21/3/25

LAS VALIOSAS MICROHISTORIAS DE LAS FUENTES ORALES

 

APORTACIONES VALIOSAS DE LA FUENTE ORAL:

DOS CARTAS ILUSTRATIVAS DE LOS AÑOS DE PLOMO. UNA, DE 1936; OTRA, DE 1950.

 

                                                       Por Francisco Moreno Gómez

 

Siempre fui partidario de la fuente oral en mi labor historiográfica iniciada antes de 1978. En mi método investigador nunca desdeñé las aportaciones orales. Y les di cabida, cuando entonces era posible. Entonces, después y ahora. Los que sufrieron el palo son los primeros que tienen derecho a mostrar las heridas y moratones. Para este historiador es una satisfacción que los sufridores de la historia sigan sintiéndose acogidos en mis páginas, con el consiguiente orgullo de ese autor.

 

1.- Un testimonio de las masacres de los primeros días del golpe militar en los pueblos campesinos de Andalucía.

En este caso, la matanza de Baena (Córdoba), el día en que entraron las tropas golpistas, el 28 de julio de 1936, con medio millar de víctimas, entonces y posteriormente.

 

En esta primera carta, Eva M. Giner Trujillo, desde Terrassa (Barcelona) en septiembre de 2004, da testimonio de lo que sufrió su familia en Baena (Córdoba), a partir del 28 de julio de 1936, fecha aciaga en la que Baena fue ocupada por las tropas golpistas, mandadas por el teniente coronel Eduardo Sáenz de Buruaga y por el teniente del Puesto local Pascual Sánchez Ramírez. Damos paso al texto literal:

 

Apreciado Sr. Moreno:

Soy Eva M. Giner Trujillo, de Terrassa (Barcelona). Soy estudiante de tercero de Historia en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).

Hace algún tiempo que busco información sobre el pasado de mi familia en Baena. Especialmente me interesaba ver qué les ocurrió durante la guerra civil. Mi abuela, Joaquina Cañete Tarifa, aún viva y residente en Terrassa, de 84 años, me contó toda la historia que ella y su familia (hermanos, padres, primos, etc.) pasaron en Baena durante la guerra civil. Todos ellos, naturales de Baena.

        Antes de leer sus dos libros, que por cierto me parecen excelentes y de un sentimiento y rigor de lo más conmovedor (se refiere a “La guerra civil en Córdoba, 1936-1939”, 1985, y “Córdoba en la posguerra, la represión y la guerrilla, 1939-1950”, 1987), mi abuela ya me contó algunos hechos que ella vivió en Baena el día en que los fascistas se sublevaron y los acontecimientos posteriores que sucedieron a este hecho. Al cabo de un tiempo de haber empezado la carrera de historia busqué información en la biblioteca de mi Universidad y di con sus dos libros de Córdoba, y cuál fue mi sorpresa cuando vi que en la lista de fusilados en los primeros días de la sublevación aparecía mi disabuelo Manuel Cañete Pérez (padre de mi abuela), que fue asesinado al estallar la guerra, el día 28 de julio de 1936, a los 62 años. ¡Mi abuela no se lo podía creer! No sabe la ilusión que nos hizo ver que, por lo menos, aparecía en un libro y que no quedaba en el olvido.

        Pero aquí no acabó todo. Yo, emocionada al ver esta información, seguí buscando en su otro libro “Córdoba en la posguerra (La represión y la guerrilla, 1939-1950)”, y en la página 198 aparecía como víctima de la primera etapa de la represión, el día 11 de noviembre de 1939, mi tío abuelo Manuel Cañete Tarifa, de 22 años, que trabajaba en el campo. Mi sorpresa fue aún doble, porque mi abuela no sabe ni leer ni escribir, y claro, al ver que usted escribió todo lo que ella me había contado, pues ¡casi no me lo podía creer!

        Le quiero aportar más información a través de estas fotografías. El joven es Manuel Cañete Tarifa, y justamente la foto fue tomada cuando lo encerraron en la prisión de Baena, y ya le habían dado muchas palizas. Si se fija en la cara y en su sonrisa, tiene una expresión un tanto “falsa”. Supongo que el pobre ya no tenía fuerzas, ni siquiera para reír. Mi abuela me explica que la foto la tomó un primo suyo, y que en ese mismo momento ella estaba allí despidiéndose de él, y que su primo tenía una pequeña cámara de hacer fotos, retratándolo por última vez, ya que poco días después sería asesinado por los franquistas, como usted muy bien relata en la página 149, tercer párrafo, de “Córdoba en la posguerra”. Un detalle que me cuenta mi abuela es que, cuando entró ella en la prisión, vio a su hermano Manuel Cañete Tarifa en un rincón, abatido por las palizas que le habían propinado.

        Manuel estuvo en la Caballería republicana en Manzanares y Castro del Río, y cuando acabó la guerra, volvió a casa, y fue detenido por la Guardia Civil. A los pocos días les dijeron que los cambiaban de cárcel, pero en realidad los llevaban al cementerio para asesinarlos. Manuel sospechó y pudo escapar, pero finalmente le dispararon y fue rematado cerca del arroyo Marbella, como usted dice. Es el caso de la persona que iba atada con él, “El Mota”. Mi abuela ya me había hablado del intento de fuga de su hermano cortando sus ligaduras con una hoja de afeitar, relato que ya recoge usted en su libro.

        La otra foto es mi abuela Joaquina Cañete Tarifa que, como ya he comentado, aún vive y reside en Terrassa. Esa foto es posterior a la guerra civil, cuando tenía unos 20 años. Ella nació en Baena en 1921. Estalló la guerra y vinieron los fascistas a ocupar el pueblo. Tenía 15 años, y recibió un disparo en la pierna izquierda. Se escondió bajo la cama dos días y una noche, para salvar la vida. Después vinieron los castreños (republicanos) y la llevaron al hospital de Castro del Río. Después de pasar mucha hambre y penurias, consiguió junto con mi abuelo criar a sus nueve hijos. Mi abuela siempre ha recordado a sus familiares asesinados impunemente.

 

       A mi pobre abuela le mataron, aparte de a su padre Manuel Cañete Pérez y a su hermano Manuel Cañete Tarifa, como usted hace constar, también a sus otros dos hermanos: Francisco y Antonio Cañete Tarifa. No he encontrado sus nombres en sus libros. Le paso información, aunque no fotos, porque no tenemos. Las quemaron los fascistas en la propia casa de mi abuela en Baena, para borrar cualquier rasgo de ellos.

        Francisco Cañete Tarifa fue asesinado en Baena, a los 23 años. Ya había estado preso durante la República, por haberse encontrado una escopeta vieja y haberla arreglado, y sufrió múltiples torturas por la Guardia Civil, corrientes, astillas en las uñas… Estalló la guerra y enseguida lo detuvieron los fascistas. Lo tuvieron en una terraza atado a la barandilla durante nueve días. Cuando pedía agua le daban bacalao. Estando casi muerto, lo tiraron a la calle, y fue llevado a cementerio a la fosa común. Estos sucesos los recoge usted, a partir del testimonio de la hermana de “El Transío”. Ella no da nombres, pero una de las víctimas fue este mi tío-abuelo.

        Antonio Cañete Tarifa era conocido como “Sargento Cañete” (en la Caballería del capitán “Maruca” del Ejército republicano). Observo que usted menciona lo de las tropas de “Maruca”. En Baena destacó como defensor de los derechos de los trabajadores. Durante la guerra sufrió una caída del caballo al galope, quedándose enganchado en el estribo y quedando con la cara destrozada. Después de la guerra logró pasar a Francia, pero cometió el error de escribir unas cartas a su novia y a su madre concretando dónde se hallaba. Fue por culpa de esas cartas que los fascistas de Baena descubrieron su paradero y fueron a por él. Eso es lo que nos imaginamos. Lo cierto es que lo mataron en Francia, cuando tenía 28 años.

        Otra víctima de nuestros familiares fue Manuel Trujillo Cruz (hermano de mi abuelo Andrés). Nació en 1920 en Baena. Fue asesinado en la misma localidad en 1936, junto con otros hombres, que fueron utilizados durante tres o cuatro días en llevar cadáveres al cementerio. En el último viaje, fueron asesinados todos, incluido un muchacho de 16 años, y quemados en el cementerio por orden del teniente de la Guardia Civil Pascual Sánchez Ramírez y su grupo de matones. Observo que usted menciona estos hechos, pero no da nombres, pero, como le digo, una de esas víctimas era familiar mío.

        La verdad es que me he quedado perpleja al ver escrita en sus libros una parte de la historia que mis abuelos me contaron, porque ellos, al acabar la guerra, marcharon de Baena, y ya nunca más ha vuelto. El regalo que le quiero dar a mi abuela es que, antes de que se muera, la quiero llevar dos o tres días a Baena, pues lleva ¡68 años sin volver! Ella guarda mucho rencor de ese pueblo, pues tiene muy mal recuerdo. Asesinar a centenares de personas por el hecho de que esos pobres campesinos, afiliados a la CNT, defendieran sus derechos ante una burguesía y terratenientes sin escrúpulos… ¡Jolines, es muy fuerte!

        Usted ha contribuido a perpetuar la memoria histórica de todos aquellos que murieron por unos ideales de igualdad, solidaridad y libertad, en un mundo que los ahogaba. Yo, como militante de la CNT, pienso seguir con esa lucha que empezaron mis antepasados y otra mucha gente. Muchas gracias, señor Moreno, por todo su esfuerzo.

        Atentamente, Eva Giner.

 

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2.- La desconocida España del Maquis: no sólo la guerrilla del monte, sino también la guerrilla del llano (enlaces y colaboradores).

 

        Esta segunda carta me llega desde Cañamero (Cáceres), en fecha imprecisa hacia 2010. Y tiene como fondo una “base de apoyo” que el grupo de “Veneno” halló en este pueblo en 1949. Estos relatos se hallan en mi libro Historia y memoria del maquis. El cordobés “Veneno”, último guerrillero de La Mancha (Madrid, Alpuerto, 2006, p. 148 y ss.)… “Desde 1949, los cinco de ‘Veneno’ consiguieron la proeza de sobrevivir en la sierra aún siete años más, hasta 1955. Cuando le hemos preguntado extrañados el secreto de esta rara habilidad, ‘Veneno’ ha respondido: ‘Usamos la táctica de los lobos, que nunca cazan donde tienen las crías, en muchos kilómetros alrededor’. Efectivamente, ocultos en Cañamero (Cáceres) durante años, salían a sus acciones de suministro a tierras de Ciudad Real, donde la Guardia Civil los buscaba sin éxito”.

        La base de Cañamero la descubrieron así: … “Y ‘Parachuta’ dice: Aquí en Cañamero estuvo uno conmigo en un Batallón de Trabajadores, de desafectos al régimen, por Algeciras, y sus padres tenían una casa de campo con viñas”. Y dieron con la casa de Hernán Montes, que era el que buscaban. El encuentro entre “Parachuta” y Hernán fue cordial, y para celebrarlo, el propio Hernán propuso matar un cordero, comer todos juntos, y así lo hicieron. Cuando los de “Veneno” dijeron de marcharse, Hernán les ofreció el padre de Hernán era de unas ideas firmes, simpático. Nos contaba lo que sufrió su hijo en el Batallón de Trabajadores. A mediados de 1954 fue cuando se entregó uno de los cinco, “Peñas Negras”, a partir de lo cual se descubrió el escondite y los enlaces, que fueron a parar todos a la cárcel. Los cuatro restantes de “Veneno” (con “Eléctrico”, “Viriato” y “Parachuta”) sobrevivieron un año más, y en el mayo de 1955, salieron desde Los Yébenes, camino de Francia, a donde consiguieron llegar más de un mes después, tras superar multitud de peligros, desgracias y penalidades.  

        Con estos precedentes, se comprende la sorpresa de esta carta que hace unos 15 años recibí desde Cañamero, y ahora sale a la luz por primera vez.

 

        Un saludo, amigo Francisco. En primer lugar quiero felicitarle por su libro sobre el maquis: “El cordobés ‘Veneno’, último guerrillero de La Mancha”, en el cual refleja con increíble exactitud la vida de Francisco Blancas ‘Veneno’ y su grupo, como tantas veces he escuchado relatar a mi abuela, madre y tíos durante tantos años.

        Mi nombre es Francisco Delgado Montes (42 años). Soy el primer nieto de Hernán Montes, enlace de “Veneno” en Cañamero, y soy hijo de aquella niña de 10 años, tal como usted relata en su libro (p. 149). Mi madre se llama Teresa Montes Guerra (68 años), natural de Algeciras, y mi abuela, efectivamente, era de Tarifa (María Guerra Gallardo).

        Desde siempre, como antes he mencionado y escuchado en mi casa, los relatos de cuando los de la sierra estuvieron en la finca de mis bisabuelos, en el Valle del Búho. Se llamaban Juan y María, y es cierto que iban y venían todos los días al pueblo. Después de fallecer ellos, la finca pasó a mis abuelos Hernán y María. Actualmente ha pasado a mi tío Alejandro Montes Guerra.

        A continuación, le facilito algunos datos, por si le son de utilidad. De las contraseñas que menciona en su libro, como la de llamar a un perro por su nombre, ese nombre era “Bartolo”. Tenían otras dos contraseñas, que no menciona. Una era tirar un puñado de chinatos (piedrecillas) sobre el tejado, para alertarles de que pasaba alguien por allí, cuando estaban en la cuadra escondidos. De dicha misión solía encargarse mi tío Pablo Montes Guerra, al cual le pusieron el mote de “Rabiche”, por el gesto que hacía con el dedo, a través de la gatera, para avisarles que les traía la comida. Mi tío solía comer el primero y, pasados 15 ó 20 minutos, empezaban a comer ellos (precaución contra los envenenamientos). La otra contraseña que tenían era una piedra o guijarro puesta en el arroyo que hay a unos 25 metros de la casa, según estuviera de pie o tumbada, pasaban o no a la casa.

        La joven a la que “Viriato” visitaba, cuando dejaba su puesto de guardia, se llamaba Lucila “La Chinina”. Otro dato es que a este “Viriato” ellos lo nombraban como Luis, a Bonifacio “Eléctrico” como “Niño” y al delator Esteban Navas Ruiz como “Manchego”. Éste, cuenta mi tío Hernán Montes Guerra que se tomaba el bicarbonato a puñados, debido a su problema de estómago, y que un día llenó casi medio cubo de sangre vomitada.

        A mi abuelo Hernán Montes Cortés le acusaron, junto a un tal Antonio Chinas, de unos tiros efectuados contra Inés Montes, esposa de Ismael Peloche (jefe de Falange en Cañamero), y hermana de Amadeo Montes, para el cual trabajaban mi abuelo Hernán y Antonio Chinas. Estuvieron detenidos tres días y se los llevaron después a Cáceres, para hacerles juicio, pero los soltaron unos días después, cuando aparecieron “panfletos u octavillas” por Cañamero, diciendo que esos dos hombres eran inocentes, y atribuyéndose la autoría de los hechos al grupo de “Veneno”,

        Otro hecho que ocurrió fue el secuestro de Miguel Maldonado, en el sitio llamado Cubilar (Cañamero), y enviaron a su hermano Santiago Maldonado a cobrar el rescate, que fue de 30.000 pesetas, que se hicieron efectivas.

        También planearon secuestrar a Matías Pazos (farmacéutico y alcalde de Cañamero) y a su cuñado Jacinto (médico), pero ante la oposición de mi abuelo a realizar esta acción, no la llevaron a cabo, muy a su pesar, pues les tenían ganas, ya que si hacían algo así, peligraría la estancia del grupo en esta zona, y la de ellos también como enlaces y familiares.

Por último, quiero mencionar un “regalo” que recibió mi abuelo Hernán de parte de “Veneno”, fruto de alguno de sus golpes económicos en algún cortijo. Era una escopeta paralela de cañones recortados, con las cachas de plata. Le dijeron que, cuando ellos se fueran de allí, si algún día tenía problemas, que “arreara candela” con ella. Pero mi abuelo, por miedo o precaución, la desmontó y, después de engrasarla, la envolvió en unos trapos, la metió en un saco y la enterró en algún lugar aún desconocido de la finca.

Es cierto, como usted relata en su libro, que tenían una relación como de familia. Mi abuela María les preparaba la comida, les remendaba y cosía la ropa y se la lavaba en el arroyo, con especial cuidado de tenderla entre los zarzales, para que no la viese la gente que pasaba por allí, pues por aquel entonces vivía mucha gente en el campo. En estas tareas le solía ayudar mi madre Teresa, que era la mayor.

Por otra parte, mis tíos Hernán y Juan, que son los que siguen en edad a mi madre, estaban ocupados con el ganado, a la vez que vigilaban que no merodease nadie extraño en los alrededores de la finca. Por la casa solían estar mi tía Isabel y mi tío Pablo, que era el más pequeño, y al igual que los demás, siempre vigilando.

Los guerrilleros, por su parte, también ayudaban en lo que podían. Cuenta mi madre que alguna vez ayudaron a segar a mi bisabuelo Juan, y a arrancar lino a mi bisabuela María. También cuenta que en la casa hicieron un tabique de separación, de ladrillos de barro, y arreglaron el tejado, pues tenía goteras. Esta faena la realizó “Parachuta”, poniéndose la ropa de mi abuelo Hernán, para que no sospechase la gente que por allí pasaba.

Estando ellos allí, es cierto que nacieron algunos de mis tíos. Fueron  Diego y Alejandro. Este último es el que ahora tiene la finca. La casa está igual que por aquel entonces, mantiene la misma fachada, el mismo cuarto donde hacían vida, que parece increíble, por las dimensiones que tiene; pero allí estaban mis abuelos, sus padres y mis tíos.

Después de cumplir condena mi abuelo, por haberles delatado el “Manchego”, nacieron dos tíos más: Mari Nieves y Luis, que contaba con 8 meses de edad, cuando mi abuelo falleció.

Todavía tiene que estar la bala en el cuarto, cuando “Manchego” le pegó el tiro a “Eléctrico”. Cuántas veces se lo he oído contar a mi madre, al igual que a mi tío, y cómo bramaba como un toro “Veneno”, cuando le acabaron de cortar el hueso del dedo, detrás de la casa.

Mi abuelo Hernán falleció el 3 de mayo de 1964. Estaba cuidando unas ovejas que tenía, y un peón caminero que estaba por allí trabajando, le dijo: Hernán, ven para abajo y nos echamos un cigarro, a lo que mi abuelo accedió. Estando los dos allí sentados a la orilla de la carretera, pasó un coche en el cual iban el secretario y un abogado de Logrosán, Evaldo Muñoz, y le pasó por encima, quedando el compañero ileso; pero mi abuelo falleció al día siguiente en Cáceres por las heridas. Mi familia siempre ha mantenido que fueron a por él, dados sus ideales políticos. Mi abuela María quedó viuda, con diez hijos a los que mantener en aquellos años duros.

Sobre los años 1981-1982 recibimos la visita inesperada de “Viriato”, al que conocíamos como Luis “El Goyorías”. Se presentó en Cañamero, en casa de mi abuela María; era agosto, pues yo me encontraba en el pueblo de vacaciones, tendría unos 12 ó 13 años, y recuerdo que me quedaba asombrado al escucharle contar algunas de las historias de cuando estuvo en la sierra. Comimos, y por la tarde mi padre lo acercó a Guadalupe. No volvimos a saber más de él. A lo visto llevaba un negocio de grúas o máquinas excavadoras y estaba en Valencia. Nos dio una tarjeta, pero se extravió y perdimos el contacto.

Mi abuela María falleció también fatídicamente el 8 de julio de 1991. Estaba sentada en la puerta de su casa tomando el fresco, cuando de repente el camión de la basura, que estaba unos treinta metros más arriba, se le soltó el freno de mano y salió calle abajo, arrollándola y provocándole la muerte horas después, antes de llegar a Cáceres.

Por lo demás, todos mis tíos viven y recuerdan amargamente la vida llena de penalidades que vivieron, al quedarse sin su padre a tan cortas edades, y las injusticias con que fueron tratados, por el hecho de ser hijos de quien eran, un rojo que ayudó durante años a los de la sierra.

Poco más queda por decir. Le puedo facilitar fotos de mi abuelo en la cárcel, de mi abuela visitando a mis dos tíos Hernán y Juan, a los cuales se los llevaron a un correccional de Menores en Olivenza. Dos años estuvieron allí por coger un pollo para comer, pues eran unos años malos. La casa de la finca en el Valle del Búho, donde estuvo el grupo de “Veneno”, se halla igual que entonces, como le dije. Estamos a su disposición en lo que haga falta, con tal de contribuir a la causa que tan noblemente usted viene llevando a cabo durante tantos años, con el deseo de que vea la luz lo que tanto tiempo estuvo callado y oculto.

Me alegraría, si usted dispone de ello, me pudiera facilitar las direcciones o teléfonos, tanto de Francisco “Veneno” como de Bonifacio “Eléctrico” y de Aurelio “Viriato”, al que conocían como Luis. De “Parachuta”, como dice en su libro que se le perdió la pista una vez que se alistó en la Legión Extranjera, pues no la tendrá, pero si tiene alguna información, hágamela llegar, por favor, pues este es el que más conocía a mi abuelo Hernán, pues estuvo con él en el Batallón de Trabajadores, y fue el que llevó al grupo a la finca del Valle del Búho, de Cañamero.

 

        Aquí acaba un relato doloroso de una microhistoria desconocida de tantos miles de españoles durante la guerra y la dictadura. La microhistoria sigue desconocida, y la macrohistoria, también. Seguramente, a las personas no tóxicas les gustará leer esto y aprender. A los del odio y la mala leche les molestará. Siempre ha sido y es así. Este autor, como historiador, se complace en levantar acta de todo lo ocurrido, lo grande y lo pequeño, para que, como decía Herodoto, quede constancia de los hechos y los sufrimientos de los seres humanos. El hecho de que el matrimonio que dio cobijo a los de la sierra, los dos en fecha distinta hayan muerto arrollados por un vehículo, no fue casualidad; fue otra cosa. En fin, Francisco Delgado Montes, aquí queda expuesto tu relato, extraviado muchos años en las cajas de mis papeles, por lo que presento excusas, pero nunca es tarde, si la historia es buena.

 

10/3/25

ENTREVISTA INÉDITA CON D. RAFAEL CASTEJÓN T MARTÍNEZ DE ARIZALA, EN 1983.

 UNA ENTREVISTA INÉDITA (1983) A D. RAFAEL CASTEJÓN.

Un testimonio cualificado sobre la masacre franquista de Córdoba en 1936.                 "Aquí se fusilaba a Dios padre".

                   (Publicado en "Cordópolis", 16 febrero 2025)


                                         Por Francisco Moreno Gómez

 

Todavía conservo la grabación de la entrevista que realicé, el 13 de julio de 1983, a D. Rafael Castejón y Martínez de Arizala, en su casa solariega de Córdoba. Ex director de la Real Academia de Córdoba, ex director de la Escuela Veterinaria, ex director general de Sanidad con la República, entre otros cargos. Me encontré al ponderado hombre de Letras que siempre fue, de acrisolado saber y de locuacidad sin cortapisas, con la sencillez de los sabios y con la contundencia de los que están por encima de las poses y de las hipocresías de la vida. Observé ante mí la silueta recia de una especie de patricio romano, crítico y sincero testigo de los horrores de una tragedia.

--Don Rafael, ¿Cómo fue que le detuvieron a usted en julio de 1936?

--A mí me detuvieron a poco de estallar el golpe de 1936. Me llevaron a la cárcel, al Alcázar Viejo… Yo esperé que me fusilaran en aquellos primeros días. Ninguna autoridad me tomó declaración ni me acusó directamente de nada, nada… Eusebio Cañas, del Puerto de Santa María, ocupaba un alto cargo en la cárcel. Estaba muy agradecido desde años atrás a la familia Castejón, como mi hermano Federico, porque, viniendo de una zona húmeda, le ayudamos a establecerse en Cerro Muriano, para curarse de la tuberculosis.

        Al llegar yo a la cárcel, Eusebio Cañas salió a la puerta y me dijo: “Yo soy aquel Eusebio Cañas, a quien ustedes me llevaron al Muriano… Le instalaremos a una celda aparte, para que no esté usted en medio de la baraúnda de presos que hay abajo”…

        A mí me encerraron en una celda y no conviví con los demás presos. Pero había una ventanita y me asomaba al patio, y lo único que notaba era que los inquilinos del patio tenían cada día un color diferente. Un día se veían atuendos de azulillo o de blanco: eran albañiles. El día o noche anterior la redada había sido de albañiles o pintores. Los liquidaban a la noche siguiente. A la mañana siguiente tenían otro color; los liquidaban. Otro día, los detenidos eran de traje (escribientes o empleados), y los liquidaban aquella noche. Así, el patio cambiaba de color cada día.

        El sector que a mí me persiguió, principalmente, dicho sin ambages, era el arma de Caballería. Yo como veterinario había defendido siempre, como pasa en otros países, que la cría caballar no fuera militar, sino como un sector de la vida rural y de la ganadería. En muchos países este tema lo lleva el Ministerio de Agricultura, y eso pedíamos aquí. Y por eso los militares de Caballería, los que vivían en Córdoba, tenían una espina clavada, con aquello de que don Manuel Azaña les hubiera quitado la cría caballar. Y cuando llegó esta hora, pues de ahí vino la venganza contra mí.

        Me deportaron seis meses a Galicia, a Pontevedra. El mismo día fuimos deportados: yo (que había llevado la yeguada nacional de Moratalla), don Gumersindo Aparicio (profesor de la Escuela Veterinaria, que también había llevado un sector de caballos aquí en la Estación Pecuaria) y un pobre hombre, grandón, don Miguel Arroyo (que había llevado el Depósito de Sementales), y nos llevaron.

        Cuando llegué a Pontevedra, hube de presentarme al gobernador civil de allí, que era militar de Infantería. Y me dice: “-Usted era director de la Escuela Veterinaria de Córdoba, y ¿por qué ha sido usted deportado?” –“No  lo sé. Yo pertenecía al Partido Radical, que no está en la lista de partidos perseguidos…” –“Usted va a estar aquí el tiempo que digan desde Córdoba, y ojo con quién se reúne usted, porque ya sabe que aquí se pasa al otro mundo con mucha facilidad”. Efectivamente, en Pontevedra, cuando yo llegué, se mataba lo mismo que en Córdoba.


D. Rafael Castejón hacia 1985, en compañía de su esposa y de la esposa del poeta Antonio García Copado, en cuyo homenaje se celebraba un acto en la Posada del Potro, de Córdoba (Foto del autor F. Moreno).

        Cuando llegó a Córdoba Valera Valverde como nuevo gobernador, me reclamó. Volví y me presenté a él: “Pase usted, señor Castejón. Siento lo que le ha pasado. Yo le voy a devolver a usted todos sus cargos y se le devolverá el dinero”. Me habían puesto una multa, creo que de 20.000 pesetas. Valera Valverde, al que tanto cita usted en su libro, venía de gobernador civil en Cádiz, nombrado al estallar la guerra, y en Cádiz hizo una “razzia”, siguiendo las órdenes de arriba.

--Don Rafael, ¿Y cómo fue que se desató en Córdoba una matanza tan descomunal?

        Aquí se fusilaba “a Dios padre”. Aquí en Córdoba, si veían a alguna mujer por la calle, suponían que le habían fusilado al padre, al hijo o al marido, y la fusilaban inmediatamente. Si entraban en una casa y preguntaban a alguna mujer por Fulano, y les contestaba que no; si lo encontraban, entonces lo fusilaban a él y a la mujer.

        Doloroso fue el caso del Dr. Sadí de Buen, el mejor epidemiólogo (de la malaria) que había en España. El conflicto le pilló en Córdoba, en el Hotel España y Francia. Yo tenía con Sadí una gran amistad, de cuando yo fui Director General de Sanidad. Y teníamos ayuda internacional, por ejemplo de los EE.UU., que nos mandaban quinina, para tratar la malaria. Se quedó metido en el Hotel en Córdoba, pero lo descubrieron y lo mataron. Aquí en Córdoba el representante del paludismo era el Dr. Peralbo, más bien de derechas, también del Partido Radical. Sadí lo llamó, y el Dr. Peralbo no lo amparó. Sadí tenía una señorita de ayudante y, cuando se enteró del fusilamiento, fue al cementerio y, entre lágrimas, lo adecentó y le limpió la sangre. Y a los pocos días la fusilaron a ella también.

--Gran parte de la matanza ocurrió en la Electro Mecánica, de Córdoba.

        --Yo conocía a don Benito Arana, el director, y a su familia, y empezaron a “sacarle” obreros… Primero le pidieron listas de los más peligrosos. Él no la quiso dar. Era suficiente con los que la policía le “sacaba” todos los días, por denuncias de aquí y de allá. Y fue a hablar con “Don Bruno”: “Si me sigue usted quitando obreros, no podré cumplir con las obligaciones de la guerra” (Porque la fábrica se había militarizado en la producción de municiones). Los obreros estaban ya aleccionados, y cuando veían acercarse la caravana de la policía, lanzaban la consigna: “¡Ya vienen!” Y se descolgaban al otro lado de las tapia y se escondían en el campo. 

        Habla luego don Rafael Castejón de muchos temas, sobre todo del terror de “Don Bruno”, el cual quería nombres, pedía listas por todos lados para fusilar. Una lista de “personas malvadas” la mandó el cura de San Francisco, cree que don Carlos (el que organizaba las carrozas de los Reyes Magos), lista encabezada por Pablo Troyano y un abogado que vivía enfrente, Álvaro García Pérsico,  Otro cura que mandó lista fue el párroco de la Compañía, que luego fue canónigo, Torres Molina. Por su culpa murieron aquellas personas. Y destaca la labor delatora del cura don Ildefonso Hidalgo, persona de mala vida, de amoríos y cosas así. Se convirtió en la mano derecha de “Don Bruno” y en su capellán. Era coadjutor de San Andrés, y se hartó de denunciar a gente de su barrio, sobre todo a los que reñían con su querida.

        Habla Castejón también de la persecución de la Masonería en Córdoba, en la que él mismo figura en 1917, en la logia Turdetania, de la que Eloy Vaquero era el “Venerable Maestro”. Pero Castejón se desmarca de esto, resaltando que era Vaquero el que organizaba estas cosas, y él apenas asistía a las reuniones, porque le parecían ridículas. Añade que a la Masonería de Córdoba “le salió un grano, que fue García Hidalgo”, el cual organizó otra Masonería de distinta obediencia, en una línea de izquierdas, y “ponían a Vaquero como un trapo”. Y me confiesa en tono intimista: “Ante la nueva proliferación de jóvenes y mujeres republicanos, me dice: ‘Mira, Rafael, a esta gente hay que darles de lado. Nosotros tenemos que actuar como los viejos caciques monárquicos”.

        Me explica que “En 1936 quemaron la logia masónica de Córdoba, que estaba encima de la ebanistería de Bernardo Garrido de los Reyes, cuyo archivo dirigía Manuel Roldán Arquero, que lo fusilaron”. Y añade: “La Masonería se montó contra los jesuitas, por su enorme poderío en España y América. Y contra los caciques monárquicos, contra Sánchez Guerra y su cuñado Antonio Barroso. Yo no estaba entonces en el Partido Radical, sino me hallaba organizando el regionalismo de Blas Infante aquí en Córdoba”.


D. Rafael Castejón y Martínez de Arizala, al comienzo de los años 20, cuando se sumó al regionalismo andaluz de Blas Infante y de Pascual Carrión (Fuente: Revista Andalucía).


--¿Cómo fue la caída en desgracia y salida del teniente coronel Bruno Ibáñez Gálvez?

Le  voy a contar a usted otra anécdota, la del general Fresneda (Miguel Fresneda Mengíbar, 1858-1944). Este general, ya retirado, era gerente de la Casa Carbonell (Estaba casado con una señora de esta Casa). Y “Don Bruno”, en su locura de detenciones, multas y asesinatos, le puso una multa de 20.000 duros. Fresneda cambiaba impresiones casi a diario con uno de los Cruz Conde, creo que Juan. En los Cruz Conde había de todo: asesinos y buenas personas. Creo que el mayor de ellos era ingeniero geógrafo militar. Y el general Fresneda lo llamó por teléfono: “Me ha puesto esta multa, y esto no se puede consentir. Tenemos que ir a ver a Franco”. Porque Franco, al llegar de joven a África, estuvo a las órdenes de Fresneda. Y fueron a ver a Franco. Éste, en un principio, aparentó indignarse, cuando le contaron cómo se mataba, se fusilaba y se robaba en Córdoba (Si bien en España no se hacía nada sin el visto bueno de Franco, porque él, cada noche, llamaba a tres o cuatro capitales: “-¿Cuántos van? –“Pues tres mil, cuatro mil…”. Los que fueran, -“Aténganse a las órdenes recibidas”). Y llegó la hora de detener y llevarse a “Don Bruno” de Córdoba, al que arrestaron en el cuarto de banderas del Cuartel de Artillería. En Córdoba cundió el pánico. ¡”Don Bruno” detenido! Todos los pelotilleros de Córdoba quedaron en shok. Pero Franco lo único que hizo fue trasladarlo a Santander, o a Vigo, o a Logroño, donde siguió haciendo de las suyas. Cómo fue la muerte de “Don Bruno” me lo contó su ayudante Eady Cazorla. Él estaba esperando su ascenso a general, y frecuentaba Barcelona, el Hotel Barcelona. Cuando un día de 1947 se enteró de que el Consejo de Ministros no lo había ascendido, del berrinche se quedó muerto en el patio del Hotel (teóricamente, “hemiplejía”).

--Estará usted cansado, con el calor que hace esta mañana.

Bueno, quiero decirle como final lo siguiente: Cuando yo le he leído a usted sobre la matanza de Córdoba, dos mil y pico… He de decirle que en la etapa de Eduardo Quero (Los primeros veinte días), fusilaron a unas 1.500 personas. Quero tuvo siempre una ambición: ser gobernador civil con el P. Radical. En los primeros días le mataron a un hijo en Málaga, y se convirtió en una fiera asesina. Durante el Comandante Zurdo (mes y medio) se fusiló a unos 2.500. Así como Quero era antes una buena persona, y los acontecimientos lo transformaron, el Comandante Zurdo era mala persona, vicioso y borrachín, tanto que sus propios adeptos decían: “No puede ser jefe de orden público uno que está siempre en la taberna de San Miguel”. Y “Don Bruno” mató a 3 ó 4 mil, aproximadamente (A partir del 22 de septiembre). Fue el que  más terror sembró en Córdoba, tanto que llegó una nota de las democracias occidentales al Cuartel General de Franco con tonos amenazantes, si en España se seguía matando de aquella manera. Por esto, principalmente, a partir de 1937 se fueron implantando los tribunales militares, que sólo condenaban, como decía el vulgo, a la “única pena”.

Esta entrevista fue más larga y detallada. La conservo grabada y transcrita. No así otra gran entrevista que hice al Dr. Sama Naharro, médico, preso en la cárcel de Córdoba en 1941. También hablaba contundente y contrario a los grandes abusos de la época. Su testimonio está recogido en mis libros, pero la grabación la extravié. Gracias a estos testigos y a estos testimonios, veraces y humanitarios, nuestro rechazo a las dictaduras es hoy más fuerte, porque está llegando el momento en que, ser demócrata, es lo más revolucionario que existe.

6/3/25

COMISIONES DE LA VERDAD EN LOS DOCUMENTALES DE LA MEMORIA HISTÓRICA

 

COMISIONES DE LA VERDAD Y DOCUMENTALES, EN EL PASO DE LOS SIGLOS XX Y XXI  (2ª PARTE)

 

Hay que salvar todos los documentales sobre memoria histórica rodados en España en el tránsito de los siglos XX y XXI, porque ahí está la única plasmación de las Comisiones de la Verdad que se han podido llevar a cabo contra los crímenes del franquismo. En esos documentales ha sido donde han hablado de verdad muchas de las víctimas que sufrieron el genocidio, los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad cometidos por los golpistas desde 1936 en adelante.

 

                                                          Francisco Moreno Gómez

 

      Cuando paso a limpio mis notas sobre la conferencia que impartí en Aguilar de la Frontera, con motivo de la recogida del Premio “José María León” que me concedió la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Aguilar de la  Frontera, el 6 de octubre de 2007, he aquí que han ocurrido en España novedades historiográficas, sociales, políticas y de recuperación de la memoria histórica de hondo calado y verdaderamente sorprendentes. Hay que anotar como gran novedad la promulgación de la llamada Ley de la Memoria Histórica (Ley 52/2007, de 26 de diciembre, BOE. de 27-12-2007)[1]. Por primera vez, el Estado democrático se atrevió a legislar en pro de la recuperación de la memoria histórica de las víctimas del franquismo. Pero mucho más novedoso e insólito fue, casi un año después, el inesperado auto del juez Baltasar Garzón, de la Audiencia Nacional, de 16 de octubre de 2008, sobre la incriminación de los altos jerarcas, Franco incluido, autores del golpe militar de 1936 y de la gran matanza de más de cien mil personas, bajo la calificación jurídica de crímenes de lesa humanidad. Lo que muchos calificábamos así, tímidamente, y se nos tachaba de “radicales”, ahora lo publica todo un juez de la Audiencia Nacional, para satisfacción de las víctimas y para estupor de los que venían disfrutando de sacrosanta y perpetua impunidad.

      En los razonamientos jurídicos, punto 1º.1, se dice que “Los hechos objeto de denuncia nunca han sido investigados plenamente por la Justicia española, por lo que hasta el día de la fecha, la impunidad ha sido la regla frente a unos acontecimientos que podrían revestir la calificación jurídica de crímenes contra la humanidad”.

      En el mismo punto 1º.4 se reconoce que “Un examen imparcial y sereno de los hechos nos lleva también a afirmar que, al igual que los vencedores de la Guerra Civil aplicaron su derecho a los vencidos y desplegaron toda la acción del Estado para la localización, identificación y reparación de las víctimas caídas de la parte vencedora, no aconteció lo mismo respecto a los vencidos, que además fueron perseguidos, encarcelados, desaparecidos y torturados por quienes habían quebrantado la legalidad vigente al alzarse en armas contra el Estado”. La verdad es que, para sorpresa de todos, tales afirmaciones contundentes sobre la ilegalidad del golpe militar, nunca las habíamos oído de voces tan autorizadas, lo cual nos respalda y nos da la razón a quienes veníamos afirmando tales cosas, en medio de las reticencias de academicistas, partidarios de neutralidades y herederos del tardofranquismo.

      En el punto 2º, Garzón condena sin paliativos el golpe militar de 1936, por su ilegalidad y violencia programada de antemano: “La acción desplegada por las personas sublevadas y que contribuyeron a la insurrección armada del 18 de julio de 1936, estuvo fuera de toda legalidad y atentaron contra la forma de Gobierno, en forma coordinada y consciente, determinados a acabar por las vías de hecho con la República mediante el derrocamiento del Gobierno legítimo de España, y dar paso con ello a un plan preconcebido que incluía el uso de la violencia, como instrumento básico para su ejecución”.

      En el punto 3º, el supremo juez insiste en la ilegalidad del golpe militar: “Quienes se alzaron o rebelaron contra el Gobierno legítimo y cometieron, por tanto, un delito contra la Constitución entonces vigente y contra los Altos Organismos de la Nación, indujeron y ordenaron las previas, simultáneas y posteriores matanzas, torturas y detenciones ilegales, sistemáticas y generalizadas, de los opositores políticos, y provocaron el exilio forzoso de miles de personas”.

      En el punto 9º, el juez Garzón centra la calificación de crímenes de lesa humanidad en las “detenciones ilegales que han devenido en desaparición forzosa de personas”. Que “tales hechos delictivos estaban ya descritos y penados en el Código Penal de 1932”. Y que “A estos delitos debe, pues, añadirse el contexto de crímenes contra la humanidad en que fueron cometidos, dada su naturaleza sistemática y generalizada… ya eran conductas delictivas en el momento del comienzo de su ejecución” (La ley de amnistía nunca es extensible a un delito contra la humanidad).

      Lo auto que acabamos de citar muy sucintamente[2] hará que, a partir de este acontecimiento jurídico, la historia de la guerra civil española no podrá seguir encerrada en los estrechos puntos de vista en que se hallaba en los últimos decenios. Y las orientaciones de las recientes actividades recuperadoras de la memoria histórica también se verán reforzadas o iluminadas de acuerdo con lo denunciado por el juez Garzón.

      Antes de concluir la introducción a mi conferencia en Aguilar el 6 de octubre de 2007, he de hacer referencia al honor que se me concedió en esta localidad, cuando se me entregó el Premio de Memoria Histórica “José María León”, el 4 de agosto de 2008, por iniciativa de una dinámica y laboriosa Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Aguilar, que preside Rafael Espino Navarro.

     

      A la hora de centrar el tema de nuestra conferencia, conviene dejar claro que, si bien la memoria histórica no es la historia propiamente dicha, es sin duda una materia prima decisiva para la historia, sobre todo cuando se trata de la historia de los vencidos, es decir, los demócratas, ya que a todo vencido se le impone el principio de “la desaparición”, la desaparición física y la desaparición documental. De ahí que la recuperación de la memoria de los hechos sea decisiva como fuente para la reconstrucción de los mismos. La precariedad documental sobre la historia de la guerra, relativa al campo de los vencidos y a los pormenores de la gran represión, hace que la recuperación de la memoria testimonial, oral o escrita, sea decisiva. La memoria histórica es el recuerdo y la voz de los protagonistas.

      Lo contrario de la memoria histórica es el silencio, la represión y el olvido. Y a ello se aplicó el franquismo con ahínco. Esa era la filosofía de la “historia atada y bien atada”, es decir, la historia atada por el silencio y el miedo, hasta conducir al olvido. El olvido de los referentes democráticos de la II República, el olvido del calvario de los demócratas, el olvido de los crímenes y la impunidad de los verdugos. Eso pretendía el franquismo: el olvido de los hechos y de los crímenes, para consagrar la impunidad y el falseamiento de la historia. No existe nada tan degradante para un pueblo que la amnesia y la pérdida de la memoria. Cuando un pueblo pierde la memoria, se cae, igual que toda persona física, en la alienación, en el desarraigo y en la pérdida de la propia identidad. La memoria es, pues, la base de la identidad, tanto de las personas como de los pueblos. En la psicología humana, los problemas o enfermedades de la memoria suponen siempre la disolución de la propia personalidad.

      La democracia española ha estado a punto de perder su identidad, sus raíces y su historia, mediante el funesto “pacto de silencio” de 1977, por el que los demócratas renunciaban a sus recuerdos, a su “travesía del desierto”, a sus raíces y a su historia, a sus sufrimientos y a sus luchas pasadas. Fue un pacto tácito aberrante. Los demócratas renunciaban a una parte esencial de sí mismos: renunciaban a la Verdad. Dejaban en pie una historia heredada que es falsa, una historia parcial, mutilada y ajena, que era la historia de los vencedores.

      Hoy, los herederos de los vencedores se oponen a la recuperación de la memoria, se oponen a que se rompa el silencio, porque la memoria y la historia son acusadoras. Pretenden ocultar la inmoralidad y la ilegalidad del golpe militar de 1936. Los textos antes citados del juez Garzón levantan, por fin, la voz poderosa que supervivientes e historiadores estaban esperando. Lo que desde hace tiempo afirmábamos los de abajo, ahora se afirma desde lo más alto. He ahí la revolución copernicana que estamos viviendo.

      Sin embargo, si en gran parte de la base social las cosas han estado desde siempre bastante claras, hay que lamentar que los políticos democráticos –los que no vienen del franquismo- también han hecho mucho daño a la recuperación de su propia memoria, siendo cómplices del silencio de los años setenta y ochenta y parte de los noventa, cuando entonces los testigos estaban todavía vivos. Los políticos de la transición todavía tenían miedo, y a sus principales líderes no les interesaba la memoria: al señor Fraga Iribarne, por razones obvias; al señor Carrillo, por las mismas razones obvias; y al señor Felipe González, porque carecía de una trayectoria digna de ser recordada. La consecuencia insólita en nuestra democracia restaurada fue que, a los 40 años de dictadura, les siguieron 30 años de silencio.     

      Afortunadamente, una pequeña parte de la memoria democrática republicana se ha salvado, por tres vías principales:

a)  A través de los libros de memorias de los protagonistas, aquellos que han tenido el coraje de dar a las imprentas el relato de sus respectivos calvarios personales, sus luchas, sus encarcelamientos, sus torturas, sus exilios y sus sufrimientos.

b)  A través de los estudios monográficos provinciales o locales, no todos, pero sí aquellos que han sabido recoger un abanico variado de fuentes, incluidas las fuentes orales, imprescindibles.

c)  A través de los trabajos y recopilaciones audiovisuales de los últimos años, grabaciones y documentales de enorme interés. No así el cine español sobre este tema, que adolece de una superficialidad pasmosa, de un ridículo anecdotarismo y de un gran desconocimiento de lo que ocurrió. Una película certera sobre la autenticidad de la guerra civil no se plasmado todavía en España.  

      1) La huella de la memoria histórica se puede encontrar en algunas de las monografías territoriales (provinciales o locales) que se han publicado a partir de la restauración democrática, si bien con variada importancia o validez. Algunos de estos estudios se han basado en un repertorio de fuentes muy parcial y limitado, sobre todo los que se han atenido únicamente a los registros civiles. El resultado ha sido equivocado, porque esta fuente ya se ha revelado totalmente insuficiente para estudiar el genocidio franquista. 

    Un tercio o menos de las víctimas se reflejó en los registros civiles, tesis ya ampliamente demostrada. Para lograr un mapa fiable de la represión franquista en España es inexcusable la multiplicidad de fuentes, y por supuesto las fuentes orales y la memoria testimonial de los supervivientes. Los estudios que se atuvieron a esta última orientación, no muchos lamentablemente, sirven hoy como punta de lanza para el estudio del genocidio franquista.

      El mapa actual sobre la catástrofe humanitaria causada por el franquismo en España es todavía muy incompleto.[3] Aún así podemos ya anticipar que el franquismo asesinó en España a 100.000 personas durante la guerra y a 50.000 en la posguerra. A pesar de todo, queda mucho camino por recorrer para aproximarnos a la realidad del genocidio franquista. Tal avance en tan complicada empresa sin duda se verá favorecido por decisiones de altura, como el citado y sorprendente Auto del juez Garzón, así como por los trabajos infatigables de las Asociaciones para la Recuperación de la Memoria Histórica, como la de Aguilar, los diferentes Foros por la Memoria Histórica, los trabajos para la Exhumación de Fosas y otras iniciativas como la sevillana “Todos los Nombres”. Para poder culminar el contenido del memorial democrático español hay que promover mucho más los estudios provinciales y locales, por cuya vía es por donde más se está avanzando en el conocimiento del franquismo en las últimas décadas, muchísimo más que en los estudios generalistas. 

      2) También, tras la restauración democrática, otro de los arietes del gran avance en el conocimiento de las miserias del franquismo ha sido la proliferación de libros de memorias de los supervivientes. Por este camino se están vislumbrando las huellas más nítidas de la memoria histórica. Entre los últimos libros de memorias que me han impresionado se hallan los de Pablo Uriel, el P. Gumersindo de Estella, Tomasa Cuevas, J. M. Gallegos Rocafull, entre otros muchos.[4] En la misma provincia de Córdoba han surgido libros de memorias muy valiosos, que sería prolijo enumerar. Y en el todo el país la relación es amplia y valiosísima. Hoy día no se puede escribir sobre las cárceles franquistas, campos de concentración, trabajo esclavo, torturas, fusilamientos, guerrilla, exilio, etc., sin acudir a los datos de los libros de memorias de los testigos o supervivientes. Son fuente inexcusable para la reconstrucción fiable de los hechos, de unas posibilidades muy fructíferas, al contrario que las obras generalistas, un tanto repetitivas ya, tal vez por su exceso de análisis, retrasada actualización de los hechos y falta de renovación en sus perspectivas. Cabe excepción en los últimos estudios de los británicos Paul Preston y Helen Graham.[5] 

      3) Otra vía muy interesante hoy día para seguir las huellas de la memoria histórica es la proliferación reciente de documentales y trabajos audiovisuales.

      En Córdoba, un interesante y casi desconocido acopio de materiales de audio y de video es el “Archivo de los Hermanos López” (AHL), de Pozoblanco, actualmente en manos de Laura López. En los años ochenta y noventa reunieron gran número de grabaciones, de video y de audio, con muchas horas de entrevistas, que aportan una información valiosísima de tipo testimonial. En este archivo hallamos muchas referencias a los frentes de guerra por donde lucharon los republicanos cordobeses, sobre todo después de la batalla de Pozoblanco (marzo-abril, 1937):

      -Muchos cordobeses aportan sus testimonios, enrolados en la División de Maniobras de Extremadura (En la 73 Brigada Mixta, de Antonio Ortiz y el Batallón “Garcés”; en la 74 Brigada, del Batallón “Villafranca” y “Milicias Andaluzas”; o en la 86 Brigada, del italiano Aldo Morandi, cuyo libro de memorias En nombre de la libertad es una aportación inestimable sobre Córdoba).

      -Otros cordobeses aparecen en su marcha como voluntarios para la defensa de Madrid y se integraron en el 5º Regimiento (Por ejemplo, el batallón “José Díaz”, en el que iban muchos milicianos de Hinojosa del Duque). El citado Regimiento se transformó luego en la 11 División, de Enrique Líster, y en la 46, de El Campesino. Dieron su vida estos cordobeses por los frentes de Levante, Teruel, Belchite, la batalla del Ebro, etc.

      -Se recogen testimonios de otros soldados republicanos cordobeses de reemplazo, llamados por su quinta en los años 1937 y 1938, hacia los frentes de Madrid y otros lugares.

      -En la batalla final, la del 5 de enero de 1939 en tierras de Córdoba, actuaron muchos cordobeses, enrolados en la “Columna F” (la de Bartolomé Fernández, de Pozoblanco).

      -Por último, en el frente de Córdoba hubo siempre gran número de cordobeses, tanto de la Campiña como de la Sierra, en una lucha de desgaste cruenta y terrible.

      -El último capítulo de la desgracia, con muchos testigos cordobeses de por medio, fue el del exilio, los campos de concentración francesas, las redadas de los nazis, el infierno de los campos de exterminio o la huida de Europa. Bastantes testimonios recogidos plasman estas tragedias. 

      Entre los testimonios recogidos por los Hermanos López, me llamó la atención el de Juan Muñoz Frías, de Comares (Málaga). En varias ocasiones he afirmado que en julio de 1936, mientras la clase ociosa (el cuartel, el casino y la sacristía) se dedicaba a conspirar, el pueblo llano se ocupaba en las labores de la recolección, de sol a sol. El citado testigo declaraba al respecto: “Yo me hice un hombrecito, con 15 ó 16 años, ayudando a mi padre para levantar cabeza y poder vivir un poco mejor, pero llegó aquella maldita guerra, aquel terremoto que ensangrentó nuestra patria y, a partir de ahí, una nueva vida empezó para mí… Cuando estalló la guerra el 18 de julio de 1936 nos cogió a mi padre y a mí en época de siega… Estábamos allí segando… Y allí fue donde nos cogió la guerra… Entonces, sin cobrar nada… cogimos el camino de Comares y nos vinimos”.[6]

      En la misma fuente encontramos el testimonio del miedo, en Carmen Ruiz, hermana de un luchador de Pozoblanco, Juan Ruiz Castilla “Carrete”: “… Cartas suyas teníamos muchas, pero qué dolor, no conservamos ninguna, tuvimos que quemarlas todas… por el miedo que teníamos y las desgracias que nos sucedieron a partir de 1945 con los sucesos de la guerrilla”.[7]

      El AHL recoge un “Diario de guerra” inédito del combatiente republicano Antonio Alcalde Rodríguez, de Dos Torres, el cual cruzó la frontera francesa el 9 de febrero de 1939. En sus páginas se refleja la negra realidad que algunos han querido edulcorar: “Verdaderamente el espectáculo que se presentó ante nosotros al acercarnos a la línea neutra que hay entre las dos fronteras, era alucinante. Había mujeres, niños, viejos y muchos heridos leves que no habían podido llegar a evacuarlos. Todos lloraban, jóvenes y viejos… Había quienes no tenían nada de comer y protestaban enérgicamente, pero los negros no nos comprendían y no hacían caso ninguno…”.[8]

      El 12 de septiembre de 2007 colaboré en el AHL, por encargo de Fernando López, y me trasladé a Añora, donde entrevisté largamente a José Caballero, un cordobés ex luchador de la resistencia francesa. Formó parte del grupo de 56 maquis españoles, la llamada “Sección Ebro”, que escribieron una página heroica en el lugar “Plateau de Glières” (Alta Savoya), donde resistieron con gran habilidad ante los nazis, en marzo de 1944. Un grupo de cinco, al mando de José Caballero (más los hermanos Angel, Leonardo y Enrique Fernández, de El Guijo, y Demetrio Fernández, de Villanueva de Córdoba), fueron los últimos en resistir en la posición, totalmente rodeados de alemanes, hasta que una noche lograron escapar ilesos. El ya desaparecido Eduardo Pons Prades se hizo eco de estos sucesos en una de sus obras sobre los exiliados españoles.[9]     

      Un buen número de documentales recientes han aportado rastreos de memoria histórica muy ilustradores. Lamentablemente el fenómeno ha surgido muy tardío, porque ha sido muy difícil que los periodistas y los cineastas se interesaran por los temas de la guerra civil y la represión franquista. Menos mal que el tema “estrella” de las exhumaciones de fosas despertó, por fin, el interés de la prensa y de la cinematografía. Una iniciativa importante ha sido la agrupación de 13 documentales en un pack, y puestos así a la venta[10]. La aportación de estos documentales a la recuperación de la memoria histórica ha sido extraordinaria.

      En el documental Santa Cruz… por ejemplo,[11]se visualiza la exhumación de 9 asesinados en Santa Cruz de la Salceda (Burgos), con un entramado de testimonios de los familiares de sumo interés, de los que entresacamos algunas declaraciones como éstas:

      “… Los detenían guardias civiles y falangistas… Los de derechas del pueblo hacían la lista y llamaban a los del pueblo vecino. Los de un pueblo iban a matar a otro… El cura, apodado ‘El Resinero’, llevaba el yugo y las flechas en el bonete. Y animaba el camión de la muerte y participaba en la elaboración de listas… Una joven tenía 15 años, la pelaron y la pasearon. Mataron a su hermano… Los niños ‘rojos’ no podíamos salir de casa, nos insultaban. A mí, de niña, me han llamado: ‘roja, vete a Rusia’. No los perdono… No se podía hablar nada entonces. Había mucho miedo. No dejaban a nadie ni respirar. Me he criado en una situación de miedo, pero ya lo he superado. Los nietos ya no tenemos miedo…”

      En este documental se revela que en la comarca de Aranda de Duero, con 60 pequeños pueblos, se han detectado unas 32 fosas y unas 700 víctimas. Es curioso, como en el resto de España, que la mayoría de los familiares residen fuera del pueblo. La alcaldesa, del PP, preguntada qué le parecen las exhumaciones, responde azorada: “No nos parece oportuno remover cosas pasadas. Yo, hacia atrás, no miro”. Sin comentarios.

      En el documental Presos del silencio,[12] las entrevistas no tienen desperdicio:

      “… en el campo de concentración de Castuera, rodeado de alambradas, y con las ametralladoras por fuera, vinieron grupos de falangistas, sacaron a varios del pueblo, y de ellos nada más se supo… Teníamos que aprender el Cara al sol, y lo teníamos que cantar a todas horas, a la hora de formar, antes de comer, al levantarse… En Burgos, con el frío ya teníamos bastante. Con 12 grados bajo cero nos metían dos duchas frías, una los jueves y otra los domingos. Para dormir teníamos loseta y media. Aquello era un cementerio de hombres vivos. Sólo podía tirar adelante el que tenía a alguien que le pudiera arrimar algo… Son muchos años sin ver familia, sin ver a nadie. Unos salían trastornados de la cabeza. Otros, siempre con pena, porque les ha quedado grabado todo eso en el corazón…

“En el Canal de Dos Hermanas venían grupos de curas a confesar; todo a la fuerza, igual que la misa… Las mujeres de los presos era otro gran drama: señaladas por la calle, mal vistas, pasando hambre. A mi madre ya no le cabía más sufrimiento. Además del hambre, era la humillación. Las mujeres iban andando a ver a sus maridos. Se veían y hablaban a gritos, entre dos alambradas, con un pasillo de por medio. Me han echado de muchos sitios por ser ‘rojo’. No se podía hablar de nada. Había que callar. El miedo no se ha acabado todavía. Se murió Franco y ya pudimos salir como personas a la calle. El no hablar de una cosa, va borrando, va borrando…”. Y así se llega a la desmemoria.

      En el documental La mala muerte[13] se recoge otra exhumación, en este caso de 27 asesinados en Villaviudas (Palencia). En los diversos testimonios se puede escuchar lo siguiente:

      “Sin memoria no somos nada. Más que una guerra civil, fue una masacre de civiles. Al pueblo vino un fraile con los falangistas… Los mataron por envidias y malos quereres”. Esta última frase refleja una deformación en el sentir popular. Las familias, en su afán por buscar lógicas y justificaciones en una matanza absurda, han caído en el tópico de los “odios personales”, que no son la clave ni la raíz de la matanza. La raíz de la matanza fue por “motivos políticos”, en una represión programada. Los mataban porque no eran afectos al movimiento fascista, no por odios personales. 

      Por otra parte, el documental se hace eco de opiniones académicas interesantes: “En la transición, el proceso democrático lo hizo gente que tenía miedo, creyendo que, al no hablar de los pecados del franquismo, se iba a poder salir del franquismo”, lo cual, ciertamente, no ha ocurrido. Se afirma aquí que “Las dos Españas son, propiamente, las de la posguerra, la de los vencedores y la de los vencidos; no antes. En la posguerra ocurrió la gran división entre los españoles”. Se añade que “el miedo es un instrumento para el sometimiento”. Y termina el documental con una carta de un fusilado en sus últimos momentos: “Enseña a nuestros hijos a respetar mi memoria”.

      El documental La columna de los ocho mil[14] es una reconstrucción impresionante sobre la desgracia de personas inocentes y la barbarie fascista en Extremadura. Con entrevistas a supervivientes e historiadores se va reconstruyendo una de las grandes catástrofes humanitarias causadas por el golpe militar. Materia, sin duda, de un trágico guión cinematográfico.

      Una gran bolsa de gente quedó copada al Oeste de Badajoz. De la capital huía la gente por la orilla de Portugal, y otros subían desde Huelva y de Sevilla. Se formó una gran aglomeración en torno a Fregenal de la Sierra y Jerez de los Caballeros, a finales de agosto de 1936, aterrorizados por las matanzas franquistas.

      Por entonces vieron pasar, camino de Madrid, a un gran número de mineros de Huelva, que huían de Río Tinto (la llamada “Columna Espartaco”); eran anarquistas, sobre todo. Unos 2.000. Por el camino se les fue agregando gente de los pueblos, de modo que se llamó “Columna Andalucía-Extremadura”.

      Mientras tanto, entre agosto y septiembre, unos miles de extremeños pasaron a Portugal, pero el régimen fascista de allí los devolvió, salvo un grupo de 1.400 personas, a las que protegió el teniente Seixas, portugués, y consiguió enviarlas, sanas y salvas, en un barco hacia Tarragona.

      A comienzos de septiembre, la aglomeración de Fregenal era desbordante. Los dirigentes socialistas se reunieron en Valencia del Ventoso (los alcaldes de Zafra, de Fuente de Cantos, el diputado Sosa Hormigos y otros), y acordaron poner en marcha la gran expedición hacia la zona republicana, en dirección a Azuaga, para lo que tenían que cruzar la carretera general (vía de La Plata), en poder de los golpistas.

      Salieron el 15 de septiembre. Se habían sumado más mineros de Río Tinto, y mucha gente de todo el Oeste extremeño, hombres, mujeres, niños, familias enteras, con bestias y enseres. Andando, de día y de noche, sin agua. En vanguardia iban algunos milicianos con escopetas. Los golpistas los detectaron pronto. Una avioneta enemiga los sobrevoló. Iban unas 8.000 personas, con el afán de salir de aquel encierro.

      Queipo de Llano, aun sabiendo que era una masa de civiles desarmados, les preparó el ataque, con una fuerza de 500 hombres armados (soldados, guardias civiles y falangistas). Ocurrió cuando la masa pasaba por la ladera del cerro Alcornocosa, entre Fuente del Arco y Llerena. Les dispararon a discreción. Fue una masacre: más de 1.000 muertos. Las colinas empezaron a arder. La columna se rompió: unos corrieron hacia delante, y parte llegaron a la zona republicana. Otros corrieron para atrás. Otros se dispersaron por las lomas, llevando vida fugitiva, ocultos de día, y caminando de noche. La mayoría quedaron prisioneros.

      El capitán Tasara, franquista, engañó a un grupo, haciéndose pasar por republicano, aparentando venir en ayuda. Así los llevó a Fuente del Arco, unos 2.000, y desde allí, ya presos, en un tren hasta Llerena. Aquí, con estos y otros, llenaron la plaza de toros y la llamada Maltería.

      Llenaron un camión y los llevaron a fusilar a Zafra. A otros los llevaron al barco-prisión de Sevilla, y de ellos nunca más se supo. Al resto los fueron fusilando, todas las madrugadas, en el cementerio de Llerena, con ametralladoras. Nunca se les inscribió en el Registro Civil. El verdugo de Llerena fue el comandante Gómez Cobián, un carlista militar, a las órdenes de Queipo de Llano. Miguel Hernández escribió sobre esta gran tragedia en una de sus prosas de guerra. Una superviviente declara así en el documental: “Las pasamos canutas. No sé cómo estoy viva. Sueño muchas veces con esto todavía. Había un miedo muy grande”.

     Otro documental, Una inmensa prisión,[15] rastrea nuevos aspectos de las cárceles franquistas y aporta afirmaciones importantes para el conocimiento del régimen franquista:

      “Cualquier enfermedad que afecte a la memoria de la persona, eso supone la disolución de la personalidad. Romper la memoria es romper el alma humana”.

      En el homenaje a los fusilados por el franquismo en el cementerio del Este, en Madrid (2-5-2004), se calificó de genocidio la represión franquista. En 1941, el franquismo dio un decreto que prohibía seguir en prisión a los niños mayores de 3 años. Se hacía cargo de ellos la red de Auxilio Social, los educaban en valores opuestos a las ideas de sus padres.

Les podían cambiar de nombre y entregarlos en adopción, sin saberlo sus padres. Por otra parte, había todo un paisaje de cárceles de mujeres: Ventas (en Madrid, con 10.000 presas), Santander, Saturrarán, Amorebieta, Málaga, Segovia…

Entre las peores prisiones de hombres estaban: el Puerto de Santa María y el Penal de Chinchilla. Aquí moría la gente a montones. Todos los presos de España dormían en el suelo, y las torturas eran generalizadas.

      Entre las afirmaciones de los entrevistados, nos han llamado la atención las siguientes: “El terror existe todavía hoy, sobre todo en los pueblos… Todo se llenó de tribunales militares, por todas partes. Disfrutaban torturando y fusilando. Humillaban, odiaban, reprimían a placer. Eran interrogatorios sin piedad… La represión fue despiadada hasta la amnistía de 1977… A la prisión de Burgos la llamaban ‘La Universidad de Moscú’. Había allí 500 hombres preparadísimos políticamente. Mantenían los ideales y la moral. Daban clases a los que menos sabían… Para las mujeres todo fue mucho peor. A las cárceles de hombres llegaban ciertas ayudas y materiales políticos de los partidos; pero a las cárceles de mujeres no llegaba nada. En 1949 hubo una huelga de hambre entre las presas de Segovia y apenas tuvo repercusión”.

      El problema del conocimiento histórico exacto del fenómeno de las Brigadas Internacionales da materia al documental España: última esperanza,[16] con sustanciosas entrevistas a 4 ex brigadistas austriacos (En la guerra civil hubo 1.400 austriacos, entre los más de 40.000 brigadistas). Eran socialistas o comunistas. Sus padres habían sido alcaldes o eran campesinos y habían sido víctimas del fascismo austriaco. Lo de España “fue nuestra guerra defensiva contra el fascismo”.

      En 1933, casi coetáneo con Alemania, se dio un golpe fascista en Austria, el Parlamento fue suspendido y prohibido el Partido Comunista. En febrero de 1934 se produjo un levantamiento obrero socialista, que fue aplastado. Fue prohibido entonces el Partido Socialdemócrata y los Sindicatos.

      Los brigadistas austriacos eran muchachos socialistas y comunistas, que ya se habían ejercitado en actividades clandestinas. Eran detenidos y sufrían represión. Cuando se enteraron de que en España estallaba otro golpe fascista, como en Austria, decidieron, cada uno por su cuenta, venir a España, incluso sin el permiso de sus padres: “España era la última esperanza contra el fascismo”.

      Se batieron en muchos frentes españoles. Sufrieron mucho en Teruel, a 20 grados bajo cero. Cuando la retirada de las Brigadas Internacionales, los que eran de países ocupados (Austria, Checoslovaquia, Hungría,…), no se pudieron marchar. Volvieron a luchar en Cataluña, sufrieron los campos de concentración (los de Franco y los de Francia) y acabaron muchos en los campos nazis. Entre los testimonios de estos cuatro brigadistas del documental, subrayamos: “Al final de la guerra de España ya sólo luchábamos contra italianos… Cuando llegamos a Francia no nos esperábamos esa humillación que sufrimos. La Francia oficial nos recibió con gritos y golpes. Fueron muy brutales. Rompían las maletas con las bayonetas y robaban lo que querían… ¡Nos encerraron contra todo el Derecho Internacional!... Las prisiones son la Universidad del movimiento obrero” (En el campo de Gours se fundó una Escuela Popular).

      El documental Muerte en el Valle[17] rescata una aplicación de la “ley de fugas” en la España represiva de 1948. Aquí, la labor de recuperación de memoria histórica se halla en su más pura expresión. Un enlace de la guerrilla, Francisco Redondo, de la aldea El Valle (León), cerca de Bembibre, fue liquidado por la Guardia Civil en 1948. Su nieta, Christina Hardt, nacida en Nueva York, decide un día viajar a El Valle, para esclarecer el asesinato de su abuelo:

      “Nadie ha hablado nunca de estas cosas en casa, hasta hoy… Mi abuelo había muerto, pero nadie me daba explicación. Tenía 16 años, cuando mi abuela, por fin, me contó algo de lo sucedido… Me habló de unos fugitivos a los que habían escondido, y alguien los traicionó. Y me dije: Quiero que todo el mundo se entere de esto”.

      Eran guerrilleros del grupo del célebre Girón, que estuvieron dos meses escondidos en la casa del abuelo, en 1948. Alguien delató, y una noche la Guardia Civil cercó la casa y la incendió, pero los maquis escaparon. A la mañana siguiente volvió la Guardia Civil a detener al matrimonio, y los llevaron detenidos a Bembibre, al igual que otro enlace llamado Florentino. Durante 6 días les pegaron mucho, al cabo de los cuales sacaron a los dos hombres de noche y les aplicaron la “ley de fugas”. Dejaron los cadáveres en la puerta del cementerio. La madre de Francisco fue a reconocerlo (la bisabuela Lucrecia), con su nieta de 9 años (la madre de Christina).

      Christina empezó el rodaje y no logró que la bisabuela Lucrecia le contara nada, hasta que meses después, durante el mismo rodaje, Lucrecia murió en el más absoluto silencio. El hecho del rodaje dividió a la familia. Al tío Pablo le indignaba que Christina anduviera averiguando estas cosas. Otro de sus tíos la amenazó con romperle la cámara. Christina estaba a punto de abandonar su proyecto. Pero se armó de valor y logró dar, primero, con el delator, que fue la prima Rosario, la entrevistó y se lo echó en cara.

En segundo lugar, también dio con el asesino. Por un expediente del Gobierno Militar, averigua quién fue el guardia civil que mató a su abuelo, el guardia Ignacio Gil Perdigones. Se presentó en su domicilio, en una calle de León, y le preguntó en la cara qué fue lo que pasó con su abuelo. Al final del documental, en la familia de Christina se han producido unas tensiones enormes, y no tiene más opción que poner tierra de por medio y regresar a Nueva York, pero feliz por haber hecho justicia a la memoria de su abuelo. Toda una lección del valor actual de los nietos de las víctimas y de los terrores enfermizos de la generación que sufrió de lleno la represión franquista.

      Un documental impresionante, Los niños perdidos del franquismo[18], revela que esta dictadura incurrió en las mismas miserias respecto a la infancia que todos los regímenes totalitarios. Franco firmó la creación del “Gabinete de Investigaciones Psicológicas” (23-8-1938), para determinar las raíces biosíquicas del marxismo, y se nombró director al comandante y psiquiatra Vallejo Nájera. La tesis de Vallejo era que “el marxismo es una enfermedad”. Decía: “Podemos demostrar ahora que las teorías marxistas favorecen su asimilación por los deficientes mentales”

      Desfilan luego en entrevistas los supervivientes, niños y mujeres: “Nos quitaron todo. No teníamos nada para los niños…”. María Villanueva: “A mí la leche se me retiró, y la niña se puso mala y se murió. Y es que yo no comía, ¿cómo iba a alimentar a la niña?” Juana Doña: “Los niños se morían. Nos metieron en trenes de ganado, mujeres y niños. De Alicante a Madrid, siete días y siete noches encerrados. Ibamos con niños muertos. Lo que hicieron con nosotras y con los niños no tiene nombre. Había voluntad de exterminio, para que en el futuro no hubiera vengadores”.

      En Saturrarán murieron 32 niños en 15 días. En Madrid mandaba la Topete, María Topete Fernández. Mandó en Ventas; luego, en la prisión de Madres. Su ideal: separar a los hijos de las madres, y de las ideas de sus padres, para desarraigarlos. Separarlos del pensamiento político de los padres. Lo peor: que a los 3 años se llevaban a los niños, y las madres no los volvían a ver. Hoy día, muchas madres no saben qué fue de ellos.

      La fundadora de Auxilio Social, Mercedes Sanz Bachiller: “Yo no pretendía que fuesen franquistas, pero sí anticomunistas” (lo recalca con furor). En Auxilio Social, los niños recibían pan, pero a cambio de adoctrinamiento.

      Un “auxiliado” declara: “Yo me sé todos los himnos de Falange y de la Iglesia. Nos castigaban noches sin cenar. Me robaron todo: la infancia, la sociedad, la familia, las ideas de mis padres…”.

      La dictadura buscaba regenerar a los hijos de los “rojos”. Por Auxilio Social pasaron más de 10.000 hijos de presos y fusilados. Una especie de campo de concentración de niños. “Sabíamos que éramos culpables, pero no comprendíamos por qué… Cuando mi padre estaba en capilla para morir, a nosotras sus dos hijas nos pusieron a rezar”.

      En tiempos de la guerrilla, la Guardia Civil asaltó una casa, mataron a los guerrilleros y al dueño de la casa. A la mujer se la llevaron presa, y a los niños, a un colegio. De éstos, la madre no volvió a tener noticia, hasta que un día, en la cárcel de Ventas, la llaman a comunicar, y ve a su hijo mayor vestido de cura. Aquella madre no tenía consuelo: “¡Traidores! ¡Qué habéis hecho con mi hijo!”

      La hermana de Girón, el guerrillero leonés, dio a luz en la cárcel. Le quitaron el niño y nunca más supo de él.

      Episodio patético fue la caza y captura de “Niños de la Guerra”. Se creó una comisión de Falange, que iba a recoger niños por los países de acogida. Capturaron a muchos en Leningrado, y Hitler los entregó a Franco. En 1943 enviaron 21, sin saberlo sus padres. De uno, en Santander, se enteran los padres de la llegada, van allá, pero no se lo entregan, y lo mandan a Auxilio Social. Estaba prohibido el contacto con la familia, “porque no era adecuada para su educación”.

      Otra vez llegaron 180 niños a Madrid. Algunos padres lo supieron, pero otros muchos ni siquiera se enteraron, porque había orden de no avisar. Se llegaron a realizar raptos en el extranjero y se les entregó a familias adoptivas. En 1941 salió un decreto por el que se podía cambiar de nombre a los niños repatriados, con lo cual se producían identidades falsas. A la niña de un capitán republicano fusilado en Valencia, y huérfana de madre, se la trajeron a la Inclusa de Madrid, y llegó a tener cuatro adopciones en cuatro años, todas con cuatro nombres diferentes.

      Por último, fuera ya de la citada colección “Imágenes contra el olvido”, nos hacemos eco de otro documental, Las fosas del silencio, salido de la televisión catalana. Comienza su rastreo memorístico con datos sobre la matanza de Zafra (Badajoz), donde entró el comandante Castejón con su columna, y los moros a culatazos con la gente. El día que entraron asesinaron a 42 personas (Castejón tiene un monumento en Zafra). Hicieron una lista, los detuvieron y se los llevaron a retaguardia de la columna, por la carretera de Los Santos de Maimona. De trecho en trecho iban fusilando por decenas. La última fue la maestra doña Juana, junto con su marido. En los días siguientes fueron cayendo víctimas en Zafra, hasta un total de 200. “Mi madre sufrió mucho. La pelaron, le dieron aceite de ricino… Los delatores eran los propios vecinos y la gente de derechas”. Destacó en los crímenes el guardia civil José Hernández Mancera.

      Aparecen luego relatos del campo de concentración de Castuera, por donde pasaron unos 10.000 presos: “Aquí han sido peores que los alemanes. Sacaban gente y nada más se supo de ellos. Tres jóvenes falangistas sacaron al alcalde de Zafra y lo mataron… A mi madre, de nombre Matilde, la mataron en Castuera en las primeras semanas de la victoria, después de violarla. Su delito: haberse casado con un socialista de origen andaluz. Quedamos tres niñas enlutadas.  Sobre mi madre se impuso una losa de silencio”.   

      Afirma José María Lama que “la victoria real de Franco fue el silencio, y el silencio condujo a la desmemoria”.

      El documental ilustra ampliamente sobre la campaña final en Lérida, de lo que se sabía muy poco. Entró por allí a sangre y fuego el general Antonio Sagardía Ramos, que tiene un monumento en La Lora, entre Burgos y Santander. Era general retirado cuando empezó la guerra, un tipo largo, estirado. Su 62 División hizo estragos por el Norte. En Sort puso su cuartel general. La carretera entre Sort y La Bonaigua está salpicada de fosas comunes:

      -En el cementerio de Montardi, 19 víctimas.

      -En la fosa de La Molina, cerca de Rialp, 11 víctimas.

      -En la fosa de Prat de Gori, 6 víctimas.

      -En la fosa del Caragol, 7 víctimas.

      -En la fosa del Hostal de Aidí, 9 víctimas.

      -En la fosa del Prat del Rector, 1 víctima.

      -En la fosa de La Borda Daspá, 9 víctimas.

      -En Unarre mataron 9 personas, entre ellas, una mujer. “Los llevaron a declarar a Esterri. Un cura fue a confesarlos, y se marchó sin ayudarlos. Los mataron soldados. No se sabe dónde los enterraron. Los denunciantes fueron gente de derechas del pueblo”.

      En Rialp se hizo otra matanza. Formaron una hilera de detenidos. Los llevaban por la calle. Alguna persona influyente intercedió por alguien, y el general Sagardía, en un gesto insólito, dijo: “Bueno, los de la UGT, que se salven, pero los de la CNT, que los fusilen a todos”. 

    “En los Valles de Aneu se fusilaba sin juicio. Hay fosas comunes por todo el Pallars Sobirá. La gente, aún hoy, apenas habla de esto. En Piedrafita de Babia (León), en una fosa en descampado, hay 37 cadáveres. Mataron a dos hermanos, y la madre perdió la razón. Habían vuelto del frente de Asturias, el primero de noviembre de 1937. Los enterraron mal, y se veían restos sacados por los perros. Y decía el cura: ‘Mira si serán malos que ni la tierra los quiere’”.

      Con este proceder de las fosas anónimas, el franquismo buscaba borrar la huella de sus crímenes y hacía imposible que los familiares tuvieran un lugar para recordar.

      Los testigos se preguntan: “¿Para qué ha servido esto? ¿Qué hemos avanzado por matar a estas personas?... Buscaban exterminar para gobernar indefinidamente, sin oposición… Nadie dice que hay que olvidar Auswicht o que hay que olvidar ‘el tren de la muerte’, o que hay que olvidar lo de Pinochet… Sin embargo, en España hay que olvidar todo, olvidar a los familiares, no sé por qué… hasta les parecen mal las exhumaciones… Aquella marginación que te imponía la gente franquista… Tenías que callar… Ni siquiera podías ponerte luto… Los mataban y no les decían dónde, para que no pudieran llevar flores…”

 

      Con estos retazos de huellas de la memoria del sufrimiento de los demócratas hemos logrado diseñar un cuadro de algunos aspectos represivos de la guerra civil, bajo el dominio del golpe militar o de la dictadura. En los últimos años, dos docenas de documentales han hecho avanzar la recuperación de la memoria histórica mucho más que los trabajos academicistas convencionales. Para el final, nos quedamos con dos citas. Una, del documental Espejo rojo:

      “El exterminio de la memoria entra dentro del proyecto represivo… El silencio es también un objetivo represivo”.

Y otra cita de Las fosas del silencio:

      “La victoria real de Franco fue el silencio. Y el silencio condujo a la desmemoria”.



[1] Sobre esta Ley pronunció una ilustradora conferencia el jurista Carlos Jiménez Villarejo en Rute, el 23 de febrero de 2008, en un ciclo de memoria histórica en el que yo mismo participé.

[2] El texto del auto ha sido difundido por la Cátedra de la Memoria Histórica que preside Julio Aróstegui en la Universidad Complutense de Madrid.

[3] Un mapa sobre las matanzas de la guerra civil fue confeccionado por mí bajo el título “Apéndice. Las cifras. Estado de la cuestión” en el libro conjunto Víctimas de la guerra civil, Temas de Hoy, Madrid, 1999, edición revisada de 2004. Ahí quedó en evidencia que la mitad de España no ha sido estudiada todavía, y que gran parte de lo ya estudiado es muy parcial media docena.

[4] Pablo Uriel, Mi guerra civil, edición del autor, Valencia, 1988; e incompleto. Se puede afirmar que provincias bien estudiadas hasta hoy, sólo hay Gumersindo de Estella, Fusilados en Zaragoza, 1936-1939. Tres años de asistencia espiritual a los reos, Mira Editores, Zaragoza, 2003; Tomasa Cuevas, Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas, Instituto de Estudios Altoaragoneses, Huesca, 2004; José M. Gallegos Rocafull, La pequeña grey. Testimonio religioso sobre la guerra civil española, Península, Península, Barcelona, 2007.

[5] Paul Preston, El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco, Ediciones B, Barcelona, 2008; Helen Graham, El PSOE en la guerra civil. Poder, crisis y derrota (1936-1939), Debate, Barcelona, 2005; Breve historia de la guerra civil, Espasa Calpe, Madrid, 2006; La República española en guerra 1936-1939, Debate, Barcelona, 2006.

 

[6] Laura López Romero y Fernando López López, Memorias del exilio en la comarca de Los Pedroches, inédito, pp. 70-71, de próxima publicación por el Ayuntamiento de Pozoblanco.

[7] Ibidem, p. 112.

[8] Ibidem, pp. 181-182.

[9] Eduardo Pons Prades, Republicanos españoles en la segunda guerra mundial, La Esfera de los Libros, Madrid, 2003, p. 270.

[10] www.imagenescontraelolvido.com

[11] Günter Schwaiger y Hermann Peseckas, España-Austria, 2005, 65 min.

[12] Mariano Agudo y Eduardo Montero, España, 2004, 58 min.

[13] José Manuel Martín y Fidel Cordero, España, 2003-2004, 100 min.

[14] Angel Hernández García, Antonio Navarro, Fernando Ramos y  Francisco Freire, España, 2005, 66 min.

[15] Carlos Ceacero y Guillermo Carnero Rosell, España, 2005, 47 min.

[16] Karin Helml, Hermann Peseckas, Austria, 2006, 83 min.

[17] Christina Hardt, USA, 1996, 50 min.

[18] Montse Armengou y Ricard Belis, España, 2002, 94 min.