25/9/17

EL INFIERNO CARCELARIO DE FRANCO


EL INFIERNO CARCELARIO DE FRANCO Y SU GRAN MORTANDAD

                                                                     Por Francisco Moreno Gómez

         (Conferencia en la Biblioteca Complutense de Madrid, el 6-5-2014)


Multi-represión contra los vencidos


Iniciamos nuestra reflexión mencionando la pluralidad de acciones de castigo contra los vencidos. Recordemos una vez más la doctrina de Raphael Lemkin, el padre de la teoría del genocidio, en su larga trayectoria para dar forma a su denuncia contra los crímenes de “barbarie” (luego, “genocidio”),  entre los diversos aspectos criminales en los que fijó su atención, uno hacía referencia a las “acciones para arruinar la existencia económica” de los oprimidos.[1] Después, incluyó el “genocidio económico” (el Axis Rule… o Dominio del Eje…),[2]y extractó sus derechos elementales en “vida, libertad y propiedad”.[3] Nuestra insistencia se debe a la obstinación de los negacionistas a la hora de admitir los diversos aspectos de la criminalidad franquista, en conexión con los crímenes internacionales. Con relación a la implantación del hambre en la existencia de los vencidos (un aspecto de genocidio), había algo más: se trataba de las modernas técnicas fascistas de aniquilación de la personalidad, en pro de objetivos de destrucción física,  psicológica e ideológica.

Desde siempre, los opresores saben que uno de los instrumentos más eficaces para desmoronar la integridad moral de las personas, quizá más que arrebatarles la libertad o la vida, es reducirlos a la pobreza extrema y a la indigencia. Una persona sometida a la indigencia queda automáticamente desideologizada: no podrá pensar en ninguna otra cosa que no sea el sustento. La pobreza extrema es un instrumento de humillación y de control de las personas. Insistamos en que Lemkin incluye la represión por hambre en el concepto de genocidio. Destrucción y humillación de las personas. Resulta curioso que el gran poeta Miguel Hernández, sometido al hambre masiva de las cárceles, sobre todo en 1941, en su epistolario sólo habla de comida, pide a unos y a otros, sólo piensa en comer, y nunca aparece ninguna referencia a la poesía ni a la literatura.[4]

Cuando estalla la victoria de 1939, los vencidos van a saber lo que es el hambre de verdad, en su sentido más literal. Del hambre letal en las cárceles franquistas se expone detallado contenido en el capítulo 6 de mi libro La victoria sangrienta. Ahora conviene anticipar algo sobre la vida de la calle. Los franquistas serán los dueños de vidas y haciendas. Y la victoria se impondrá a golpe de expolio y de rapiña, como ya señalo en mi citado libro.

Existe una realidad económicamente terrible que se valora poco en los estudios de posguerra, que fue la anulación del dinero republicano. Esto supuso unas consecuencias económicas gravísimas, apenas tenidas en cuenta. Con la victoria, Franco aplicó a los vencidos la peor de las recetas: los dejó sin dinero, radicalmente. Quedaron anulados nada menos que 13.251 millones de pesetas del dinero republicano, más 10.356 millones más en depósitos bancarios. En total, todo el dinero de la República anulado: 23.607 millones de pesetas.[5] Fue un golpe de efecto total contra los vencidos: los dejó sin un duro, “con una mano detrás y otra delante”. A partir de ahí comenzó la pobreza y el hambre indescriptibles que habrían de padecer los vencidos, a lo que se sumarían otras muchas circunstancias adversas.   

Los métodos represivos de la depauperación absoluta los practicó masivamente el fascismo europeo de los años 30 y 40. Sólo tenemos que recordar las imágenes esqueléticas de las víctimas del nazismo, arrastradas como fardos por máquinas hacia las fosas. Esas víctimas esqueléticas, las de Hitler y las de Franco, son un aldabonazo permanente para la conciencia de la historia, si es que la historia tiene conciencia, o es una “política” más de tantas como existen.

Es curioso que el año trágico de 1941 fue el de máximo exterminio por hambre, tanto en los campos nazis como en las prisiones de Franco. El “caso judío” y el “caso español” (éste, del que nadie habla) coincidieron en 1941. En este año, el hambre como instrumento represivo y genocida hizo estragos, en España y en Alemania. Nazismo y franquismo, hermanados en un común denominador, mutatis mutandis.

Además del genocidio de las cárceles franquistas, el hambre se convirtió en uno de los jinetes del “apocalipsis” que Franco lanzó contra todos los vencidos de España. No le bastaba al dictador la derrota de sus oponentes; era necesario que mordieran, además, el polvo encogidos por el hambre. Se trataba de una cadena de humillaciones, para que no levantaran cabeza “en treinta años”. La pobreza represiva empezó con la usurpación total de bienes (expolio directo, expedientes de incautación de bienes y Ley de Responsabilidades Políticas), a lo que siguió la exclusión laboral absoluta (excluyendo a los vencidos del trabajo público, oposiciones y cualquier tipo de concesiones, todo lo cual quedó como “botín de guerra” para los vencedores), a lo que hay que sumar finalmente el uso de las listas negras, por las que se negaba el trabajo jornalero local a los que no se hubieran humillado lo suficiente, bajo las exigencias del nacionalcatolicismo.

Franco llegó a inventar también campos de concentración para excluidos y mendigos. En los años 1941-1942 (los años del Auschwitz español), se organizó el campo de concentración de Las Arenas (La Algaba, Sevilla), con unos 300 recluidos, a los que se desatendió totalmente en su manutención. La consecuencia fue que 144 murieron de hambre. No los fusilaron. Los mataron de hambre.[6]

Por otra parte, más de 270.000 presos de las cárceles franquistas (contados por lo bajo), con fecha uno de enero de 1940, más los que fueron entrando y saliendo después, la España de Franco hizo pasar por los campos y las cárceles a un millón de hombres y mujeres, no en un momento dado, pero sí sucesivamente. España se convirtió en una inmensa prisión. Como si hubiera cundido la consigna de “Todos a la cárcel”. He aquí un testimonio-vivencia sobre los campos:

“No sé si le he dicho que en la Peraleda, Los Blázquez y Valsequillo, donde yo estuve, los falangistas de Pueblonuevo, la Añora, Dos Torres y El Viso, iban con una autorización al jefe del campo, para sacar presos, y en aquellos cerros cercanos los mataban. Cuando nos dejaban salir del campo, para recoger leña para las cocinas, vimos los muertos, algunos moribundos, y tres colgados de un chaparro”  (Miguel Regalón, abril-1986).

La política de Navarrete en Castuera era dejar hacer a los falangistas, aunque él mismo se remangaba la camisa y propinaba tales palizas que dejaba a la gente medio muerta. Él mismo programaba las sacas y las “desapariciones”. En el franquismo todo son “desapariciones”. Al principio, los que más entraban en el campo en busca de carne eran los falangistas, hasta que se fue haciendo con el “trabajo” la Guardia Civil, auténtica ejecutora de “paseos” y “desapariciones”, cuyos cuerpos solían ir a caer en los pozos de unas minas cercanas, la mina “Somoza” y la mina “Gamonita”

De momento, basta contemplar el espectáculo de gentes variopintas desperdigadas por los alrededores del campo de concentración de Castuera, para ver y atender en algo a los suyos, con grandes dificultades. Nuevamente, el castigo y la represión se extendían también a las familias. Y nuevamente se detecta cómo los desalmados se aprovechaban de la situación. Guardianes y porristas prometían hacer llegar víveres, ropa o dinero a los prisioneros, a cambio de favores sexuales, en el transcurso de la noche. Son los llamados “defensores de la familia”, entonces y hoy. Falangistas y militares borrachos hacían de las suyas entre las familias diseminadas por la dehesa de Castuera, en la noche extremeña. Aporta Antonio D. López la entrevista con un falangista de entonces, que, al recordar el trato que se les daba a las mujeres que visitaban la prisión, rompió a llorar (p. 266). Por fin, un falangista que llora por lo que han hecho. Estamos convencidos: En los campos de concentración se fusiló y se hizo “desaparecer” a muchos más prisioneros de los que se cree o se ha dicho.


La “ley de fugas” de abril y mayo de 1939


Los historiadores de la democracia apenas mencionan esto o no lo tienen en cuenta. Pero la oleada de ejecuciones sumarias que perpetraron los vencedores en abril y mayo de 1939, incluyendo también las múltiples ejecuciones sumarias en torno a los campos de concentración, es el primero de los grandes horrores de la posguerra. En la zona Centro-Sur de España, la última en caer en manos de los vencedores, ocurrió otra vez una matanza arbitraria, sin formación de causa, lo que se llaman “paseos”, al estilo del terror “caliente” de los días de 1936. Como si otra vez estuviera imperando el “bando de guerra” o el “choque con la fuerza pública”. No se invocaron, ciertamente, tales conceptos, sino que se anotó el eufemismo, de gran tradición represiva, llamado “ley de fugas”. En la propia Causa General (Badajoz) se citan casos de estas matanzas. En Esparragosa de Lares (Badajoz), dice la Causa General:

        “… existen enterramientos efectuados en mayo de 1939 en el cerro de La Horca, en unos trincherones a bastante profundidad”.[7]

        En Peloche se citan dos enterramientos en el campo de los que “no se ha podido averiguar sus nombres, pero sí que eran desafectos a la causa nacional y pertenecieron a brigadas de guerrilleros rojos, siendo su fusilamiento al liberarse este pueblo”.

        En cuanto a Fuenlabrada de los Montes se habla de 17 fusilamientos iniciales: “…después de la liberación de este pueblo fallecieron de hemorragia aguda por acción de agente traumático lanzado por las fuerzas de la policía militar; se encontraban detenidos por las fuerzas militares, y todos en general fueron antes y durante el Glorioso Alzamiento nacional destacadísimos elementos desafectos de la santa causa, teniendo igualmente intervención directa o indirecta en los asesinatos, detenciones y requisas de las personas de orden de esta localidad”.

Por tanto, nada de terror “improvisado”, sino un programa perfectamente planeado a partir de la victoria, como lo fue desde 1936. Las inscripciones se hacen “según oficio de la Comandancia de Policía Militar”, sección de militares al mando de un oficial y a las órdenes de la Comandancia Militar de la Plaza.

A golpes de legislación represiva

Por si no era suficiente el Código de Justicia Militar, el franquismo promulgó leyes y decretos exterminadores:

1) La Ley de Seguridad del Estado, de 29 de marzo de 1941, que endureció enormemente el rigor represivo, tipificó nuevos “delitos” sancionados con pena de muerte, como el simple atraco económico, enfocado a los huidos en el monte y a sus enlaces en el llano. Al amparo de esta ley, numerosas órdenes de la Guardia Civil llamaban al “exterminio”. El efecto punitivo fue tan rápido que en 1941 se observa un repunte de ejecuciones sumarias y “ley de fugas” (véase Apéndice 1). Hablar de inflexión represiva en este año, carece de rigor.

        2) La Ley de 2 de marzo de 1943, que hace nuevas reformas y ampliaciones del delito de rebelión militar, atizando una vez más el fuego purificador, para que “en lo sucesivo nadie ose desviarse de una rígida disciplina social”. En el artículo 238 se amplía el obsesivo y neurótico delito de rebelión militar. La “justicia” militar no entendía de otra cosa. Todo era “rebelión”, ante la que se aplicaba la “única pena”. Se trataba de la adaptación del “exterminio” o “limpieza” fascista al suelo español. Aquí no había nazis o SS, pero con los energúmenos españoles ya hemos tenido bastante (desde las expulsiones de moros, judíos y moriscos, y luego, desde la Inquisición). Torquemada forma siempre parte de la esencia del típico español.

El denominador común de los fascismos

        Y se desató el fascismo europeo, es decir, el fascismo-nazismo-franquismo, tres patas del mismo trípode. En el aspecto de la matanza fundacional, Franco superó, al principio, a sus “colegas” europeos, según ha demostrado Ángel Viñas, con elocuentes cifras.[8] Hasta septiembre de 1939, el III Reich había asesinado a 473 personas de manera judicial, y un millar de manera extrajudicial (éstas, sólo en el año y medio siguiente a su ascenso al poder, cifra que en Sevilla, por ejemplo, Queipo de Llano superó en quince días). En cambio, Franco, hasta 1939, llevaba ya 100.000 personas asesinadas. En cuanto a la Italia fascista, durante los años de implantación del régimen, cayeron unas 3.000 víctimas. Hasta 1939, se habían impuesto sólo 9 penas de muerte. Y en todo el fascismo italiano, los exiliados fueron 13.000; en España, casi medio millón. Conclusión: Franco fue el más sanguinario y el número uno en criminalidad entre todos los fascismos europeos, hasta 1939.

        En la posguerra española, la base “legal” para la aniquilación de la clandestinidad, de la guerrilla y de sus elementos de apoyo, fue la Ley de Seguridad del Estado, de 29 de marzo de 1941, que enseguida publicó el Boletín Oficial de la Provincia, según reenvío del capitán general de la II Región Militar, Miguel Ponte y Manso de Zúñiga. Se tipificaban nuevas materias de pena de muerte, incluido el atraco a mano armada (pensando en actividades de los maquis). El 26 de agosto del mismo año se publicó una Orden firmada por el general Emilio Álvarez Areces (Véase capítulo 6 de mi libro La victoria sangrienta), llamando claramente al “exterminio” de los huidos en el montes y sus cómplices en el llano. Así las cosas, todas las muertes que constan en los pueblos, en 1941, obedecen a estos nuevos métodos exterminadores.

Conviene ahora detenerse en el llamado “Proceso de La Parrala” o “de la Centena”, no conocido en la historiografía general, pero muy importante debajo de Despeñaperros. Fue una gran redada que se hizo en varios pueblos de Córdoba, sobre todo en Villanueva de Córdoba, con ramificaciones a Jaén y Sevilla. Fue la Causa 1.546/41, que trajo de cabeza a un centenar de detenidos en la redada del 21 de noviembre de 1941. Hoy día me recuerdan en toda la zona la gran alarma que aquella redada causó en Andalucía.

La planificación del hambre

Por otra parte, el fenómeno del encarcelamiento masivo del franquismo no fue un desorden logístico o un desbordamiento no querido o un simple problema de orden público. El fenómeno de internamiento general fue, primero, una violencia de Estado.[9] Segundo, fue un proyecto criminal, no sólo de reclusión, sino también de represión, de castigo, de eliminación o de “reeducación”, a la vez que de explotación de trabajo esclavo. Tercero, este proyecto tenía mucho que ver con la política criminal del III Reich,[10] es decir, con el proyecto totalitario y fascista europeo. Desde 1933, los apresamientos masivos del nazismo tenían el mismo fin que los del franquismo: excluir, seleccionar, castigar y aterrorizar a los oponentes políticos. Este apresamiento masivo (campos o prisiones) de los nazis y del franquismo constituye la época más negra y vergonzosa de la humanidad.[11] El problema es muy serio, sobre todo en España, tan dada ahora a la edulcoración, la banalidad y el folclorismo, y por supuesto, al negacionismo. Todavía no se ha tratado en serio lo ocurrido en las cárceles franquistas en 1941. Este año, lo mismo que en Mauthausen, ocurrió en las cárceles franquistas una mortandad masiva. Todavía no hemos explicado de manera exhaustiva el porqué y el cómo de lo que he denominado el “Auschwitz franquista de 1941”. En Córdoba, en la posguerra, veremos morir dentro de la prisión a más víctimas que ante el paredón. Una mortandad masiva en todas las prisiones franquistas, que cayó en picado en 1942, lo mismo que en Mauthausen, cuando los “regímenes hermanos” pasaron de la política de exterminio a la política de aprovechamiento de la mano de obra esclava.

Una cuestión importante es cómo se realizó el cómputo de presos a finales de 1939, el annus horribilis. ¿Se computaron las cárceles de los pueblos, abarrotadas entonces? Cárceles mayores y menores, desperdigadas por todas partes. En aquellas fechas, el Régimen, ciertamente, no se hallaba en condiciones de computar una situación carcelaria absolutamente caótica. Pensamos que la repetida cifra de 270.000 presos a finales de 1939, parece tomada muy por lo bajo. Ricard Vinyes ha llegado a la misma conclusión: “… creo haber probado que existen abundantes evidencias de que las cifras se mistificaron siempre, tanto en los documentos de propaganda de la dictadura como cuando las solicitaron organismos internacionales… La naturaleza de esta mistificación fue política e ideológica. No me refiero a la evidente intención de la dictadura de propagar que había pocos presos políticos, sino a la de que ‘no había ninguno’, y que sólo había delincuentes…”.[12]. Ciertamente, de todo lo que ocurría dentro de las cárceles, cómo se malvivía y cómo se moría en ellas, sabemos todavía poco. Algo tan ignorado que sólo disponemos todavía de datos de una decena de prisiones. El Auschwitz franquista de 1941 sigue ahí, casi ignorado.

En mi proyecto inicial para Víctimas de la guerra civil[13], dejé esbozados algunos puntos sobre el espantoso mundo carcelario del franquismo. Primero, que en modo alguno la masificación y sus consecuencias fuera algo no querido o ignorado por el nuevo Estado totalitario. Segundo, que no fue una situación destructiva aislada o episódica, sino generalizada y sistémica. Tercero, que el fenómeno de castigo masivo fue algo imprevisto e inesperado para los vencidos, que no acertaban a ver la lógica de tamaño furor represivo, sangre y lágrimas. Cuarto, que la magnitud del apresamiento escenificaba el proyecto de exclusión de media España del nuevo Estado, la ausencia radical de cualquier idea de integración de los vencidos y la prioridad absoluta de los planes de castigo, venganza, “limpieza” y represión ideológica de todo el progresismo-reformismo-izquierdismo que dio alma a la II República. Y quinto, que el encarcelamiento y castigo masivo se caracterizó por una absoluta arbitrariedad, a capricho de los vencedores, todo atizado por la indefinición de leyes y normativas al respecto.

El Libro blanco de las cárceles franquistas (citado, p. 31) ha visto tres niveles en el infernal mundo carcelario del nuevo Estado totalitario, los tres en consonancia con el modelo y prácticas de los nazis. Primero, el más primitivo, utilizaba toda la tipología represiva corporal (tortura, trabajo forzado, privación de alimentos, etc., tanto en las cárceles, como en las comisarías, campos de concentración y checas falangistas). El Ejército vencedor y la Policía política disfrutaron de carta blanca para actuar en las cárceles, haciendo y deshaciendo a su antojo, llevando a cabo excarcelaciones y “paseos”, interrogatorios y torturas dentro de las prisiones, o administrando directamente centros de interrogatorios. El segundo nivel afectaba a la interioridad de las víctimas, con mayor seguidismo aún de los métodos nazis, y ahí se ponían en práctica técnicas de comportamiento humano y presión psicológica, para conseguir la dependencia completa del individuo. Más que “reeducar”, como se dice hoy, era represión ideológica pura y dura. No era “reeducar”, sino quebrar la moral interior de los individuos, sometidos a situaciones-límite. El individuo flaqueaba, sometido al continuo acoso de la religión, las ceremonias patrióticas, el omnipresente culto al “Caudillo”, la exaltación del trabajo “redentor”, los efectos de la propaganda contra “los sin Dios” o la “anti-España”, se vieron incapaces de reaccionar, en muchos casos. Y por último, el tercer nivel consistió en los efectos psicológicos de todo el proceso: convencer a los atormentados de su culpabilidad y conseguir que éstos interiorizasen como ciertas las acusaciones de que eran objeto. Muchas víctimas acabaron aceptando su culpabilidad. Hasta el socialista Juan Simeón Vidarte acabó escribiendo aquello de Todos fuimos culpables. Aún hoy día perdura este efecto destructor de la verdad de la historia en ciertas vetas de la sociedad, debido a la escasa o nula información. Es el uso por los vencedores del lenguaje como “arma de destrucción masiva”.

La posguerra española, la más cruel de Europa


Otras posguerras europeas no se gestionaron con la esquizofrenia con que se gestionó la posguerra española. La posguerra alemana no metió a todos los vencidos en el mismo saco, sino que los dividió en tres grupos: los infractores mayores (crímenes, pillaje, deportación y maltrato de prisioneros), los seguidores del nazismo, y los infractores menores. Salvo los ahorcados de Nuremberg, no se aplicaron otras penas de muerte, sino penas de prisión y depuración, con el increíble dato de que los “infractores mayores” fueron sólo 1.600. Pronto se amnistió a los más jóvenes. Hubo otra amnistía en la navidad de 1947. En 1948, se rebajó la categoría de “infractores mayores”, y pasaron a la categoría de “seguidores”.[14] Todo esto, tres años después del final de la Gran Guerra, cuando todavía en España, ocho o diez años después de su guerra, se estaba sufriendo el “trienio del terror” (1947-1949), aplicando la “ley de fugas” a mansalva en todas las cunetas de España. El terror de Franco, lejos de cualquier parangón con Europa, era digno de África o de Ruanda.

        La posguerra de Italia empezó sus sanciones contra el fascismo en 1944. Pero en junio de 1946, un año después de la Gran Guerra, se aprobó una Ley de amnistía para las condenas menores de cinco años, se rebajaron las condenas superiores, y poco después, sólo los principales dirigentes fascistas y los condenados por los crímenes más graves permanecieron en prisión. En cuanto a las depuraciones administrativas, si bajo el franquismo afectaron a media España, en Italia llama la atención este dato: en Roma, de 394.041 empleados investigados, sólo 1.590 fueron destituidos (Margalida, p. 175). En este leve apunte comparativo, surge una evidente constatación: en Europa las represoras eran las nuevas democracias; en España, el represor era el fascismo. 

En la Academia española, atraídos ahora por la moda de los estudios de normativas penitenciarias, se han olvidado de este primer año y medio terrible (1939-1940), cuando todavía no había normativas, sino torturas sistemáticas y absolutamente generalizadas. Fue la etapa terrible de las cárceles de los pueblos, antes de la concentración de  presos en las Prisiones Provinciales, a comienzos del otoño de 1940. Lo que sufrieron los presos en las infrahumanas cárceles de los pueblos, no creo que haya crónica posible sobre aquel mayúsculo calvario, que pueda leer la generación de hoy. En esta primera etapa, la base social del franquismo se entregó cómplice y fervorosa a la gran tarea purificadora del nuevo Estado totalitario, contra los demonizados “rojos”, haciendo una piña con las jerarquías. Era la complicidad total en la victoria: los de arriba y los de abajo, el “pacto de sangre” entre las bases del Régimen y las élites. Todo el nuevo Estado perfectamente cohesionado en torno a la Cruzada: el castigo y el exterminio de los vencidos, sin el menor sentido de humanidad, clemencia o fraternidad entre españoles.

Infiernos carcelarios concretos para la historia

La Prisión Provincial de Córdoba entró, en 1941, en un auténtico Auschwitz, que en ese año fue generalizado en todas las grandes prisiones de España. Una situación insólita de exterminio, por más que algunos lo nieguen, cuyos rasgos iniciales ya di a conocer, con relación a Córdoba, en 1987, pero no parece que algunos se hayan dado por enterados. De ningún modo fue algo ignorado o no querido para la cúpula del Régimen, que por supuesto consintió aquel crimen de lesa humanidad, igual que en los campos nazis, en los que 1941 fue también el año del gran exterminio.[15]

De este documentado testimonio del Dr. Sama se deducen varias observaciones. Una, que, al tratarse de un médico, sus análisis son de una solvencia considerable. Segunda, que sin embargo no acierta bien en el diagnóstico del exterminio, al basarlo casi exclusivamente en la corrupción de los funcionarios, y no en la perversidad intrínseca del sistema, ya que en toda España estaba ocurriendo el mismo exterminio en 1941. Tercera, que aun basándose sólo en la corrupción de los funcionarios, se constata que el castigo era puramente formulario, ya que las condenas se deshacían rápidamente. Cuarta, que la causa mayoritaria de la mortandad fue el hambre, en cuanto a la década se refiere, porque los muertos en 1941, lo fueron por hambre casi exclusivamente (él cifra este número en 499, cuando el total de muertos en 1941 fue de 502).

Curiosamente, los directivos de la Prisión de Córdoba, por rencillas entre ellos, fueron encausados en 1942. El abogado Francisco Poyatos defendió al suministrador, basando la exculpación en el siguiente dato: la ración aprobada por la Dirección General de Prisiones no llegaba a las ochocientas calorías. Las calorías mínimas por persona para resistir en régimen de inmovilidad son unas mil doscientas. Argumentó que las muertes no se habían producido por disminución fraudulenta de las raciones suministradas, sino porque la Dirección General de Prisiones, con imprevisión temeraria, aprobó unas raciones insuficientes. El Consejo de Guerra se celebró en Córdoba con gran expectación. Lo presidió el ya coronel Aguilar Galindo (el genocida de Fernán Núñez), jefe del Regimiento de Artillería. Se pedían dos penas de muerte, pero sólo se condenó a treinta años (que en aquellos tiempos era sinónimo de nada). Terminó Poyatos la defensa de su cliente aludiendo a la moraleja de un cuento de Las mil y una noches, que exige la ejemplaridad, ante todo (Si un alto cargo no puede ser ahorcado, se cuelga a uno de abajo. Lo importante es que el crimen no quede impune).[16] La aportación de este abogado cordobés resulta sumamente esclarecedora: la responsabilidad no era tanto de los corruptos, sino de la Dirección General de Prisiones, es decir, del sistema, por la aprobación de unos criterios alimenticios claramente exterminadores, con una dieta hipocalórica.

Con fecha julio de 1939 existe un Informe “confidencial” en el Archivo del Nacionalismo Vasco y Fundación Sabino Arana, titulado “Informe sobre presos vascos en el Penal del Puerto de Santa María”, dado a conocer por Manuel Martínez Cordero.[17] Al final de la guerra civil, unos 4.000 presos vascos albergados en las prisiones de Euzkadi y Santoña fueron diseminados por las prisiones franquistas, de los cuales 2.000 llegaron al Puerto de Santa María, con lo que la cifra total de presos se situó en 5.400 (para una cavidad de 800 internos). El Informe citado, con relación al verano de 1939, ofrece datos importantes, y ya estremecedores, de la situación agobiante de estos miles de presos.

En cuanto a la cifra de muertos, el Informe citado se refiere, no a los 5.400 reclusos, sino a los 2.000 vascos, los cuales habían sufrido 43 muertos en los diez primeros meses de estancia en el Puerto, es decir, 1939 y comienzos de 1940. De la gran calamidad de 1941 carecemos, pues, de información, ni de qué ocurrió en la masa de los 5.400 presos. La incidencia más grave, en el primer año penitenciario, era la tuberculosis.

Unos maestros de Escuela de Almendralejo (Manuel Rubio y Silvestre Gómez), después de venir a visitarme a Villanueva de Córdoba e intercambiar impresiones, presentaron ya en 1987 un libro muy interesante sobre su pueblo, Almendralejo (Badajoz), una lista enorme, con 333 fusilados, gran parte en 1941, en sacas numerosísimas de gente. Pero el dato ahora pertinente es el de los muertos de hambre en la prisión: nada menos que 144 víctimas, sólo en el período de julio de 1940 a noviembre de 1941. Sólo 16 meses (p. 408).

El estudio de Amoedo-Gil sobre el penal de San Simón ha conseguido un cómputo de 666 víctimas en esa prisión, de las que 161 (24’2 %) eran de Andalucía, sobre un total de 2.176 reclusos (cit., pp. 62 y 66). De los muertos, la mitad eran mayores de 60 años, porque este penal se especializó en el exterminio de sexagenarios. El relato del libro es estremecedor:

“El franquismo montó un Auschwitz sui generis, donde el clima, por la particular debilidad fisiológica de los detenidos, desempeñó el mismo siniestro papel que las cámaras de gas. Nos referimos a la isla de San Simón… Allí llueve durante meses enteros, día y noche. A menudo la lluvia se acompaña de ráfagas de viento de una violencia tal que puede derribar los más gruesos árboles por decenas”.[18]

Todo proceso de concentración o de traslado de presos era siempre sin comer varios días. “Sobrevivir en las cárceles franquistas dependía de la posibilidad o no de recibir alimentos del exterior. Oficialmente la Dirección General de Seguridad no exigía una ración diaria superior a las 800 calorías”, que en páginas atrás (Abogado Poyatos, Dr. Sama) ya hemos visto que era una “ración asesina”,

Tenemos datos del Hospital Militar Penitenciario de Guernica, que funcionó entre 1938 y 1940, en el edificio del Colegio de los Agustinos, como centro de reclusión de prisioneros, y sede también de un Batallón de Trabajadores de Zonas Devastadas. En ese centro militar perecieron por enfermedad 265 presos, desde junio de 1938 a mayo de 1940, cuyo origen era de todo el país (constan 8 de Córdoba). Concebido para 650 camas, perecieron casi la mitad.


Foto.- Entonces un mendigo podía ser cualquier persona. Un padre y sus tres hijos en la puerta del Restaurante Lardi, de la Carrera de San Jerónimo, de Madrid, en 1940.

En cuanto a la gran mortandad del campo de concentración de “Las Arenas”, con unos 300 recluidos, de los que perecieron de hambre 144, en el trienio trágico, 1940-1942. Con relación a este “campo” todavía resulta muchísimo más grave el hecho de que se destinó a “mendigos” (concepto entonces muy diferente al de hoy. Un “mendigo” podía ser cualquier persona de los miles y miles que se vieron reducidos al hambre).[19] Las cifras que se conocen sobre el genocidio carcelario de Franco:

Córdoba………………………….. 756
Sevilla…………………………….. 786
Almendralejo (Badajoz)………… 144
4 Pueblos de La Serena………..   90
San Simón (Pontevedra)……… 666
Oviedo…………………………….. 251
Gijón……………………………….  84
Guernika………………………….. 265
San Cristóbal (Navarra)…………. 328
Cataluña…………………………... 648
Castellón…………………………..  112
Valencia………………………….… 813
Alicante……………………………. 240
Toledo………………..………….… 680
Cáceres……………...…………….. 150
TOTAL………….………….. 6.013


En conclusión: el franquismo aplicó exterminio carcelario evidente utilizando el hambre como instrumento represivo, algo propio del nazismo y de los regímenes genocida en general. Incurrió en dos de los tres conocidos crímenes internacionales, en este caso: lesa humanidad y genocidio. Otros lo llamarían los cuatros jinetes del “apocalipsis carcelario”: 1) El apresamiento masivo y el hacinamiento a gran escala, algo ya de por sí de consecuencias letales; 2) La dieta oficial hipocalórica, oficialmente de 800 calorías o menos, a más de 400 calorías por debajo del umbral de la supervivencia. Es decir, el hambre pura y dura, programada, en contra de la teoría de que sólo había episodios de corrupción de funcionarios, que también se daba a mansalva, sumado todo a la dieta oficial de hambre; 3) La inasistencia sanitaria casi absoluta, en la que faltaban incluso las aspirinas y las gasas para taponar heridas; 4) Y por último, la utilización del clima como arma de destrucción, además del “turismo penitenciario”, enviando a la mayoría de los presos, en gran parte oriundos de la España cálida, a las prisiones frías y húmedas del Norte, donde caían como moscas. Y nada mejor como enviar a los presos sexagenarios a la inhóspita isla de San Simón (Pontevedra), azotada por el Atlántico, donde el clima hacía innecesarios los fusilamientos. Pocos historiadores han reparado en este grado de perversidad del Régimen. O el hecho de enviar a los presos andaluces a la prisión de Burgos, la prisión maldita del nuevo Estado totalitario. Lo que Franco llevó a cabo en la España de la victoria fue un infierno carcelario, además de los fusilamientos. Ese infierno carcelario, por su rasgo principal de utilización del hambre como arma de exterminio es uno de los casos más evidentes de perpetración de genocidio en la España de Franco.


[1] Así lo expuso en la V Conferencia Internacional para la Unificación del Derecho Penal, Madrid, octubre de 1933.
[2] Raphael Lemkin, Dominio del Eje en la Europa ocupada: Leyes de ocupación, análisis de Gobierno, propuestas de reparación (traducción del inglés Axis Rule in Occupied Europe), Columbia University Press, New York, 1944.
[3] Raphael Lemkin, “Genocide”, American Scholar, abril de 1946.
[4] Miguel Hernández, Obra completa. III Prosas. Correspondencia, Espasa-Calpe, Madrid, 1992.
[5] Ana Tudela, “Hambre, cartilla y estraperlo: España no come escrúpulos”, El Público.es, 2-4-2009.
[6] Sobre esta tragedia, apenas conocida, como tantas otras, han investigado Mª Victoria Fernández Luceño y José Mª García Márquez.
[7] Citado en Ángel David Martín Rubio, Paz, piedad, perdón… y verdad, Fénix, Madrid, 1997, p. 249.
[8] Ángel Viñas, En el combate por la historia, Pasado&Presente, Barcelona, 2012, p. 20 y ss., citando a Richard J. Evans, y a Bosworth.
[9] Michael Ricards, Un tiempo de silencio. La guerra civil y la cultura de la represión en la España de Franco, 1936-1945, Crítica, Barcelona, 1999, p. 30.
[10] Renzo Stroscio, “Hacia una tipología de los campos de concentración y exterminio nacionalsocialistas”, Congreso. Los campos de concentración y el mundo penitenciario en España durante la guerra civil y el franquismo, Crítica, Barcelona, 2003, p. 77 y ss.
[11] Michel Leiberich, “El món concentracionari europeu”, en Congreso… (citado), p. 7.
[12] Ricard Vinyes, “El universo penitenciario durante el franquismo”, en la obra conjunta Una inmensa prisión, Crítica, Barcelona, 2003, p. 163.
[13] Francisco Moreno Gómez, “La represión en la posguerra”, Víctimas de la guerra civil, Temas de Hoy, Madrid, 1999.
[14] Margalida Capellá i Roig, “Represión política y derecho internacional. Una perspectiva comparada (1936-2006)”, en Represión política, Justicia y Reparación. La memoria histórica en perspectiva jurídica (1936-2006), de Margalida Capellá y David Ginard, coordinadores, Documenta Balear, Palma de Mallorca, 2009, p. 161 y ss.
[15] Francisco Moreno Gómez, Córdoba en la posguerra (La represión y la guerrilla, 1939-1950), Fco. Baena, Córdoba, 1987. Ángel del Río y otros, Andaluces en los campos de Mauthausen, Junta de Andalucía, 2006.
[16] Francisco Poyatos López, Recuerdos de un hombre de toga, Córdoba, 1979, p. 146 y ss.
[17] Manuel Martínez Cordero, El Penal de El Puerto de Santa María, 1886-1981, Cádiz, 2004, p. 149 y ss.
[18] Eutimio Martín García, “El turismo penitenciario franquista”, Historia 16, núm. 239, marzo, 1996, pp. 19-25.
[19] José María García Márquez, Las víctimas de la represión militar en la provincia de Sevilla (1936-1963), Aconcagua, Sevilla, p. 174.

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