otros… la madre que los parió! Lógicamente, la pancarta
fue retirada. Pues bien, aquel gesto mío anticaciquil no gustó al jefe del
Partido en Getafe, camarada Gilaberte (problemático hasta más no poder) y me
echó un día en cara que “cómo había yo causado aquel disgusto a la esposa del
alcalde”. ¡Qué cosas había que ver!
No recuerdo bien si fue antes o después
de la campaña, que ocurrió otro lío con el “Comisario”. Resulta que un día,
sentados en nuestros escaños, le llega a Manuel García Fonseca un “recadito” de
representar al Partido en un coloquio sobre el Frente Polisario en el Ateneo.
Estaba anunciado Gerardo Iglesias, pero como siempre se excusó. García Fonseca
puso el grito en el cielo, porque él se consideraba totalmente ajeno en el
tema, cuando era yo el que había ido a Roma con este fin. García Fonseca se
levantó airado del asiento, cogió a Sartorius y lo llevó al pasillo: “Que ya
estaba harto de las filias y las fobias del Comisario y de sus intrigas”.
Luego, como yo me mostré ajeno al asunto, acabó asistiendo García Fonseca.
Reanudamos la actividad parlamentaria el
20 de junio. Me tocó intervenir primeramente fijando posición sobre la
deducción del IRPF de los gastos generados por la educación de los hijos,
iniciativa presentada por la diputada Rudi Úbeda (PP). Yo había llamado antes
al Comité Central, al encargado de economía. Quedamos en que me mandaría unas
orientaciones. No lo hizo. Opté, no por la polémica de la “libertad de
enseñanza”, sino por el aspecto meramente fiscal, pensando sólo en la enseñanza
pública, que también genera muchos gastos, sobre todo cuando el estudiante
tiene que pasar del pueblo a la capital. Así lo hice, pero la diatriba no iba
por lo fiscal, sino por la demagogia de “enseñanza pública/enseñanza privada”,
donde llegó a cotas inverosímiles el diputado socialista Sr. Mayoral. En
nuestros escaños, sólo Ramón Espasa y yo.
Intervine
a continuación en una Proposición No de Ley del PNV, sobre la creación de una
fiscalía antidroga. Aproveché unos datos que tenía de la INTERPOL, de gran
rigor, y me sirvieron para rellenar el momento. Pero entró en escena el
diputado socialista Ángel Luna, armó la marimorena, y me contradijo diciendo
que mis datos no eran ciertos, sin ningún porqué. Parecía que el único lema era
“machacar al enemigo”.
Al día
siguiente, 24 de junio, bajé otra vez a la Sede de Córdoba, para una rueda de
prensa. Allí acudió también Ladislao Martínez, miembro de AEDENAT, el cual nos
había proporcionado unos datos sobre el cementerio nuclear de El Cabril, según
los cuales, el Consejo de Seguridad Nuclear reconocía que las instalaciones de
El Cabril eran ilegales. Así lo expusimos en la rueda de prensa, y al día siguiente
la noticia ocupó lugar destacado en el “Córdoba”. También aquella mañana me
tenían preparada una entrevista con los vecinos de El Arrecife, una aldea de La
Carlota. Les prometimos apoyo para la circunvalación de la autovía
Madrid-Sevilla.
El 27 de
junio, se vio en Comisión nuestra redacción final del Informe sobre
Transacciones Inmobiliarias, de cuya ponencia (o comisión de investigación
formé parte). La ponencia la presidió el socialista vasco José de Gregorio, el
cual mostró siempre para mí gran amabilidad y cierta amistad (cosa insólita,
pues). Él pretendía que la ponencia se aprobara por unanimidad, pero Martínez
Campillo (CDS) votó en contra. Nosotros votamos a favor, pero haciendo constar
la gran cantidad de irregularidades que se dan en España en el tema
urbanístico. Hice un largo y documentado análisis de la situación, basado en
todo el material del que habíamos dispuesto, material que me leí de cabo a
rabo. Quedé satisfecho de la exposición, y la prensa del día siguiente se hizo
eco de ello. Los socialistas pretendían dulcificar la cuantía de las
irregularidades urbanísticas, y había que ejercer un contrapeso. En general,
los miembros de la ponencia acabamos satisfechos y con buenas relaciones entre
nosotros, cosa insólita en aquel infierno que era el Congreso. Acordaron el
último día que comiéramos juntos en un restaurante cercano, y yo les preparé un
obsequio: un ejemplar para cada uno de mi libro “La guerra civil en Córdoba”,
con dedicatoria incluida (José de Gregorio, Luis Pagán (PSOE), Felipe Camisón
(PP), Luis Recoder (CiU), y Eugenio Triana, socialista ex comunista.
Un
inciso curioso: antes de la comida, cuando yo venía con la bolsa de los libros de
la editorial, me topé en el guardarropas con el socialista Manuel Chaves, los
dos solos, y se me ocurre sacar un libro de “La guerra civil”. Él, a medio
metro, ni me veía. Y le digo, entrometido: “Mire lo que hacemos allá por
Córdoba”. Torció los ojos de soslayo, dejó intuir una sensación de asco
infinito y, sin decir palabra, recompuso su silueta hierática. Nunca olvidaré
cómo se pueden expresar el asco y el desprecio sin decir nada. A partir de
entonces, siempre me he preguntado “en qué puede consistir el izquierdismo
socialista del señor Chaves”, hijo de un militar de alto rango.
Volviendo
a la ponencia de urbanismo, la prensa se hizo amplio eco de mi intervención y
de los problemas que yo señalé en el sector de la vivienda. Ya unos días antes
se había filtrado a “El País” algo de la ponencia, y que “el propio Francisco
Moreno, de IU, había redactado uno de los capítulos de la ponencia”, como era
verdad. Yo mismo comenté luego con la periodista, creo que se llama Anabel, los
efectos de la filtración. Me aseguró que había sido reprendida por el PSOE,
concretamente por el presidente de la ponencia, José de Gregorio. Parece ser
que a él le habían reprendido desde más arriba. También se pusieron celosos los
catalanes y el PP, que hasta entonces no habían redactado nada para la
ponencia, y a última hora también ellos introdujeron unos folios. En una última
votación, se redujo algo mi aportación y se introdujeron algunos párrafos de
los celosos, que no había dado ni golpe.
Y otra
anécdota. El día en que se publicó mi aportación en la ponencia tuvimos “comida
de Grupo”, en el comedor del Congreso. Pues bien, una vez más el “Comisario” nos
sorprendió con otro de sus respingos. En vez de alegrarse y felicitarme por
conseguir colocar a I.U. en la prensa, se apeó echándome en cara que yo había
redactado aquel Informe sin contar con él ni comunicarlo al Grupo, como si en
nuestro Grupo le comunicase a él nada nadie, ni anduviera nadie con trámites
jesuíticos, y más, cuando todos andábamos a salto de mata. Estaban allí Ignacio
Gallego, Ramón Espasa, Antonio Romero… y dieron muestras y gestos de que
aquella salida de tono les producía incomodidad. Pero había más.
Seguimos
en aquel mismo 27 de junio. Como decía, andaba yo satisfecho aquella mañana por
los buenos resultados de la ponencia sobre la vivienda. Y el “Comisario” salió
con otra pata de cabra. Se topó conmigo en el pasillo y me echa en cara que yo
había buscado asesoramiento en la Comunidad de Madrid, cuando él tenía un
arquitecto designado para estos casos. Todo mentira, porque en el Grupo no
asesoraba nadie y ¡ay del que no se buscara asesoramiento por su cuenta!
Aquella tarde me tocaba intervenir sobre el Artículo 19 de la Ley de
Carreteras, y obviamente había acudido a los compañeros de la Asamblea de
Madrid, que me facilitaron datos muy interesantes. Ciertamente, “nos teníamos
que buscar la vida”, con lo cual él quedaba en evidencia, ciertamente. En fin,
un caso perdido. Fue la última vez que hablé con el “Comisario”,
afortunadamente, porque las vacaciones de verano estaban al caer. Fue el único
problema de orden personal que hube de soportar en aquella andadura por la casa
de los horrores. En realidad, tuvimos el problema, sobre todo los tres
diputados más activos, incluyendo a Ramón Espasa y a García Fonseca. Éste
llamaba al susodicho: “Un saco de filias y de fobias”.
15
También
el 27 de junio fue la última vez en que subí a la tribuna del hemiciclo.
Primeramente, para rechazar la pretensión del PP (Miguel Ramírez) de reformar
el Art. 19 de la Ley de Carreteras, a fin de poder construir junto a las
carreteras de circunvalación, lo cual era una barbaridad. Pero al mismo tiempo
lancé otros datos especulativos de los propios socialistas, que me habían
facilitado los compañeros de la Asamblea de Madrid, sobre todo Enrique
Olmedillas. Uno de aquellos días había yo visitado la Asamblea de Madrid, y les
regalé un libro sobre el poeta Garfias a Isabel Vilallonga y a Olmedillas.
Finalmente,
subí a la tribuna, a hablar de incendios y repoblación forestal. Había tomado
datos del propio Diario de Sesiones y construí bien aquella mi última
intervención, aunque tales esfuerzos no servían para nada ante el “rodillo de
la mayoría absoluta” contraria.
Eran tan
variados los temas que hube de tratar en aquella tribuna que, con razón mi
amigo el militar historiador catalán Carlos Engels me contó lo siguiente en una
carta, de fecha 18-9-89: “Mi querido amigo: durante la primavera pasada tuve
ocasión de charlar en una visita de un diputado del PP por Santiago de
Compostela con ocasión del programa ‘Empresas Parlamentarios’, quien se deshizo
en elogios de Vd., alabando a ‘ese chico de IU que ha sustituido a Curiel y que
lo sabe todo’. Me alegro mucho que tuviera Vd. el reconocimiento, aun de sus
adversarios políticos”.
Por
aquellos días obsequié con otro libro de Garfias al corresponsal de RNE en el
Congreso, Luis Carlos Ramírez, el cual quedó impresionado por tan merecido
homenaje al poeta, y me citó al día siguiente, para grabarme una entrevista. En
efecto, se hizo la grabación en el pequeño estudio que RNE tiene en el
Congreso, para un espacio de los viernes a las 12 del mediodía. Ramírez, que me
trató con gran simpatía, me puso en contacto con Eduardo Moyano, que realizaba
el programa “El ojo crítico” en RNE, a las 12 de la noche. También este locutor
se tomó gran interés en el tema, y me citó para la grabación correspondiente el
día 29 de junio. Me envió un taxi al Congreso, donde acababa de intervenir en
Comisión, sobre la comparecencia del Consejo General del Poder Judicial, un
embolado que me pasó Sartorius. Pude observar que a Sartorius sólo le apetecía
ir al Congreso, cuando había alguna sesión importante, con posible repercusión
en la prensa, pero en la ingrata labor perruna de cada día, en las comisiones y
en el pleno, ahí nunca iba y solía aprovecharse de los novatos, como era mi
caso, que no me dejaban vivir. La Comisión de Justicia era suya, y no tenía
derecho a molestar a los compañeros de manera tan abusiva. Ya unos días antes,
también me quiso liar con la comparecencia de Corcuera sobre el Grupo Trevi,
pero no me lo dijo Sartorius directamente, sino a través del “Comisario",
el cual me “ordenó” tajante que fuera a esa comparecencia, y le contesté
tajantemente que no podía yo tampoco, y se acabó.
En
cuanto a esta comparecencia del Consejo General del Poder Judicial, el 29 de
junio, a las 4 de la tarde (Un tema de Justicia, que pertenecía a Sartorius),
no me lo ordenó el “Comisario”, sino que me llamó directamente Sartorius y me
lo pidió. Acepté con una condición, que me dejara en la oficina del Grupo una
cuartilla con la información pertinente. Todo mentira. Fui a la oficina y no
había ninguna nota. Cabreado, me hice con el Informe del Defensor del Pueblo de
1988 y algo de mi cosecha, y preparé algo para salir del paso.
Presidía
la mesa el mayestático Félix Pons, junto con Hernández Gil, compareciente. Luego,
los portavoces fuimos diciendo nuestras chorradas. Primero yo; luego Joseba
Azcárraga, que se sentaba a mi lado. El dedo en la llaga lo empezó poniendo
Íñigo Cavero (CDS), con enorme contundencia. Mi sorpresa fue el portavoz
socialista, Sr. Granados, uno de los vicepresidentes de la Cámara, diputado por
Ciudad Real, que perdería su acta en las próximas elecciones y acabaría
encontrando un hueco como Delegado del Gobierno en Valencia. El Sr. Granados
puso en un brete a Hernández Gil, con una dureza inusitada en los socialistas,
a los que yo había visto siempre como el coro de las ursulinas, dando vítores y
parabienes. Mi conclusión fue que Hernández Gil se habría permitido alguna
pequeña desobediencia al régimen socialista, y éstos le dedicaron un paquete de
banderillas negras. No podía demorarme más allí, porque ya me esperaban los de
RNE, pero me acerqué a Hernández Gil y le presenté mis excusas.
Aquellos
días, mis tareas se repartían entre la política y la promoción de mi libro
sobre el poeta Garfias. Hice visitas, y publicaron reseñas: “El Independiente”
(Ramón Reboiras), la revista “Tiempo” (Armas Marcelo), pero fue el “ABC”, oh
sorpresa, el que sacó la reseña más extensa, firmada por Trini de León-Sotelo,
la cual me recibió en la vieja sede de “ABC”, en la calle Serrano, y me trató
con gran amabilidad.
Aquella
primavera, no recuerdo bien el día, recibí en la sede del Grupo al director de
cine Juan Antonio Bardem, acompañado del secretario del Sindicato de Actores
Fernando Marín. Creo que fue el día en que se votaba el “Tratado de Amistad”
con EE.UU., porque recuerdo la prisa por acudir al momento de la votación. Los
recibí amablemente y les ofrecí un vasito de vino “Montilla”, de un obsequio
que yo mismo antes había ofrecido a la oficina. Me entregaron un dossier con
los problemas del cine. Estaban haciendo una ronda con todos los partidos
políticos, incluido el ministro Semprún, que les daba una de cal y otra de
arena. Yo tomé el máximo interés en aquello, y más cuando ya antes había yo
contactado con Marín, a raíz de mi réplica a la comparecencia de Semprún en el
Congreso.
En el
mes de julio (1989) llegaron, por fin, las ansiadas vacaciones. En los primeros
días de julio nos trasladamos a Villanueva de Córdoba, como todos los años, en
busca de la paz perdida. Antes quise cumplir con un rito emotivo y llevé al
Congreso a nuestro poeta paisano Antonio García Copado y a su esposa Iraida,
recién llegados de Nueva York. Yo mismo actué de cicerone, y vivimos una grata
experiencia, que servía de colofón a una sincera amistad, alimentada
epistolarmente desde 1983. Quién iba a pensar que sería su penúltimo verano de
visita a España. Hoy descansa ya bajo la tierra extraña de Nueva York, sin la
sombra protectora de su torre de Villanueva.
Todavía
hube de volver otra vez a Madrid, el último pleno al que asistí. Fue el 13 de
julio, un pleno extraordinario para aprobar la Ley del IRPF. Aunque estos temas
económicos me los habían encomendado antes a mí, el “Comisario” encargó este
tema a Ramón Espasa. Para mí, indiferente. Sólo nosotros dos asistimos al pleno
por parte de I.U. Cuando aquella tarde abandoné el hemiciclo, era plenamente
consciente de que era mi último acto oficial como diputado, porque el rumor del
adelanto de las elecciones era ya un secreto a voces.
Durante
el mes de julio bajé en dos ocasiones a Córdoba (siempre llamado por Ernesto
Caballero; nunca, por el secretario López Calvo). En una ocasión me llamó
Ernesto para ir a solidarizarnos al pueblo de Villarrubia, en contra del
trazado de la línea del AVE, por medio del casco urbano. Se trataba de un acto
pluripartidista en la plaza del pueblo. Por el PP hablaron Diego Jordano y el
concejal García Nieto. Por IU, Ernesto y yo. También el cura del lugar, don
Manuel Varo, que había sido compañero mío del Seminario.
Por
aquellos días volví a bajar de Villanueva hasta
Córdoba, a instancias de Ernesto, para solidarizarnos con los
trabajadores de CENEMESA, encerrados en la Iglesia de los Trinitarios.
Estuvimos allí gran parte del día. El presidente del Comité de Empresa era el
camarada Rafael García Contreras (que en las inminentes elecciones sería
senador por elección, algo insólito, nunca ocurrido en el Partido). Rafael y yo
estuvimos hablando en un bar de enfrente, y me hizo muestras de simpatía: me
dijo que, siendo yo un intelectual, no tenía el engreimiento y la vanidad de
otros intelectuales de nuestro Partido. Por la tarde, la Iglesia se desalojó,
para dirigirse a la autovía de Madrid y cortarla a la altura del hipermercado
PRYCA. Antes, dirigí breves palabras a los encerrados en la Iglesia (un sermón
laico) y luego estuve con ellos en el corte de la carretera. El diario
“Córdoba” reprodujo fotos del hecho.
Continué luego en Villanueva de Córdoba, mi
patria chica, hasta finales de julio, en que nuestro paisano poeta Antonio
García Copado me llamó, para presentarlo en un acto poético, amenizado por la
orquesta infantil de Juan Pablo Fernández, en el pueblo de Coslada (Madrid),
gobernado por I.U. Resulta que la concejala de Cultura, Nuria Roldán ("La Roldana"), estaba reñida con el
director de la orquesta infantil Juan Pablo Fernández. La concejala no tuvo reparo en llamarme al pueblo varias veces, en forma energúmena, en plena siesta, para que yo
desistiera de asistir a ese evento. Y yo le respondí con el mismo descaro: “¿Que yo no voy a ir a un acto poético de mi
paisano García Copado…? ¡Porque tú lo digas!” Le exigí que dejara de molestarme. Además, hablé con el alcalde de Coslada,
Sr. Huélamo, que se rió y me dejó hacer lo que yo quisiera. Esta historieta
fue de lo último en intrigas internas que tuve que aguantar.
El
evento poético-musical de Coslada fue la última actuación pública de García
Copado, y yo era consciente de ello. Se hallaba ya muy delicado. Lo presenté
con una dilatada y emocionada biografía, mientras la orquesta infantil de Juan
Pablo ponía una suave música de fondo. Lógicamente, no asistió ningún cargo
municipal. ¡Las cosas que pueden ocurrir con las politiquerías! Me enteré más
tarde de que esta concejala intolerante había caído en
desgracia. Hoy estoy orgulloso de haber asistido a García Copado en el último
acto poético de su vida.
16
El 5 de
agosto (1989), a invitación de los compañeros de Montalbán, me pusieron a dar
el pregón de feria. ¡Yo, que soy tan fiestero, en un pregón de feria! Al final,
como Gonzalo de Berceo, con el “vaso de bon vino”, lo que pedí fue una ristra
de ajos, la producción típica de Montalbán.
Cuando
el mes de agosto tocaba a su fin, los rumores del adelanto de las elecciones se
hicieron ya realidad. Nos encontrábamos ya en Getafe. El primero de septiembre,
la noticia de la disolución de las Cortes había saltado a la primera página de
la prensa. El 3 de septiembre publiqué en el “Córdoba” mi balance político de
despedida: “El Parlamento que hemos dejado”. Mientras tanto, en Córdoba ya se
había desatado la guerra por el número uno en nuestra candidatura, una guerra
en los despachos de la sede, en lo que fui totalmente ajeno. No moví ni un hilo
ni a favor ni en contra.
Pronto
me llamó Manuel Delgado, secretario de organización, para decirme que me
preparara para encabezar la candidatura, pero yo dejaba hacer. En el mes de
mayo, las organizaciones ya me habían votado para ese puesto. En realidad, no
quería seguir, pero no decía nada. Pesaba en mí aquella locura de actuar en el
Parlamento sólo los tres diputados “mosqueteros”: Ramón Espasa, García Fonseca
y yo. Los demás no daban golpe: Ignacio Gallego, porque estaba viejo (entonces,
¿para qué lo metieron en aquello?), Nicolás Sartorius sólo iba a las sesiones
de lucimiento, y Gerardo Iglesias andaba en sus mil ocupaciones. Las cosas,
desde luego, cambiarían en el inmediato futuro, porque en las elecciones de
1989, I.U. sacaría nada menos que 17 diputados, con Julio Anguita a la cabeza.
Pero yo ya no estaría allí. Menos mal.
Mi gran
defecto es no saber decir que “no”. Entonces Manuel Delgado me pidió que bajara
a Córdoba el domingo 3 de septiembre, pues estaba convocada una reunión del
Comité Provincial. Yo creía, y Manuel Delgado también, que en la reunión se iba
a tratar de la candidatura. Pero no: eso quedó para el trapicheo de los
despachos. Lógicamente, López Calvo no me llamó, sino solo Manuel Delgado. Allí
Ernesto me insinuó algo: “Hay quien dice por ahí que encabece yo la
candidatura, porque soy más conocido, pero eso no es cierto”. Yo le contesté:
“A mí me da igual lo que decidan”, como era verdad. Los cabecillas guardaban
silencio (López Calvo, Rosa Aguilar, etc., que hoy ya no figuran). La reunión fue en la aldea de Santa Cruz, en el quinto pino. Ahora
pienso: “cuánto tiempo he perdido en tonterías”, que sin duda le robé al
ejercicio de la historia.
Al
término de la comida, emprendí mi viaje hacia Madrid, llevando en el coche,
hasta Pedro Abad, a María Mesones, la cual tampoco mencionó el tema. Mientras
tanto, el “Córdoba” había sacado mi foto como candidato de IU. Por fin, el 10
de septiembre me llamó angustiado Manuel Delgado, que era el primer
sorprendido: “Paco, que yo creía que esto estaba solucionado y no lo está. Que
ponen a Ernesto de número uno”. “Bah, es igual, no te preocupes”. La verdad es
que me sentía liberado de tantos líos y cosas raras.
Se había
reunido I.U. de Córdoba, con la presencia de Luis Carlos Rejón (entonces era el
virrey; hoy no es nada), apoyado por López Calvo (que me dedicaba una tirria
indisimulable) y Rosa Aguilar, y fueron los que impusieron el acuerdo. El
pretexto era que yo no era persona de aparato en el Comité Central (cierto) y,
si no ponían a Ernesto, iban a imponer en Córdoba a un forastero o cunero. Por
aquellos días, Manuel Delgado también había caído en desgracia. En la reunión
de Santa Cruz, Rosa Aguilar le dio un vapuleo de miedo. Los que mandaban eran
Juan Carlos Rejón y López Calvo, que me eran hostiles. Por ejemplo, hoy, en el mundillo de la historia, dentro y fuera de
Córdoba, yo soy algo; ellos, nada. Así que el tiempo nos pone a cada uno en su
sitio.
En
cuanto Delgado me descubrió el pastel, el 11 de septiembre eché a correr hacia
al Ministerio de Educación, anulé la excedencia y me di de alta de nuevo en la
docencia y en mi querido Instituto. El diario “Córdoba” no dejaba de llamarme,
para saber quién encabezaba nuestra candidatura, porque López Calvo se había
ido de la lengua ingenuamente diciendo que “habría sorpresas”.
Finalmente, hicieron la gazpachada de
colocarme en el segundo puesto de la candidatura, según me comunicaron Ernesto
y Manuel Delgado. Pero ni Rejón ni López Calvo me comunicaban nada. Por
consiguiente, un día se me hincharon las narices, llamé a Ernesto y exigí que
se me comunicara el asunto “oficialmente”, por Rejón o López Calvo. A la media
hora me llamó Rejón, que estaba en el Comité Central, y se vio obligado “a
pedirme” que aceptara el número dos. Me hice de rogar, pero acabé aceptando,
por ese vicio mío de no saber decir “no”.
Hubo personas que me animaron a luchar
por el número uno. Pero nada más lejos
de mis intenciones, porque mis únicas ambiciones eran las Letras y la Historia.
Mi amigo Juan Ortiz me reveló que un ex diputado por Huelva, creo que del PSOE,
le dijo que no comprendía por qué no repetía yo por Córdoba, “porque Moreno en
el Parlamento se desenvuelve estupendamente”. Ya digo que Rejón y el
“Comisario” conspiraban contra mí en el Comité Central. Hoy ya se los ha llevado
la riada. La maldad de Rejón llegaba a tal punto que un día, hablando con Juan
Ortiz, le dijo que yo, “en el tema del porcino ibérico (mi tema estrella) lo
único que había hecho fue defender intereses personales y familiares, y que yo
estaba relacionado con intereses de los Mataderos” (Declaración a Juan Ortiz,
noviembre, 1991).
Era una maldad propia de eso, de gente
mala, porque yo, ¿he tenido nunca cochinos? ¿Intereses de mi familia? Si en
Villanueva, el que no es herrero o carpintero es porquero. Tener cerdos en
Villanueva es como tener viñas en Montilla u olivares en Baena. Por tanto, pura
malicia política del Sr. Rejón. Entonces contesté a Juan Ortiz: “Mira. Dile que,
cuando él abandone el Partido (que sería pronto), yo continuaré en él”. Y se ha
cumplido.
A primeros de octubre presentaron la
candidatura de Córdoba. Presentaron sólo a Ernesto. Rejón y López Calvo
llevaban la batuta. A mí no me dijeron nada. Pocos días después hubo otra
presentación en el Hotel Gran Capitán de Córdoba, el 7 de octubre. Yo estaba
ocupado ya en mis clases del Instituto, pero acudí, disciplinadamente. Me había
invitado Ernesto (no el secretario provincial López Calvo). En dicho Hotel
hablamos tres: Ernesto, López Calvo y yo.
Comenzó enseguida la campaña electoral,
en la que yo, lógicamente, colaboré, pero sólo los fines de semana: ya tenía mi horario de clases. El 12 de
octubre abrí cartel en Añora, acompañado del concejal de Córdoba, Alfonso
Igualada. En Añora, I.U. estaba dividida. El único concejal de nuestra cuerda
se había pasado al PCPE (el partido de Ignacio Gallego). En el mitin conectamos
bien con la gente de allí. Al final, Alfonso Igualada, sorprendido, me dijo:
“No sabía yo que tú eras tan buen mitinero” (Con el tiempo, en 2008, tuve un
choque con Alfonso Igualada, porque sobre un monumento de memoria histórica en
los cementerios de Córdoba, había declarado a la prensa: “Haremos un monolito
que contente a ambas partes”. Y en el prólogo de mi libro “El Genocidio…”, le
di un buen repaso. Me llamó y me exigió una rectificación. Le contesté que no
me daba la gana y que la burocracia lo había separado de la realidad).
El día 14 estuvimos en Villaralto, con
buena afluencia de público. Intervine con José Alonso Cervilla, y nos presentó
el alcalde, Manolo Gómez, de I.U., ex compañero mío del Seminario. El día 19,
en El Viso, junto con Rosa Aguilar. El 20, en Espiel, con Alfonso Ceballos, que
también se sintió gratamente sorprendido por el entusiasmo de mi retórica.
Luego, me confesó que mi actitud de humildad, al aceptar el número dos en la
lista, había causado honda impresión en algunos compañeros de Córdoba. Volví a
mis argumentos de siempre: yo no era persona de ambiciones políticas, sino
intelectuales y culturales.
El 21 de octubre acudimos a Hinojosa del
Duque. Dimos el mitin Miguel Peláez y yo. Y el 26, en Pozoblanco. Aquí, la
organización del acto fue pésima. Anunciaron un lugar equivocado para el acto.
Luego, no encontraban la llave del local. En fin, un desastre. A pesar de todo,
logramos reunir un público bastante nutrido. Intervino conmigo Francisco
Guerrero, que recordó su encuentro conmigo en Espejo, en casa del viejo
comandante Antonio Ortiz, cuando diez años atrás yo investigaba sobre la guerra
civil. Después, Miguel Calero me reveló que iba a pedir responsabilidades en el
Comité Provincial por no haberme dejado a mí en el número uno. Lo disuadí totalmente y lo persuadí de que yo me hallaba plenamente feliz.
Creo que fue el 26 de octubre (1989) el
cierre de campaña en Córdoba, con el protagonismo de Julio Anguita. Otro
detalle para catálogo de los desaires. Hablaron allí los números 1 y 3 de la
candidatura, pero no yo, que era el 2. No me habían invitado. Es decir,
hablaron: Julio Anguita, Rejón y López Calvo. Para el futuro, tenía yo la
curiosidad de cuál sería la trayectoria de estos dos últimos. Ya no figuran.
Tanta intriga para qué.
El cierre de campaña en Villanueva de
Córdoba lo hicimos el 27 de octubre, en el saloncito de la Audiencia. Oradores:
Blanca Ciudad, Ernesto y yo. Los tres estuvimos brillantes, y nuestros
seguidores quedaron muy contentos. Aquella noche era felizmente consciente de
que me despedía de mi actividad política directa. Cuando se marcharon los
oradores, le dije a Ernesto Caballero: “Mi enhorabuena, porque eres diputado
seguro. No olvides que te he felicitado el primero”. Al día siguiente, como el
que se libera de un vendaval, salí raudo para Madrid.
En la noche del recuento electoral, una
vez más pude comprobar la calidad humana de Ernesto Caballero y la desatención
de López Calvo. En un momento, sonó el teléfono. Era Ernesto con voz eufórica,
que aseguraba “dos diputados y un senador” por I.U. en Córdoba, que era Rafael
García Contreras, que también me llamó. Eran los datos primeros. Por supuesto,
López Calvo no se dignó llamar.
Finalmente, aquel diputado en juego, que perdía el PP, cayó del lado
socialista.
En Madrid se adentraba el otoño.
Zafarrancho de papeles en mi despacho. Labor de archivamiento. Siempre el
orden, mi querido orden… En el Instituto, mis clases de bachillerato y COU. En
mi biblioteca, la puesta a punto de los papeles de mi tesis doctoral. Y mi
labor historiográfica, mis investigaciones, mis entrevistas de testimonios
orales y la continuación de mi proyecto de historiador, que todavía habría de
pergeñar las mejores obras.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
COLOFÓN.- Nunca fui un
político de aparatos ni de argumentarios, pero leal ante todo. Fui siempre de
palabra libre, barnizada de literatura y de historia. Nunca fui de palabra
cuadriculada, sobre falsilla, ni de palabra despersonalizada. Consideré siempre
necesario el compromiso político, pero fuera de las intrigas y de burocratismos.
Precisamente, los intrigantes son los primeros que abandonan el Partido. En
cambio, los librepensadores somos los últimos que quedamos en el barco. Siempre
fui un idealista. Desde estudiante exigí que las cuestiones básicas de la vida
fueran como debían ser, no como son. Una lucha existencial entre la realidad y el deseo.
Conviene una reflexión: desde un punto de vista de coherencia ética, intelectual y política, el hecho de haber sido diputado por el PCE-IU imprime cierto carácter, digamos, e invita a una lealtad de largo recorrido. Haber ostentado un cargo con ese sello no congenia con el flirteo en otros pesebres, o con el juego del picaflor o con el cambio de chaqueta, que tanto se estila en el amoral ruedo ibérico. En nuestra democracia, aunque de baja intensidad, hay que poner en valor la coherencia elemental, la lealtad intelectual y ética, sobre todo cuando se ha llegado a un escaño por un partido que se auto-inmoló contra el golpe militar y contra la dictadura. En este caso, el transfuguismo desdice muchísimo más que bajo otras siglas.
Conviene una reflexión: desde un punto de vista de coherencia ética, intelectual y política, el hecho de haber sido diputado por el PCE-IU imprime cierto carácter, digamos, e invita a una lealtad de largo recorrido. Haber ostentado un cargo con ese sello no congenia con el flirteo en otros pesebres, o con el juego del picaflor o con el cambio de chaqueta, que tanto se estila en el amoral ruedo ibérico. En nuestra democracia, aunque de baja intensidad, hay que poner en valor la coherencia elemental, la lealtad intelectual y ética, sobre todo cuando se ha llegado a un escaño por un partido que se auto-inmoló contra el golpe militar y contra la dictadura. En este caso, el transfuguismo desdice muchísimo más que bajo otras siglas.
Y hay que poner en valor un elemental idealismo en la época de la posmodernidad, donde predomina el
sanchopancismo, el consumismo, el hedonismo, el individualismo, el egoísmo y el
materialismo más soez, y además se convierte en dogma la anti-militancia
política, el anti-compromiso, la anti-ideología, la anti-pluralidad, y hace
estragos, como en una inundación, el discurso único, la opinión tópica, el
pensamiento precocinado, y todos piensan lo mismo (es decir, no piensan), todos
opinan lo mismo, todos expresan sus intolerancias lo mismo, sin que haya
prácticamente nadie que opine, piense o sienta diferente… En esta situación de
pobreza espiritual en medio del desarrollo material, se impone la necesidad
vital de la pluralidad y la urgencia en declarar zona protegida el pensamiento
libre y la libertad de crítica.
Mientras
la izquierda de la izquierda titubea, la causa de los Derechos Humanos y de la
justicia social es más vulnerable que nunca. La lucha de las mentalidades y de
la cultura en pro de la justicia social y de los derechos civiles siempre
tendrá sentido, aun bajo el diluvio de la globalidad financiera. Y bajo ese
diluvio, los seres humanos serán cada vez menos libres, tendrán menos derechos,
y serán cada vez más manipulables y más cosificados. Bajo la globalidad
financiera los seres humanos se convertirán, no en personas, sino en cosas y en
números.
En suma, mi paso por el Congreso de los
Diputados me vino a demostrar varios extremos amargos: 1) Que en ese alto
círculo de la política se da de bruces cualquier forma de idealismo, de romanticismo
o de sentido utópico de la vida, en una charca mental donde sólo caben el vuelo
corto, el horizonte miope, el choque de las intrigas, el clima despectivo y
hostil, las marrullerías, y todo lo más ínfimo de las pasiones vulgares. 2) Mi
espíritu idealista y romántico de lo que debe ser la vida pública, que yo venía
arrastrando como un honor desde los años fervientes de la Transición, hasta
entonces y hasta hoy, se dio de bruces con aquel panorama tóxico, hostil y
enrarecido del Parlamento. 3) Que el Parlamento y la Democracia actual carecen
de políticos de altura, de figuras de relieve (a lo contrario de lo que fue en la II República).
No hay políticos de carisma, ni líderes de relieve, ni personajes sabios y
sosegados, lejos del monigote parlanchín faltón y populachero. La política
española actual (1990) se halla a bajo nivel, donde los Demóstenes,
los Séneca o los Manuel Azaña brillan por su ausencia. No deslumbraba el brillo
de las ideas, sino el brillo apagado del navajeo político. Decepción y amargura
fueron mis habituales pensamientos en los ratos aburridos del escaño, en aquel
infortunado choque entre la utopía y la política tóxica. De todas formas, la peor de las democracias es infinitamente mejor que cualquiera de las dictaduras. Y puede ocurrir que, en alguna encrucijada, luchar por la democracia sea lo más revolucionario que exista. Y la Declaración Universal de los Derechos Humanos es y será el mejor cartel y programa electoral para la política de de todo el mundo.
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