FUSILAMIENTOS
EN SEVILLA EN 1949
La
caída del Comité Regional del PCE en 1948 y su trágico final
Por
Francisco Moreno Gómez
Introducción
En
1998, de parte de Comisiones Obreras de Sevilla, Javier Encinas me remitió el consejo de guerra contra
la cúpula del Comité Regional del PCE-A en 1948, compuesta por tres dirigentes
de gran trayectoria: José Mallo Fernández, Luis Campos Osaba y Manuel López
Castro, con objeto de redactar un artículo o prólogo, de cuya supuesta
publicación no volví a tener noticia. Conservo los documentos (Causa 287/1948,
y memorias de Carmen Gómez, compañera de Campos Osaba), pero no el borrador,
por lo que retomo el tema ab initio. Fue
una gran “caída”, como se decía entonces, una gran redada de la policía de 38
personas, con los tres citados al frente. Una redada de una importancia enorme,
por las consecuencias políticas y represivas que tuvo, y sus importantes
implicaciones. El juez instructor fue el comandante Fructuoso Delgado, del
Juzgado Especial núm. 4, contra la Masonería y el Comunismo.
El
terror franquista contra el PCE clandestino
En
1948 se hallaba el régimen fascista (nombre aplicado en 1946 por la ONU) en
pleno “trienio del terror”, como yo vengo denominando, de 1947 a 1949, con
flecos anteriores y posteriores. En este trienio se aplicó de lleno la “guerra
sucia” contra la “guerrilla del llano”, es decir, los puntos de apoyo de la
guerrilla entre el personal civil rural o urbano, de manera que, especialmente
en este trienio, las cunetas y caminos se llenaron de cadáveres de supuestos
enlaces y de familiares de los guerrilleros. Era la política de exterminio del
director general de la Guardia Civil Camilo Alonso Vega, que despachaba
directamente con Franco. Tanto en el mundo rural como en el urbano, la
oposición clandestina, armada o no, recibió un vendaval de sangre y torturas.
La aplicación de la “ley de fugas” tuvo entonces su época dorada. A muchos
historiadores generalistas estos crímenes les suenan a chino. La gran represión
franquista no se conoce al detalle, sobre todo después de 1946. Sólo los
historiadores especializados saben del “trienio del terror”. En Córdoba, por
ejemplo, he podido cuantificar 160 víctimas de la “ley de fugas”, de enlaces o
familiares de la guerrilla, junto a similar capítulo de horrores en toda España
(Málaga, Sevilla, León, Castellón, Asturias (el Pozu Funeres), etc., etc. A
pesar de que el 9 de abril de 1948 se decretó el fin del “estado de guerra” en
España, la represión seguía a toda máquina en el campo y en la ciudad, siendo
la diana de casi todos los golpes el Partido Comunista de España. El 18 de
abril de 1947 se había dictado la Ley de Bandidaje y Terrorismo. Pero vemos que
en este caso que nos ocupa se aplicó la Ley de Seguridad del Estado, de 2 de
marzo de 1943, que endurecía las penas de muerte del Código de Justicia
Militar. Además, en cuanto al PCE se refiere, funcionaba también la Ley contra
la Masonería y el Comunismo, que tenía sus juzgados especiales al efecto. En
nuestro caso, el Juzgado Especial núm. 4, de Sevilla, del que era juez
instructor el comandante Fructuoso Delgado Hernández.
El
terror de Sevilla en 1948 se correspondía con lo que ocurría en otros lugares
de España, sobre todo contra la organización clandestina del PCE. A mediados de
ese año, la organización de Galicia sufrió un duro golpe, siempre debido a una
delación, cuando la policía cercó el escondite de José Gómez Gayoso y de su
compañera María Vázquez. La policía disparó contra Gayoso y María se interpuso,
recibiendo ella un tiro en el vientre, aunque no fue mortal. Al huir él por las
escaleras del piso, recibió un tiro en el ojo y lo detuvieron por el reguero de
sangre que iba dejando en su huida. A María la llevaron al hospital y allí se
enteró de que estaba embarazada, lo cual no la libró de las torturas. La
trasladaron a la cárcel de La Coruña. Y allí la juzgaron a ella y a todos los
encartados en el mismo expediente: Gayoso, Baltrina, Antonio Seoane Ramos, Romero
y bastantes más. A Gómez Gayoso y a Seoane los ejecutaron a garrote vil. Los
demás lograron la conmutación de la pena de muerte. La compañera de Gayoso
quedó con la salud muy quebrantada y, aunque dio a luz a su hijo José, ella
murió a poco de salir de la cárcel, en 1965.[1]
Por
citar otro caso del selectivo derramamiento de sangre, para enmarcar el
contexto de lo ocurrido en Sevilla, valga un ejemplo de Madrid, en 1948. El
matrimonio formado por Agustina Sánchez Sariñena y Antonio Navarro Ballesteros tenían
en su piso una estafeta de contacto con la guerrilla de la sierra de Madrid,
pero sufrieron una delación, posiblemente de Lucas Reguilón, un guerrillero
extravagante y dudoso. Se produjo una “caída” de varias personas, entre ellas,
el matrimonio citado, estando ella embarazada. Los llevaron a la fatídica
Gobernación (Puerta del Sol). La sesión de torturas fue tan salvaje que a
Agustina le mataron el feto, por aborto hemorrágico. Otro de los detenidos,
medio enloquecido, se lanzó contra una pared y se mató. A Antonio Navarro lo
dejaron hecho una piltrafa, le reventaron los pulmones, sin poder hablar ni
moverse. Agustina exigió ir a verlo, lo encontró en una celda y no lo
reconocía, hasta que él extendió un brazo: “Agustina, que soy yo…”. Lo llevaron
a Carabanchel y, a poco de entrar, murió. Luego, el consejo de guerra se
celebró en Ocaña, el 19 de octubre de 1948, pero sólo pudo comparecer Agustina
Sánchez, porque a otro de los compañeros de “caída” ya lo habían ejecutado a
garrote vil, y el último que quedaba se hallaba tan destrozado en la enfermería
que no lo pudieron llevar a juicio.[2]
La
“caída” de Sevilla
Mundo Obrero de
1-4-1948 (seguramente la edición a multicopista que se hacía en Sevilla) recoge
una nota de lo que quedaba del Comité Regional sobre la detención de su cúpula
sevillana el 10-2-1948. A continuación añaden que también ignoran el paradero
de Ricardo Beneyto, “secuestrado” por la policía, dicen, en junio de 1947. Y a
comienzos de este último año, en Granada, fue detenido Rafael Armada, súbdito
mexicano, a principios de 1947. La clave de la caída de los 38 de Sevilla de
febrero de 1948 parece estar en la detención de Ricardo Beneyto en junio de
1947, un alto dirigente que actuaba como orientador de toda Andalucía, si bien
en las memorias de Carmen Gómez se habla del “traidor Alfonso”. Beneyto tuvo su
proceso y pena de cárcel, pero no de muerte todavía. Cuando a finales de 1951
capturaron a “Roberto”, el jefe de la guerrilla de Granada-Málaga, éste delató
a Beneyto como el jefe, que no era cierto, de toda la guerrilla de Andalucía.
Beneyto sufrió un nuevo proceso en Granada, y ahora le cayó la pena de muerte,
que se ejecutó el 15 de noviembre de 1956. “Roberto” tampoco se salvó, como él
esperaría, porque fue fusilado en Granada el 22 de enero de 1953, por las
mismas fechas en que eran eliminados los últimos componentes de la 3ª
Agrupación de Sierra Morena, “Durruti”, “Godoy del Pueblo” y varios cordobeses
más.
Volvamos
a la trágica caída de los 38 en Sevilla, en febrero de 1948. Mundo Obrero (14-4-48) sigue alarmado, pide la liberación de
los detenidos y propone enviar cartas a todas las legaciones extranjeras.
Cuando ya se había celebrado el consejo de guerra y se temía lo peor, el Comité Regional llamaba a recoger firmas
“para pedir la libertad y evitar un nuevo crimen del franquismo” (M.O.,
28-2-1949). Pero la desgracia se cernía ya sobre aquella cúpula del Comité
Regional condenada a muerte: José Mallo
Fernández, Luis Campos Osaba y Manuel López Castro. Los tres pasaron a
España desde Francia en distintas fechas de 1946, después de pasar por la
Escuela de Capacitación de Cuadros de Toulouse.
José Mallo,
madrileño de padres gallegos, era un alto cargo del PCE. Pertenecía al Buró
Político, además de secretario político del Regional de Andalucía. Según los
datos de las sentencias, a todos los condenados por el franquismo, en
cualquiera de sus fases, se les consignaba el “curriculum” de por dónde habían
andado durante la guerra y antes incluso. José Mallo, de gran formación
cultural, al empezar la guerra era jefe contable de la factoría CAMPSA de
Málaga. “Desde mi infancia aprendí a odiar la injusticia social”, dijo ante el
tribunal. Quedó huérfano en su adolescencia y tuvo que cuidar de sus hermanos,
y de sus primos, también huérfanos. En la guerra, formó parte de una comisión a
la URSS, para conseguir combustible para la aviación republicana. Perteneció a
la 55 B. M. Al final de la guerra andaba por Murcia, desde donde consiguió
pasar a Orán. Lo destinaron –amabilidades del gobierno de Vichy- a una Compañía
de Trabajo en el desierto de Sancia, de donde escapó a Francia. Luego volvió a
Argel, a luchar contra los franceses colaboracionistas de Vichy, y fue
detenido. En 1945 sus peripecias le llevaron otra vez a Francia, a la Escuela
de Toulouse, de donde afrontó el riesgo de pasar a España. En Sevilla, Ricardo
Beneyto le encargó ponerse al mando del Comité Regional, y así se hizo.
Manuel López Castro
también era madrileño y de padres gallegos, con tres hijos, el mayor de los
cuales murió en la posguerra, estando él en el exilio. No volvió a ver a su
familia desde el final de la guerra. Obrero metalúrgico en las principales
fábricas de Madrid, incluso durante la guerra. Por eso dijo ante el tribunal:
“No soy un parásito y mucho menos un aventurero, como insidiosamente el régimen
fascista pretende presentarme”. Era de la UGT desde 1918, y del PCE desde 1929.
Su cualificación política la pudo mostrar ante el tribunal: “Mi escuela ha sido
la vida… Mi situación era la de mi clase… Los sindicatos me dieron conciencia
de que no debía resignarme a una vida así… El Partido Comunista me dio y me da
la perspectiva, la forma, las enseñanzas, experiencias y ejemplos, y la
conducta a seguir para lograr esa nueva sociedad… Mi mayor orgullo es poder
decir que le he sido y le seré fiel hasta la muerte”.
Luis Campos Osaba era
otro cualificado madrileño, de 34 años, universitario y estudiante de Medicina,
donde acabó titulándose como Practicante. En el PCE desde septiembre de 1934.
En 1936 marchó voluntario a las filas republicanas y alcanzó la graduación de
Teniente de Sanidad, y acabó como comisario político de batallón. En sus
declaraciones, como era habitual, defendió la motivación de su lucha: “En
clínicas y hospitales, y en tanto hogar proletario visitado y en el mío propio
aprendí y desarrollé mi rebeldía contra el injusto e inhumano sistema social”.
Campos Osaba se hallaba entonces en situación de libertad vigilada, por otro
proceso de finales de la guerra, que lo condenó a 20 años (Juzgado Especial
núm. 3 de Madrid, contra Masonería y Comunismo) y reclamado en otro proceso
(94-6/47) “por actividades clandestinas” a su regreso de Francia, y desde
entonces se hallaba en busca y captura.
Farsa
de la “justicia” franquista. Una defensa imposible
Estos
tres luchadores antifranquistas, durante su última estancia en prisión,
redactaron una DEFENSA, que remitieron al Sumario y al Partido, pero que no se
permitió leerla en la vista de la Causa. Parece que el redactor material fue
Luis Campos, titulado universitario, de puño y letra, en tamaño cuartilla, de
una gran altura política y cultural, donde se demuestra, una vez más, el
carácter de farsa de los juicios franquistas. Empiezan quejándose de que “se
nos ha negado el derecho de defensa por un abogado civil libremente elegido”.
La propia abogacía tenía pánico a intervenir en la defensa de “rojos”, para no
quedar señalados. No se trata sólo de regímenes fascistas, sino también en
regímenes autoritarios o involucionistas, como ocurre hoy en Turquía, por
ejemplo. En una hipócrita carta del abogado y catedrático sevillano Manuel
Jiménez Fernández, de fecha 17-10-1948, éste declinó la petición de José Mallo.
Otras anomalías jurídicas fueron el negar también el derecho a la propia
defensa, y además celebrar el juicio a puerta cerrada. No hubo en esta Causa
(287/48) ningún hecho de sangre, sino únicamente motivos políticos, es decir,
“actividades comunistas”, un ataque directo a la lucha clandestina
antifranquista y a sus cabezas prominentes.
José
Mallo, Manuel López Castro y Luis Campos Osaba, en su “Defensa” redactada. El
que mejor escribe es Campos Osaba, que había sido en la guerra capitán de
Sanidad y Comisario de Batallón, todo un cerebro. Ninguno de los acusados
negaba su pertenencia al PCE, sino que elogiaban al Partido en sus
declaraciones, “que les ha dado enseñanza y ejemplo”. Se enorgullecen de su
lucha en la resistencia francesa: “Hemos vuelto a nuestra patria desde la
Francia libre, en cuya liberación hemos participado”. Luis Osaba “apela al
Derecho de gentes, al Derecho internacional, a la ayuda de las Embajadas y a la
opinión pública democrática mundial”. Se refiere a “este puñado de españoles
encartados en este proceso (38). Sólo somos soldados ejecutores de la voluntad
democrática de nuestro pueblo, combatientes bajo la bandera de la República
española y la de la ONU”. Se vislumbraba, pues, una mentalidad muy avanzada,
coincidente con lo que hoy es opinión generalizada.
En
esa “Defensa” non nata, pero que
debió de ser leída por los “jueces” militares, Luis Osaba se explaya en la
exposición de la historia de España y del mundo occidental (muy curioso) y de
la justa lucha del PCE. Clama contra “el régimen de hambre que hay en España,
opresión feudal y ruina agrícola, inflación y bajada de salarios”. Y añade:
“Nuestra salvación y reconstrucción nacional son inseparables de nuestra
liberación nacional”. Dice: “La política anti-obrera es un crimen de lesa
patria”, términos que no estamos habituados a oír en los líderes de la época.
Finalmente: “Se nos impondrán unas penas ilegales, sólo por ser comunistas. Se
nos podrá arrebatar la vida, pero no el alto honor de haber contribuido, desde
las filas de nuestro partido, al porvenir de la libertad de España”.
En
el momento de “la caída”, José Mallo era el secretario general del PCE-A;
Campos Osaba, agitación y propaganda; y Manuel López Castro, secretario
sindical. Éste y Campos Osaba, al entrar en España en 1946, no pasaron a
Sevilla, sino que primeramente tuvieron actuación en Málaga en labor de
instrucción y asesoramiento de la guerrilla, de manera que recaudaban el 30% de
los golpes económicos de la guerrilla, fondos que enviaban al “Jefe de Estado
Mayor” en Málaga, Alfredo Cabello Gómez de Acebo. En las pesquisas policiales
se halló un recibo firmado por Manuel López Castro, que pudo agravar su
situación, pero no decisivamente, porque los tres, desde su “caída”, eran carne
de paredón. En Málaga fue donde Luis Campos conoció a su compañera Carmen Gómez
Ruiz, y luego se trasladaron a Sevilla en abril de 1947. Amiga de Carmen en
Málaga era Ana Gutiérrez Rodríguez, que también se vino a Sevilla en abril de
1947, y aquí se hizo compañera de Manuel Castro. Dos mujeres luchadoras típicas
de la época. El papel de Carmen fue muy destacado a la hora de darnos
información sobre el “vía cruces” de los tres infortunados.
El
consejo de guerra, “por actividades de carácter subversivo”, se celebró en
Sevilla el 22 de febrero de 1949, habiendo sido juez instructor Fructuoso
Delgado Hernández. Actuaron como “jueces” militares: Manuel León Adorno
(golpista en Córdoba en 1936), Manuel García Barraca, Manuel Espartero García,
José Martínez Rodríguez y José Mª Domenech Romero.
La
sentencia era de esperar: José Mallo, Luis Campos y Manuel López Castro, PENA
DE MUERTE, según el art. 1 de la Ley de 2 de marzo de 1943, en relación con los
arts. 288 y 289 del Código de Justicia Militar. En cuanto a los demás
procesados, a Balbino Alique (encargado de extender el Partido en Huelva, con
diferentes comités locales), 12 años y un día. A los demás se condenó a penas
un tanto benignas: 6 años y un día; 3 años; 2 años… La mayoría, a un año.
Alguno, a seis meses. Sólo dos fueron absueltos. A Carmen Gómez se la condenó a
6 años y un día. A Ana Gutiérrez Rodríguez, a 2 años.
La
noche más larga
La
ejecución de los tres primeros condenados fue rapidísima: el 12 de marzo, a los
veinte días del consejo de guerra. No se les dio ninguna opción para recursos
de ningún tipo. Se suele protestar por la “justicia lenta”, pero cuando se
produce la “justicia demasiado rápida”, se convierte en “sumaria” y siempre es
injusta y politizada (Lo que le ha ocurrido al gobierno catalán preso
(2-11-2017), tras una citación de sólo 24 horas). En el caso que nos ocupa, el
fusilamiento de la cúpula del Regional de Andalucía, la víspera de la tragedia
está ocupada por las intrigas del capellán de la prisión, para que Luis Osaba y
Carmen Gómez, los dos presos, se casaran por la Iglesia. El cura había maniobrado y escrito a los
padres de Luis. La madre escribió a Luis con el ruego de que contrajeran
matrimonio eclesiástico. En la tarde del día 10 de marzo, cuando la angustia y
el pesimismo se extendían por toda la prisión, Carmen Gómez fue llamada por el
cura, y le habló de la carta: le llevarían la carta, para que la leyera y diera
su opinión. Carmen la leyó y se calló, hasta que hablara con Luis. Todo aquel
ir y venir del cura no presagiaba nada bueno, y toda la prisión se hallaba
sobre ascuas. Al día siguiente, 11 de marzo, Carmen tuvo una confidencia de que
“esta tarde vas a comunicar con tu Luis”. Y Carmen escribe en sus memorias:
“sentí que algo extraño se apoderaba de mí produciéndome gran angustia… y
esperé a las 3 de la tarde”. Y relata Carmen: “… la funcionaria me llamó y con
ella fui al locutorio general de hombres, donde él, acompañado de un
funcionario, me esperaba ya. La emoción al vernos fue tal que los dos sentimos
una gran torpeza para hablar…”. Los dos estuvieron de acuerdo en que el
casamiento, en aquellas circunstancias, no era posible. Luis Campos todavía
tenía algo de esperanza: “Hay una cosa buena y es que parece ser que nuestro
asunto se va a llevar a la ONU…”. Inútil quimera: los presos de Franco no significaban
nada en los juegos diplomáticos de las cancillerías. Se hallaban solos y
olvidados, desde 1936, sin más horizonte que el matadero. En aquella
entrevista, Luis le encargó a Carmen: “Si el cura vuelve a hablarte de esta
cuestión… que todo, absolutamente todo, lo consulte conmigo”. Se despidieron:
“Que seas valiente como siempre, Puchi –le decía Luis- y, si ocurre lo peor, ya
sabes que es mi deseo que luches por encontrar la resignación lo más pronto
posible… Nos despedimos con gran dolor, dándonos besos con las manos”.
Sobre
las 6 de la tarde del mismo día 11 de marzo, el cura volvió a la carga. Carmen
relata: “… fui sorprendida con nueva llamada del cura… me dijo algunas cosas
que me hirieron profundamente y acabó por decirme que fatalmente moría, porque
la sentencia ya estaba firmada en Madrid”. Antes, el cura había vuelto a hablar
con Luis sobre el casamiento, el cual le dijo que en su calidad de comunista
tal cosa no era posible. El cura presionó sobre Carmen, la cual le dijo
claramente que “no creía en la Iglesia”. Respondió el cura: “Es lástima que no
quieran ustedes casarse, porque es muy distinto que se la considere a usted
como esposa o como querida suya”. Carmen, en medio de tanto acoso, sentenció:
“Él y yo nos consideramos como marido y mujer, y es bastante. Se marchó sin
decirme palabra por la rabia que sintió ante nuestra actitud”.
A
las 11 de la noche del día 11, la inquietud subía de tono en las galerías,
porque estaba iluminado el locutorio de jueces, y andaban por allí guardianes y
el jefe de servicio. Alrededor de la medianoche empezó la danza de la muerte,
actuando como maestro de ceremonias el jefe de servicios Miguel Barrajón.
Fueron primero a por José Mallo, a su celda. Estaba acostado y lo despertó el
tropel. Dijo: “Lo esperábamos, pero no tan pronto”. Lo llevaron a uno de los
apartamentos próximos al vestíbulo. Allí, el juez comandante Fructuoso Delgado
le leyó la sentencia. Mallo se negó a firmarla, y dijo: “Supongo que el
Gobierno habrá pensado bien lo que va a hacer. Que se atenga a sus
consecuencias”. Vana creencia, pues las víctimas del franquismo ni contaban
para el mundo ni contarían para la futura democracia de 1977, que acordó no
hablar de ello.
Aquella
madrugada se hallaban en acción: el juez-comandante Fructuoso Delgado, dos policías
secretas, el capitán médico, el abogado “de oficio”, el director de la prisión,
el administrador y la mayor parte de la oficialidad que no estaba de servicio,
pero que aquella noche fueron convocados. Seguimos en estos relatos las citadas
memorias inéditas de Carmen Gómez y el libro de Rafael Lora El terror de las cárceles franquistas.
Seguiré soñando (Fapa, Barcelona, 2003). Fueron luego a por Luis Campos
Osaba, que ya estaba despierto en su celda por el revuelo que se oía en la
galería, se había vestido y se estaba peinando, y le dijo al oficial José
Orellana: “¿Qué, ha llegado la hora? ¡No se preocupe usted, don José, dentro de
50 años todos calvos!” Fue llevado al locutorio de jueces del departamento de
mujeres. Tampoco firmó la sentencia. Por fin, le tocó el turno a Manuel López Castro,
al que encontraron durmiendo y reaccionó con sobresalto: “¿Qué pasa? ¡Ah, ha
llegado la hora!” Y se vistió tranquilamente. Fue llevado al departamento
próximo al locutorio general. Tampoco firmó la sentencia. Se tienen algunas
referencias de cómo transcurrió aquella madrugada, una entre las miles de
madrugadas en las que el franquismo fue aniquilando a toda una generación
política, cultural, intelectual y obrera.
José
Mallo estuvo hablando con naturalidad, sobre todo de su vida, de su estancia en
Francia, en la URSS y en Argelia, asombrando a todos sin excepción por su alto
nivel cultural, por su serenidad y sangre fría en momentos tan graves. A los
tres condenados les hicieron pasar alguna copa de coñac y café. En realidad,
algunos oficiales estaban tan nerviosos como los reos. Parecía que el plan era
darles conversación, para matar el tiempo de aquellas tristes horas de la
noche, hasta las 7 de la mañana. Manuel López estuvo explicando muchos aspectos
del partido comunista y respondiendo a las preguntas que le hacían. También
habló de su vida, de su familia, hasta que se dedicó varias horas a escribir a
sus familiares y a sus hijos. Luis Campos también rellenó mucho tiempo de
aquella madrugada en dar repaso a su vida, en explicar muchas cosas a sus
guardianes, habló del Partido, como si los quisiera hacer a todos comunistas
antes de marcharse. Habló de medicina con el capitán médico que iba a
certificar su muerte. Era la generación perdida de la República: hombres y
mujeres preparadísimos en una España negra que no era digna de ellos. Y otra
vez el cura se acercó a ver si lo doblegaba con el tema del casamiento,
incidiendo en el disgusto que se iba a llevar su madre. Y Luis respondió: “El
disgusto lo tendrá mi madre, cuando se entere de que me han asesinado”.
Volvamos
al relato de Carmen Gómez, a la que llamaron a última hora para despedirse de
Luis Campos: “A las cinco y media de la madrugada, estando despierta y en una
situación terrible, vi que abrían la reja de nuestra brigada y que entraba la
funcionaria y uno de los cuervos… ‘Levántate, Carmen, el padre quiere hablar
contigo’. Como loca pregunté: ‘¿Se lo llevan ya?’… Crucé el patio y entré en el
locutorio de jueces… y allí le vi, acompañado de dos funcionarios y separado de
mí por una especie de taquilla, pero que nos permitía cogernos las manos”.
Carmen se hallaba desolada y sin fuerzas. Luis echó mano de su cultura con este
curioso argumento de autoridad: “¿Sabes lo que decía Sócrates? Este es un gran
filósofo y, pensando en la muerte, decía lo que yo te digo ahora: ‘Si no hay
nada después de la muerte, descansaré ¡Qué dulce es descansar! Y si hay algo,
seguiré filosofando y pensando en ti”. Le pidió a Carmen que buscara la
resignación lo antes posible, que fuera al cine, que se distrajera con la
música, como la 5ª Sinfonía de Beethoven, que era su preferida. “No llores –me
seguía diciendo-. Recuerda las palabras de Dolores Ibárruri: Más vale ser viuda
de héroe que esposa de cobarde y no odies a nadie”. Ni siquiera a un tal
Alfonso, al que llaman traidor y causante de la “caída” de ellos.
Estuvieron
hablando alrededor de una hora, de las 5 a las 6 de la mañana, porque sobre las
6’15 ya se lo llevaron. Mientras tanto, Luis Campos no cesaba en sus últimos
consejos a Carmen: “demuestra que los comunistas españoles no somos fieras, que
somos buenos y honrados”. Luego le fue entregando sus “bienes”: el reloj, el
pañuelo, la cartera, con cartas y fotografías de sus padres y de Carmen, salvo
una foto de ella, que quiso llevarse consigo. “Viéndome llorar y sufrir, me
decía: “márchate, Puchi”. Y dirigiéndose a la funcionaria: “Por favor,
llévensela… Con gran esfuerzo separó sus manos de las mías, y salió del cuarto
donde estaba”. Termina Carmen: “En su amada voz, ni en su rostro, observé la
menor alteración por el terror o la duda… Dudo que se repitan muchos casos como
éste, que con tanta tranquilidad, con tanta valentía, un hombre joven como él,
lleno de vida y de ilusiones, vaya a la muerte”. De los otros dos condenados, José
Mallo y Manuel López, no hemos tenido la suerte de hallar unas memorias como
las de Carmen respecto a Luis (que ella, cuando salió de la cárcel, hizo llegar
al Partido).
A
las siete menos cuarto de la mañana llegó un teniente de la Policía Armada con
ocho números. Mallo, Campos y Castro fueron llevados al vestíbulo, lleno de
mandos y oficiales. Mallo dijo: “¡Qué concurrido está esto!” Cuando llevaron a
Luis Campos, éste se dirigió a Mallo y lo besó. Encargaron a algunos
funcionarios que los despidieran de sus compañeros presos. Los tres condenados
fueron esposados individualmente, y luego, atados por los brazos, con Mallo en
medio, que tuvo humor negro para una broma: “Cristo entre los dos ladrones”.
Cuando salieron del vestíbulo para emprender la marcha, sólo Campos se volvió y
dijo: “Que tengáis mucha suerte”. Los detalles finales, sangrientos, quedan a
nuestra imaginación.
Rafael
Lora, joven preso entonces en Sevilla, ha relatado en el libro antes citado sus
recuerdos de aquel desastre de 1949: “El número de presos oscilaba siempre
entre ciento veinte y ciento cuarenta. Las filas de petates cuidadosamente
doblados se extendían en dobles hileras en el centro (de la galería) y adosados
a la pared… Desde días atrás la atmósfera que se respiraba en la prisión era de
inquietud y nervios… Los cacheos eran más frecuentes y la vigilancia más
estrecha”. Este autor da cuenta de la gran campaña internacional que hubo por
este caso: “Instituciones de todo tipo, prestigiosos intelectuales y diferentes
gobiernos exigían a Franco la conmutación de las penas. Francia pidió la
libertad de los condenados, entre ellos José Mallo Fernández, miembro de la
Legión de Honor por su lucha en el país vecino durante la ocupación nazi. Toda
esta presión no sirvió de nada”. Después del primer recuento, ya en la mañana
del día trágico, 12 de marzo, los presos bajaron al patio, desolados, como en
un entierro. En un momento dado, con los cuerpos de sus tres compañeros aún
calientes, suenan unas palmadas y, con el Comité Local del Partido clandestino
a la cabaza, escenificaron una humilde manifestación de duelo, que fue dar tres
vueltas al patio, una por cada víctima. A mediodía se hizo huelga de hambre
como protesta. Y por la noche, antes del toque de silencio, un “hombre viejo y
alto” pronunció con voz firme un recordatorio fúnebre. Tras el minuto de
silencio, entonaron “La Internacional”, con gran estupor de los funcionarios,
que no se atrevieron a reprimir nada.
El
impacto en la prensa obrera fue enorme aquellos días. Mundo Obrero clamó por los “¡Tres comunistas más que Franco
asesina!… Héroes de España salidos de nuestras filas”. Y entonces, este
periódico recuerda la muerte de Fernández Miñón en la cárcel de Bilbao, así
como el temor por otros condenados a muerte, como Bistuer en Zaragoza; Arias,
Gómez, Cregut y Valls en Barcelona; Saturnino López en Bilbao; Aranda, Poveda y
Portel en Madrid; Cardador en Sevilla…”. Pero Franco siguió adelante siempre
con su “genocidio suficiente”, es decir, matando a cuantos él consideró que era
necesario matar.
Conclusiones
El
breve estudio expuesto revela que la represión franquista, aunque presente una
modulación de intensidad, apenas aflojó en toda la década de los cuarenta, contra
lo que escriben algunos historiadores generalistas. Nadamos aquí en temas
bastante desconocidos. Ciertamente, la represión franquista fue cada vez más
selectiva, apuntando directamente a las cabezas sobresalientes, concretamente
del PCE clandestino, en las grandes ciudades sobre todo. Creer que la represión
franquista acabó en 1942 es un completo desatino. Mientras no se conozca bien
lo ocurrido en el llamado “Trienio del terror” (1947-1949), sabremos poco de la
represión franquista. Y en este período se produjo la “caída” de los tres
dirigentes comunistas que Franco llevó al paredón. Fueron unos años terribles
contra miembros destacados del PCE clandestino: torturas, paredón o muchos años
de cárcel. Eran los desgraciados presos políticos del franquismo.
Otro
aspecto es el siguiente. Si bien la represión fortísima contra el PCE
clandestino de tipo urbano la podemos calificar de selectiva, existe otra
vertiente represiva en el mundo rural, que fue la “guerra sucia” contra la
guerrilla, en la sierra, y más aún en el llano, es decir, la “ley de fugas”
contra los supuestos enlaces de la guerrilla o familiares de los guerrilleros,
que cayeron como moscas y sembraron de huesos cunetas y caminos. Esta es la
otra vertiente del “Trienio del terror”, también poco conocida entre los
historiadores no especializados en el tema represivo, para lo que hay que
dedicarse a una investigación muy exhaustiva, cada menos posible.
Concluimos
luego en el carácter de farsa evidente de la “justicia” franquista (siempre
entre comillas), sin garantías de ningún tipo. En lo antes expuesto se revela
que a los acusados no se les permitió la elección libre de abogado civil, ni
siquiera la propia defensa, ni siquiera tuvieron derecho a un juicio público,
siéndoles aplicada la máxima pena “por actividades subversivas”, es decir,
políticas. No existía ningún hecho de sangre. Por tanto, se les condenó por
ejercer derechos humanos hoy plenamente vigentes en el mundo democrático: derecho
de asociación, de reunión, de actividad política, etc. Según esta farsa de
juicio, hoy todos seríamos condenados a muerte por ejercer los mismos derechos
humanos que aquellos infortunados de 1949. Se trataba de la criminal represión
de oponentes políticos, en vulneración de elementales derechos civiles.
Queda
también en evidencia en este proceso la gran formación cultural y política de
los acusados, que no en vano han luchado en la guerra civil española, han
ostentado cargos diversos y han pasado por la lucha contra el nazi-fascismo en
la II Guerra Mundial. Son luchadores de dos o tres guerras. Y lo más
importante: han pasado por la Francia libre y por la lucha de la resistencia,
han conocido el triunfo de las libertades en Europa, han recibido recompensas
(Legión de Honor) y han aprendido el lenguaje moderno de las democracias
triunfantes. Esto se revela en varias de sus frases orales o escritas: la ONU,
lesa patria, derecho de gentes, derecho internacional, etc. Algo no usado por
los presos del interior que nunca habían traspasado la frontera española.
Por
último, se observa algo común a todos los represaliados por el franquismo: la
defensa de su honradez, cívica, política y familiar, de lo que siempre hicieron
gala los presos y condenados por Franco: “que no habían robado ni matado”.
Campesinos, obreros, intelectuales, etc. siempre hicieron defensa de esto: su
dignidad y honradez personal. Basta leer cartas y memorias de los infortunados
perseguidos, para caer en la cuenta de su afán por perpetuar su honorabilidad,
también ante su familia (padres, mujer e hijos). La defensa de su inocencia a
toda costa, y la aclaración de que su actuación siempre fue política: lo que
ellos llaman “la defensa de un Ideal”. La bandera del “Ideal” o la “Idea”, ya
predicada por los maestros racionalistas y líderes sindicales desde comienzos
del siglo XX a lo largo y ancho del agro español en general y andaluz en
particular. Aquella Idea, que no era otra cosa que: la concienciación, la
asociación y la emancipación. Por estos motivos políticos miles y miles de
campesinos y obreros dieron con sus huesos en la fosa. El dicho popular ya lo
expresa así: “lo mataron porque era de Ideas”.
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