MANUELA
“LA PARRILLERA”, UNA CORDOBESA EN EL MAQUIS
Por Francisco Moreno Gómez
Introducción
El conocimiento de un pueblo abarca mucho más de lo que se dice y de lo que se piensa. Villanueva de Córdoba es mucho más de lo que se ve, y de lo que se dice, y de lo que algunos creen. Y es mucho más dilatada, en sus gentes, en su historia, en lo poco que se sabe y en lo mucho que se ignora. Múltiple en los que están y en los que estuvieron, en los de hoy, en los de ayer y en los de anteayer. Pasado y presente inabarcable. Villanueva es mucho más de lo que establecen los impartidores de la “denominación de origen”, que suelen ser excluyentes. La historia de un pueblo tiene que ser incluyente, no excluyente. Y tómese nota de esto: que la verdad total no la tiene nadie. Anótese, además, que en el lugar más insospechado puede brotar un fragmento de la verdad. Villanueva la han hecho muchos, y muy pocos son conocidos. La aristocracia de la dignidad es más importante que la aristocracia del pergamino.
Manuela “La Parrillera”
Dicho esto, para terapia de perdonavidas, sobrados y absolutistas de la verdad, traigo a la palestra a una persona que ya descansa: humilde, cordial, inteligente, harta de sufrir en la vida. Manuela Díaz Cabezas “La Parrillera”. En mi libro de “La posguerra” la saqué del anonimato, con sus veinte años de cárcel a las espaldas. Luego, le fui echando sobre su casa de la calle Paquita Segura oleadas de periodistas, que ella atendía con paciencia. En 1999, la escritora Antonina Rodrigo le dedicó una semblanza en su libro Mujer y exilio 1939. Y ese mismo año, el 28 de abril, la acompañé a Sevilla, al programa “Senderos de gloria”, algo que le agradó sobremanera. El 1 de diciembre de 2001 llevé en mi coche a Manuela y a Bartolomé Torralbo “El Ratón” al homenaje que en El Viso se tributó al “Comandante Ríos” (José Murillo). Un día memorable. Allí conocí al célebre “Veneno” (Francisco Blancas), de Adamuz, “el último guerrillero de La Mancha”, que vino desde Francia, y luego le di vida en otro libro (Historia y memoria del maquis, 2006). Gentes humildes, de las que se aprende a raudales. Carecen de esa “pose” y de ese mundo de apariencias de la gente artificial. Son humanidad auténtica, destilada, quintaesenciada.
Manuela Díaz Cabezas "La Parrillera", de Villanueva de Córdoba, en la guerrilla desde marzo de 1943 hasta diciembre de 1944. |
Siempre recordaré la bondad innata de “La Parrillera” y de
Bartolomé “El Ratón”. Me recibían gozosos. Sentían que había una “química” y
una conexión. Primero, porque los hice figurar en mis libros. Allí vieron que
sus vidas tenían algún sentido. Los hice sentirse personas, simplemente eso:
personas. Segundo, porque había una similitud de origen: de abajo. Algo
coherente en quien nunca fue “pijo” ni un snob,
y nunca se desclasó, porque tal cosa non
pertinet a quien nació para guardar cabras en el Barranco de Los Pobos (que
se dice así, y no Podos, ¡puñetas!. Viene del latín popus = pobo = chopo). Y si después se llegó a algo ha sido
bebiendo libros a toneladas. No haciendo el vago ni el cantamañanas ni
empinando el codo, sino estudiando a machamartillo. Y ese origen humilde de
todos, nos conectaba. Otro de los del maquis, en breve aventura, fue Matías
“Marcelina”, residente en Madrid. Una vez vinieron a verme a Getafe, él y su
mujer, los dos zarandeados por la represión. Los recibí como a príncipes. Gente
buena de solemnidad. A esto llaman “el peligro comunista”. Ya todos se han
marchado. Todos con sus veinte años de cárcel. Manuela también: años después,
se ausentó, discreta y silenciosamente.
Una
película errática
El
tema lo tenía yo hibernado, pero anda bullendo desde que hicieron una película
en 2008 mal documentada, por parte de un denominado Foro Ciudadano. Y llega el
momento de que ponga unos puntos sobre ciertas íes. El guión es un desastre,
eso de la escena de una violación es una mentira, que además no venía a cuento.
Lo que tenían que haber puesto era una escena de una gran paliza en el
cuartelillo. Pero como aquí la cosa es banalizar por sistema, pues una de sexo,
y marchando. Y los de la sierra por ahí entre las jaras con camisas blancas,
para que los viera todo el mundo. Cosa de aurora boreal. Y luego el director va
y declara que “La Parrillera se fue a la sierra por amor”. Otra mentira. “La
Parrillera” se fue a la sierra porque en el cuartel la molían a palos, para que
declarara dónde estaban los suyos. Además, en la sierra, “Los Parrilleros”
vivieron muchísimas aventuras que hubieran dado para toda una serie de “Águila
roja”. ¿Quién ha asesorado a este director sobre la vida de los maquis, sobre “Los
Parrilleros” y sobre todo lo que fue aquello? En fin, un capítulo penoso. Al
menos podían haber leído mis libros, ya que les resultaría gratis.
Sí, tiene un mérito la película. No hay mal que por bien no
venga. Y el mérito es conseguir que hablemos de una mujer perseguida por el
franquismo, aunque tal palabra tampoco se nombra en las secuencias. Parece que
estuviéramos en Disneylandia. Pero eso es “normal” en nuestro país, que nunca
consiguió crear una tragedia a lo Sófocles y se quedó en Chiquito de la
Calzada. Y en películas, tenemos bastante con aquello de La Vaquilla, de Berlanga, eximio cineasta y pésimo notario de la
historia.
Los
comienzos del grupo de “Los Parrilleros”
El primero en saltar a la sierra fue Miguel López Cabezas “Moraño” o “Parrillero”. Fue detenido en el primer aluvión de presos, al estallar la “victoria”, pero al mes lo soltaron. Luego fueron a buscarlo por segunda vez (ignoramos el motivo), y entonces comprendió que el lugar para los vencidos era el monte. Era todavía 1939. Año y medio después se le incorporó el zapatero de Villanueva, José A. Cepas Silva “El Lobito” (16-2-1941), por denuncia de la viuda de Juan Pedro Cabezas. Fueron a detenerlo los municipales y se escapó por el corral. Por cierto que in illo tempore establecí cita en Madrid con su hija Adela. Llegué allá, y me recibió el marido, un comandante, en el portal, me dijo cuatro naderías y me despachó con viento fresco, después de trasponer al “quintopino”, por el barrio de Canillas. Son las fatigas y sudores de la historia heterodoxa. 34 años ya en estos empeños.
Y así llegamos al 20 de marzo de 1943, cuando Manuela Díaz
Cabezas “La Parrillera”, y su hermano Alfonso toman el camino de lo
desconocido: la sierra. Tomaron el tren de vía estrecha en la Estación de
Villanueva, hasta la Estación de Fuencaliente. Después, campo a través,
llegaron a la Solana del Chorrillo, donde les esperaba la partida.
Ella iba harta de recibir malos tratos y palizas. Y su hermano Alfonso, por
algo muy común entonces: el llamamiento para el servicio militar franquista. A
todos los mozos de gente republicana los declaraban “desafectos”, y por tanto
iban destinados a los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores, en
unas condiciones de castigo que es fácil imaginar (Últimamente, Manuel Bustos
me cuenta que a él y a otros 16 del pueblo los destinaron a África, al Tercio
de Regulares, donde a dos los mataron a palos). Y Alfonso “El Parrillero”, que
estaba trabajando de albañil con Miguel Higuera Díaz (Camisa vieja de Falange), temiendo los malos tratos, cometió
el error de desertar y echarse al monte.
Otros miembros del grupo fueron: Pablo González Campos
“Coqueo”, de Hinojosa del Duque (que luego se fue a otros grupos, hasta que
cayó en una emboscada, junto con Alfonso Nevado, de Villanueva, en Cerro
Quejigo, t. Montoro, el 25-4-47). Había otro de Fuencaliente, Inocencio Bernabé
Díaz “Borrica”, que actuó de jefe en el último año, y se escapó en la caída
final de la navidad de 1944, y llegó a Francia). También estuvo un tiempo en el
grupo Juan González Fernández “El Álvarez”, de Villafranca (que se había
escapado del “tren de la muerte”, que venía de Burgos a Córdoba, cargado de
gente para fusilar. Este Juan acabó sus días en otra encerrona en Huerta Lara,
t. Montoro, el 13-11-49. Le había ganado 8 años a la vida).
El
consejo de guerra
Desde hace unos años, cuando preparaba mi libro La resistencia armada contra Franco (2001, 810 págs.), sobre todo el centro-sur de España, tengo en los baúles de mis recuerdos, entre otros muchos, el consejo de guerra de la pobre Manuela. Todo un calvario, de cincuenta estaciones, por lo menos. El documento se halla en el Gobierno Militar de Madrid (Tribunal Militar Territorial I). Causa núm. 128.712, por el Juzgado Especial de Espionaje y Comunismo.
El sumario comienza con un escrito del teniente coronel de la
Guardia Civil de Ciudad Real, que se personó en Fuencaliente, al tener noticia
de la captura de los tres maquis de Villanueva. Los hechos habían ocurrido de
la siguiente manera. Al atardecer del 20 de diciembre de 1944 se dirigieron la
Casa Forestal, término de Fuencaliente, en busca de víveres, pero se
encontraron antes a un muchacho, que les dijo que allí había un destacamento de
la Guardia Civil. Quisieron retener al muchacho, pero se les escapó. En tal
caso, debieron desaparecer de los contornos, pero se fueron a otro cortijo no
muy lejano, Los Herraderos. Lógicamente, el muchacho dio cuenta en el
destacamento. Cuando los maquis se hallaban en plena acción de suministro,
fueron cercados por varios guardias y agentes forestales. Manuela e Inocencio
estaban fuera, vigilando. Alfonso y “El Lobito” estaban dentro del cortijo.
Empezó el tiroteo. Manuela se metió en el cortijo, mientras Inocencio
desapareció, que fue lo correcto. Se refugiaron en la cámara; pero allí no había
salvación. Por fin, pidieron rendirse, “a condición de que les respetaran la
vida”.
Mientras tanto, se había hecho de noche. Una vez capturados
los tres jarotes, se organizó la comitiva hacia el pueblo. Por el camino se
encontraron con un grupo de derechistas que venían de Fuencaliente para ver a
los “bandoleros”, encabezados por el alcalde, dos serenos y tres forestales.
Casi a media noche llegaron a Fuencaliente. A la mañana siguiente, se
concentraron allí vecinos que daban voces y pedían que los mataran. Lo que se
dice un recibimiento triunfal. España estaba entonces dividida en buenos y malos.
Hacia
el trágico desenlace
Por las declaraciones de los tres detenidos, se puede saber que “Los Parrilleros” anduvieron por el término de Villanueva, por El Caballón, las cuencas de los ríos Cuzna y Gato, los montes de Adamuz, etc. Tuvieron campamentos y diferentes bases en la divisoria de Córdoba y Ciudad Real: en Mañuelas (Cardeña), en Sierra Quintana y Valle de la Víbora (Fuencaliente), en la Hoz del Panizar (Jaén), y en los valles de Alcudia y de Ventillas.
A finales de 1943 se hallaban por Barranco Aragón, término de
Villanueva, porque Manuela estaba a punto de dar a luz, en plena sierra. Su
compañero era Miguel López Cabezas, con el que ya tenía dos hijos, de 10 y 5
años. Ella sola, junto a un arroyo, bajo los rigores del invierno, hubo de
afrontar el difícil trance del nuevo alumbramiento, cerca del cortijo de “El
Ché”. A las dos semanas (debía de ser ya enero de 1944), entregaron al niño en
la Molina de Fernández. Esta familia lo llevó al Madroñal, donde había un
destacamento de la Guardia Civil, y de aquí, al Hospital de Villanueva. Aquel
niño, hijo de “rojos”, murió a los pocos meses. Este episodio de maternidad en
la sierra es lo que más les ha gustado a los periodistas, siempre atentos a la
anécdota. Las ramas, en vez de la raíz.
Por el sumario se sabe también que, por las mismas fechas, a
comienzos de 1944, se unieron al grupo de Julián Caballero, “los políticos”, y
estuvieron juntos hasta el 16 de noviembre. Declaran que se separaron en esa
fecha porque se llevaban mal y estaban siempre riñendo. Casualmente, a la noche
siguiente, tuvieron un grave percance. Vieron que se les acercaba una luz y
dispararon. Según las declaraciones, fue Inocencio. A la mañana siguiente
reconocieron el terreno y hallaron muerto a un cazador, Vicente Ginés, que
desde luego fue un imprudente por ir de caza nocturna, con una luz, por zona de
maquis. Se llevaron su escopeta, que luego sería una prueba fatal.
Al margen del sumario, y por testimonio de Manuela, sabemos
que su vida en la sierra estuvo llena de calamidades. Pasaron muchos días sin
comer. Otras veces llegaban a cortijos de gente muy modesta, que no tenía nada,
y se marchaban de vacío. Lo peor eran las noches de invierno, cuando debían
intentar dormir con la ropa mojada, en recovecos de las rocas o en la maleza.
De ello se deduce que unos maquis vivían a la intemperie más que otros, según
dispusieran o no de cobijos, bases o ayuda de los enlaces.
Un percance les había ocurrido en la noche del 17 de mayo de
1943, fecha en la que consta la muerte de Andrés Cepas Luna, en unas
circunstancias muy confusas. Recuerdo haber entrevistado a un familiar en la
calle Séneca. Ahora compruebo que ni siquiera la familia sabía lo ocurrido. En
la declaración de Alfonso “El Parrillero” se revela que “una noche fueron a
refugiarse en un cortijo de la Raya de la Pizarra, cerro de Los Puntales, y había
guardias en el interior. En el tiroteo murió uno llamado El Cepas”. Desvelado,
pues, el misterio. Andrés Cepas era un enlace de “Los Parrilleros”, y aquella
noche estaba con ellos, y a él le tocó la desgracia. Recibió un tiro en el
pecho, y murió al día siguiente en Villanueva.
Por testimonio de Manuela sabemos una anécdota. En la feria de
Villanueva de 1943 se acercaron al pueblo y concertaron una entrevista con los
familiares. Sin que sepamos cómo, la Guardia Civil se enteraba siempre de estas
citas. Era en un cortijo de la carretera de Conquista. Los guardias llegaron
allí y los estuvieron esperando. “Los Parrilleros” se encontraban en la cámara,
conteniendo el aliento. Los guardias se marcharon y todo quedó en un susto
mayúsculo. Los percances y peligros de todo tipo menudeaban cada día.
Una información del sumario es que, a raíz de la huida de
Miguel a la sierra en 1939, tuvieron a Manuela once meses presa entre las
cárceles de Pozoblanco y Córdoba, por un hurto (que no se concreta). Se celebró
un juicio, pero antes de que saliera la sentencia (que fue absolutoria), se
incorporó a los maquis. Antes, la pelaron y le dieron el aceite de ricino.
Otra desgracia le ocurrió al grupo el 27 de febrero de 1944.
Era un día de nieve. Se hallaban sin provisiones y llegaron al cortijo de El
Tibio, término de Fuencaliente, a mediodía, sin labor de vigilancia previa. Y
se metieron en un destacamento. Salieron corriendo, pero en el patín del
cortijo las ráfagas de los guardias alcanzaron a Miguel “El Parrillero”, y allí
quedó muerto. Llevaron el cadáver a Fuencaliente y a Villanueva. Aquí fue
vejado y escarnecido en la plaza. No consta en el Registro Civil.
Volvamos al depósito municipal de Fuencaliente. De aquí, los
llevaron a Villanueva de Córdoba un par de días, para unas diligencias, y la
consabida ración de palos. El 4 de enero de 1945 pasaron los tres (Manuela,
Alfonso y “El Lobito”) a la prisión de Ciudad Real. Después, en la madrileña de
Carabanchel (los hombres) y en la de Ventas (Manuela). A esperar lo que se les
venía encima.
El sumario fue tomando muy mal camino. Como juez instructor
figura primero el coronel Enrique Duarte, y después aparece el tristemente
célebre coronel Enrique Eymar, “mutilado de guerra por la patria” (no he podido
averiguar cuál era la mutilación). El 12 de abril de 1945 volvieron a declarar
los tres infortunados. Manuela declaró que no sabía quién disparó al cazador de
Fuencaliente. “El Lobito” declaró que la denuncia que le ponían en Villanueva
“era falsa”, que el último jefe de la partida fue Inocencio, y que éste fue
quien disparó al cazador. Alfonso “El Parrillero” también culpa de los disparos
a Inocencio. Este era un pastor de Fuencaliente, de 33 años. Consiguió pasar a
Francia, no sabemos cómo.
El sumario 128.712 se sustanció en torno a tres tipos de
documentos: 1) Un informe de la Guardia Civil, que los pone a los tres de
“comunistas”. 2) Unos informes de Falange, remitidos por el entonces alcalde,
Antonio Fernández (jefe local del Movimiento), informes firmados por Martos, delegado
de Información e Investigación. Aparecen contradicciones importantes entre la
Guardia Civil y Falange. Para la primera, “El Lobito” era comunista, e
intervino en detenciones de derechistas, que luego fueron asesinados. Para
Falange, “El Lobito” era de Izquierda Republicana, y ya no intervino en
detenciones, sino pura y llanamente “intervino en asesinatos”, que va mucha
diferencia de una cosa a la otra. En realidad, este maremágnum de
contradicciones era “normal” en todo aquel vendaval de sumarios de la
posguerra. A Alfonso lo acusaban de desertor del servicio militar, y a Manuela
de “hacer vida marital con un hermano suyo”. No era hermano, sino hermanastro.
El hecho llama la atención, porque estas cosas de la entrepierna han hecho
siempre las delicias del Régimen. Estamos hartos de ver parejas de
consanguinidad en los reyes, nobles, magnates y emperadores romanos, y no se
califican de “mala conducta”. 3) El informe del alcalde es más ponderado que el
de Falange. Cepas “El Lobito” participó en detenciones, Alfonso era desertor, y
Manuela “de mala conducta”.
Finalmente, hay un escrito del maestro de obras Miguel
Higuera Díaz, con el que había trabajado Alfonso, en el que se limita a
certificar que “en el tiempo que trabajó con él, la conducta de Alfonso fue
irreprochable. Que de su actuación en la sierra no puede decir nada”. Alfonso
esperaba alguna gestión más amplia, y quedó muy decepcionado.
En el sumario no existen ni más testigos ni más pruebas ni
más nada. Ninguna diligencia probatoria de denuncias o acusaciones. Hasta aquí,
todo “normal”.
El consejo de guerra se celebró el 16 de diciembre de 1945,
en el Paseo del Prado de Madrid. Actuó como defensor el capitán José de
Yrureta-Goyena. Se limitó a decir dos cosas: que los acusados se entregaron sin
resistencia, y que no tenía delitos de sangre (los disparos al cazador los hizo
Inocencio).
Ni hubo testigos ni pruebas ni nada. La sentencia es
absolutamente incoherente: como no se probó la participación en los disparos,
el juez franquista tomó el camino de en medio, y la sentencia dice exactamente:
Que los condenan a muerte “por disparo de alguno de los tres procesados o por
‘El Parrillero’” (pero éste ya había muerto en 1944). O sea, que no se culpa
directamente a ninguno de los acusados. Una inculpación colectiva, que es una
aberración jurídica. Las garantías procesales, como se ve, brillaban por su
ausencia.
La Auditoría de Guerra de Madrid dio su aprobación el 28 de
diciembre de 1945, doce días después del juicio. No hubo ningún recurso. El 20
de febrero de 1946 llegó el “enterado” de Franco (“El magnánimo Caudillo”) a la
prisión de Carabanchel, para Alfonso y para José A. Cepas. Y la conmutación a
30 años para Manuela, en la cárcel de Ventas.
Algo muy importante, en lo que no han reparado periodistas ni
nadie, fue que aquella noche llegó también el “enterado” para otros diez
condenados, entre ellos tres pesos pesados de la resistencia y de la liberación
de Francia: Antonio Medina, Manuel Castro y, sobre todo, el célebre Cristino
García, condecorado con la Legión de Honor. Al menos, nuestros paisanos Alfonso
y José Antonio no tuvieron una muerte vulgar, en medio de los “vivas a la
República” y a “la libertad” de aquellos héroes de la lucha antifascista
europea. El fusilamiento de Cristino tuvo cierta repercusión internacional,
pues Francia derramó unas lagrimitas de cocodrilo y cerró la frontera como
protesta durante unas semanas. El resto de los años cuarenta y cincuenta,
Francia miró siempre a otro lado respecto a la represión franquista. Poco que
agradecer, pues, a los gabachos.
El 21 de febrero de 1946 fue la ejecución, a las 7 de la
mañana, en el Campo de Tiro de Carabanchel.
Manuela “La Parrillera” hubo de purgar todavía su rebeldía
hasta cumplir una pena real de 20 años, realizando su jubileo por las
emblemáticas cárceles franquistas de mujeres: Ventas, Alcalá de Henares,
Segovia, y de nuevo Alcalá de Henares, de donde salió en libertad en 1961.
Manuela "La Parrillera" en la prisión de Alcalá de Henares en los años 50. Quedó en libertad en 1961, después de casi 20 años de prisión en prisión. |
Bien. Aquí está una sucinta biografía de Manuela “La
Parrillera”. Ésta sí que merecía la “medalla del sufrimiento por la patria”,
bajo la dictadura franquista. No se preocupen: los Humillados y ofendidos (Dostoievski, 1.861) nunca obtienen
medallas. Sufren, pero en silencio, sin medallas. Las medallas son para los de
arriba, no para los de abajo. Y ahora, ¿cuántas de las calamidades que aquí se
exponen han pasado al guión de la película? ¡Ninguna! Para el futuro, un aviso:
se asesorará gratis a guionistas venideros. Con una condición: no escribir
tonterías. Y por supuesto habrá recargo para guionistas zoquetes. En cuanto a
los absolutistas de la verdad, una terapia de humildad. Desde el “Big-Bang” del
universo, la verdad saltó hecha añicos. A lo más que se puede aspirar es a
poseer un añico de la verdad. Y Manuela “La Parrillera” tenía uno de esos
trocitos de la verdad.
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