EQUIDISTANTES Y NEGACIONISTAS CONTRA
LA HISTORIA
Prólogo a Lucha de historias, lucha de memorias, de Francisco Espinosa
Por Francisco
Moreno Gómez
Después
de leer las páginas de este nuevo libro de Francisco Espinosa, Lucha de historias, lucha de memorias (2015),
sobre la historia y la memoria de la guerra civil española, debo confesar que,
aparte del sumo interés e importancia de este estudio, la sensación resultante
es de asombro y de una infinita estupefacción ante las resistencias que este
tema suscita en nuestro país. Tanto Espinosa como yo llevamos más de treinta
años dedicados –y sacrificados- en estas investigaciones sobre la historia
desgraciada de España en los años treinta y cuarenta del pasado siglo XX. Ambos
arrastramos nuestra vocación historiográfica desde los días de la Transición,
pero no de la Transición de las componendas, de los pactos de olvido y de las
amnesias (la Transición falaz o Tra(ns)ición), sino de la buena Transición, la
del fervor cultural, la de las grandes novedades progresistas, la de las
inquietudes intelectuales de todo tipo, todo lo cual provocaba un ansia
infinita de saber, que los historiadores compartíamos con la gente de la calle,
con nuestro gran maestro abriendo camino, don Manuel Tuñón de Lara. De ahí
venimos, no de los “departamentos” equidistantes y fachas, que ni entonces (ni
ahora) se querían manchar con la sangre de la guerra civil ni con las miserias
de las prisiones franquistas ni con los alaridos de los acribillados ni con el
calvario de la guerrilla (tema siempre ajeno a la Universidad), porque estos
temas los consideraban “poco científicos”. Hoy siguen pensando lo mismo (salvo los
pocos sabios que en el mundo académico son y han sido). Nos referimos a
plumillas átonos, atentos sólo a la promoción personal, a la ANECA, y a su
lustre curricular. No piensan en otra escala de valores, ni ejercitan el
proyecto ético contra el olvido, como los sabios del pasado. Así empieza sus Historias el griego Heródoto (siglo V,
a. C.): “Heródoto de Halicarnaso presenta
aquí los resultados de su investigación, para que el tiempo no borre el
recuerdo de las acciones humanas y que las grandes empresas acometidas, ya por
los griegos, ya por los bárbaros, no caigan en el olvido”.
Lo que
en este libro hace F. Espinosa es presentar el vía crucis del proyecto de la memoria histórica en España, el
surgimiento del movimiento memorialista y todos sus avatares, además otros
muchos temas, todo un conjunto pluritemático: el combate por la historia, la
lucha contra el olvido, los enemigos de la historia y de la memoria de la
represión franquista, el desastre de la desmemoria y del “pacto de silencio”,
en una democracia pésimamente construida (pese a los aduladores y arúspices
oficiales), las hipocresías de las “saturaciones” y de los olvidos, los
intentos aberrantes de excluir el pasado del presente y la batalla persistente,
a pesar de todo, por la memoria democrática en esta España farisaica.
Francisco
Espinosa y yo hemos seguido muy parecida trayectoria en nuestra vocación
historiográfica. Hemos investigado y escrito por eso, por pura vocación, sin
ambiciones (ni académicas ni arribistas ni figurativas ni materiales). Nos ha
guiado un gran imperativo intelectual, primero, y un gran imperativo ético. Hemos
escrito porque era necesario, imprescindible. La historia como un deber. Y
hemos actuado en consecuencia. Lo más difícil es que hemos llevado adelante
nuestra vocación contra corriente,
contra el olvido promovido por el establishment,
al que jamás hemos hecho puñetero caso. Hemos rechazado la desmemoria y la
equidistancia, la equiparación y las adulteraciones indecentes. Hemos incidido
más en la historia de los vencidos que en la de los vencedores, y eso conlleva
un cierto calvario, una calle de la amargura llamando a las puertas cerradas de
los archivos. Hoy miramos a nuestra trayectoria con profunda satisfacción
científica y ética: hemos plasmado, sólo un poco, la historia de aquellos a los
que se ha querido negar el derecho a la historia.
Echar
ahora la mirada atrás revela la gran dificultad del terreno recorrido, los
muchísimos obstáculos rebasados, desde mi primer libro (La República y la guerra civil en Córdoba). Un tribunal presidido
por don Manuel Tuñón de Lara me otorgó el Premio “Díaz del Moral” del
Ayuntamiento de Córdoba, en febrero de 1982. El escándalo entre la derecha
cordobesa fue mayúsculo (Estábamos en la “modélica” Transición, ya con un
lustro de democracia). De los siete miembros del jurado, dos votaron en contra:
Juan Gómez Crespo (Real Academia), ex falangista de Fernán Núñez. Dijo que yo
“dividía a Córdoba en buenos y malos”. Y Enrique Aguilar (UCO), acólito de
Cuenca Toribio, historiador de la Iglesia. Aguilar, de la derecha academicista,
dijo que “la obra estaba inacabada”, por decir algo. Este personaje, cuando en
2013 ocurrió en Córdoba una polémica en torno al rejoneador Antonio Cañero (que
el 18 de julio se puso al servicio de los rebeldes con un batallón de
caballistas para “limpiar” de fugitivos los alrededores de Córdoba), este
personaje, digo, salió a los medios defendiendo al rejoneador fascista.
Este y otros muchos hechos extraños en
democracia nos llevan a otra consideración. No existe en España un mínimo común denominador acordado con
relación al origen, desarrollo y consecuencias de la guerra civil, ni existe el
más mínimo consenso en torno a la
cuestión, ni siquiera sobre tres o cuatro palabras clave, a fin de que pueda
ser posible un diálogo mínimo entre las partes. Podía haberse conseguido algún
acuerdo sobre palabras como golpe militar,
o sobre el carácter democrático de la
República, o sobre la agresión
anti-constitucional, o sobre la palabra fascismo,
o sobre las responsabilidades de la
rebelión, o sobre la palabra perdón. Entonces,
si nada de esto ha tenido lugar, ni por aproximación, ¿cómo se puede hablar de reconciliación? No existe, como más
adelante oiremos decir al juez Baltasar Garzón. Y si parece que existe la tal reconciliación es porque una de las
partes calla, silencia y otorga. La
prueba sería sacar a colación el tema, por ejemplo, en una de estas célebres
tertulias televisivas, en las que siempre están como vigilantes los tiburones
de la derecha: Eduardo Inda, Marhuenda, Alfonso Rojo y algunas señoras de arma
en ristre, para arrojarse a la yugular de cualquier incauto que se atreva a
mencionar los temas prohibidos. La
reconciliación verdadera es una quimera en España, un ente metafísico.
Los
herederos de los vencedores no han aceptado jamás ninguno de los puntos de vista
que hayan podido salir de los herederos de los vencidos (la lucha antifascista,
la lucha por la democracia y la libertad, verdad-justicia y reparación para las
víctimas…). Nada de esto. Jamás. Ni siquiera han aceptado una visión
democrática en la historia. Por ello, jamás han condenado el golpe militar de
Franco (salvo la tímida componenda que hicieron en la sesión parlamentaria del
20-11-2002, sin nombrar siquiera la palabra golpe
militar, aprobándose una farisaica transacción, que redactó el PP, y la
izquierda se sumó a ella, aceptando, pusilánime, gato por liebre). Todo resulta
indigesto para el sentido común y las cabezas normales.
Cuando
desde la base social ha surgido con brío el movimiento memorialista, las
derechas y la Iglesia han redoblado los anatemas y las intolerancias. Después
de hundir a España en el abismo, como jamás en la historia, todavía siguen
defendiendo sus proezas de salvapatrias. Es el sostenella y no enmendalla. Están dispuestos a que en la sociedad
española no se conozca “otra verdad” que la que lleva el placet de las derechas desde 1939. Desde entonces, salvo algún
retoque cosmético, no se han movido un ápice. Y no sólo se enrocan y
atrincheran, sino que a raíz del movimiento memorialista se han lanzado a la
ofensiva, con los peones del mal llamado “revisionismo” (en realidad no revisan
nada) y reprimiendo claramente las labores de la memoria y el trabajo de los
historiadores, mediante leyes de protección al honor y la intimidad (los
verdugos no tienen honor ni intimidad) y mediante destrucción de archivos o
inaccesibilidad a los mismos. Ellos, que no olvidan jamás y llevan su
martirologio a las últimas consecuencias (beatificaciones y canonizaciones
masivas), proclaman: “A veces es necesario saber olvidar” (Ms. Rouco). Los
herederos de los vencedores sí que hacen memoria, mientras piden desmemoria
para los vencidos: el 28-10-2007 elevaron a los altares a 498 de los “muertos
sagrados”; y el 13-10-2013, 522. Solían declarar aquellos días a los medios que
“ellos perdonaban”. Pero ese no era el quid
de la cuestión, sino que “ellos pidieran perdón”. Y tales ceremonias en
Roma se hicieron con altísima representación del Gobierno, ya socialista, ya de
derechas. En cambio, cuando se abre alguna fosa de los vencidos, ninguna
autoridad aparece. Esta es la división de España: víctimas de primera, a las
que honra el Estado (socialista o de derechas) y víctimas de segunda o cuarta
(entre ellas, miles de socialistas), a las que nadie honra, salvo sus
familiares. En fin, si alguien comprende semejante charca de miseria, que me lo
explique.
La
derecha reaccionaria española tiene pocos paralelismos en Europa, por una razón
que he señalado en alguna ocasión: la derecha española carece totalmente de
tradición democrática. Nunca se ha desarrollado en democracia, salvo en el
discutido presente y en los cinco años de la II República. El hábitat natural
de las derechas españolas es el imperialismo de los Austrias, la destrucción de
las Indias, las expulsiones “en caliente” de judíos y moriscos (ahora, en la
valla de Melilla), la Inquisición, el absolutismo, el carlismo, el
clericalismo, el caciquismo, la absurda guerra de Marruecos y toda suerte de
autoritarismos. La “Leyenda negra” viene a ser el libro blanco de la historia
de España, bajo las oligarquías y monarquías ineptas. Cuando llegó la II República,
casi por casualidad, no la aceptaron y la boicotearon. “Que os dé de comer la
República”, espetaban a la gente obrera. Finalmente, por influencia de los
fascismos europeos, se lanzaron al golpe militar y a un régimen violento de
cuarenta años. Ese es el bagaje “democrático” de las derechas españolas. En la
Europa de Erasmo y de Voltaire, en la Europa de los derechos del hombre y del
librepensamiento, el autoritarismo español ha sido siempre una antigualla y un
espantajo clerical. Desde 1977 viven la única democracia de su trayectoria,
pero como “conversos” (En la intimidad siguen practicando los viejos ritos y
profesan el culto a Franco).
A
diferencia de la derecha francesa (la civilizada), por ejemplo, la derecha
española carece de tradición antifascista. La derecha francesa, la que viene de
De Gaulle, se curtió en la resistencia y en la lucha contra el nazismo. Y ha
practicado estos valores concediendo, por ejemplo, condecoraciones a los
luchadores republicanos españoles (“héroes” en Francia, y “bandoleros” en
España). El 26-3-2016, Felipe VI hacía visita oficial a Francia, interrumpida
por un accidente de avión en Los Alpes. Entre las ceremonias figuraba la
condecoración de una docena de españoles supervivientes de los campos nazis.
Semejante evento en España, a Felipe VI no se le ocurre ni en pintura. Volvemos
a lo de siempre: “héroes” en Francia, y “vagos y maleantes” en España. Este es
el pedrigee “democrático” de la
derecha española, que no es sólo la derecha política; también la social,
económica (patronal y financiera), derecha judicial, militar, clerical y
académica. Por eso pluralizamos: las derechas españolas, todas nostálgicas del
autoritarismo. Ya que hemos aludido a Francia, otro ejemplo finalmente. En los
fastos galos del 14 de julio, quedé anonadado al ver al coro de la Armada
francesa cantar a voz en grito el himno
del maquis o resistencia Le chant des
partisans, ante la multitud francesa y ante el Gobierno en pleno, en este
caso, 2006, de derechas (Véase en YouTube, “Le chant des partisans, desfile
14-07-06”). Ahora, en España, a ver quién es el guapo que pone a la banda de
cornetas y tambores del Ejército español, o de la Guardia Civil, a cantar el himno de la guerrilla española. Esta es
la diferencia entre la derecha española y la francesa, entre otras muchas.
La raíz
de muchos males es que en Europa el fascismo fue derrotado, y sus democracias
se reconstruyeron de nuevo cuño. En España, el fascismo, primero, y la
dictadura, después, no fueron derrotados. Sólo se produjo una “reconversión” de
los franquistas en “demócratas”, de manera acomodaticia, tanto que la mayoría de los artículos de la
Constitución no se cumplen, y la llamada reconciliación
es una entelequia. La hispanista inglesa Helen Graham ha publicado análisis
muy certeros de lo que pasa en España (“Los muertos sagrados”, London Review of Books, 19-2-1915). Los
casi cuarenta años de dictadura se los pasó Franco adoctrinando a sus súbditos,
lo cual se tradujo en una propaganda muy firme que ha rebasado la valla de la
Transición, con unas estructuras de dominación, corrupción y clientelismo, que
constituyen la base política de hoy y la principal herencia del PP. Cualquier
intento de socavar dichas estructuras ha chocado con la fuerte oposición del
gran abanico de las derechas (derecha política, económica, judicial, militar, clerical, etc.). Lo terrible es que
tampoco el PSOE se ha interesado por quebrar las viejas estructuras, a pesar
del poderoso baluarte que fue el felipismo. El mejor albacea de Franco ha sido
la clase media, que aún hoy sigue viviendo en el mito de un Franco
reconstructor de España y garante de la estabilidad y del crecimiento. Esto es
lo que de verdad ha calado en la sociedad amamantada bajo el franquismo. Helen
Graham abunda en esto, que los intereses económicos y políticos a los que el
franquismo sirvió en el pasado, esos mismos intereses perviven en la Transición
y después. Esas estructuras de poder nunca han sido removidas, y siguen como
hereditarias, según se demuestra en el PP, donde las viejas familias siguen
siendo las que mandan, no sólo en lo político y económico, sino en lo judicial,
militar, etc.
Elemento
recurrente de propaganda franquista ha sido el culto a “los muertos sagrados”.
El poder siempre ha utilizado a sus muertos como propaganda. Antes, los
“caídos”; ahora, los del terrorismo de ETA. Esta es la razón por la que están
excluidas las víctimas del terrorismo de Franco. No son las víctimas del poder,
sino de “los otros”, los cuales no cuentan, y su mejor sitio son las cunetas.
Ahora se comprende por qué la alta representación del Gobierno (socialista o de
derechas) acudió a Roma, a las beatificaciones y canonizaciones de los “muertos
sagrados”. A la exhumación de las cunetas no acude nadie, ni siquiera el juez
de paz. Así pues, en la España de hoy tenemos dos categorías: los “muertos
sagrados” y los “muertos proscritos”. Es la tragedia griega de Antígona (Sófocles), en la que el tirano
decreta enterrar a uno de los hermanos, y al otro, no. Antígona decide
desobedecer y enterrar a este último. El atrevimiento lo pagará con su vida.
Para
esa clase media respetuosa con Franco es para la que, recientemente, un
hispanista de derechas, Stanley G. Payne, norteamericano, y un periodista de
ultraderecha, Jesús Palacios, español, han publicado una biografía de Franco
“blanqueada” y “barnizada”. Ellos dicen “objetiva”. En estos autores han
encontrado las derechas españolas sus buenos intérpretes, desechando ya las
extravagancias de Pío Moa, a pesar de ser loadas por José Mª Aznar como su
libro de vacaciones. En Payne/Palacios,
el capítulo dedicado a “La represión de los nacionales” es el más breve,
dejando entrever que tal represión no fue una característica del franquismo, y
enseguida pasan a los años 60, para ofrecernos el NO-DO del Franco inaugurando
pantanos y similares historias, para presentar al dictador como el gurú del
milagro económico. Por ello es por lo que se borra cualquier referencia al
terror y la tortura. Y en cuanto a la represión de la posguerra, dicen
Payne/Palacios que ésta ocurrió contra delincuentes (los comunistas). Con esa
aberración simplista se evita cualquier análisis más amplio que pueda complicar
la visión del franquismo, dice atinadamente Helen Graham. Por supuesto, nada de
la teoría de la matanza fundacional
del franquismo, que mantiene la mayoría de la historiografía ponderada.
Lo
curioso del pensamiento farisaico de Payne/Palacios es que, si en el franquismo
aparecen sombras o algunos males, no fue por culpa del franquismo salvador,
sino por culpa de la República, que “no era democrática” (Eso lo dice también
Santos Juliá), y se comportaba como la síntesis del caos y del desorden. Una
vieja teoría de propaganda sucia a la que ya estamos acostumbrados, pero
insostenible historiográficamente, porque se trata de una monumental mentira.
Con razón ha escrito Paul Preston esta otra biografía de Franco: El gran manipulador. La mentira cotidiana de
Franco. Es soberana mentira el mito del caos en la II República o en la
primavera de 1936. Como prueba presentamos unos datos elementales, además de la
constatación de que la II República no cayó en algunos de los grandes males en
que ha caído la democracia actual. Por ejemplo, la República no padeció un
terrorismo organizado como la ETA, ni sufrió la corrupción tan espantosa,
generalizada y sistémica que se da hoy en la democracia de 1977, bajo el
felipismo, el aznarismo y el rajoísmo. La II República, aunque le afectó el crack de 1929, no llegó ni por
aproximación a la gran crisis económica de la España del siglo XXI. De manera
que ya está bien de mitos y falacias respecto a la primera democracia española
digna del nombre.
Rematemos,
sin embargo, con algunos datos contra el
mito del caos y del desorden. El número de huelgas durante la II República fue
muy inferior a las habidas durante la Transición y la actual democracia,
incluso menos que en 1919-1920. En 1931,
734 huelgas; en 1932, 681 huelgas;
en 1933, 1.127 huelgas; en 1934, 594 huelgas; en 1935, 181 huelgas; y en 1936, 887 huelgas (Carlos Salas, Lainformación.com). Compárese ahora con
lo ocurrido en la Transición (aunque la población hubiese evolucionado): En 1974, 1.730 huelgas; en 1975, 2.837 huelgas (hasta aquí, con
Franco vivo); en 1976, 3.662
huelgas, con más de 2’5 de huelguistas (sólo este año equivale a más que en la
República); en 1977, 1.194 huelgas,
con 2’9 millones de huelguistas; en 1978,
1.128 huelgas, con más de 3’8 millones de huelguistas; en 1979, 2.680 huelgas, con más de 5’7 millones de huelguistas (Anuario
de El País, 1983). Quiere todo esto
decir que el mito del caos y del desorden en la II República y en la primavera
de 1936 es una gran y soberana mentira. Algo tenían que decir las derechas para
justificar el golpe militar. Además, existen testimonios cualificados contra
ese supuesto caos prebélico, como el del embajador norteamericano en España,
Claude G. Bowers, o el escocés Sir Peter Chalmers-Mitchell.
Las
derechas dieron siempre pábulo a unas cifras hiperbólicas de muertos durante la
República, antes del golpe militar. El libro citado de Payne/Palacios ha
lanzado al aire un número capcioso: 2.500 muertos. Después, estos autores se
desbocan en una absoluta insensatez, fantaseando sobre una supuesta violencia que
“Fue algo que no tuvo precedentes; ni siquiera en la revolución rusa de 1917 existió
un preludio semejante de violencia tan prolongada” (p. 256). Absolutamente
falso. Estos autores no saben de qué estamos hablando. Dejando a un lado la
violencia rusa, que nos cae muy lejos en el espacio y en el tiempo, centrémonos
en la violencia española prebélica, que por cierto este tema no ha sido
estudiado todavía en profundidad, pero tenemos aproximaciones fiables. Carlos
Salas menciona: 2.225 muertos, pero incluyendo, cosa que Payne/Palacios
ocultan, la mortandad de la revolución de Asturias (1934), que se distribuye de
la siguiente manera: obreros muertos en combate, entre 1.100-1.500; muertos por
la represión, 200; fuerzas del orden caídas en combate, 300; clérigos
asesinados, 34 (Julián Casanova, Álvarez Junco, Thomas, etc.). Por tanto, la
revolución de Asturias se llevó por delante: 334 personas de derechas y 1.500
de izquierdas. Si este episodio (1.834 muertos) lo restamos a la primera cifra
de 2.225, la violencia convencional durante la República sería de 391 muertos.
¡Todo un apocalipsis digno de la revolución rusa!
Con todo, veamos cifras de la
Transición y de la actual democracia. En los cinco primeros años de la
“modélica” Transición ocurrieron 127 muertos (Mariano Sánchez Soler), pero si
se toma el lapso de tiempo 1968-2000, el resultado son ¡1.005 muertos!
(incluido el terror de ETA, GRAPO, ultras y otros, según Carlos Salas), con lo
cual los números de la II República dejan de ser significativos en absoluto.
En los años que nos ha tocado
vivir observamos el poco respeto del poder hacia la verdad elemental, ya que en
el huerto de la derecha las mentiras engordan como calabazas. Por ejemplo, en
el verano de 2014 ha salido en Hinojosa del Duque (Córdoba) un librucho, obra
de un ultraderechista (línea Pío Moa), al que le leí lo siguiente: que en el
asalto a la cárcel Modelo de Madrid (22-23 agosto 1936), las víctimas fueron
¡6.000! (p. 99). Una vez investigada por mí semejante mentira y manipulación,
resulta que ese episodio se sustanció en una Causa judicial, la 352/36, del
Juzgado núm. 5 de Madrid. Resultado: 16 muertos y 17 heridos. Para más inri, este hinojoseño montaraz suelta
esta trola: que en la República el analfabetismo era del ¡98 por ciento! Me lanzo
a comprobar los datos y hallo lo siguiente: analfabetismo español en los años
30, el 32 por ciento (24 en hombres, 40 en mujeres). Y no quedan aquí los
gazapos de grueso calibre: según este “revisionista”, lo que hacían los
bombarderos de Franco sobre Madrid era arrojar una “lluvia de panes” (faltan
los peces). Así de toscos y cutres son estos palafreneros del filofranquismo. Delicta de laesa veritate, habituales
también en la obra de Payne/Palacios y en todos los propagandistas que llenan
de fango la tierra hispana (Lleva razón B. Garzón, El fango: cuarenta años de corrupción en España).
En
realidad, si intentamos digerir todo lo antedicho, en relación con este libro
de Francisco Espinosa (la marginación de las víctimas de Franco, los problemas
de la memoria, las dificultades de la historia y las zancadillas a los
historiadores independientes), todos los caminos conducen a un panorama
similar, la memoria respetada de los “muertos sagrados” y la memoria
despreciada de los “muertos proscritos”. Ahora se puede comprender una atinada
intervención de Jorge Semprúm: “España se
asienta hoy sobre valores democráticos, pero su memoria histórica sigue todavía
dominada por los vencedores. Por muchos esfuerzos que se hagan, por muchas
leyes de memoria que se hagan, todavía predomina la memoria de los vencedores.
En España nadie sale a protestar porque haya beatificaciones de asesinados de
un lado, y les parece normal que no haya ‘beatificaciones’ del otro lado. No
reivindican nada. Esto es un rescoldo de la dominación absoluta que han tenido
sobre la memoria del pueblo, sobre la memoria colectiva, los vencedores. Han
impuesto su memoria y su visión de la guerra civil. Hoy está en los libros que
no fue así… pero en lo que es ese estrato profundo de lo que es la memoria
colectiva, ahí siguen todavía dominando los vencedores” (Documental Los caminos de la memoria, de Marisa
Paredes y José Luis Peñafuerte, 2009).
Efectivamente, las derechas
(los vencedores) tienen el dominio de la memoria y su visión falaz de la guerra
a lo largo y ancho de toda la sociedad española. Y encima protestan y ponen en
marcha sus catapultas para arrojar infinitas toneladas de basura contra los
tímidos intentos de los vencidos y sus descendientes, cuando éstos,
alegóricamente, quieren simplemente decir: “¡Que estamos aquí! En las
prisiones, en los paredones, en la hambruna, en las cunetas, en el exilio o en
el monte…”. Pero las derechas (y poderes fácticos) no están dispuestas,
radicalmente, a que nadie de los apaleados se quite el esparadrapo de la boca.
Este libro de F. Espinosa visualiza perfectamente el escándalo mayúsculo que
liaron las derechas ante varios de los fenómenos recientes: las fosas, los
trámites de la Ley de Memoria Histórica, el célebre Auto del juez Garzón, etc.,
con intervención rocosa y numantina del Tribunal Constitucional, del Supremo,
de la Sala de lo Militar del Supremo, del Congreso, etc., tocando las trompetas
del juicio final, porque los vencidos y las pobres gentes apaleadas
entreabrieron la fosa y dijeron: “¡Estamos aquí!” Al mismo tiempo redoblaban
los tambores de Calanda del ABC, El Mundo, La Razón, Libertad Digital y El
gato al agua (y la 13TV de la Iglesia), con una contaminación acústica
insoportable. Y habló la maledicencia del PP, a través de su portavoz, Rafael
Hernando: “Parece ser que algunos sólo se
acuerdan de desenterrar a su padre, ahora que hay subvenciones”. He aquí un
caso de pornografía política. Una indignidad absoluta. En realidad, no
deberíamos sorprendernos: es que los muertos de que hablamos no son los muertos
del Estado. El Estado sólo se ocupa de los “muertos sagrados”, no de los
“proscritos”. No hemos caído en la cuenta, pero estamos metidos en una causa
imposible.
España tiene, pues, víctimas de
primera y de segunda, cuando todas deberían ser de primera. En cuanto a los
socialistas, o no han podido o no han querido solucionar estas terribles
discriminaciones, y así lo manifiesta uno de los Informes de la ONU, con suma
extrañeza (Informe Definitivo sobre las
Desapariciones Forzadas, de 2/7/2014), cuando alude a la Ley de Reconocimiento y Protección Integral
a las Víctimas del Terrorismo (Ley 29/2011, de 22 de septiembre), porque
“Esta Ley, de acuerdo a la información, provee más derechos a las víctimas que
la Ley de Memoria Histórica, creándose así distintas categorías de victimas”.
Se refiere a las distintas categorías de víctimas en España: terrorismo de ETA
y terrorismo de Franco. No se olvide algo curioso: esta Ley de 2011 fue obra de
los socialistas, en su último recorrido, que acabó en la derrota del 20 de
noviembre.
A pesar
de que el presidente Rodríguez Zapatero hizo alumbrar la Ley de Memoria
Histórica, que ni siquiera se atrevieron a llamarla así, los socialistas se han
mostrado muy desorientados respecto a estos temas, obnubilados, seguramente,
por la Realpolitik, desde la
expiración del dictador, Posiblemente ya estamos echando en falta una gran
tesis sobre la ambigüedad de la socialdemocracia española respecto a la memoria
y el olvido, la Transición “modélica” y los mantras
de la Ley de Amnistía y la supuesta reconciliación, incluido el fenómeno del
“santosjulianismo” y su grupito de intelectuales ungidos en la devoción
decadente a la Transición “modélica”, hoy puesta en la picota de manera
generalizada. Llega la hora ya en la que habría que explicar en profundidad el
porqué de este fenómeno devocional. Las contradicciones de la socialdemocracia
española se comprenden cada vez menos. He aquí un elocuente duelo verbal entre
un socialista, el ex presidente del Gobierno Rodríguez Zapatero y el juez
Baltasar Garzón (Sevilla, 13 de enero de 2014):
Zapatero:
“Insisto (el pacto de silencio) forma parte del núcleo esencial del trípode:
democracia, consenso, reconciliación… es el gran acuerdo social, que no se
investigara una verdad ‘institucional’, y mucho menos judicial… porque la
verdad la sabemos todos. Y la Ley de Amnistía es lo que abre la puerta a la
transición democrática… Es un vehículo… Yo respaldo lo que hizo la generación
que me precedió…”.
Garzón:
“No tiene derecho ningún Gobierno a disponer de un derecho fundamental de las
víctimas… ¡La verdad! No ha habido verdad. En los archivos, si la contienen,
hasta este momento se nos ofrece oculta… En la transición no se trataron para
nada los crímenes franquistas. Se olvidaron. No hubo ni un solo debate… ¡Y la
reconciliación! ¿Dónde está la reconciliación?... En España, basta con tocar el
tema de la guerra civil, para que salten ampollas… ¿Dónde está la
reconciliación? Si cuestionas que se tiene que abrir una fosa, se te caen
encima todas las estructuras… Y finalmente, cuándo va a pedir perdón aquí la
Justicia por no haber hecho jamás nada… Cuando llegue ese día, firmaré contigo,
ex presidente, esa dicha reconciliación” (La transcripción de la grabación es
mía).
Aquí aparecen, pues, nítidas, todas las falacias y de los políticos del
bipartidismo, con especial gravedad para los socialistas, que están siendo
desleales con los miles y miles de los suyos que fueron acribillados. En este
libro de F. Espinosa me encuentro una referencia sobre el socialista Joaquín
Leguina, con la siguiente barbaridad: que tan inexacto fue catalogar a unas
víctimas como “mártires de la cruzada” como ahora a otras de “héroes de la
democracia y la libertad”. Terrible. Entonces, ¿por qué lucharon los suyos, los
socialistas? Que estas burradas las diga la derecha cerril, se puede comprender,
pero que las diga un socialista sobre los propios suyos… No hay estómago que
pueda digerir esto. Y quien dice Joaquín Leguina, podría nombrar a otros, por
ejemplo otro de los cofrades del “santosjulianismo”, Javier Cercas, con su
última novela, El impostor, sobre
Enric Marco, que simuló ser un superviviente de los campos nazis. El filósofo
don Manuel Reyes Mate ha desenmascarado la perversidad intrínseca de esta
especie de novela, que contiene un mensaje radicalmente falso: porque uno
falseó su vida, ya todos falsean la vida. Marco aparece como el prototipo del homo hispanicus de la transición, que se
convierte masivamente en impostor, inventándose una falta historia de
antifranquista. Dice Cercas: “Cuando
llega la Transición, muchísima gente se construyó identidades nuevas. Marco no
fue tanto la excepción como la regla”. Esto es radicalmente mentira. Si
alguien en la Transición aparentó lo que no era fueron, no los antifranquistas
de siempre, sino los franquistas de pro, que se pusieron la careta de
demócratas, y hasta hoy. Cercas, hijo de vencedores de la guerra civil,
promocionado por el grupo PRISA y mimético de los tópicos de la equidistancia, desvaría
al hablar de la Transición, tema que le viene grande. Cercas, como siempre, lo
que busca es meter un dedo en el ojo, no a los franquistas enmascarados, sino a
los antifranquistas. Y de paso: meter otro dedo en el ojo de la memoria
histórica. Dice Cercas que “España vivía
la apoteosis de la llamada memoria histórica…una expresión equívoca,
confusísima”. Ahí opina lo mismo que los de su cofradía: Santos, Trapiello,
etc. Y añade Cercas: en “la tiranía de la
memoria medró la impostura”. El que más ha medrado ha sido Cercas, que
todos sus temas salen de la memoria histórica, para denigrarla, por supuesto.
Cercas se equivoca totalmente de escenario: la gestión de la Transición la
llevaron a cabo, no los antifranquistas, sino los franquistas. Hablar de la “tiranía
de la memoria” es una estupidez, cuando en la España transicional y
postransicional lo que predomina no es la memoria, sino el olvido. Reyes Mate,
ante el predominio del olvido en España, llama a esta reflexión sobre el libro
de Cercas: “¿Cómo explicarse esta
relación entre memoria e hipocresía social?... habría que preguntarse entonces
por qué esta embestida del autor contra la memoria, ya que Marco parece un
muñeco en sus manos… Cercas se ha equivocado de tema”, porque lo que de
verdad importa no es la verdad de Marco, sino la verdad de Auschwitz que se
deriva de las palabras de Marco. El acento hay que ponerlo, no en Marco, sino
en Auschwitz. Esta dimensión es la que escapa por completo a la cabeza de
Cercas (Reflexiones, a partir de la intervención de Reyes Mate en la Biblioteca
Complutense, Madrid, 2-12-2014). Cercas se ha llevado otra gran invectiva de
peso, la de Vicenç Navarro, “Javier Cercas y su manipulación de la memoria
histórica” (Público, 31-12-2014). Por
otra parte, resulta incomprensible que esta socialdemocracia española no haya
reivindicado y magnificado la gran figura humana y política del socialismo
español, de mente clarividente y de ánimo indomable, el doctor Juan Negrín, lo
más digno de los días infaustos de la guerra civil, que ha sido arrojado al
ostracismo y al olvido por sus compañeros socialistas. En cambio, los traidores,
recluidos en el 9º círculo del infierno de Dante, han sido ensalzados por una
socialdemocracia desnortada.
Se lee
en este libro una observación sorprendente: que en todo el texto de la Ley de Memoria Histórica no se nombra
ninguna vez a la II República española, a pesar de ser el único referente
democrático español anterior a 1977. Es un síntoma de la chabacanería de los
políticos actuales. Lo ocurrido en la citada Ley refleja la autocensura del legislador, domesticado ante los
demonios y la patología crónica del aquel espíritu reaccionario que dio la
puntilla a la democracia republicana. Si las derechas españolas necesitan un
macro-exorcismo, otros políticos adláteres, también.
No
quedan aquí las cosas. Una página antológica de la endeblez de los políticos españoles
del posfranquismo se puede observar en el Preámbulo
de la Constitución. Son quince líneas de absoluta banalidad,
superficialidad y simpleza, indignas de un país que ha salido de una dictadura
terrible de cuarenta años. Un Preámbulo anodino, de circunstancias, escrito por
algún cabo furriel, bajo el peso de la autocensura y bajo la mirada de los
poderes fácticos, de las derechas y del ruido de sables. Dicho con otras
palabras: un Preámbulo interruptus.
Lo normal en las leyes dignas de tal nombre es que en sus preámbulos se
extiendan una serie de consideraciones generales amplias, en las que se
contextualiza la ley, no sólo jurídicamente, sino social, política e
históricamente, siempre con una mirada amplia y altos vuelos. No ocurrió así en
la Constitución española, donde el redactor no aporta historia, ni cultura, ni
sociología, ni nada. Y en ese Preámbulo se echa en falta lo de siempre: dos
palabras que al menos nombren la II República, hollada por un golpe militar, y
nombren la dictadura de cuarenta años de la que nos saca ahora esta
Constitución, para el progreso de los ciudadanos españoles y para reparación de
tantas víctimas como los sucesos violentos del franquismo dejaron en el camino.
Algo así hubiera sido lo normal. Pero sobra tibieza y falta clarividencia en
los políticos de este país, para estar a la altura de las circunstancias.
Concluimos:
hoy España se halla en ojo del ridículo internacional por todo el repertorio de
incongruencias que hemos venido mencionando. Sobre todo a raíz de la apertura
de fosas a comienzos del siglo XXI, los cadáveres del franquismo se han
visualizado, dentro y fuera de España, lo cual ha llamado la atención
internacional sobre el “caso español”, de manera que España ha sido visitada
por varios Organismos de la ONU. Por primera vez, ya era hora, se ha hablado
crímenes contra la humanidad en el franquismo y grandes violaciones de los
derechos humanos, algo impensable en 1977, cuando los fastos de la Transición
“modélica” y de la Ley de Amnistía. Esta Ley ha sido repudiada por los
Organismos de la ONU, que han insistido en su derogación, así como, entre otras
muchas exigencias, la necesidad de que el Estado se haga cargo de la solución
al problema de las “desapariciones forzadas” en España, el “robo de niños” y
otras barbaridades ocurridas bajo el franquismo. Así puede leerse en los
Informes Definitivos del Grupo de Trabajo
de la ONU sobre las Desapariciones Forzadas (2-7-2014) y el Informe del Relator Especial para la
Promoción de la Verdad, la Justicia, la Reparación y Garantías de No Repetición
(22-7-2014). Pero todo choca con el rechazo directo o indirecto del
Gobierno español. Después de Israel, España es el país más incumplidor con las resoluciones de la ONU. Volvemos a la
clave, algo impensable en el panorama internacional: que los muertos que
reivindicamos, la ONU incluida, no son los muertos del Estado español. Y el
Estado jamás hará nada en este sentido. En el mejor de los casos, proveerá
alguna subvención para actividades de la Ley de Memoria Histórica (El PP
mantiene ahora presupuesto cero), pero jamás el Estado se hará cargo del
problema. No son los muertos del Estado, que sólo atiende a los “muertos
sagrados” (los “caídos” y las víctimas de ETA), pero no los “muertos
proscritos”, las víctimas de Franco. Así son las cosas y así estamos. El 10 de
diciembre de 2014, en el Senado, se propuso una iniciativa en pro de una
Comisión de la Verdad. Respondió por el PP un montaraz deslenguado de esta
guisa: “¿Comisión de la verdad? ¡Ni falta
que nos hace! Además, no existe una verdad oficial”. Una declaración de
pornografía política. Así se van estrellando cuantas propuestas se formulan en
pro de las víctimas del franquismo. Incluso nos adelantan los judíos en
cualquier tipo de homenaje. El 27 de enero de 2015 (también en 2014) se empieza
a celebrar en el Senado un homenaje a las víctimas del holocausto. Allá entran
los rabinos con toda la parafernalia del candelabro de los siete brazos y demás
ritos ceremoniales. Representantes de las víctimas del franquismo también
acudieron, pero fueron expulsados y echados a los jardines de Sabatini.
Nuestros exterminados por el franquismo ni tienen homenaje ni recordatorio ni
celebración.
A pesar
de todo, buen número de historiadores y de ciudadanos y de demócratas sinceros
estamos seguros de hallarnos en el camino correcto, en el sendero de la
dignidad. Seguiremos haciendo bandera de aquel último mensaje que dejó escrito
Julia Conesa (Una de “Las 13 Rosas”), antes de salir de la cárcel de Ventas
(Madrid): “Que mi nombre no se borre de
la historia”.
O
aquellas palabras de Roosevelt al fiscal Robert H. Jackson, que intervino en
Nuremberg: “… El mundo tiene que saber lo
que ha ocurrido; el mundo tiene que entender que el hombre es capaz de
perpetrar atrocidades inimaginables, y tiene también que guarda en la memoria,
hasta el fin de los tiempos, que las fuerzas del bien siempre aplastarán al
mal…” (El pobrecito hablador del siglo XXI, “La sombra de los árboles de
Doorn”, 8-4-2010). Pero con relación a España, Roosevelt se equivocaba, porque
más de 140.000 víctimas quedarán sepultadas para siempre. Algo parecido dijo
Eisenhower, cuando tuvo conocimiento de las víctimas de los campos nazis: “… Que se tenga el máximo de documentación.
Hagan filmes, graben testimonios, porque ha de llegar el día en que algún
idiota se va a plantar y decir que esto nunca sucedió…” (All coments on
campos de concentración nazis, parte 5/7. Comentario núm. uno, en la red). Las
cosas en España son mucho más difíciles. Los historiadores han escrito, se han
rodado documentales, se han recogido testimonios y las pruebas son irrefutables,
pero la política oficial niega los hechos, así como parte de la sociedad y
parte del mundo académico. La realidad será que las víctimas del dictador
Franco no tienen derechos. No son los muertos del Estado, porque no son los
“muertos sagrados”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario