19/9/17

BUERO VALLEJO, CONDENADO A MUERTE

                                                                      

ANTONIO BUERO VALLEJO, CONDENADO A MUERTE


     PRIMEROS PASOS DE LA RESISTENCIA
              CLANDESTINA EN MADRID. 

      

                                          Por Francisco Moreno Gómez


El tema, que ha acabado liquidándose con el ofrecimiento de unas indemnizaciones.... muestra, por un lado, la extraordinaria eficacia con que los controladores de la historia han conseguido mantener un silencio tan duradero sobre estas cuestiones incómodas. Pero muestra también su fracaso a largo plazo, cuando las voces críticas, que no han podido ser silenciadas del todo, han reavivado la conciencia  colectiva.
                                                                              Josep Fontana
                                                               (La historia de los hombres)

Al estudiar lo ocurrido en el Madrid vencido de 1939, llama la atención la falta total de previsión para la actuación clandestina por parte del PCE, no por parte de otras organizaciones políticas o sindicales que desde el golpe de Casado-Besteiro-Mera se puede decir que habían renunciado a la resistencia. Sin embargo, en cuanto a negrinistas y comunistas se refiere, no se comprende cómo se les vino encima la victoria de manera tan aplastante dejándolos totalmente desarticulados. Quizá la respuesta se halle en una obviedad universal: no existen derrotas organizadas ni previsoras. La derrota es siempre caótica y desastrosa, y tal vez no debamos pedir peras al olmo ni orden a los vencidos.

      El caos del intento de escapada por el puerto de Alicante fue descomunal. Los últimos miembros del comité central fueron a parar al campo de concentración de Albatera. Allí se improvisó una comisión para salvar cuadros del partido, mediante nombres supuestos y documentación falsa. Así pudieron escapar de allí: Enrique de Castro, Jesús Larrañaga y Enrique Sánchez. José Cazorla y Torrecilla no llegaron a ingresar en el campo y regresaron a Madrid como pudieron.

      El golpe de Casado había sido otro factor de caos fenomenal para los vencidos. En vísperas del desastre casadista parece admitido que Dolores Ibárruri designó a Matilde Landa para dirigir la organización clandestina de Madrid. Pero la gran luchadora Matilde, mujer culta y dirigente del S.R.I., no pudo articular casi nada en medio del “sálvese quien pueda”. El 4 de abril de 1939 cayó detenida (1). El navío comunista quedaba a merced de la galerna. Madrid se convertía de improviso en un laberinto de catacumbas para los perseguidos, sin ni siquiera contar con una red de domicilios como puntos de apoyo. Según Castro, Larrañaga le había dicho que Pedro Checa se había llevado nota de varios domicilios de contacto en Madrid, para comunicar o mandar a alguien desde el extranjero, pero la madre de Mendezona quemó las notas por miedo a la policía.

      El segundo organizador del PCE en Madrid fue Enrique de Castro, que a primeros de mayo de 1939 se presentó en el domicilio del ex cura Amable Donoso en Madrid, escapado de Albatera (2). Allí reveló que el Buró del partido había dejado a Jesús Larrañaga como máximo responsable nacional, y que éste se hallaba oculto en Valencia, también evadido de Albatera. Las directrices que Castro trae de Larrañaga son constituir el siguiente comité provincial de Madrid: Enrique de Castro, Luisa de Pablo y Victoria Moreno, pronto sustituidas éstas por Carmen Barrero y Luis Sanabria Muñoz.

      En mayo celebran primera reunión en un descampado junto al depósito de Aguas de Lozoya. Asisten: Castro, Carmen Barrero, Sanabria y Amable Donoso. Acuerdan cambiarse todos de nombre y designar otro comité provincial: Sanabria, Federico Bascuñana y Teresa Cabrero. La dirección central la asumía Castro, teniendo a Sanabria como enlace con el provincial. Pero este comité fue casi fantasma, porque el 15 de mayo cayó detenido Bascuñana (además de Pilar Bueno Ibáñez. Ambos trabajaban en el sector Norte, Cuatro Caminos). No tardó en caer también Sanabria. Los tres irían en la gran saca de “Las trece rosas”, el 5 de agosto de 1939, junto con el que se dice que fue  delator, José Pena Brea, secretario de la J.S.U.

      Enrique de Castro cayó también y fue a parar a la prisión de Yeserías. El segundo intento de reorganización, el del mes de mayo, apenas duró semanas. El alma clandestina de Madrid era por aquellos meses el célebre ex cura Amable Donoso. Los domingos iba al Rastro a vender baratijas, y allí se entrevistaba con algunos cuadros del partido, como Alejandrino González. Este le habló de varios camaradas que pedían se les dieran cargos para actuar en la clandestinidad, como José A. Jiménez, Rafael Martín, Ángel Vaquedano, Antonio García Sotero y otros.

      Así llegamos al tercer intento de reorganización, en el del mes de junio de 1939. Enrique Sánchez García, otro miembro del comité central, había aterrizado en Madrid el 22 de abril, procedente de Albatera con nombre falso. Durante más de un mes permaneció oculto, sin contacto con el partido, en casa de María Atienda, calle General Pardiñas, 103. Por fin, en la primera decena de junio, María Atienda se encontró con Amable Donoso y le dijo que estaban de mudanza a la casa de su abuelo, en General Pardiñas, y que allí tenían oculto a un miembro del Comité Central. Donoso se apresuró a entrevistarse con Enrique, ávido de noticias. Donoso revela que han detenido a muchos del partido, y da detalles de la organización incipiente, que a Enrique le parece bien y se ofrece él como máximo responsable. Enrique le pide documentación y más domicilios donde esconderse.

      En la segunda entrevista, Donoso va acompañado por Alejandrino González. Le presentaron la lista del nuevo comité provincial, el del mes de junio: Alejandrino (secretario general), Antonio García Sotero (secretario sindical), Ángel Vaquedano (ayudante del anterior) y Mercedes Gómez Otero (secretaria de organización). En esta reunión acordaron el nuevo comité central: Enrique Sánchez, Alejandrino González y Amable Donoso. En lo sucesivo, las reuniones serán en el Retiro.

      En la primera reunión del Retiro -seguimos en el mes de junio- se aprobó el antes citado comité provincial, y acuerdan recaudar dinero mediante unos bonos o sellos de cotización, de cuya confección se acaba encargando el propio Enrique, en una máquina de escribir que había en casa de María Atienda. Confeccionó 350 bonos, de una peseta y de cincuenta céntimos, los cuales recogía Donoso y se encargaba de repartirlos.

      En otra reunión del Retiro, Alejandrino dio cuenta de que José Cazorla (otro miembro del C.C.) y Ramón Torrecilla se hallaban ocultos en Madrid y querían tomar contacto, el cual ocurrió por mediación de Donoso. La cita con Enrique fue el 28 de junio, en el Paseo de Ronda, esquina Alonso Cano, antes de las ocho de la mañana. Cazorla se encontraba angustiado, porque necesitaban dinero y más domicilios de seguridad. Enrique acepta a Cazorla como máximo responsable (una especie de asesor general de toda la organización clandestina) y quedan en verse todos los lunes.

      En el mes de julio, tras la débacle de las J.S.U. por las detenciones masivas, Cazorla estaba empeñado en redactar un guión de orientación política clandestina para la J.S.U., como consecuencia de la detención de su comité provincial, que había causado una desmoralización general.

      En las reuniones de Enrique Sánchez con Cazorla se abordaron diversos temas, como ver la manera de concertar una cita con Sinesio Cavada “El Pionero”, que se hacía llamar jefe de las milicias armadas clandestinas de la J.S.U. Cazorla quería darle instrucciones, pero las detenciones de julio y agosto abortaron el encuentro.

      En estas semanas de julio, Enrique y Cazorla hablaron de otros comprometidos en la organización, que les ayudaban, como el médico José Izquierdo Pascual, que era el encargado de la documentación y las falsificaciones, con la ayuda de Buero Vallejo. Intentaron preparar documentación para Cazorla y Torrecilla, a partir de un aval con firmas y sellos de Falange, que no se pudo hacer, pero sí unas cuartillas en blanco con sellos de Falange. Otro de los colaboradores era Juan Fonseca Serrano, masón y comunista, que puso en contacto con la clandestinidad de Madrid a la enlace de Valencia, Agustina Alvarado, que tenía domicilio en Madrid, calle Ramón de la Cruz, 14. En esta casa se ocultaba Juan Sanz Pascual, luego destacado en la guerrilla de Madrid en 1947, y al que de momento enviaron como enlace a Valencia.

      Enrique, Cazorla y Torrecilla cambiaban el lugar de las citas. Una fue en el Paseo de los Ministerios. Cazorla estaba preocupado por la falta de dinero. Enrique le prometió que, en cuanto distribuyeran los bonos de cotización, podría ayudarle, porque el partido no tenía nada. Al lunes siguiente -lunes de julio, suponemos- se vieron por última vez, en el Paseo de Ronda. Cazorla estuvo hablando de la carta que había recibido de su esposa Aurora Arnáiz, en la que mencionaba un contacto, Emilio el fotógrafo, para el paso a Francia por Puigcerdá. Todo ello nos lleva a poner en entredicho lo escrito por Gregorio Morán, en el sentido de que Cazorla y Torrecilla vinieron a Madrid “dispuestos a echarse a la sierra” (3), tema que por ningún sitio aparece en las diversas declaraciones del expediente que utilizamos. Aparte de su preocupación por orientar a la J.S.U., el último plan que Cazorla comentó con Enrique Sánchez fue la posible salida al extranjero.

      Quedaron al lunes siguiente en el Paseo de Ronda, pero Enrique Sánchez no apareció, por lo que perdieron el contacto. Cuando hacían gestiones para recuperarlo, Cazorla y Torrecilla fueron descubiertos y detenidos. En los primeros días de julio cayó Antonio García Sotero. La misma desgracia ocurrió a Angel Vaquedano, con lo que caía el último comité provincial. Ambos acompañarían a Cazorla en la tapia del cementerio, el 8 de abril de 1940.

      Enrique Sánchez cayó detenido en agosto, en la casa de Josefina Alvarado (Ramón de la Cruz, 14). En su expediente serían incluidos diez más, entre ellos: Alejandrino González, Juan Fonseca, Ramón Torrecilla, Amable Donoso, Antonio Buero Vallejo y José Izquierdo. Estos siete, condenados a muerte. Sólo los tres últimos fueron conmutados.

      Todos los detenidos eran torturados hasta el límite. Y todos tenían que hablar, mucho o poco, pero tenían que hablar. Los sumarios revelan esta humana y comprensible realidad. En este expediente se incluía el caso peculiar del ex cura Amable Donoso, tachado “oficialmente” como delator, pero su declaración no aparece ni más ni menos explícita que la de los demás. Donoso tenía 31 años, natural de Huelma (Jaén), sacerdote, miembro del PCE desde marzo de 1936, tenía esposa y tres hijos, fue profesor en la Escuela de Cuadros del partido en Alicante durante la guerra. En la primavera y verano de 1939 trabajó cuanto pudo en la clandestinidad. Si Enrique Sánchez lo tuvo como delator, ignoramos a qué se debe tal imputación, y que cita Gregorio Morán, según la cual Enrique negó la mano a Donoso diciendo: “yo no saludo a traidores”, cuando salía hacia el cementerio en la madrugada del 2 de julio de 1940.

    Un primer acercamiento al sumario nos permite profundizar en lo relativo al dramaturgo Antonio Buero Vallejo, que revela aspectos terribles de aquella dictadura fascistizada que destruyó la democracia de 1931, y que fue la auténtica tragedia “griega” que estuvo a punto de segar la vida del escritor.

      Comienza el sumario con la declaración de los once detenidos en agosto de 1939. En primer lugar, el que en esos momentos hacía de principal responsable del PCE clandestino, Enrique Sánchez García. Buero Vallejo cayó detenido el 14 agosto 1939, y ese mismo día está fechada su primera declaración. Contaba 22 años, estudiante y domiciliado en la calle General Porlier, 36. Se observa una declaración valiente y directa, sin titubeos. Se presenta como militante de la FUE (sindicato de estudiantes de izquierdas) y secretario de su sección de Bellas Artes. En 1934 ingresó en el PCE, y en 1938, en el Socorro Rojo Internacional. Además, en cuanto se produjo la sublevación, se presentó como “voluntario” (hecho considerado siempre como agravante) para la defensa de la República.

      Confiesa sin ambages que trabajó en la confección de carteles de propaganda en la Academia de Bellas Artes. Luego pasó a prestar servicio en la jefatura de Sanidad de la 13 División y en la jefatura de Sanidad del Ejército de Levante, donde acabó la guerra.

      Mientras las declaraciones de sus compañeros aportan un gran repertorio de nombres y actividades clandestinas, Buero Vallejo se muestra muy sobrio en este punto. Apenas aporta detalles de la actividad clandestina, y sólo nombra a tres dirigentes: José Cazorla, José Izquierdo (que fue quien contactó con Buero) y un tal Colao (Guillermo García Colao), que trabajaba en la organización clandestina del Puente de Vallecas. Y no tiene reparo en hacer esta confesión peligrosa para él: “le dijo (a José Izquierdo) que también estaba dispuesto a colaborar y designarse un puesto”.

      El trabajo que le asignó José Izquierdo fue falsificar avales y sellos de Falange, de los que Buero, dada su condición de pintor, no tardaba en realizar copias, valiéndose de una mezcla de anilina con azúcar. Falsificaba también la firma de un jerarca de la Falange llamado Jiménez Villa. En su declaración, Buero parece ufanarse de estos trabajos, con evidente peligro para él. Y no oculta que tenía plena conciencia del destino de los sellos: los dirigentes comunistas clandestinos, cuyos nombres dice no conocer.

      Le preguntan “si es cierto que los rojos fusilaron a su padre por el hecho de ser Teniente Coronel de Ingenieros y no querer colaborar con los mismos, dice: Que es cierto”. Y le insisten en este tema: “preguntado para que diga qué causas han influido en él para colaborar con los asesinos de su padre, no solamente durante la guerra, sino después de terminada y en la clandestinidad, dice: que porque tenía una idea distinta a la de su padre”. Este asunto se hará constar siempre en todos los cargos contra Buero. Para los franquistas venía a significar una especie de traición al padre y un agravante.

      En la segunda declaración (10-10-39), dos meses después, ante el juez especial de Policía Militar, Buero Vallejo es muy diferente. En ese tiempo ha descendido ya al infierno de la represión: el hacinamiento de la cárcel, el hambre y la miseria, los piojos y la falta de espacio vital, ... y sus ojos se han empañado ante el dolor de los compañeros, el desgarro de la tortura y las despedidas hacia el paredón. Buero quiere ahora rectificar, quitar hierro a su orgullo anterior y, consciente del peligro, afirma que lo de “voluntario” al principio de la guerra no fue tanto, porque estuvo enfermo el primer mes. Que los carteles de propaganda fueron muy pocos. Que los tres nombres mencionados (Cazorla, José Izquierdo y Colao) no tenían rango de dirigentes, y que si antes los vinculó con la organización clandestina fue por “el apremio con que se le pedían nombres, pero lo cierto es que no se habló de organización comunista; que de lo que se habló y lo que se proyectaba eran simples ayudas de carácter particular”.

      Este punto de su rectificación revela el fondo íntegro y ético de su temperamento. Parece obsesionado por no perjudicar a algún compañero, cuando en realidad Buero Vallejo es el que menos nombres propios incluye en su declaración -sólo tres-, y los menciona como compañeros de lucha. Lo normal de estas declaraciones, y así ocurre con los diez restantes del sumario, es que mencionen docenas de nombres propios, sin que ello tenga el menor sentido delatorio.

      A continuación, reduce también el número de sus trabajos de falsificación, y que no sabía el destino que tenían. Insiste en su amigo José Izquierdo, que este “no le dijo que perteneciese a ningún partido”, y saca a la palestra la cuestión de su padre: que “no realizó estos hechos por móviles políticos contrarios a las ideas de su padre, sino exclusivamente por amistad particular con Izquierdo y para solucionar su problema de orden personal”, es decir, de falta de documentación de Izquierdo.

      Por último, intenta aportar algunos gestos en su favor, y fue que durante la guerra facilitó tres carnets de la FUE a tres estudiantes derechistas, para ayudarles.

      De este posible atenuante, así como de las anteriores rectificaciones, ni el Auto Resumen (28-11-39) ni las conclusiones provisionales del Fiscal (28-12-39) se hicieron ningún eco ni las tuvieron en cuenta para nada. Toda la acusación se mantuvo en los términos de la primera declaración. De esta manera, Buero Vallejo quedó acusado como miembro de la FUE, del PCE y del SRI, por ser “activo propagandista rojo” durante la guerra, y por falsificar sellos “a sabiendas” de que eran para documentar a elementos “destacados” del partido comunista. Con todo, no se descubre su pertenencia al comité provincial.

      Por lo demás, el Fiscal es contundente. Enrique Sánchez, Donoso y Alejandrino quedan en evidencia como organizadores del PCE clandestino y de una especie de Comité Central. De Juan Fonseca se descubre que perteneció a la Masonería en 1931 (Logia “Jovellanos”, de Gijón), ¡gran pecado!, además de comunista. Los once son acusados del delito de “Adhesión a la rebelión militar”, según el Art. 238 del C.J.M., y para todos se pide la pena de muerte, menos para Jorge Luque, que tenía 16 años.

      Con estos malos presagios, los once acusados comparecieron en Consejo de Guerra el 16 enero 1940. Los miembros del Tribunal: Señores Hernández Gómez (presidente), Cabezas García, Chaves Rodríguez, Plaza Hernández (vocales) y Suja Yera (ponente). El resultado fue: 7 penas de muerte (entre ellas Buero Vallejo), 3 penas de 30 años, y una de 20 años (la del muchacho Jorge Luque, reorganizador de la JSU).

      La sentencia se hizo firme por la Auditoría de Guerra el 12 marzo 40, y se suspende la ejecución de la pena capital hasta que se reciba el “enterado” de S.E. el Generalísimo. Nuestro dramaturgo vive entonces esa pesadilla de ultratumba que tantos han relatado, sin dormir un mes detrás de otro, esperando cada noche ser llamados para la fatídica “saca”. Y es en ese tiempo cuando la madre de Buero Vallejo, doña Mari Cruz, hizo gestiones desesperadas en las alturas del régimen, para conseguir salvar al hijo. Ignoramos la actitud del otro hermano, Francisco, derechista y militar, preso en el Madrid republicano, y que en 1940 hemos descubierto formando parte de tribunales represivos.

      Así llegamos a la fecha crucial del 25 junio 1940, en la cual se firma la conmutación de pena capital para: Antonio Buero Vallejo, su amigo José Izquierdo y el ex cura Amable Donoso. La salvación de este último se debió a la gestión del capellán de la prisión, a condición de que Donoso se reconvirtiera y volviera al sacerdocio, lo cual provocó la ira de Enrique Sánchez, que le negó la mano antes de morir.

      Y junto a la “conmutación” para unos se firma el “enterado” para otros, los cuatro infortunados: Enrique Sánchez, Ramón Torrecilla, Alejandrino González y Juan Fonseca. El procedimiento era el siguiente: el desenlace fatídico lo deciden entre el Ministro del Ejército y Franco, que es lo que se firma el 25-6-40. De ahí pasa el expediente a la Capitanía de la 1ª Región, que firma los “enterados” el día 26. Se remiten a la Auditoría de Guerra, y de aquí se cursan los oficios al Director de la prisión del Conde de Toreno, donde se encuentran las víctimas, las cuales tardan mucho más tiempo en tener noticia de lo que ocurre. Los conmutados carecían de información. La primera noticia que les cayó encima tuvo lugar en la noche del 1 al 2 de julio 1940. Esa noche trágica llamaron a los cuatro “enterados”, en una saca multitudinaria de 31 reos. A las 5’30 horas, sus cuerpos rodaron en la tapia del cementerio de La Almudena. Buero Vallejo vivió el clímax de su angustia, esperando oír su nombre aquella noche, pero no se oyó. Eso era buen presagio, pero no la seguridad completa. Increíblemente, la notificación de su conmutación lleva fecha de 21 septiembre 1940. Si nuestro autor no supo nada hasta entonces, habría que calificar esa demora como una crueldad incalificable, por otra parte lógica en un régimen edificado sobre el miedo, el dolor y la sangre.

      Luego, vivió el dramaturgo el habitual “turismo penitenciario” por diversas cárceles franquistas. Entre las privaciones de aquel “turismo”, el hambre y las epidemias, miles de demócratas vencidos acabaron en la tumba. El 25 agosto 1944, se le concedió una segunda conmutación: la pena de 30 años se rebajó a 20. Después, otros beneficios ideados para aligerar cárceles, dieron la libertad condicional a Buero Vallejo en 1946.

      En conclusión, este sumario es un ejemplo de depuración, no penal, sino política. No se depura ningún caso de los llamados “delitos de sangre”, que no existen, sino simple actividad política de oposición. Tomen nota los apologistas de la dictadura y sus epígonos, incluso clérigos (todavía, a estas alturas), que siguen manteniendo que en la posguerra se reprimía “por delitos concretos”. La verdad histórica fue que el grueso de la represión respondió, siempre, a estricta depuración política.

      Queda en evidencia la debilidad y precariedad de la organización clandestina tras la victoria. No se previeron cuadros directivos ni esquemas ni organigramas. Se decía que Jesús Larrañaga era el responsable nacional en los primeros meses, que estaba escondido en Valencia, pero nada se sabía a ciencia cierta. Luego, cada miembro del comité central que aparecía se autotitulaba responsable general (Enrique Sánchez, José Cazorla). Ya detenido, Cazorla comentaba que en España se encontraba ya un miembro de la Internacional Comunista, para hacerse cargo de la situación. Es posible que se refiriera a Heriberto Quiñones. La desconexión con la dirección en el exilio era total y lo fue siempre. La dirección en Francia, Moscú o México no supo nunca, realmente, lo que ocurría en el interior de España. Incluso en los momentos más activos, cuando Santiago Carrillo tomó “la rienda” de la dirección de la guerrilla, a partir de 1945, lo cierto fue que nunca tuvo conocimiento real ni aproximado de su propio “Ejército guerrillero”.

      Ocurría luego la precariedad de medios. No se previó ningún dinero para la resistencia clandestina. Tanto Enrique Sánchez como Cazorla, en cuanto hablan con Donoso, muestran su angustia por la falta total de dinero. Donoso tiene que vender baratijas en el Rastro. Enrique Sánchez no ve otra salida que distribuir 350 bonos entre los militantes. No tienen ni para comer. A ello se añadía la falta de domicilios para esconderse, que a duras penas improvisan y encuentran escasamente. Son las mujeres las que aparecen como eficaces colaboradoras en este problema y hacen milagros para esconder a los cuadros del partido. Por otra parte, faltaba también la infraestructura para la documentación falsa, imprescindible para poderse mover bajo el franquismo. Todo era precario, angustioso y caótico en aquel Madrid de 1939, y en aquella España, en la que los demócratas no tenían ni cloacas para sobrevivir.

      El sumario que estudiamos revela, al mismo tiempo, la mecánica de la violencia franquista, que no necesita acusaciones de peso para enviar a los vencidos al paredón. Pequeñas actividades de contacto y nimias conversaciones son materia suficiente de cargo. El hecho de pasar por un consejo de guerra aportaba pocas garantías para las víctimas, cuando estos consejos no pasaban de la pura farsa formularia. No eran las garantías procesales las que salvaban a un preso, sino la suerte o una recomendación milagrosa. Por ningún sitio aparecen en los sumarios ni los trabajos de refutación del defensor ni la confirmación de pruebas ni posibilidad de defensa. Tampoco hay que sorprenderse: la “justicia” militar es esto y no otra cosa, más aún cuando el Ejército se ha convertido en el instrumento de un régimen totalitario o fascista sui generis. Sin duda, el estudio de esta máquina represiva del franquismo no puede ser un mero estudio académico sin más, con sus habituales ribetes eruditos y sus ademanes impasibles o neutrales. Este estudio no puede prescindir nunca de un marco ético elemental ni de ciertas escalas de valores, y desde luego, no puede prescindir jamás del inexcusable descenso a los infiernos, el mayor infierno ocurrido jamás en la península Ibérica.

      Las prácticas de la tortura, en un sumario, se sobreentienden. Cuando se lee: “interrogado convenientemente” o “hábilmente”, ya se comprende todo. Los interrogatorios se hicieron siempre a golpe de vergajo, palizas y golpes de todo tipo. No olviden esto los que sobrevaloran la credibilidad jurídica del consejo de guerra. Todo, en esta farsa, arrancaba y se sustentaba en la tortura. La figura de Heriberto Quiñones, convertido en parapléjico, con la columna vertebral quebrada, sin poder firmar siquiera, llevado a fusilar en brazos de sus compañeros y acribillado sobre una silla en el cementerio del Este de Madrid, es todo un símbolo de los métodos del franquismo y de las bondades de la “justicia” militar.

      Están en un error quienes piensan, sin enmendalla, que la represión fue sólo un fenómeno de paso, de la inmediata posguerra, para entrar luego en la llamada “dulcificación” del régimen. El régimen mató siempre cuanto consideró oportuno en cada momento. Primero se reprimió masivamente y después, selectivamente. Se ignora por los academicistas que todavía en 1950 se aplicaban “paseos” y “ley de fugas”. Para mantener caliente el clima de terror no es necesario matar en cada momento. Basta simplemente el recuerdo del terror y el miedo a ser represaliados de nuevo. Si no, que pregunten a viejos republicanos a los que la policía visitó de nuevo con motivo del atentado a Carrero Blanco, o en otras fechas. Y afirman los testigos con sorpresa: “Yo creí que en 1973 ya se habían olvidado de mí, pero no, no se habían olvidado”. Hasta la muerte de Franco, las personas señaladas en el pasado podían ser visitadas o interrogadas por la policía o Guardia Civil. La represión, real o amenazante, fue una constante en el franquismo, su esencia y definición, su razón de ser y su instrumento de permanencia.

                                          NOTAS

(2) Este trabajo se confecciona con fuentes primarias y material inédito y directo, a partir de las declaraciones sumariales de los personajes citados, por lo que no se presta atención a otras posibles bibliografías secundarias sobre el tema, que apenas han investigado sobre esta cuestión de la clandestinidad de la posguerra inmediata. Seguimos aquí el Procedimiento Sumarísimo de Urgencia núm. 48.924, encabezado por Enrique Sánchez y 10 más, en el archivo del Tribunal Militar Territorial 1º, Madrid. Copia del mismo, en el archivo particular del autor. Sobre todo interesan las declaraciones de Enrique Sánchez, Amable Donoso, Ramón Torrecilla y Buero Vallejo.

(1) Matilde Landa fue condenada a muerte en diciembre de 1939, y luego conmutada, pasó a la cárcel de Palma de Mallorca, donde se suicidó el 26-9-42, debido a las presiones del obispo José Miralles Sbert, el mismo que por su fanatismo y apoyo a la represión causó estupor a George Bernanos. Le hizo la vida imposible a Matilde Landa, para que se convirtiera al catolicismo, hasta que se arrojó desde la galería superior, y aprovecharon su estado agonizante para bautizarla “in articulo mortis”.

(3) Gregorio Morán, Miseria y grandeza del PCE, 1939-1985, Planeta, Barcelona, 1986, p. 39. Una obra con muchísimos errores e informaciones equivocadas, que ya he dejado en evidencia en mis estudios sobre la guerrilla.

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