REIVINDICACIÓN DE PEDRO GARFIAS,
VOZ EN MÉXICO, MUDO EN ESPAÑA
Cuando
los dictadores consiguen hacer callar a los poetas
(Conferencia
pronunciada en Andújar, en un Congreso sobre el Exilio Republicano Español.- Octubre de 1999)
Por Francisco Moreno Gómez
1.
Introducción
Muchos poetas abandonaron España en 1939,
pero ninguno como Garfias supo convertirse en intérprete del dolor colectivo de
los exiliados. León Felipe habló del destierro y de la dictadura, pero en el
marco del laboratorio interno de su obra, y de una manera un tanto retórica y
distante. Además, él ya vivía en América antes de la guerra. Emilio Prados y
Luis Cernuda se centraron casi exclusivamente en su propia intimidad. Guillén
se alejó a sus aulas universitarias. Sólo a Garfias se le vio paseando el dolor
del exilio por las ciudades de México. Sólo Garfias salió a las plazas, a las
tertulias, a llorar poética-mente por sí y por sus compatriotas. Sólo Garfias
estaba disponible para los diversos actos emblemáticos del exilio,
conmemoraciones, eventos y celebraciones de la nostalgia.
Garfias supo hallar como nadie, tal vez
mejor que Alberti, la quintaesencia y estilización poética del drama del
destierro, la soledad y el desarraigo. Alberti, poeta vitalista y optimista por
naturaleza, nunca fue un poeta del desarraigo o de la soledad, sino más bien un
poeta cosmopolita. El poeta de la derrota y de la soledad fue Garfias. En
cuanto a la voz, sí: Alberti se puede considerar la voz del exilio en el mundo,
desde occidente hasta oriente, mientras que Garfias ejerció de rapsoda en
México.
La popularidad que Garfias había
adquirido en los frentes de batalla, se acrecentó al salir de España, en el
mismo trayecto hacia México. Y en este país fue conocido y admirado por todos
los desterrados. Todos los españoles que vivieron allá recuerdan al poeta y
todos lo sintieron como el heraldo e intérprete de la desgracia colectiva,
todos lo escucharon, todos saben de sus anécdotas, todos lo vieron deambular
perdido, solitario y bohemio. No se encerró Garfías en su torre de marfil. No
había celebración o conmemoración de la colonia exiliada donde no apareciera
Garfias con sus versos, con su voz tonante y con su figura quijotesca y
dolorida.
El segundo aspecto muy importante del
exilio de Garfias fue su alto grado de inserción en la sociedad mejicana,
lógicamente en los círculos literarios y entre la gente de letras de aquel
país. Nuestro poeta sigue siendo hoy admirado y recordado por numerosos
intelectuales de allá, le han rendido multitud de homenajes y, al contrario de
lo que ocurre en España, no lo olvidan en continuas referencias en letra
impresa. Garfias supo deleitar a los mejicanos con el enorme caudal de su
cultura literaria, de su técnica poética que arranca de los años del
vanguardismo, de su amplio conocimiento de los clásicos españoles, y además: su
insólita erudición en el arte del toreo y en el cante flamenco. En México, aún
hoy, se habla y no se acaba de los recitales y tertulias de Pedro Garfias.
2. Garfias, voz del
exilio ante los propios españoles
Garfias, como un Moisés laico acompañando
a su pueblo en la bíblica expulsión de Egipto, salió de España expresando en
versos, para sí y para los suyos, la desgracia de la derrota y de la pérdida de
la patria, como en este romance heroico, “Cruzando la frontera”, muy poco
conocido ni de la crítica ni del público, que debería hallarse en todas las
antologías:
España de tiniebla y de amapola
cómo
estos verdes frágiles
pueden
fingirte ante mis ojos duros
que
vienen deslumbrados de mirarte.
El
corazón me pesa como un monte,
mis
pasos se retardan esperándote,
tiro
de ti como un barquero tira
de
su barca a la orilla de los mares.
El
mundo se entreabre a mi camino;
dicen
que el mundo es grande...
Pero
había tantos mundos todavía
que
descubrir entre tus besos, Madre.
Otra cancioncilla de Garfias se convirtió
en himno de los españoles que cruzaban la frontera y se cantó mucho en México,
con este estribillo: “Somos los españoles, / venimos de luchar / por España, /
por nuestra independencia, / por nuestra libertad / ...”
Pedro Garfias, como un rapsoda homérico, bramando poemas ante los soldados, según la ilustración de Martínez de León, en el libro "Héroes del Sur", Barcelona, 1938.
Pero el gran logro de Garfias en el
exilio fue su libro Primavera en Eaton
Hastings, cima de su arte y de la literatura del destierro. Lo compuso en
abril de 1939, durante su breve estancia en esa aldea inglesa (1), a orillas
del Támesis, acogido por el Lord Faringdon. Fueron días de quietud total
después de la vorágine de la batalla. Garfias supo elevarse a la máxima
estilización de la experiencia de la guerra y de la añoranza del país perdido,
en un poemario, a la vez bucólico y elegíaco; un moderno tratamiento del tema
clásico del “locus amoenus”, que nos recuerda la Canción III de Garcilaso
desterrado en el Danubio. La contemplación del paisaje presente le lleva a la
nostalgia del paisaje perdido. Cuando Dámaso Alonso conoció este libro en su
viaje a México en 1949, quedó conmovido, según sus propias palabras (2), y
calificó la obra como el mejor poemario del exilio español. Lamentablemente, la
crítica española no ha profundizado en esa valoración y ha preferido la vía del
olvido.
El comienzo de Primavera... nos trae también ecos de Fr. Luis de León:
Porque te siento lejos y tu ausencia
habita
mis desiertas soledades
qué
profunda esta tarde derramada
sobre
los verdes campos inmortales.
Ya
el Invierno dejó su piel antigua
en
las ramas recientes de los árboles
y
avanza a saltos cortos por el prado
la
Primavera de delgado talle.
Por
el silencio de pendiente lenta
rueda
la brisa en tácito oleaje
y
apunta la violeta su murmullo
al
pie del roble y de la encina grave.
.....................................................
Pulsan
las finas cuerdas del silencio
tus
voces y los pájaros locuaces;
el
cielo en plenitud abre sus venas
de
calurosa y colorada sangre
¡y
alza mi corazón su pesadumbre
como
un nido de sombras un gigante!
Y en medio de ese “locus amoenus”, el
poeta estalla en lamentos desconsolados, cuando viene a su mente toda la
desgracia que ha ocurrido en España:
Ahora
Ahora
sí que voy a llorar sobre esta gran roca sentado
la
cabeza en la bruma y los pies en el agua
y
el cigarrillo apagado entre los dedos...
Ahora
ahora
sí que voy a vaciaros ojos míos, corazón mío,
abrir
vuestras espitas lentas y vaciaros
sin
peligro de inundaciones.
.................................................
Lo idílico y lo elegíaco se va alternando
a lo largo del gran poemario: “... yo he de seguir gritando / mi llanto de becerro que ha perdido a su
madre”.
Pedro Garfias, en la mesa presidencial del acto de conmemoración del 14 de abril (1944), en Tampico, cuyo alcalde se sienta al centro, al lado del general Miaja. Abrazadas, las banderas de México y de la República española.
No sólo escribió Garfias el mejor libro
poético del exilio, sino también el poema emblemático del exilio. Un poema que
durante 40 años recitaron los exiliados en todos sus encuentros y
celebraciones, que todos aprendieron de memoria e hizo derramar infinidad de
lágrimas. Fue el inmortal poema “Entre España y México”, que Garfias creó a
bordo del buque “Sinaia”, surcando ya el Caribe, en aquella gran expedición de
1.800 españoles, que partieron de Francia el 25 de mayo de 1939 y arribaron a
Veracruz el 13 de junio. La expedición más significativa del exilio, en la que
iban Manuel Andújar, Juan Rejano y otros hombres de gran relieve. Garfias, una
vez más, fue el profeta, el hombre de la colina, el intérprete poético del
dolor y de las esperanzas colectivas con estos versos antológicos:
Qué hilo tan fino, qué delgado junco
-de
acero fiel- nos une y nos separa
con
España presente en el recuerdo,
con
México presente en la esperanza.
Repite
el mar sus cóncavos azules,
repite
el cielo sus tranquilas aguas
y
entre el mar y el cielo ensayan vuelos
de
análoga ambición, nuestras miradas.
España que perdimos, no nos pierdas;
guárdanos
en tu frente derrumbada,
conserva
a tu costado el hueco vivo
de
nuestra ausencia amarga
que
un día volveremos, más veloces,
sobre
la densa y poderosa espalda
de
este mar, con los brazos ondeantes
y
el latido del mar en la garganta.
...................................
pueblo
libre de México:
como
otro tiempo por la mar salada
te
va un río español de sangre roja,
de
generosa sangre desbordada.
Pero
eres tú esta vez quien nos conquistas,
y
para siempre, ¡oh vieja y nueva España! (3)
Tan emblemático ha sido este poema para
el exilio que en el monumento que hoy se levanta en Veracruz a los refugiados
españoles se hallan esculpidos estos versos de Garfias (4).
Ya en esta travesía del “Sinaia”, Garfias
se convirtió en el referente lírico de la expedición. En la primera velada que
se celebró a bordo, en la isla de Madeira, el domingo 28 de mayo, ya consta en
el periódico que se cerró con “un magnífico recital de Pedro Garfias, cuyos
temas están inspirados en nuestra guerra de Independencia”. Luego, fue el único
escritor del que hizo una semblanza el periódico de a bordo (5), redactado por
Manuel Andújar, según me confesó él mismo en 1984. La noche del 12 de junio fue
la última de la travesía, y tuvo lugar un festival como homenaje a México, del
que anotamos la siguiente reseña: “A continuación Pedro Garfias nos deleitó
diciendo con su elocuente energía varias composiciones poéticas acogidas con
vivos aplausos por los asistentes”. Allí Garfias recitó por primera vez su
poema “Entre España y México”. El día 13 de junio desembarcaron en Veracruz,
recibidos por Juan Negrín y autoridades y sindicatos mejicanos. El recibimiento
se transformó en manifestación hasta el Ayuntamiento de Veracruz. Desde el balcón,
nuevos discursos y nuevo recital de Pedro Garfias, que estrenó entonces su
poema “Dedicatoria de un álbum”, en homenaje a Cárdenas:
“Atrás quedaba España, con su sombra y su
miedo; / Francia con su vergüenza... enfrente estaba México.../”.
Así pues, desde la misma travesía en el “Sinaia”, Garfias quedó ya consagrado como el poeta de los exiliados en México.
Recepción en la Embajada de Ecuador en México DF al torero "Manolete", y a don Antonio Jaén, el 17 de enero de 1946. De izq. a dche., Pedro Garfias, Antonio Jaén, Adolfo Sánchez Vázquez, "Manolete", Orencio Muñoz, Juan Rejano, Iglesias del Portal, Francisco Azorín y Fernando Vázquez Ocaña.
Se inició luego la gran noche del exilio,
las esperanzas rotas y la soledad interminable. Garfias no se apartó ni se recluyó
en sí mismo, sino que fue diseñando su obra inmersa en la trayectoria común de
los suyos. En los 4 primeros años de estancia en el Distrito Federal publicó
tres obras: en abril de 1941, Primavera
en Eaton Hastings; en noviembre del mismo año, Poesías de la guerra española (recopilación de toda su obra de
guerra), y en mayo de 1943, el folleto Elegía
a la presa de Dnieprostroi, sumándose a otras obras similares de Pablo
Neruda, Alberti, Rejano y otros, con motivo de la resistencia soviética a los
nazis.
El nombre de Garfias lo encontramos
también en estos primeros años, junto a los principales nombres del exilio,
firmando los manifiestos que demandaba el momento histórico. Su firma aparece,
por ejemplo, en octubre de 1941, en un manifiesto de España Popular titulado: “Los intelectuales españoles de México
saludan a sus colegas de la URSS e Inglaterra”. En abril de 1943, aparece en el
mismo periódico, junto a 120 intelectuales, en el manifiesto “Nuestros
intelectuales envían un mensaje a la Unión Soviética”, felicitándose por las
primeras victorias contra los nazis. En
agosto de 1943, Garfias consta también en la “Adhesión de los intelectuales españoles
de México a la Gran Convención de Solidaridad con el pueblo español”, oprimido
por Franco y la Falange; Convención que se celebró en el Teatro Iris de México,
con 509 delegados. En el verano del
mismo año, participó en el banquete de despedida a Pablo Neruda, recién cesado
como cónsul de Chile en México, cargo que ocupaba desde 1940. Y en abril de 1944, por no citar más
ejemplos, la firma de Garfias aparece en una “Adhesión a la Junta Suprema de
Unión Nacional”, nueva versión de Frente Popular que no logró cuajar como
oposición al franquismo.
Conferencia de Pedro Garfias en México DF, en 1952. A su lado, dibujo del poeta Juan Rejano (Puente Genil, Córdoba), gran protector de Garfias (óleo de Miguel Prieto), según "España y la Paz", México DF, núm. 14, 15-6-1952.
También el poeta está presente en las
primeras revistas y periódicos que la colonia exiliada edita en México.
Primero, en España Peregrina, de José
Bergamín, José Carner y Juan Larrea, de 1940. En el núm. 5 se publica el poema
“Entre España y México”. En la revista Romance,
de Juan Rejano, que abarca 1940-1941, Garfias publica en los núms. 7 y 15. En el periódico España Popular, de José Renau y Jesús Izcaray, que comprende
1940-1942, publica el soneto “A Mr. Chamberlain” y se anuncia su poemario sobre
la guerra. En 1944, la revista Cuadernos Americanos, de Jesús Silva y
Juan Larrea, preparó, en su núm. 5, una antología de todos los poetas del 27 en
el exilio, Garfias entre ellos, que participó con 4 poemas, enviados desde
Monterrey. Esta antología, muy poco tenida en cuenta por la crítica, compensó a
Garfias de las malicias de Gerardo Diego en la suya de 1932 y 1934.
Por otra parte, no hubo celebración de la
colonia exiliada donde la voz de Garfias no estuviera presente. Sobre todo, en
la creación de Casas Regionales. En tres de ellas, el poeta no faltó nunca: la
Casa de Andalucía, debido a su origen; la Casa de Asturias, en la que se le
consideró siempre hijo adoptivo, por su poema “Asturias”; y en la Peña Los
Cuatro Gatos, de los madrileños, por sus poemas a la defensa de Madrid.
El 10 de mayo de 1942 se celebró en el
parque Torino de México una romería de los asturianos, para recaudar fondos en
favor de las familias que sufren en los campos de concentración de Francia, en
el desierto del Sahara y en el Norte de África. La crónica del evento señala,
entre los que contribuyeron al éxito de la fiesta: “el inspirado vate andaluz,
‘asturiano honorario’ por derecho propio, Pedro Garfias” (6).
El 4 de julio de 1942 se constituyó el
Centro Andaluz en el Distrito Federal. Entre los participantes en el acto,
intelectuales, políticos y artistas, allí estuvo Garfias (7).
Los exiliados españoles reciben jubilosos a la compañía española del "Bombero Torero" (en el centro. A su izquierda, el Dr. Antonio Navarro y Pedro Garfias. Obsequio que debo al Dr. Navarro, durante una entrevista en Madrid.
Entre los exiliados, se concedía siempre
especial importancia a las celebraciones del 14 de abril, día de la República
Española. A Garfias se le llamó siempre para que interviniera con un recital de
sus poemas. Sabemos que en 1943 fue invitado de honor en los actos del 14 de
abril en Puebla. En 1944, formó pareja con el general Miaja en la ciudad de
Tampico, con especial solemnidad y con participación de autoridades mejicanas.
En 1945, recitó versos en Monterrey. En 1953 fue el animador poético de esta
fiesta en la ciudad de Guadalajara, con un poema exclusivo para la ocasión.
Cuando Garfias se estableció en Monterrey
en 1943, trabó amistad fraternal con destacados exiliados allí residentes, como
el maestro y humanista Alfredo Gracia Vicente, Luis Jaime (presidente del
Centro Español), el médico benefactor, Aurelio Romeo, ex presidente de la Cruz
Roja, de origen aragonés o el teólogo protestante español Daniel Mir.
Durante la estancia de Garfias en
Monterrey, jamás desatendió a sus compatriotas del éxodo. En 1944 enviaba sus
poemas a Juan Larrea, para la revista Cuadernos
Americanos. En 1947, hacía sus envíos a Manuel Andújar, director de la
revista Las Españas, fundada por él y
por José Ramón Arana el año anterior, en el Distrito Federal.
Su apertura de alma a los españoles,
compañeros de dolor, tenía en la capital mejicana un rincón preferido para el
poeta, donde prodigaba su amistad, su creatividad y su ingenio: era el
Restaurante “El Hórreo”, regentado por un asturiano, adornado con motivos
taurinos, donde los españoles soltaban a raudales sus nostalgias: Juan Rejano,
Manuel Andújar, Roque Nieto, José Ramón Arana, Otaola y tantos otros. Garfias
era una figura venerable entre ellos. Estamos en la encrucijada de 1950. El
novelista vasco exiliado Simón Otaola ha inmortalizado aquellas tertulias de
“El Hórreo” en su obra La librería de Arana. Formaron un grupo
llamado “Aquelarre”, que se reunía los viernes. Garfias no faltaba nunca. Un
capítulo retrata magistralmente a nuestro poeta:
“De la cosa más trivial Pedro monta un
tema lleno de enjundia... En Pedro la vulgaridad se rompe las narices y su
lenguaje culto, imaginativo, arranca de la tierra y muere en la tierra, después
de un viaje de placer por los altos cielos de la poesía. Alguno de nosotros
quisiera intervenir, pero es inútil. Pedro lo acapara todo. Pedro habla y habla
con el temor de que le resten pocos días de vida...
“Pedro Garfias va a recitar y eso sí que
es un espectáculo. Siempre, en el arranque, titubea un poco, mueve mucho la
cabeza y las manos para atrapar definitivamente el poema... Produce la
impresión de que lo va a reconstruir con mucho esfuerzo, sobre la marcha. Pero
no. El poema sale entero, caliente y estremecido. Viene en carne viva del fondo
de la sangre, con dolor, con terrible jadeo, con atroz crispatura de los
músculos. Es como si a una madre la obligasen a parir el mismo hijo todos los
días.
“... Anselmo Carretero grita:
“- ¡Muy bueno, Pedro!
“Don Mariano me mira y hace un gesto muy
significativo al llevarse los dedos a la boca como diciendo: ‘¡Esto es canela
en rama!’
“Y es Pina y es Bonilla y es Arana y soy
yo...
“Es el grupo el que está convencido de la
verdad poética de Pedro. Aquí no hay cáscaras. Aquí no hay trampa ni cartón.
Aquí hay, como diría Arana, ‘sangre, verdad y vida’” (8)
Hasta aquí, una escena de aquellos
remansos de nostalgia que vivían nuestros exiliados, y Garfias entre ellos
siempre, como epicentro, como elevador de los espíritus y como atizador de las
emociones.
Primer documento sobre la estancia de Pedro Garfias en Guadalajara, 25-10-1952. A su derecha, el pintor mejicano David Alfaro Siqueiros. Al fondo, Carlos Fernández del Real. De pie, el Dr. Francisco Briceño, del que procede la foto.
A finales de 1950, cuando la “Unión de
Intelectuales Españoles” organizó en el Distrito Federal un gran ciclo de
poesía española en la emigración, Garfias fue llamado como eje de aquel evento,
y a él se encomendó cerrar el ciclo con un recital memorable, según nos cuenta
Manuel Andújar, en su revista Las Españas
(9).
Cuando los españoles promovían alguna
aventura periodística, Garfias ofrecía siempre su colaboración generosa. En
1951, León Felipe fundó el periódico España
y la Paz, y desde el primer
número Garfias le envió sus poemas. La misma colaboración encontramos en la
revista Nuestro Tiempo, fundada por Juan Vicens y Juan Rejano, también en
1951.
Garfias era una nave sin ancla y no podía
parar mucho tiempo en el mismo sitio. En 1952 marchó a la ciudad de
Guadalajara, al amparo de la colonia española de allá, llamado por el Dr.
Antonio Navarro, alicantino, y por otro de sus grandes protectores, Carlos
Fernández del Real. Y allí conquistó a otro grupo de incondicionales, como el
Dr. Barba Rubio, Pablo Pedroche y, sobre todo, Pedro Camacho, flamencólogo y
abogado, natural de Jaén. Todos ellos, en unión de mejicanos ilustrados,
impulsaron la actividad literaria de Garfias y se dedicaron a recopilar su
obra.
En Guanajuato, fue el español Luis Rius,
poeta y catedrático, el que introdujo a Garfias en el marco universitario,
además de Arturo Souto y José Gaos, y allí tuvo oportunidad un día de
encontrarse con Dámaso Alonso, con motivo de celebrarse en 1953 una reunión de
las Academias de la Lengua. Don Dámaso le propuso editarle su obra completa en
España, pero Garfias, romántico y utópico en exceso, rechazó la oferta
colérico, porque “en la España de Franco él no publicaba nada”. Una gran
oportunidad perdida, que le hubiera hecho liberarse del peso del olvido que le
persigue.
Garfias continuó siempre su vida errante
por México. A todos sus rincones acudía llamado por las diversas colonias
exiliadas. Se disputaban su presencia en las celebraciones más sentidas: el 14
de abril, el 7 de noviembre (aniversario de la defensa de Madrid), congresos,
actos universitarios, recitales o inauguraciones de casas regionales. El 8 de
septiembre lo invitaban siempre los asturianos de Torreón, para la fiesta de la
Covadonga. Y así consumió su vida, aventando versos entre sus compatriotas e
iluminando la espera de la larga noche del éxodo.
Pedro Garfias con el Dr. Navarro, en diciembre de 1961. Al dorso de la foto consta el siguiente autógrafo del poeta: "Para mi hermano Antonio Navarro, víspera de año nuevo, vísperas de la liberación. Por el amor, por la sangre que nos une. Felicidad para todos los tuyos. PEDRO. 23 diciembre 1961". La foto me fue obsequiada por el Dr. Navarro, remitida por carta, con fecha 15-1-1987.
Los exiliados, que lo sintieron siempre
como “su” poeta y su arúspice, y le correspondieron atendiendo a su desastrosa
situación económica. Si Garfias no murió de hambre, ello se debió a sus
compañeros de infortunio que llegaron a crear “Asociaciones de amigos de Pedro
Garfias”, con el único fin de atender al sustento del poeta. Una asociación la
organizó Alfredo Gracia en Monterrey, una especie de suscripción en la que cada
uno aportaba un número de pesos, según su posibilidad. Alguna de estas listas
ha llegado hasta nosotros, y en ella colaboran a la par tanto españoles como
mejicanos. En el Distrito Federal era Juan Rejano el infatigable recaudador del
“impuesto poético”, y justificaba su labor diciendo que “a un poeta no se le
puede pedir que trabaje”. Luego, cuando el poeta murió, los exiliados mantuvieron
el fuego de su memoria, en letra impresa, en actos públicos y en homenajes.
Hoy, todos han desaparecido. Mucho nos tememos que no quede nadie para cuidar
de su memoria, porque esa llama jamás se ha encendido aquí, en la tierra que lo
expulsó, y parece carecer de voluntad para repatriar su legado.
2. Garfias, la voz
del exilio ante los mejicanos
Los españoles, tradicionalmente, eran
vistos con antipatía en México, tachados de “gachupines” y explotadores. Era la
mala fama de los “antiguos residentes”. Pero esto cambió al llegar los
republicanos exiliados, que no iban a “hacer las Américas” ni en busca de
negocios, sino por ideales políticos. El proceso de inserción en la sociedad
mejicana, muy defectuoso hasta entonces, lo consolidaron los exiliados, muchos
de ellos con una altísima cualificación profesional. Los intelectuales
mejicanos intuyeron el cambio y se abrieron a nuestros republicanos.
Ya en julio de 1938 se había creado en
México la Casa de España, donde se comenzó dando acogida a unos 40
intelectuales, bajo el impulso de los mejicanos Daniel Cosío Villegas, Alfonso
Reyes y Eduardo Villaseñor, grandes amigos de los republicanos españoles.
Garfias empezó cautivando a los
mejicanos, primero con la fuerza de sus versos, y después, hablándoles de
Lorca. El 5 de marzo de 1943, Garfias acudió invitado a la Universidad de Nuevo
León, en Monterrey, para dar una conferencia sobre García Lorca. El éxito de la
conferencia fue tal que lo contrataron para el curso 43-44 en el Departamento
de Acción Social Universitaria. Y el éxito le dio también materia para otra
conferencia, muchos años después, al propio Alfonso Reyes, en 1975. Garfias
recitó también poemas propios, y la prensa de Monterrey quedó impresionada: “Sus
poemas están hechos de materia humana, que es la sangre de España... Poemas
vivos y gritos largos... Poemas que son fuego prometeico que calienta, ilumina
y descubre al hombre”.
Prospecto de un recital poético de Pedro Garfias, con motivo de la fiesta de la República en Tampico, el 12 de abril de 1944 (Archivo de Margarita Fernández).
La integración de Garfias en la
intelectualidad y en la sociedad mejicana comenzó aquí, en Monterrey, adonde se
trasladó al final del verano de 1943. Lo primero que hizo fue impulsar la
creación de una revista cultural mensual, para la que propuso el título de Armas y Letras (basándose en el Quijote). Su primer número salió en
enero de 1944, siendo sus tres puntales: Raúl Rangel Frías, Alfonso Reyes y
Pedro Garfias. Existía también la revista Universidad,
como órgano académico semestral, a la que nuestro poeta entregó bastantes
inéditos, que luego pasaron a su libro de 1948, De Soledad y otros pesares. Además,
en enero de 1944 tomó contacto con el periódico regiomontano El Tiempo e inició una serie de
artículos, si bien con poca perseverancia.
Ejemplo del buen ambiente entre españoles y
mejicanos en Monterrey se aprecia en el homenaje póstumo al español exiliado
Dr. Romeo, el 20 de febrero de 1945, en el aula magna de la Universidad,
presidido por el gobernador del Estado, Arturo B. de La Garza y por el ex
ministro español Dr. José Giral, y con presencia de todos los organismos culturales
y académicos de la ciudad. En el acto intervinieron los españoles José Giral y
Pedro Garfias, y los mejicanos Arnulfo Treviño, Enrique C. Livas y el propio
gobernador.
En marzo de 1945, la Universidad de Nuevo
León en Monterrey incluyó a Garfias en un curioso equipo de “Misiones
Culturales”, junto a Alfonso Reyes, Genaro Salinas y otros. Y se pusieron a
recorrer ciudades del Norte de México impartiendo conferencias y recitales.
Garfias llevaba un repertorio sobre Machado, Juan Ramón Jiménez, León Felipe y
García Lorca. Al final, introducía siempre sus poemas más emotivos de la guerra
civil española. Actuaron en Ciudad Juárez, en Durango, en Nuevo Laredo y otros
lugares. La prensa recoge con estupor el impacto y el éxito de los recitales y disertaciones
de Garfias. Su ardor emocional, el desgarro de su voz “como becerro que ha
perdido a su madre” y la autenticidad de sus versos eran algo desconocido para
aquellos auditorios. Además, sabía conquistar a aquellas gentes hablando y
citando a sus propios poetas, como en Chihuahua, donde hizo exégesis del poeta
local José López Bermúdez y del poeta nacional Ramón López Velarde (10).
Cuando contemplamos esta fructífera labor
literaria de Garfias en México, como rapsoda apátrida y nómada, caemos en la
cuenta de que nada similar, ni por aproximación, se dio en los demás poetas
españoles exiliados en México. A ninguno lo vemos con esta actividad febril.
Por ello, nos reafirmamos en nuestra tesis: Garfias fue la auténtica voz del
exilio en aquel país, por otro parte el más concurrido por los españoles.
En el verano de 1945 encontramos a
Garfias embarcado en un programa radiofónico en Monterrey, también patrocinado
por la Universidad, bajo el título de “Hora Universitaria”. Allí disertaba
Garfias sobre los clásicos españoles e hispanoamericanos, desde Cervantes,
Machado y Lorca hasta Rubén Darío y Amado Nervo. Además, amenizaba otro
programa de radio, en unión de Daniel Mir, sobre su gran anecdotario del
flamenco y los toros. Estas charlas, bajo el título de Cante, toros y poesía, las publicó en libro el gobierno de Nuevo
León en 1983, con un título de mayor concesión al tópico: De España, toros y gitanos. Garfias originó con estas charlas y
recitado de poemas un amplio círculo de admiradores en Monterrey, que le
contestaban a su vez con poemas y declaraciones de amor platónico.
En todas sus giras poéticas, Garfias
procuraba siempre unir en su exposición a los autores españoles y a los
mejicanos. Así, en su charla-recital de mayo de 1946 en la ciudad de Saltillo,
habló y recitó sobre los Hermanos Machado y sobre los poetas saltillenses
Héctor González y Lorenzo Luna Curiel, a su vez íntimos amigos de nuestro poeta
(11). Y en el mes de junio de 1946 lo vemos recalar en la ciudad de Torreón,
con varios recitales, algunos radiados. La prensa provincial se deshace en
elogios (12) y la gente de letras le abrió su corazón de par en par. Allí
germinó otro grupo de incondicionales mejicanos, presididos por el poeta Rafael
del Río, que llegaron a fundar en los años 50 y 60 las revistas Cauce y Nuevo Cauce, dedicadas en gran medida a elogiar la obra de
Garfias. En el verano de 1947, volvió a
Torreón, invitado para un acto poético-flamenco en el cine Princesa, en unión
de las bailarinas españolas Magdalena Briones y Pilar Rioja. Garfias, no sólo
recitaba, sino que explicaba a los mejicanos los secretos del cante y del baile
(13).
No menor era la admiración que por
nuestro poeta se sentía en Monterrey. Cuando ya dejó su Universidad en 1947,
sus intelectuales le dedicaron varios homenajes, llevando la iniciativa:
Santiago Roel, Héctor González, Martínez Rendón, Vicente Cantú y los directivos
de la Universidad, con su rector Raúl Rangel Frías a la cabeza. Para coronar
este entusiasmo de los regiomontanos, la Universidad le editó en 1948, su
cuarto libro en el exilio: De soledad y
otros pesares. Una de sus reseñas la publicó Horacio Guerra García, que resume
así la huella del poeta: “... sin quererlo, nos fuimos convirtiendo en discípulos
suyos. Y fue así también que, durante los cuatro años de su permanencia, asistimos
a su cátedra -apostolado poético inusitado- haciendo escuela en el café, en el
hogar o en la calle, pero siempre escuchándolo, oyéndolo, pendientes de sus
monólogos intermitentes que fluían sin cesar de sus labios. De él aprendimos a
estimar más a los clásicos españoles. Por él nos hicimos más humanos. Con él
vivimos horas de paz inolvidables” (14).
De 1948 a 1952, Garfias vive un nuevo
período en el Distrito Federal. Allí, no sólo estrecha su amistad con sus
compatriotas, como Juan Rejano y otros muchos, sino que incrementa el trato
fraternal con los mejicanos. Cuando el 3 de septiembre de 1948 se celebró el
homenaje al compositor Agustín Lara, allí estuvo Garfias recitando sus poemas,
con la presencia además del músico Carlos Esplá y de los madrileñistas de la
Peña Los 4 Gatos. En noviembre, el político (presidente del P.R.I.) e
intelectual mejicano Mateo Solana y Gutiérrez colma de elogios a nuestro poeta con
un artículo titulado “Pedro Garfias, el nuevo Rimbaud”(15).
La última foto de Pedro Garfias vivo, en compañía de su gran amigo y protector, el también exiliado Alfredo Gracia Vicente, dueño de la Librería Cosmos, en Monterrey, en julio de 1967. Murió el poeta a los pocos días, el 9 de agosto (Archivo de Sánchez Pascual).
Después, el poeta nómada se lanza a su
habitual vida errante por las ciudades del centro y sur de México, ofreciendo
su voz, su lamento y su erudición a los auditorios mejicanos. A comienzos de
1949 lo encontramos en la ciudad de Oaxaca, en una conferencia-recital en el
Instituto de Ciencias y Artes. Allí hizo levantarse al público de sus asientos,
hablándoles y recitando a Machado, a Juan Ramón Jiménez, a Rubén Darío, además
de sus propios poemas. El cronista resalta el tono elegíaco del poeta: “Reiterándose
en su dolor de orfandad -pues que ha perdido a la Madre España- y en la
nostalgia de los tiempos mejores, ya idos, de la poesía, refirióse con aguda
sátira a la incomprensión de los Estados Unidos para el arte de la palabra
rimada y cadenciosa, que es el verso, como un preludio para entrar en la
declamación de la ‘Oda a Teodoro Roosevelt’ de Rubén Darío...” (16).
En junio de 1949 Garfias sentó cátedra en
la Universidad de Yucatán, en la ciudad de Mérida, con tres conferencias sobre
la poesía y el teatro de García Lorca, dando a conocer a aquellos estudiantes y
gentes de letras sus profundos conocimientos sobre el granadino asesinado.
Fueron tres jornadas memorables, tanto que la prensa reprodujo las conferencias
casi enteras.
A continuación, también en el mes de
junio, pasó a la ciudad de Campeche, con otras tres conferencias, sobre Lorca y
sobre León Felipe, añadiendo el recital de su propia obra. El mejicano Perfecto
Baranda Berrón presentó a Garfias como “poeta del dolor y de la angustia
humana” (17).
El 25 de noviembre, en Jalapa (Estado de
Veracruz), Garfias expuso a los mejicanos una panorámica general de la
Literatura española bajo el título “Poesía y poetas de España”, desde el
Romancero y todo el Siglo de Oro, hasta desembocar en Lorca. Su labor de
magisterio fue, por tanto, extraordinaria, y mientras más se analiza, más
insultante e insoportable se hace la falta de reconocimiento entre nosotros.
A partir de 1952, fueron los mejicanos de
Guadalajara los que colmaron de atenciones a Pedro Garfias, sobre todo el Dr.
Francisco Briseño. Allí tuvo siempre abiertos los círculos literarios para sus
recitales, allí le editaron el último libro de su vida, Río de aguas amargas, en
1953, y allí conservaron su memoria y le editaron de manera póstuma una
antología con numerosos inéditos bajo el título Lo que Pedro nos decía, en 1971, y el primer intento de edición
completa en 1985, por el Ayuntamiento de la ciudad. Por si ello fuera poco, en
Guadalajara, en la plaza de Sevilla, le erigieron al poeta el único monumento
que de él existe.
En Guanajuato, en torno a la Universidad,
también gozó Garfias de la admiración de los mejicanos, sobre todo el Dr.
Horacio López, además de un selecto grupo de españoles, en torno a 1953-1954. Y
por las mismas fechas, el grupo literario de Torreón se puso totalmente a
disposición de nuestro autor, empezando por el poeta y secretario de la
Universidad Rafael del Río y por Federico Elizondo, director de la revista Nuevo Cauce, que llegó a dedicar dos
números a la obra y recuerdo de Garfias (18). Ahí se reproduce la grabación de
una larga entrevista en la radio de Torreón, realizada en 1953, que salvaron
para la posteridad Alonso Gómez y Salvador Vizcaíno.
El autor junto a Alfredo Gracia Vicente, ante la tumba de Pedro Garfias en el cementerio de Monterrey, el día 9 de agosto de 1992.
A Monterrey volvía con frecuencia, donde
lo recibían con los brazos abiertos tanto los españoles (Alfredo Gracia,
Virgilio Fernández del Real, el cantaor Martín Robles “Niño de Caravaca”...)
como los mejicanos (Alfonso Reyes, Santiago Roel, Horacio Guerra), incluso
llegó a impulsar un grupo de poetas jóvenes, que fundaron la revista Katharsis en 1955 (Hugo Padilla, Homero
Garza, Arturo Cantú, Ernesto Rangel Domene y otros). El 4 de septiembre de 1959 llegó a presentar
a algunos de ellos en una gran velada literaria que se celebró en la Casona de
Arte A.C. Los neófitos de la lírica eran: Luis Horacio Durán, Benito Guerra,
José Salvador Alcántara y Rangel Domene. Este nos ha recordado que “Pedro
disertó sobre la obra de cada uno, y por lo que a mí toca dijo que yo era el
poeta del amor...”. Luego, como siempre la velada se prolongó hasta el amanecer
por las cantinas de Monterrey. Cuando Cantú calificó a Garfias como poeta
comprometido, este contestó que “el primer deber del escritor era con su
oficio, con el lenguaje, con el arte y consigo mismo, y que antes que otra cosa
lo que tenía que hacer era escribir bien, lo mejor que pudiera, y ser auténtico
y original; si algo tenía que decir, buscar su propia voz y forma de expresión,
sus aportaciones, y si el que deseara ser poeta no tiene nada que decir, o no
lo sabe decir a su manera, mejor que se dedique a otra cosa” (19).
Ernesto Rangel Domene sigue recordando
hoy día de manera entrañable las enseñanzas de Garfias en las tertulias de
Monterrey: “A mí me consta, entre otras cualidades, su gran oído y su retentiva
auditiva. Un día me reprochó que contara las sílabas de los versos con los
dedos, y como yo traía un libro de poemas en la mano, me retó a que le leyera
distintos versos, y de manera instantánea, al final de cada uno, me decía:
‘ocho, siete, once, diez...’, señalando además la acentuación de las sílabas de
cada uno (...). Una noche... apareció en nuestra plática el poeta Jorge
Manrique... Pedro disertaba sobre cuestiones métricas. Me decía que algunas
personas no sabían contar bien, o por falta de oído no escuchaban una sinalefa que
debe producirse al terminar una línea de un verso”, y ponía el ejemplo de “allí
van los señoríos / derechos a se acabar / y consumir”, donde la “y” debe leerse
unida al verso anterior, y no al último que, como agudo, no debe rebasar las
cuatro sílabas.
Fue el suyo, por tanto, un magisterio
fructífero en los círculos literarios mejicanos. Garfias despertó por todas
partes una admiración, una emoción y una adhesión, no sólo literaria, sino
también humana, lo cual no tenemos noticia de que se diera en ningún otro de
los demás poetas exiliados. No hemos oído nada semejante ni de León Felipe ni
de Guillén ni de Salinas ni de Emilio Prados o Cernuda. Esta omnipresencia de
Garfias, esta irradiación luminosa y esta admiración inevitable es una de las
notas de su poesía y de su personalidad que le singularizan dentro de su
generación.
El nutrido anecdotario de su vida es un
instrumento más para profundizar en la valoración del autor y de su obra. Llama
la atención, sobre todo, su gran formación literaria y su gran conocimiento de
los diversos escritores y escuelas, ya desde joven, desde los días febriles de
la vanguardia en la década de los años veinte. Un relato de Andrés Henestrosa,
en 1966, saca a la luz el asombro que producía la erudición de Garfias:
“(...) Lo recuerdo también porque en
estos días, al celebrarse el cincuentenario de la muerte de Rubén Darío, trato
de reconstruir una inesperada intervención de Garfias acerca del poeta de
Nicaragua. Se hablaba de Darío en una reunión de amigos, todos enterados de
literatura, los más poetas, todos lectores. Cada uno dijo algo acerca de Darío,
de su escuela -aunque él se violentaba cuando oía decir que tenía escuela-, de
su creación poética, de verdad extraordinaria. Todos hablaron, mientras Garfias
oía. Cuando callaron, Pedro tomó la palabra. Lo que en aquella ocasión dijo,
nadie había sospechado que lo pudiera decir. Primero fue establecer sus
orígenes literarios, que remontó a la Edad Media española; otros, es cierto,
han hablado del asunto, pero los ejemplos que Garfias trajo a cuento eran
nuevos; habló del ambiente en que Darío vino al mundo, como lo haría un sabio
de Nicaragua, o un erudito de cualquiera de nuestras tierras; recordó la
llegada de Darío a España y a quienes en esa hora representaban las maneras más
avanzadas y nuevas; con una memoria prodigiosa, citó párrafos enteros que se
escribieron contra Rubén y sus epígonos. Pero lo que más sorprendió a todos,
fue que, al hablar de los distintos metros que el impar nicaragüense... cultivó,
siempre recitara los poemas en que su afirmación quedaba demostrada. Lástima de
aquel tesoro de erudición, de memoria, de ingenio improvisador, de recursos
expresivos. Lástima, porque... quién sería capaz de conseguir que Garfias
reconstruyera aquella disertación escribiéndola, cuando sus libros los
‘escribe’ de memoria?” (20).
Sin duda, en esta erudición tenían mucho
que ver las tertulias juveniles en el Café Colonial de Madrid, a partir de
1918, bajo el magisterio de otro erudito olvidado, Rafael Cansinos-Asséns.
Jorge Luis Borges, alumno de aquella misma escuela, ha evocado aquel ambiente
de pasión por la Literatura, en el que las tertulias de los sábados comenzaban
a las doce de la noche. Cansinos proponía un tema (la metáfora, el argumento en
el poema, etc.) y toda la noche, hasta el amanecer, se disertaba sobre aquello,
sin poder salirse del tema. La gran formación literaria de Garfias arranca de
la pasión vanguardista.
Para él, el día era la noche. Su vida
transcurría de noche, como si en el reino de las sombras se percibieran mejor
los entresijos del mundo, de la vida y de los seres humanos. El exiliado
cordobés Manuel Azorín nos ha contado lo siguiente: “Una noche recibí una
llamada suya por teléfono, a eso de las tres de la mañana. Había descubierto la
poesía de Ángel Figuera, en su libro Belleza
cruel, y quería leerme algunos de sus versos, cosa que en esos momentos
estaba haciendo a sus contertulios en una cantina de la ciudad de Monterrey”
(21).
En el mismo sentido, el mejicano Fedro
Guillén escribía en el periódico Novedades:
“De incendio en incendio nocturno vivía Pedro Garfias, grande en ese endiablado
arte de hacer versos, olvidado en antologías oficiales de España, porque no
andaba promoviéndose para ganar premios o para ser tomado en cuenta. Su figura
de comensal en tabernas donde a la antigua decía sus poemas, que jamás escribía
sino los llevaba en la memoria, era familiar en la noche mexicana. Rostro un
poco báquico al que faltaba una corona de pámpanos (...). La última vez que
vimos a Pedro Garfias iba a Monterrey a dictar una conferencia. Allá murió.
Siempre hallaba admirable que lo ayudaban a sobrevivir y Santiago Roel, ex
canciller, escribió un libro en torno al irremediable bohemio, contumaz
charlista, del que dijo Martín Luis Guzmán, al saber que en España ignoraban al
poeta: ‘Ya la posteridad se encargará de castigarlo con la gloria’. Frase que
merece un aleluya” (22).
La singularidad de Garfias daba pie para
múltiples semblanzas, como esta de Alfredo Cardona Peña en El Nacional:
“Recordaré de Pedro Garfias, durante toda
mi vida, tres cosas: su poesía, su rostro y su voz, juntos en una sola verdad
humana. Más escuché su poesía, que la he leído, porque en lo que en otros
poetas puede sonar a falso, o sencillamente no gustar, cuando de declamaciones
se trata, en Pedro era algo tan natural, y al mismo tiempo tan sincero y
apasionado, que escucharlo era asistir a la realización de su genio. Se puede
asegurar que la tragedia de España, y su éxodo y permanencia en México,
profundizaron su poesía hasta inmortalizarla en la historia de la lírica de
nuestro idioma. Cantó su dolor y el de su pueblo con términos de una pureza y
de una fuerza humana raras veces alcanzadas” (23).
Un aspecto que siempre causó extrañeza en
todas partes, fue su despego de lo material de la vida, la economía, la
seguridad profesional, el cuidado de sí mismo, la organización del hogar... y
su afición a la bebida. Otra semblanza de Enmanuel Carballo nos ayuda a
interpretar esta singularidad:
“En el fondo Garfias actuaba así porque
no comprendía y menos aceptaba el mundo y la vida, porque siempre prefirió la
verdad a la mentira, porque estaba convencido de que sólo con la muerte iba a
vencer a la soledad y a esos otros pesares que nunca lo dejaron vivir
tranquilo. Su vida (los 38 años que pasó en España y los 28 que padeció en
México) fue un lento suicidio, una patética manera de probar, con su existencia
puesta en juego, que en nada tenía los honores, la fama, el prestigio y el
dinero. Y aún más, que no aceptaba la poesía entendida como una carrera; tan es
así que nunca se preocupó por escribir y coleccionar sus poemas. Esta tarea la
delegó en sus amigos, que fueron numerosos y adictos en todo momento” (24).
Aunque es exagerado decir que Pedro no
escribía los poemas o no los coleccionara, lo cual es inexacto, sí que en esta
valoración de Carballo hay mucho de acierto. Garfias fue un hombre pobre; pobre
de solemnidad. Un “santo” laico, franciscano. Y hay que comprender su derecho
al opio de la bebida. No bebía por vicio. Bebía para entretener sus tertulias,
para soñar, para elevarse por encima de lo anodino, material y cotidiano. Su
alcoholismo fue una protesta contra la vulgaridad, un acto de quijotismo contra
la visión sanchopancista de la vida. Bebía para no vivir en este mundo, al que
nada le ataba ni tenía intereses de ningún tipo. Era un romántico radical:
miraba el mundo, no como es, sino como debe ser. Como a los románticos, el
choque con la realidad le llevaba al desengaño y al desarraigo. La poesía era
en él su comunicación habitual, su lenguaje; no la poesía “entendida como una
carrera”, sino su modo de comunicarse; de ahí la sorpresa que produce este
poeta singular, auténtico y verdadero como pocos.
Los mejicanos, en fin, en unión con los
exiliados españoles, supieron mantener vivos el recuerdo y la obra del poeta,
después de su muerte. Tenemos noticia de más de 6 homenajes que se dedicaron al
poeta en diversos lugares de México; sólo 4 en España, de los que uno, el de
Madrid de 1980, fue impulsado por mejicanos que viajaron aquí con este motivo.
En México se le grabaron 5 discos, con su voz o con recitado de sus
admiradores. En cuanto a Antologías con sus versos, en México se le publicaron
9; sólo 2 en España. Ediciones de su poesía completa, el primer intento ocurrió
en la ciudad mejicana de Guadalajara, en 1985. En España, por fin, se le han
publicado 3 ediciones completas, de las que me cabe la satisfacción de ser
autor de dos de ellas. En Méjico, en fin, también ha habido cantautores que han
puesto música a sus versos, por ejemplo Ernesto Rangel Domene. En España, sólo
Víctor Manuel puso música al poema “Asturias”. En consecuencia, el recuerdo del
poeta se ha mantenido, hasta ahora, mucho más vivo en México que en España.
3. El legado poético de Pedro Garfias
La contribución de este poeta a la
Literatura Española ofrece, de entrada, una gran importancia cuantitativa, con
9.000 versos, en más de 525 poemas, y 10 libros (uno en prosa y nueve en
verso). Entre sus poemas, el conjunto más extenso está formado por los que no
aparecieron en libro, es decir, los llamados “poemas sueltos”, que antes de su
primer libro El ala del Sur llegan a
sumar 92, y después de su último libro Río
de aguas amargas, forman otro
conjunto de 184 poemas, a sabiendas de que otros muchos se han perdido.
Si la “summa” poética de Garfias es
considerable en cantidad, también lo es en extensión temporal, desde 1916 hasta
1967, siendo lo más importante que Garfias participó y fue protagonista en tres
etapas peculiares y significativas de la Literatura Española: la etapa
vanguardista y ultraísta en los años veinte; la literatura comprometida de la
guerra civil en los años treinta, y la literatura del exilio a partir de los
años cuarenta. En cada uno de esos momentos Garfias logra una especie de cota y
de hallazgo poético pleno. Es una consagración triple. Al principio, el poeta
canta las imágenes y los elementos de la Naturaleza; después, canta a los
héroes y a las gestas en una lucha liberadora y romántica; por último, una vez
todo perdido, el poeta entra dentro de sí mismo y canta su propia soledad y
dolor.
En su trayectoria vital y lírica queda en
evidencia su papel protagonista siempre; protagonista en el movimiento
ultraísta, no sólo en el grupo de Madrid, sino también en el grupo de Sevilla.
Garfias aparece en todas las nóminas de ultraístas de la época. Destacó como el
principal discípulo de Cansinos-Asséns, y el más “fervoroso” del movimiento,
que dejaba oír su voz en la tertulia de El Colonial con verdadera “autoridad”.
Entre los que firmaron el Manifiesto, fue el que más lejos llegó por los
caminos de la poesía, y su nombre ya aparece en las primeras antologías
ultraístas: la de Cansinos-Asséns en Cervantes
(25) y la de Guillermo de Torre en Cosmópolis
(26). Luego, en las célebres veladas ultraístas fue protagonista destacado, a
veces único (Dos en Sevilla, 1919 y 1920, y otra en Madrid, 1921). Y en casi
todas las revistas literarias del ultraísmo el nombre de Garfias está presente
con sus poemas: Grecia, Ultra, Cervantes, Alfar, Horizonte, etc., esta última, fundada
por él. En consecuencia, Garfias se halla presente en la primera fila como
poeta ultraísta, en una línea de ultraísmo moderado y ecléctico, sirviendo a la
vez de enlace entre la tertulia de El Colonial, la de Gómez de la Serna en
Pombo, y la Residencia de Estudiantes. Labor de enlace que se refleja en las colaboraciones
de su revista Horizonte, donde
confluyen los autores consagrados (Machado, Juan Ramón Jiménez), los jóvenes
ultraístas y los neófitos del 27 (Lorca, Alberti, Dámaso Alonso).
En la fase ultraísta, Garfias destaca
como un hábil orfebre de las imágenes. He aquí un ejemplo de su primer libro El ala del Sur, el poema “Exaltación”,
donde el juego de imágenes se mezcla con las personificaciones y las
metonimias:
Los
trinos de los pájaros
serpentinas
azules como arroyos
vuelan
de árbol en árbol
mañana recién brotada
y
todas las campanas
corren
por los tejados persiguiéndose
Clavada
en lo más alto ondea mi esperanza
O este otro ejercicio de imágenes del
poema “Amanecer”:
Infladas
las mejillas
soplaba
el viento en la llamita azul
de
la mañana
Por
la llanura
navegaban
las
colinas
Y
los árboles prófugos
volaban
encendidos como globos
Sonreía
el
cascabel del alba
Enredada
en la luz
una
estrella gemía
rezagada
Durante la guerra civil Garfias vivió una
segunda consagración poética, con una estética diferente, la del surrealismo,
la rehumanización y el compromiso político, ahondando sus raíces en lo popular,
en la tradición española del romancero y en la literatura oral. En 1936,
Garfias destacó inmediatamente como poeta de la guerra, con una autenticidad y
una variedad de matices que apenas ha sido captada por la crítica. Su gran
conmoción poética íntima tuvo lugar en su contacto con Andalucía, tanto al ver
su tierra hollada por la conjura de la coalición golpista como al contemplar los
innumerables casos de heroísmo popular y anónimo. Garfias renace entonces a la
poesía, y envía sus poemas a Milicia Popular, al Mono Azul, Hora de España,
a otros muchos periódicos, y a los primeros romanceros de la guerra. Su
colaboración aparece, al menos, en 12 Romanceros de la guerra, tanto coetáneos,
como posteriores o póstumos. Se observa ahí una poesía vivida, no “de
circunstancias”, fruto de su experiencia vital en el frente de batalla, donde
ve a diario derramarse la sangre de sus amigos. Es muy importante conocer el
contexto de la guerra que subyace a cada uno de sus poemas de guerra. Si el
fondo de los hechos se ignora, esa poesía queda descontextualizada y se incurre
en la calificación simplista de poesía “de circunstancias”. Salvo en algunos
ejemplos aislados, no lo es. En contra de la teoría de que la calidad poética
depende del distanciamiento de la realidad inmediata (críticos puristas y
formalistas), es más congruente otra posición (Serge Salaün), la calidad
poética no reside en la distancia, sino en la autenticidad y en la verdad. Y
esto, en Garfias, se da a raudales. Tanto, que su poesía de guerra le cambió
por dentro a él mismo y conmocionó siempre a cuantos le escucharon. Esta etapa
literaria le dio materia para tres libros, y le mereció el Premio Nacional de
Literatura, en 1938, “ex aequo” con Emilio Prados. La popularidad de Garfias se
extendió entonces por toda la España republicana.
A la hora de trabajar sus romances de
guerra, Garfias pone en juego todos sus antiguos recursos e imaginería
aprendidos en el ultraísmo. Compruébese en este “Romance de Villafranca”, con
qué riqueza de matices se describe el pueblo andaluz, cuando entran los milicianos
el 31 de julio de 1936, después que los moros hicieron una “razzia” cuatro días
antes. Hay un sol de justicia y un pueblo tórrido en la solanera del
Guadalquivir:
Siesta de mi Andalucía.
Dobla
la mies su espinazo
bajo
la caricia lenta
de
un airecillo cansado.
El
sol calienta los sesos
y
va tumbando los párpados.
Por
calles de Villafranca,
silencio
de luto y llanto,
voces
de libertad
relumbran
como relámpagos.
De
lo alto de la sierra
campesinos
aterrados
con
ojos que vieron muerte
y
abiertos dejó el espanto,
brillantes
de nuevo júbilo
vuelven
a mirar sus campos.
¡Que
a Villafranca de Córdoba
llegaron
los milicianos!
......................................
Ruedan
la plaza las mozas.
Alborotan
los muchachos.
Por
las esquinas asoman
su
gravedad los ancianos.
A
vista del enemigo,
cara
a cara al renegado,
recobra
el pueblo su aliento
y
su pulso esperanzado.
¡Que
a Villafranca de Córdoba
llegaron
los milicianos!
No hay aquí nada de poesía “de
circunstancias”, sino pura técnica del romancero tradicional, con recursos
nuevos -como ese “Ruedan la plaza las mozas”- aprendidos en el vanguardismo. Y
otro aspecto peculiar y novedoso de Garfias es la implicación de sí mismo en
los poemas de la guerra. Esta mezcla de lo épico y lo lírico, los hechos
externos y el yo, apenas se da en otros poetas de la guerra. Es una prueba más
de la autenticidad y la verdad en esta fase creativa del poeta. He aquí un
ejemplo de su Yo implicado en sus poemas de guerra, “En Valencia, enfermo”,
escrito en el otoño de 1937, cuando ya había dejado el frente Sur, en
Villafranca y Pozoblanco, y el recuerdo de sus héroes y gestas se amontonaba en
sus nostalgias:
Desde
mi ventana leo
nombres
y nombres escritos
sobre
la página azul
de
aire limpio
de
esta tarde luminosa
del
otoño levantino.
Nombres
y nombres y nombres...
Me
siento en deuda conmigo
en
esta atmósfera dulce
y
templada. Tengo frío
en
los huesos. ¡Esperadme!
¡Voy
con vosotros, amigos!
Vino luego la desbandada del exilio y
Garfias entró entonces en su tercera fase literaria, por la vía de la
introspección, el llanto personal, la elegía, la soledad y cierto nihilismo
existencial. Pero no se aisló de los demás, como hicieron otros poetas
desterrados, sino que se alzó en intérprete y portavoz de aquella vivencia
dolorida ante sí mismo y ante un amplio entorno, como ya hemos visto. No sólo
poetizaba unos sentimientos que todos compartían, sino que también cantaba unos
recuerdos patrios que todos guardaban en lo más íntimo. Esta etapa de
estilización del dolor, la soledad y el desarraigo le llevó a colaborar en casi
todas las revistas y periódicos del exilio, empezando por el periódico Sinaia, luego España Peregrina, Romance,
España Popular, Cuadernos Americanos, Las
Españas, España y la Paz, Nuestro Tiempo, etc. Y también, en muchos periódicos y revistas de
México: Universidad, Armas y Letras (Monterrey), Et
Caétera (Guadalajara), Cauce y Nuevo Cauce (Torreón) y en numerosos
suplementos literarios.
La poesía de Garfias en el exilio se
adelgaza y se estiliza; se condensa al máximo y cada vez se hace más esencial y
sobria y desnuda, para extraer la nota básica de la soledad y el desamparo. Se
va haciendo senequista y sentencioso, a la manera de Machado. El mismo confesó
la raíz machadiana de su arte, buscando siempre algo que decir, de la manera
más simple posible, con metros asonantados y estrofas cada vez más breves, sobre
todo la soleá, aunque sin olvidar el soneto y los versos romanceados. En el
libro De Soledad y otros pesares,
1948, encontramos la obsesión por la noche, símbolo de la muerte:
Alguna
vez, en la alta noche, siento
por
mis hombros un río de tristezas
pasar,
y oigo las horas detenerse,
y
veo las sombras agruparse inquietas.
.......................................................
Solos
la noche y yo, con mis dos manos
sacudo
el tronco de feroz corteza
hasta
ver desprenderse de la copa
tiernos
luceros, pálidas estrellas,
.................................................
Estas obsesiones de un ser desahuciado y
a la deriva se agrandan en su último libro, Río
de aguas amargas, de 1952, por ejemplo en el poema “Recién muerto”:
Me
gustaría
que
fuese tarde y oscura
la
tarde de mi agonía.
Me
gustaría
que
quien cerrase mis ojos
tuviese
manos tranquilas.
Me
gustaría
que
los presentes callasen
o
llorasen con sordina.
Me
gustaría
que
fuesen pocos y aún menos
de
los que se necesitan.
......................................
En otro poema termina deseando la muerte:
............................
Que
me quiten el sueño,
que
me cierra los ojos
o
que me den más sueño
para
dormir del todo.
Finalmente, en los numerosos poemas
sueltos, Garfias se abandona por completo a los más sombríos sentimientos, con
formas cada vez más simples y breves:
Sí,
voy de prisa,
Yo
vine de la tierra
y
la tierra me necesita.
--.--
Hubo
una vez un hombre,
que
se halló tan cansado,
que
fue hacia la muerte,
en
busca de descanso.
La
muerte no lo quiso,
lo
devolvió a la vida.
La
vida no lo quiso,
lo
rechazó la muerte.
De
la vida a la muerte
de
la muerte a la vida,
¡pobre
carne vencida!
es
tan triste su suerte,
que
aún está dando saltos
de
fiera malherida,
de
la vida a la muerte
de
la muerte a la vida.
--.--
Llegó pobre y se fue rico,
un
pobre llamó a tu puerta.
Le
habías dado la limosna
de
una miradita buena.
--.--
A mí me dueles, España,
y
yo sé lo que es dolor.
Porque
me duelen los míos
y
me duele el corazón.
Todo
el dolor de tu carne
lo
siento en mi sangre yo,
si
pudiéramos, siquiera
llorarnos,
juntos, los dos,
y
aun mejor,
consolarnos,
liberarnos,
España
mía, tú y yo.
En síntesis, nuestro poeta supo situarse
como protagonista en tres movimientos literarios significativos de la
actulidad: la poesía pura del ultraísmo, la poesía comprometida de la guerra y
la poesía desarraigada del exilio. Tanto, que el ultraísmo y el vanguardismo
español de los años veinte no se puede explicar sin Pedro Garfias. La poesía de
la guerra civil no se puede estudiar sin la obra de Garfias. Y la poesía del
exilio español no puede comprenderse sin la aportación singular y peculiar de
Pedro Garfias. O lo que es lo mismo: Garfias es un clásico del vanguardismo, un
clásico de la poesía de la guerra civil y un clásico de la poesía del exilio. Quedémonos,
en fin, con esta evocación de Garfias en la pluma de Manuel Andújar:
“No es lirismo de
señorito almibarado, sino natural expansión poética de luchador temperamental,
testimonio acendrado de españolismo...” Y os pregunto con Manuel Andújar: “¿No
habéis escuchado en alguna ocasión de la travesía la poderosa sugestión de su
voz al estallar, al sajar los trémolos?” (27).
N O T A S
(1) Garfias estuvo en
Eaton Hastings (Condado de Berks, aldea de la villa de Faringdon, ciudad de
Wantage, al oeste de Londres y Oxford) desde el 6 de marzo de 1939 hasta el 16
de mayo.
(2) Dámaso Alonso
hizo esta declaración en Monterrey al maestro y librero español Alfredo Gracia
Vicente, según testimonio epistolar de este, fechado el 7 abril 1949, que he
reproducido en mi libro Pedro Garfias,
poeta de la vanguardia, de la guerra y del exilio, Diputación Provincial, Córdoba, 1996, p. 475.
(3) El poema, fechado
el 10-VI-1939, apareció en ciclostil en el núm. 18 y último del periódico de a
bordo Sinaia, de fecha 12 junio 1939.
En letra impresa se publicó por pri-mera vez en España Peregrina, núm. 5, junio 1940, p. 230. Sobre el proceso de
creación del poema existe una magistral crónica de Juan Rejano, reproducida en
mi recopilación Poesías Completas,
Alpuerto, Madrid, 1996, pp. 303-305.
(4) Este monumento
fue inaugurado en 1979. Su fotografía aparece en mi libro Pedro Garfias, poeta de la vanguardia..., ob. cit., p. 807.
(5) Sinaia, periódico de a bordo, núm. 15, 9
junio 1939, p. 4.
(6) Boletín del Bloque Asturiano, México
D.F., 1 julio 1942, p. 3.
(7) España Popular, México D.F., núm. 95, 19
julio 1942, p. 5. Y en otras fechas: 6 noviembre 1942 y 29 enero 1943.
(8) Simón Otaola, La librería de Arana, Colec. Aquelarre,
México D.F., 1952, pp. 307-329.
(9) Las Españas, México D.F., núms. 19-20,
29 mayo 1951, p. 26.
(10) La Voz de Chihuahua, Chihuahua, Coah.,
16 marzo 1945, pp. 1 y 4. Y en Excelsior,
México D.F., 9 abril 1945.
(11) Armas y Letras, Monterrey, N.L., III,
núm. 5, 30 mayo 1946, p. 6.
(12) El Siglo, Torreón, 14 y 15 junio 1946.
(13) Rafael del Río,
“La ciudad y los días”, El Siglo,
Torreón, s/f., archivo de la viuda de Garfias.
(14) Horacio Guerra
García, “Conozcamos al poeta”, mayo 1948, periódico de Monterrey, sin más
datos, archivo de la viuda de Garfias.
(15) El Universal, México D.F., 29 noviembre
1948.
(16) La Voz de Oaxaca, Oax., 21 enero 1949,
pp. 1 y 4.
(17) Perfecto Baranda
Berrón, “Tres conferencias de Pedro Garfias”, Reproductor Campechano, VI, núm. 4, julio-agosto 1949, pp. 275-277.
(18) Nuevo Cauce, Torreón, núms. 7-8,
mayo-junio 1968, y núm. 9, julio 1987.
(19) Ernesto Rangel
Domene, “Memoria de Pedro Garfias”, testimonio mecanografiado enviado desde
Monterrey, con fecha 12 enero 1995.
(20) Andrés
Henestrosa, “La nota cultural”, El
Nacional, México D.F., 16 febrero 1966.
(21) Manuel Azorín
Poch, testimonio escrito enviado desde México, octubre 1982.
(22) Fedro Guillén,
“Lorca, Leduc, Garfias”, Novedades,
México D.F., 4 septiembre 1987.
(23) Alfredo Cardona
Peña, “Danza de rostros”, El Nacional,
México D.F., 17 septiembre 1967.
(24) Enmanuel
Carballo, “Pedro Garfias: entre la poesía de circunstancias y la verdadera poesía”,
Novedades, México D.F., 20 septiembre
1987.
(25) Cervantes, Madrid, junio 1919.
(26) Cosmópolis, Madrid, noviembre 1920.
(27) Sinaia, periódico de a bordo, núm. 15, 9
junio 1939, “Nuestros expedicionarios. Pedro Garfias”, atribuido a Manuel
Andújar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario