EL INFIERNO CARCELARIO DE
FRANCO Y SU GRAN MORTANDAD
Por Francisco
Moreno Gómez
(Conferencia en la Biblioteca Complutense de Madrid,
el 6-5-2014)
Multi-represión contra los
vencidos
Iniciamos
nuestra reflexión mencionando la pluralidad de acciones de castigo contra los
vencidos. Recordemos una vez más la doctrina de Raphael Lemkin, el padre de la
teoría del genocidio, en su larga trayectoria para dar forma a su denuncia
contra los crímenes de “barbarie” (luego, “genocidio”), entre los diversos aspectos criminales en los
que fijó su atención, uno hacía referencia a las “acciones para arruinar la existencia económica” de los oprimidos.[1]
Después, incluyó el “genocidio económico”
(el Axis Rule… o Dominio del Eje…),[2]y
extractó sus derechos elementales en “vida,
libertad y propiedad”.[3]
Nuestra insistencia se debe a la obstinación de los negacionistas a la hora de
admitir los diversos aspectos de la criminalidad franquista, en conexión con
los crímenes internacionales. Con relación a la implantación del hambre en la
existencia de los vencidos (un aspecto de genocidio), había algo más: se
trataba de las modernas técnicas fascistas de aniquilación de la personalidad,
en pro de objetivos de destrucción física, psicológica e ideológica.
Desde
siempre, los opresores saben que uno de los instrumentos más eficaces para
desmoronar la integridad moral de las personas, quizá más que arrebatarles la
libertad o la vida, es reducirlos a la pobreza extrema y a la indigencia. Una
persona sometida a la indigencia queda automáticamente desideologizada: no
podrá pensar en ninguna otra cosa que no sea el sustento. La pobreza extrema es
un instrumento de humillación y de control de las personas. Insistamos en que
Lemkin incluye la represión por hambre en el concepto de genocidio. Destrucción
y humillación de las personas. Resulta curioso que el gran poeta Miguel
Hernández, sometido al hambre masiva de las cárceles, sobre todo en 1941, en su
epistolario sólo habla de comida, pide a unos y a otros, sólo piensa en comer,
y nunca aparece ninguna referencia a la poesía ni a la literatura.[4]
Cuando
estalla la victoria de 1939, los vencidos van a saber lo que es el hambre de
verdad, en su sentido más literal. Del hambre letal en las cárceles franquistas
se expone detallado contenido en el capítulo 6 de mi libro La victoria sangrienta. Ahora conviene anticipar algo sobre la vida
de la calle. Los franquistas serán los dueños de vidas y haciendas. Y la
victoria se impondrá a golpe de expolio y de rapiña, como ya señalo en mi
citado libro.
Existe
una realidad económicamente terrible que se valora poco en los estudios de
posguerra, que fue la anulación del
dinero republicano. Esto supuso unas consecuencias económicas gravísimas,
apenas tenidas en cuenta. Con la victoria, Franco aplicó a los vencidos la peor
de las recetas: los dejó sin dinero, radicalmente. Quedaron anulados nada menos
que 13.251 millones de pesetas del dinero republicano, más 10.356 millones más
en depósitos bancarios. En total, todo el dinero de la República anulado:
23.607 millones de pesetas.[5]
Fue un golpe de efecto total contra los vencidos: los dejó sin un duro, “con
una mano detrás y otra delante”. A partir de ahí comenzó la pobreza y el hambre
indescriptibles que habrían de padecer los vencidos, a lo que se sumarían otras
muchas circunstancias adversas.
Los
métodos represivos de la depauperación absoluta los practicó masivamente el
fascismo europeo de los años 30 y 40. Sólo tenemos que recordar las imágenes
esqueléticas de las víctimas del nazismo, arrastradas como fardos por máquinas
hacia las fosas. Esas víctimas esqueléticas, las de Hitler y las de Franco, son
un aldabonazo permanente para la conciencia de la historia, si es que la
historia tiene conciencia, o es una “política” más de tantas como existen.
Es
curioso que el año trágico de 1941 fue el de máximo exterminio por hambre,
tanto en los campos nazis como en las prisiones de Franco. El “caso judío” y el
“caso español” (éste, del que nadie habla) coincidieron en 1941. En este año,
el hambre como instrumento represivo y genocida hizo estragos, en España y en
Alemania. Nazismo y franquismo, hermanados en un común denominador, mutatis mutandis.
Además
del genocidio de las cárceles franquistas, el hambre se convirtió en uno de los
jinetes del “apocalipsis” que Franco lanzó contra todos los vencidos de España.
No le bastaba al dictador la derrota de sus oponentes; era necesario que
mordieran, además, el polvo encogidos por el hambre. Se trataba de una cadena
de humillaciones, para que no levantaran cabeza “en treinta años”. La pobreza
represiva empezó con la usurpación total
de bienes (expolio directo, expedientes de incautación de bienes y Ley de Responsabilidades
Políticas), a lo que siguió la exclusión
laboral absoluta (excluyendo a los vencidos del trabajo público,
oposiciones y cualquier tipo de concesiones, todo lo cual quedó como “botín de
guerra” para los vencedores), a lo que hay que sumar finalmente el uso de las listas negras, por las que se negaba el
trabajo jornalero local a los que no se hubieran humillado lo suficiente, bajo
las exigencias del nacionalcatolicismo.
Franco
llegó a inventar también campos de concentración para excluidos y mendigos. En
los años 1941-1942 (los años del Auschwitz español), se organizó el campo de
concentración de Las Arenas (La Algaba, Sevilla), con unos 300 recluidos, a los
que se desatendió totalmente en su manutención. La consecuencia fue que 144
murieron de hambre. No los fusilaron. Los mataron de hambre.[6]
Por
otra parte, más de 270.000 presos de las cárceles franquistas (contados por lo
bajo), con fecha uno de enero de 1940, más los que fueron entrando y saliendo
después, la España de Franco hizo pasar por
los campos y las cárceles a un millón de hombres y mujeres, no en un
momento dado, pero sí sucesivamente. España se convirtió en una inmensa
prisión. Como si hubiera cundido la consigna de “Todos a la cárcel”. He aquí un
testimonio-vivencia sobre los campos:
“No sé si le he dicho que en la Peraleda, Los
Blázquez y Valsequillo, donde yo estuve, los falangistas de Pueblonuevo, la
Añora, Dos Torres y El Viso, iban con una autorización al jefe del campo, para
sacar presos, y en aquellos cerros cercanos los mataban. Cuando nos dejaban
salir del campo, para recoger leña para las cocinas, vimos los muertos, algunos
moribundos, y tres colgados de un chaparro” (Miguel
Regalón, abril-1986).
La
política de Navarrete en Castuera era dejar hacer a los falangistas, aunque él
mismo se remangaba la camisa y propinaba tales palizas que dejaba a la gente
medio muerta. Él mismo programaba las sacas y las “desapariciones”. En el
franquismo todo son “desapariciones”. Al principio, los que más entraban en el
campo en busca de carne eran los falangistas, hasta que se fue haciendo con el
“trabajo” la Guardia Civil, auténtica ejecutora de “paseos” y “desapariciones”,
cuyos cuerpos solían ir a caer en los pozos de unas minas cercanas, la mina
“Somoza” y la mina “Gamonita”
De
momento, basta contemplar el espectáculo de gentes variopintas desperdigadas
por los alrededores del campo de
concentración de Castuera, para ver y atender en algo a los suyos, con
grandes dificultades. Nuevamente, el castigo y la represión se extendían
también a las familias. Y nuevamente se detecta cómo los desalmados se
aprovechaban de la situación. Guardianes y porristas prometían hacer llegar
víveres, ropa o dinero a los prisioneros, a
cambio de favores sexuales, en el transcurso de la noche. Son los llamados
“defensores de la familia”, entonces y hoy. Falangistas y militares borrachos
hacían de las suyas entre las familias diseminadas por la dehesa de Castuera,
en la noche extremeña. Aporta Antonio D. López la entrevista con un falangista
de entonces, que, al recordar el trato que se les daba a las mujeres que
visitaban la prisión, rompió a llorar (p. 266). Por fin, un falangista que
llora por lo que han hecho. Estamos convencidos: En los campos de concentración se fusiló y se hizo “desaparecer” a muchos
más prisioneros de los que se cree o se ha dicho.
La “ley de fugas” de abril y
mayo de 1939
Los historiadores
de la democracia apenas mencionan esto o no lo tienen en cuenta. Pero la oleada
de ejecuciones sumarias que perpetraron los vencedores en abril y mayo de 1939,
incluyendo también las múltiples ejecuciones sumarias en torno a los campos de
concentración, es el primero de los grandes horrores de la posguerra. En la
zona Centro-Sur de España, la última en caer en manos de los vencedores, ocurrió
otra vez una matanza arbitraria, sin formación de causa, lo que se llaman
“paseos”, al estilo del terror “caliente” de los días de 1936. Como si otra vez
estuviera imperando el “bando de guerra” o el “choque con la fuerza pública”.
No se invocaron, ciertamente, tales conceptos, sino que se anotó el eufemismo,
de gran tradición represiva, llamado “ley de fugas”. En la propia Causa General (Badajoz) se citan casos
de estas matanzas. En Esparragosa de Lares (Badajoz), dice la Causa General:
“…
existen enterramientos efectuados en mayo de 1939 en el cerro de La Horca, en
unos trincherones a bastante profundidad”.[7]
En
Peloche se citan dos enterramientos en el campo de los que “no se ha podido averiguar sus nombres, pero sí que eran desafectos a
la causa nacional y pertenecieron a brigadas de guerrilleros rojos, siendo su
fusilamiento al liberarse este pueblo”.
En cuanto a Fuenlabrada de los Montes se
habla de 17 fusilamientos iniciales: “…después
de la liberación de este pueblo fallecieron de hemorragia aguda por acción de
agente traumático lanzado por las fuerzas de la policía militar; se encontraban
detenidos por las fuerzas militares, y todos en general fueron antes y durante
el Glorioso Alzamiento nacional destacadísimos elementos desafectos de la santa
causa, teniendo igualmente intervención directa o indirecta en los asesinatos,
detenciones y requisas de las personas de orden de esta localidad”.
Por
tanto, nada de terror “improvisado”, sino un programa perfectamente planeado a
partir de la victoria, como lo fue desde 1936. Las inscripciones se hacen
“según oficio de la Comandancia de Policía Militar”, sección de militares al
mando de un oficial y a las órdenes de la Comandancia Militar de la Plaza.
A golpes de legislación represiva
Por
si no era suficiente el Código de Justicia Militar, el franquismo promulgó
leyes y decretos exterminadores:
1)
La Ley de Seguridad del Estado, de 29 de marzo de 1941, que endureció
enormemente el rigor represivo, tipificó nuevos “delitos” sancionados con pena
de muerte, como el simple atraco económico, enfocado a los huidos en el monte y
a sus enlaces en el llano. Al amparo de esta ley, numerosas órdenes de la
Guardia Civil llamaban al “exterminio”. El efecto punitivo fue tan rápido que
en 1941 se observa un repunte de ejecuciones sumarias y “ley de fugas” (véase
Apéndice 1). Hablar de inflexión represiva en este año, carece de rigor.
2) La Ley de 2 de marzo de 1943, que
hace nuevas reformas y ampliaciones del delito de rebelión militar, atizando
una vez más el fuego purificador, para que “en lo sucesivo nadie ose desviarse
de una rígida disciplina social”. En el artículo 238 se amplía el obsesivo y
neurótico delito de rebelión militar. La “justicia” militar no entendía de otra
cosa. Todo era “rebelión”, ante la que se aplicaba la “única pena”. Se trataba de
la adaptación del “exterminio” o “limpieza” fascista al suelo español. Aquí no
había nazis o SS, pero con los energúmenos españoles ya hemos tenido bastante
(desde las expulsiones de moros, judíos y moriscos, y luego, desde la
Inquisición). Torquemada forma siempre parte de la esencia del típico español.
El denominador común de los fascismos
Y se desató el fascismo europeo, es
decir, el fascismo-nazismo-franquismo, tres patas del mismo trípode. En el
aspecto de la matanza fundacional, Franco superó, al principio, a sus “colegas”
europeos, según ha demostrado Ángel Viñas, con elocuentes cifras.[8]
Hasta septiembre de 1939, el III Reich había asesinado a 473 personas de manera
judicial, y un millar de manera extrajudicial (éstas, sólo en el año y medio
siguiente a su ascenso al poder, cifra que en Sevilla, por ejemplo, Queipo de
Llano superó en quince días). En cambio, Franco, hasta 1939, llevaba ya 100.000
personas asesinadas. En cuanto a la Italia fascista, durante los años de
implantación del régimen, cayeron unas 3.000 víctimas. Hasta 1939, se habían
impuesto sólo 9 penas de muerte. Y en todo el fascismo italiano, los exiliados
fueron 13.000; en España, casi medio millón. Conclusión: Franco fue el más
sanguinario y el número uno en criminalidad entre todos los fascismos europeos,
hasta 1939.
En la posguerra española, la base
“legal” para la aniquilación de la clandestinidad, de la guerrilla y de sus
elementos de apoyo, fue la Ley de Seguridad del Estado, de 29 de marzo de 1941,
que enseguida publicó el Boletín Oficial de la Provincia, según reenvío del
capitán general de la II Región Militar, Miguel Ponte y Manso de Zúñiga. Se
tipificaban nuevas materias de pena de muerte, incluido el atraco a mano armada
(pensando en actividades de los maquis). El 26 de agosto del mismo año se
publicó una Orden firmada por el general Emilio Álvarez Areces (Véase capítulo
6 de mi libro La victoria sangrienta),
llamando claramente al “exterminio” de los huidos en el montes y sus cómplices
en el llano. Así las cosas, todas las muertes que constan en los pueblos, en
1941, obedecen a estos nuevos métodos exterminadores.
Conviene
ahora detenerse en el llamado “Proceso de La Parrala” o “de la Centena”, no
conocido en la historiografía general, pero muy importante debajo de
Despeñaperros. Fue una gran redada que se hizo en varios pueblos de Córdoba,
sobre todo en Villanueva de Córdoba, con
ramificaciones a Jaén y Sevilla. Fue la Causa 1.546/41, que trajo de cabeza a
un centenar de detenidos en la redada del 21 de noviembre de 1941. Hoy día me
recuerdan en toda la zona la gran alarma que aquella redada causó en Andalucía.
Por
otra parte, el fenómeno del encarcelamiento masivo del franquismo no fue un
desorden logístico o un desbordamiento no querido o un simple problema de orden
público. El fenómeno de internamiento general fue, primero, una violencia de
Estado.[9]
Segundo, fue un proyecto criminal, no sólo de reclusión, sino también de
represión, de castigo, de eliminación o de “reeducación”, a la vez que de
explotación de trabajo esclavo. Tercero, este proyecto tenía mucho que ver con
la política criminal del III Reich,[10]
es decir, con el proyecto totalitario y fascista europeo. Desde 1933, los
apresamientos masivos del nazismo tenían el mismo fin que los del franquismo:
excluir, seleccionar, castigar y aterrorizar a los oponentes políticos. Este
apresamiento masivo (campos o prisiones) de los nazis y del franquismo
constituye la época más negra y vergonzosa de la humanidad.[11]
El problema es muy serio, sobre todo en España, tan dada ahora a la
edulcoración, la banalidad y el folclorismo, y por supuesto, al negacionismo.
Todavía no se ha tratado en serio lo ocurrido en las cárceles franquistas en
1941. Este año, lo mismo que en Mauthausen, ocurrió en las cárceles franquistas
una mortandad masiva. Todavía no hemos explicado de manera exhaustiva el porqué
y el cómo de lo que he denominado el “Auschwitz franquista de 1941”. En
Córdoba, en la posguerra, veremos morir dentro de la prisión a más víctimas que
ante el paredón. Una mortandad masiva en todas las prisiones franquistas, que
cayó en picado en 1942, lo mismo que en Mauthausen, cuando los “regímenes
hermanos” pasaron de la política de exterminio a la política de aprovechamiento
de la mano de obra esclava.
Una
cuestión importante es cómo se realizó el cómputo de presos a finales de 1939,
el annus horribilis. ¿Se computaron
las cárceles de los pueblos, abarrotadas entonces? Cárceles mayores y menores,
desperdigadas por todas partes. En aquellas fechas, el Régimen, ciertamente, no
se hallaba en condiciones de computar una situación carcelaria absolutamente caótica.
Pensamos que la repetida cifra de 270.000 presos a finales de 1939, parece
tomada muy por lo bajo. Ricard Vinyes ha llegado a la misma conclusión: “… creo haber probado que existen abundantes
evidencias de que las cifras se mistificaron siempre, tanto en los documentos
de propaganda de la dictadura como cuando las solicitaron organismos
internacionales… La naturaleza de esta mistificación fue política e ideológica.
No me refiero a la evidente intención de la dictadura de propagar que había
pocos presos políticos, sino a la de que ‘no había ninguno’, y que sólo había
delincuentes…”.[12].
Ciertamente, de todo lo que ocurría dentro de las cárceles, cómo se malvivía y
cómo se moría en ellas, sabemos todavía poco. Algo tan ignorado que sólo
disponemos todavía de datos de una decena de prisiones. El Auschwitz franquista de 1941 sigue ahí, casi ignorado.
En
mi proyecto inicial para Víctimas de la
guerra civil[13],
dejé esbozados algunos puntos sobre el espantoso mundo carcelario del
franquismo. Primero, que en modo alguno la masificación y sus consecuencias
fuera algo no querido o ignorado por el nuevo Estado totalitario. Segundo, que
no fue una situación destructiva aislada o episódica, sino generalizada y
sistémica. Tercero, que el fenómeno de castigo masivo fue algo imprevisto e
inesperado para los vencidos, que no acertaban a ver la lógica de tamaño furor
represivo, sangre y lágrimas. Cuarto, que la magnitud del apresamiento
escenificaba el proyecto de exclusión de media España del nuevo Estado, la
ausencia radical de cualquier idea de integración de los vencidos y la
prioridad absoluta de los planes de castigo, venganza, “limpieza” y represión
ideológica de todo el progresismo-reformismo-izquierdismo que dio alma a la II
República. Y quinto, que el encarcelamiento y castigo masivo se caracterizó por
una absoluta arbitrariedad, a capricho de los vencedores, todo atizado por la
indefinición de leyes y normativas al respecto.
El
Libro blanco de las cárceles franquistas
(citado, p. 31) ha visto tres niveles en el infernal mundo carcelario del nuevo
Estado totalitario, los tres en consonancia con el modelo y prácticas de los
nazis. Primero, el más primitivo, utilizaba toda la tipología represiva
corporal (tortura, trabajo forzado, privación de alimentos, etc., tanto en las
cárceles, como en las comisarías, campos de concentración y checas
falangistas). El Ejército vencedor y la Policía política disfrutaron de carta blanca
para actuar en las cárceles, haciendo y deshaciendo a su antojo, llevando a
cabo excarcelaciones y “paseos”, interrogatorios y torturas dentro de las
prisiones, o administrando directamente centros de interrogatorios. El segundo
nivel afectaba a la interioridad de las víctimas, con mayor seguidismo aún de
los métodos nazis, y ahí se ponían en práctica técnicas de comportamiento
humano y presión psicológica, para conseguir la dependencia completa del
individuo. Más que “reeducar”, como se dice hoy, era represión ideológica pura
y dura. No era “reeducar”, sino quebrar la moral interior de los individuos,
sometidos a situaciones-límite. El individuo flaqueaba, sometido al continuo
acoso de la religión, las ceremonias patrióticas, el omnipresente culto al “Caudillo”,
la exaltación del trabajo “redentor”, los efectos de la propaganda contra “los
sin Dios” o la “anti-España”, se vieron incapaces de reaccionar, en muchos
casos. Y por último, el tercer nivel consistió en los efectos psicológicos de
todo el proceso: convencer a los atormentados de su culpabilidad y conseguir
que éstos interiorizasen como ciertas las acusaciones de que eran objeto.
Muchas víctimas acabaron aceptando su culpabilidad. Hasta el socialista Juan
Simeón Vidarte acabó escribiendo aquello de Todos
fuimos culpables. Aún hoy día perdura este efecto destructor de la verdad
de la historia en ciertas vetas de la sociedad, debido a la escasa o nula
información. Es el uso por los vencedores del lenguaje como “arma de
destrucción masiva”.
La posguerra española, la más cruel de Europa
Otras
posguerras europeas no se gestionaron con la esquizofrenia con que se gestionó
la posguerra española. La posguerra alemana no metió a todos los vencidos en el
mismo saco, sino que los dividió en tres grupos: los infractores mayores (crímenes, pillaje, deportación y maltrato de
prisioneros), los seguidores del
nazismo, y los infractores menores.
Salvo los ahorcados de Nuremberg, no se aplicaron otras penas de muerte, sino
penas de prisión y depuración, con el increíble dato de que los “infractores
mayores” fueron sólo 1.600. Pronto se amnistió a los más jóvenes. Hubo otra
amnistía en la navidad de 1947. En 1948, se rebajó la categoría de “infractores
mayores”, y pasaron a la categoría de “seguidores”.[14]
Todo esto, tres años después del final de la Gran Guerra, cuando todavía en
España, ocho o diez años después de su guerra, se estaba sufriendo el “trienio
del terror” (1947-1949), aplicando la “ley de fugas” a mansalva en todas las
cunetas de España. El terror de Franco, lejos de cualquier parangón con Europa,
era digno de África o de Ruanda.
La posguerra de Italia empezó sus
sanciones contra el fascismo en 1944. Pero en junio de 1946, un año después de
la Gran Guerra, se aprobó una Ley de amnistía para las condenas menores de
cinco años, se rebajaron las condenas superiores, y poco después, sólo los
principales dirigentes fascistas y los condenados por los crímenes más graves
permanecieron en prisión. En cuanto a las depuraciones administrativas, si bajo
el franquismo afectaron a media España, en Italia llama la atención este dato:
en Roma, de 394.041 empleados investigados, sólo 1.590 fueron destituidos
(Margalida, p. 175). En este leve apunte comparativo, surge una evidente
constatación: en Europa las represoras eran las nuevas democracias; en España,
el represor era el fascismo.
En
la Academia española, atraídos ahora por la moda de los estudios de normativas
penitenciarias, se han olvidado de este primer año y medio terrible
(1939-1940), cuando todavía no había normativas, sino torturas sistemáticas y
absolutamente generalizadas. Fue la etapa terrible de las cárceles de los
pueblos, antes de la concentración de
presos en las Prisiones Provinciales, a comienzos del otoño de 1940. Lo
que sufrieron los presos en las infrahumanas cárceles de los pueblos, no creo
que haya crónica posible sobre aquel mayúsculo calvario, que pueda leer la
generación de hoy. En esta primera etapa, la base social del franquismo se
entregó cómplice y fervorosa a la gran tarea purificadora del nuevo Estado
totalitario, contra los demonizados “rojos”, haciendo una piña con las
jerarquías. Era la complicidad total en la victoria: los de arriba y los de
abajo, el “pacto de sangre” entre las bases del Régimen y las élites. Todo el
nuevo Estado perfectamente cohesionado en torno a la Cruzada: el castigo y el
exterminio de los vencidos, sin el menor sentido de humanidad, clemencia o
fraternidad entre españoles.
Infiernos carcelarios concretos para la historia
La
Prisión Provincial de Córdoba entró, en 1941, en un auténtico Auschwitz, que en ese año fue
generalizado en todas las grandes prisiones de España. Una situación insólita
de exterminio, por más que algunos lo nieguen, cuyos rasgos iniciales ya di a
conocer, con relación a Córdoba, en 1987, pero no parece que algunos se hayan
dado por enterados. De ningún modo fue algo ignorado o no querido para la
cúpula del Régimen, que por supuesto consintió aquel crimen de lesa humanidad,
igual que en los campos nazis, en los que 1941 fue también el año del gran
exterminio.[15]
De
este documentado testimonio del Dr. Sama se deducen varias observaciones. Una,
que, al tratarse de un médico, sus análisis son de una solvencia considerable.
Segunda, que sin embargo no acierta bien en el diagnóstico del exterminio, al
basarlo casi exclusivamente en la corrupción de los funcionarios, y no en la
perversidad intrínseca del sistema, ya que en toda España estaba ocurriendo el
mismo exterminio en 1941. Tercera, que aun basándose sólo en la corrupción de
los funcionarios, se constata que el castigo era puramente formulario, ya que
las condenas se deshacían rápidamente. Cuarta, que la causa mayoritaria de la
mortandad fue el hambre, en cuanto a la década se refiere, porque los muertos
en 1941, lo fueron por hambre casi exclusivamente (él cifra este número en 499,
cuando el total de muertos en 1941 fue de 502).
Curiosamente,
los directivos de la Prisión de Córdoba, por rencillas entre ellos, fueron
encausados en 1942. El abogado Francisco Poyatos defendió al suministrador,
basando la exculpación en el siguiente dato: la ración aprobada por la
Dirección General de Prisiones no llegaba a las ochocientas calorías. Las
calorías mínimas por persona para resistir en régimen de inmovilidad son unas
mil doscientas. Argumentó que las muertes no se habían producido por
disminución fraudulenta de las raciones suministradas, sino porque la Dirección
General de Prisiones, con imprevisión temeraria, aprobó unas raciones
insuficientes. El Consejo de Guerra se celebró en Córdoba con gran expectación.
Lo presidió el ya coronel Aguilar Galindo (el genocida de Fernán Núñez), jefe
del Regimiento de Artillería. Se pedían dos penas de muerte, pero sólo se
condenó a treinta años (que en aquellos tiempos era sinónimo de nada). Terminó
Poyatos la defensa de su cliente aludiendo a la moraleja de un cuento de Las mil y una noches, que exige la
ejemplaridad, ante todo (Si un alto cargo no puede ser ahorcado, se cuelga a
uno de abajo. Lo importante es que el crimen no quede impune).[16] La
aportación de este abogado cordobés resulta sumamente esclarecedora: la
responsabilidad no era tanto de los corruptos, sino de la Dirección General de
Prisiones, es decir, del sistema, por la aprobación de unos criterios
alimenticios claramente exterminadores, con una dieta hipocalórica.
Con
fecha julio de 1939 existe un Informe “confidencial” en el Archivo del Nacionalismo Vasco y Fundación Sabino Arana, titulado
“Informe sobre presos vascos en el Penal del Puerto de Santa María”, dado a
conocer por Manuel Martínez Cordero.[17]
Al final de la guerra civil, unos 4.000 presos vascos albergados en las
prisiones de Euzkadi y Santoña fueron diseminados por las prisiones
franquistas, de los cuales 2.000 llegaron al Puerto de Santa María, con lo que
la cifra total de presos se situó en 5.400 (para una cavidad de 800 internos).
El Informe citado, con relación al
verano de 1939, ofrece datos importantes, y ya estremecedores, de la situación
agobiante de estos miles de presos.
En
cuanto a la cifra de muertos, el Informe
citado se refiere, no a los 5.400 reclusos, sino a los 2.000 vascos, los cuales
habían sufrido 43 muertos en los diez primeros meses de estancia en el Puerto,
es decir, 1939 y comienzos de 1940. De la gran calamidad de 1941 carecemos,
pues, de información, ni de qué ocurrió en la masa de los 5.400 presos. La
incidencia más grave, en el primer año penitenciario, era la tuberculosis.
Unos
maestros de Escuela de Almendralejo (Manuel Rubio y Silvestre Gómez), después
de venir a visitarme a Villanueva de Córdoba e intercambiar impresiones,
presentaron ya en 1987 un libro muy interesante sobre su pueblo, Almendralejo
(Badajoz), una lista enorme, con 333 fusilados, gran parte en 1941, en sacas
numerosísimas de gente. Pero el dato ahora pertinente es el de los muertos de
hambre en la prisión: nada menos que 144 víctimas, sólo en el período de julio
de 1940 a noviembre de 1941. Sólo 16 meses (p. 408).
El
estudio de Amoedo-Gil sobre el penal de San Simón ha conseguido un cómputo de
666 víctimas en esa prisión, de las que 161 (24’2 %) eran de Andalucía, sobre
un total de 2.176 reclusos (cit., pp. 62 y 66). De los muertos, la mitad eran
mayores de 60 años, porque este penal se especializó en el exterminio de
sexagenarios. El relato del libro es estremecedor:
“El franquismo montó un Auschwitz sui generis,
donde el clima, por la particular debilidad fisiológica de los detenidos,
desempeñó el mismo siniestro papel que las cámaras de gas. Nos referimos a la
isla de San Simón… Allí llueve durante meses enteros, día y noche. A menudo la
lluvia se acompaña de ráfagas de viento de una violencia tal que puede derribar
los más gruesos árboles por decenas”.[18]
Todo
proceso de concentración o de traslado de presos era siempre sin comer varios
días. “Sobrevivir en las cárceles
franquistas dependía de la posibilidad o no de recibir alimentos del exterior.
Oficialmente la Dirección General de Seguridad no exigía una ración diaria
superior a las 800 calorías”, que en páginas atrás (Abogado Poyatos, Dr.
Sama) ya hemos visto que era una “ración asesina”,
Tenemos
datos del Hospital Militar Penitenciario
de Guernica, que funcionó entre 1938 y 1940, en el edificio del Colegio de
los Agustinos, como centro de reclusión de prisioneros, y sede también de un
Batallón de Trabajadores de Zonas Devastadas. En ese centro militar perecieron
por enfermedad 265 presos, desde junio de 1938 a mayo de 1940, cuyo origen era
de todo el país (constan 8 de Córdoba). Concebido para 650 camas, perecieron
casi la mitad.
Foto.- Entonces un mendigo podía ser cualquier persona. Un padre y sus tres hijos en la puerta del Restaurante Lardi, de la Carrera de San Jerónimo, de Madrid, en 1940.
En
cuanto a la gran mortandad del campo de concentración de “Las Arenas”, con unos
300 recluidos, de los que perecieron de hambre 144, en el trienio trágico,
1940-1942. Con relación a este “campo” todavía resulta muchísimo más grave el
hecho de que se destinó a “mendigos” (concepto entonces muy diferente al de
hoy. Un “mendigo” podía ser cualquier persona de los miles y miles que se
vieron reducidos al hambre).[19]
Las cifras que se conocen sobre el genocidio carcelario de Franco:
Córdoba………………………….. 756
Sevilla…………………………….. 786
Almendralejo (Badajoz)………… 144
4 Pueblos de La Serena……….. 90
San Simón (Pontevedra)……… 666
Oviedo…………………………….. 251
Gijón……………………………….
84
Guernika………………………….. 265
San Cristóbal (Navarra)…………. 328
Cataluña…………………………... 648
Castellón………………………….. 112
Valencia………………………….… 813
Alicante……………………………. 240
Toledo………………..………….… 680
Cáceres……………...…………….. 150
TOTAL………….………….. 6.013
En
conclusión: el franquismo aplicó exterminio carcelario evidente utilizando el
hambre como instrumento represivo, algo propio del nazismo y de los regímenes
genocida en general. Incurrió en dos de los tres conocidos crímenes internacionales,
en este caso: lesa humanidad y genocidio. Otros lo llamarían los cuatros
jinetes del “apocalipsis carcelario”: 1) El
apresamiento masivo y el hacinamiento a gran escala, algo ya de por sí de
consecuencias letales; 2) La dieta
oficial hipocalórica, oficialmente de 800 calorías o menos, a más de 400
calorías por debajo del umbral de la supervivencia. Es decir, el hambre pura y
dura, programada, en contra de la teoría de que sólo había episodios de
corrupción de funcionarios, que también se daba a mansalva, sumado todo a la
dieta oficial de hambre; 3) La
inasistencia sanitaria casi absoluta, en la que faltaban incluso las
aspirinas y las gasas para taponar heridas; 4) Y por último, la utilización del
clima como arma de destrucción,
además del “turismo penitenciario”,
enviando a la mayoría de los presos, en gran parte oriundos de la España
cálida, a las prisiones frías y húmedas del Norte, donde caían como moscas. Y
nada mejor como enviar a los presos sexagenarios a la inhóspita isla de San
Simón (Pontevedra), azotada por el Atlántico, donde el clima hacía innecesarios
los fusilamientos. Pocos historiadores han reparado en este grado de
perversidad del Régimen. O el hecho de enviar a los presos andaluces a la
prisión de Burgos, la prisión maldita del nuevo Estado totalitario. Lo que
Franco llevó a cabo en la España de la victoria fue un infierno carcelario,
además de los fusilamientos. Ese infierno carcelario, por su rasgo principal de
utilización del hambre como arma de exterminio es uno de los casos más
evidentes de perpetración de genocidio en la España de Franco.
[1]
Así lo expuso en la V Conferencia Internacional
para la Unificación del Derecho Penal, Madrid, octubre de 1933.
[2]
Raphael Lemkin, Dominio del Eje en la Europa ocupada: Leyes de ocupación, análisis de
Gobierno, propuestas de reparación (traducción del inglés Axis Rule in Occupied Europe), Columbia
University Press, New York, 1944.
[3]
Raphael
Lemkin, “Genocide”, American Scholar, abril
de 1946.
[4]
Miguel Hernández, Obra completa. III Prosas. Correspondencia, Espasa-Calpe, Madrid,
1992.
[5]
Ana Tudela, “Hambre, cartilla y estraperlo:
España no come escrúpulos”, El
Público.es, 2-4-2009.
[6]
Sobre esta tragedia, apenas conocida, como
tantas otras, han investigado Mª Victoria Fernández Luceño y José Mª García
Márquez.
[7]
Citado en Ángel David Martín Rubio, Paz, piedad, perdón… y verdad, Fénix,
Madrid, 1997, p. 249.
[8]
Ángel Viñas, En
el combate por la historia, Pasado&Presente, Barcelona, 2012, p. 20 y
ss., citando a Richard J. Evans, y a Bosworth.
[9]
Michael Ricards, Un tiempo de silencio. La guerra civil y la cultura de la represión en
la España de Franco, 1936-1945, Crítica, Barcelona, 1999, p. 30.
[10]
Renzo Stroscio, “Hacia una tipología de los
campos de concentración y exterminio nacionalsocialistas”, Congreso. Los campos de concentración y el mundo penitenciario en
España durante la guerra civil y el franquismo, Crítica, Barcelona, 2003,
p. 77 y ss.
[11]
Michel Leiberich, “El món concentracionari
europeu”, en Congreso… (citado), p.
7.
[12]
Ricard Vinyes, “El universo penitenciario
durante el franquismo”, en la obra conjunta Una
inmensa prisión, Crítica, Barcelona, 2003, p. 163.
[13]
Francisco Moreno Gómez, “La represión en la
posguerra”, Víctimas de la guerra civil,
Temas de Hoy, Madrid, 1999.
[14]
Margalida Capellá i Roig, “Represión política y
derecho internacional. Una perspectiva comparada (1936-2006)”, en Represión política, Justicia y Reparación.
La memoria histórica en perspectiva jurídica (1936-2006), de Margalida
Capellá y David Ginard, coordinadores, Documenta Balear, Palma de Mallorca,
2009, p. 161 y ss.
[15]
Francisco Moreno Gómez, Córdoba en la posguerra (La represión y la guerrilla, 1939-1950),
Fco. Baena, Córdoba, 1987. Ángel del Río y otros, Andaluces en los campos de Mauthausen, Junta de Andalucía, 2006.
[16]
Francisco Poyatos López, Recuerdos de un hombre de toga, Córdoba, 1979, p. 146 y ss.
[17]
Manuel Martínez Cordero, El Penal de El Puerto de Santa María, 1886-1981, Cádiz, 2004, p.
149 y ss.
[18]
Eutimio Martín García, “El turismo penitenciario
franquista”, Historia 16, núm. 239,
marzo, 1996, pp. 19-25.
[19]
José María García Márquez, Las víctimas de la represión militar en la provincia de Sevilla
(1936-1963), Aconcagua, Sevilla, p. 174.
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