PEDRO
GARFIAS, ENTRE ESPAÑA Y MÉXICO
Por Francisco
Moreno Gómez, biógrafo del poeta (“Pedro Garfias, poeta de la vanguardia,
de la guerra y del exilio”, Diputación de Córdoba, España, 1996) y recopilador
y estudioso de su obra (Pedro Garfias, “Poesías completas”, Edit. Alpuerto,
Madrid, 1996), trabajos procedentes de su tesis doctoral sobre el poeta en la Universidad
Complutense de Madrid, en 1994, tras una labor investigadora de 25 años. Texto
aportado para el homenaje a Pedro Garfias en México, el 13 de junio de 2009, siendo el organizador Arturo Guzmán Romano.
La figura del poeta
Pedro Garfias es, propiamente, transnacional. Como mínimo es una voz
hispano-mexicana, si bien puede pensarse en un evidente universalismo, porque
Garfias, portador del dolor de una derrota injusta, representa el dolor de
todos los derrotados y vencidos del mundo, el dolor de los deportados o
desterrados, como el llanto de los persas, cantado por Esquilo. Allá donde haya
un oprimido, un vencido o un desterrado, ahí está el llanto y la poesía de
Garfias.
El homenaje a Pedro Garfias en México significa
un homenaje a la poesía universal, un homenaje a los valores democráticos
agredidos por el totalitarismo, un homenaje a los vencidos en una lucha justa,
y un homenaje a los valores hospitalarios de México y a su compromiso histórico
con la república democrática española de 1936.
Pedro Garfias fue el principal poeta de
la guerra civil española y la principal voz del exilio español en México. Su
poesía del exilio no sólo fue la de un demócrata español vencido, sino también
la de un mexicano de adopción, que supo asimilarse perfectamente a la cultura
mexicana. Oriundo de Andalucía (si bien nacido accidentalmente en Salamanca el
27 de mayo de 1901) vino a morir en Monterrey, el 9 de agosto de 1967. México
guarda actualmente sus restos mortales.
Muchos se han preguntado por qué a Garfias
se le homenajea en México y no en España. La respuesta es muy sencilla: porque
en España todavía sigue siendo tabú la lucha de los demócratas de 1936 en
contra del franquismo, y se ha impuesto un aberrante clima de silencio sobre
aquella gesta de resistencia. En cambio, México supo apostar por los valores
democráticos que los españoles republicanos defendieron en 1936 y supo acoger
en 1939 a los exiliados vencidos.
Hoy día en España, aunque tarde, se ha
extendido una reacción contra ese silencio de raíces franquistas, un silencio
de 70 años, que no sólo ha afectado a los mártires de la democracia española,
sino también a los exiliados, y por supuesto a Garfias. Esta es la lógica
explicación: Garfias fue un vencido, y como tal sufrió en su patria el silencio
impuesto a los vencidos. Garfias, como otros centenares de miles, fue una
víctima del “vae victis” impuesto por los vencedores, cuya arrogancia todavía
hoy se percibe en sus herederos, tanto que el célebre juez español Baltasar
Garzón, que supo incriminar a Pinochet, acaba de ser denunciado por los ex
franquistas, por el hecho de haberse atrevido a incoar una causa de
incriminación contra Franco, el pasado 16 de octubre.
La oleada de silencio que impuso el
franquismo hizo estragos sobre la obra de poetas, pintores, filósofos, artistas
y escritores de la España
peregrina, estragos de los que hoy día sufrimos todavía los efectos en España,
cuyas personas de bien no cesan de lamentar la tragedia de los olvidados y la
marginación de sus obras.
Afortunadamente, la mordaza de silencio no pudo llegar a México: de ahí
que la voz y el corazón de Garfias sigan latiendo todavía en estas tierras con
un mensaje de los más altos valores éticos y literarios.
Garfias en México ha sido y es un símbolo,
un icono, un referente omnipresente.
Garfias arribó a México, por el puerto de
Veracruz, en el célebre buque “Sinaia”, el día 13 de junio de 1939, con otros
1.800 compatriotas acogidos por el gobierno mexicano de entonces.
Nuestro poeta empezó su andadura mexicana
con el evidente desgarro personal, de llanto, de elegía, de soledad. A partir
de entonces hizo de la vida viajera por tierras de México su “modus vivendi”,
se hacía presente en todas partes. Con su papel de intérprete, testigo y
portavoz de los sentimientos generales de soledad entre los exiliados, así como
de los indelebles recuerdos de la guerra antifranquista, Garfias se convirtió
de inmediato en el juglar y en el profeta lírico del exilio. Garfias no sólo
poetizaba unos sentimientos que todos compartían, sino que también cantaba unos
recuerdos patrios que todos guardaban en lo más íntimo. Por ello, el poeta era
invitado a todas las ciudades de México y en todas partes le escuchaban con
emoción casi ritual, no sólo los españoles exiliados, sino también muchísimos
mexicanos, sobre todo gentes de letras, impresionados por aquel espectáculo de
autenticidad humana. Esto indica que Garfias no sólo actuó de portavoz lírico
entre los exiliados, sino también como nexo cordial, humilde y fraternal con
grupos de intelectuales mexicanos en muchos lugares. Y a la vez contribuyó a
que intelectuales exiliados se integraran con los mexicanos, de manera que el
círculo de amigos de Garfias en cada ciudad nunca fue de españoles o de
mexicanos exclusivamente, sino un conjunto integrado de ambos. Fue una ejemplar
labor integradora a través de un poeta y a través de una poesía.
Desde su salida de España, Garfias está
presente en la mayoría de la revistas del exilio, empezando por Sinaia, y luego, España peregrina, Romance, España Popular, Cuadernos Americanos, Las
Españas, España y la Paz , Nuestro Tiempo, etc.
Y por supuesto, en muchos periódicos y revistas de México: Universidad, Armas y Letras (Monterrey), Et Caétera (Guadalajara), Cauce,
Nuevo Cauce (Torreón), entre otras, además de en numerosos suplementos
literarios de la prensa azteca. Se puede afirmar, por tanto, que la obra de
Garfias en el exilio es no sólo española, sino hispano-mexicana. En su poesía
también se integran ambos mundos, y no puede sorprender que los mexicanos
comiencen a considerar a Pedro Garfias como a uno de sus poetas.
La obra literaria de Garfias en México
fue de gran importancia. Se inició con una “summa” de toda su poesía de la
guerra, la que le mereció el Premio Nacional de Literatura de 1938, un
recopilatorio bajo el título de Poesías
de la guerra española, 1941. Del mismo año es su gran elegía Primavera en Eaton Hastings, un poemario
de altísima calidad poética, considerado el mejor libro poético del exilio español.
En 1943 publicó un pequeño libro: Elegía
a la presa de Dnieprostroi, sobre motivos en torno a la tragedia de la
II Guerra Mundial. En 1948 publicó en
Monterrey una de sus obras emblemáticas: De
soledad y otros pesares. En 1951 repitió la modalidad del libro breve y
condensado: Viejos y nuevos poemas,
con un prólogo magistral de Juan Rejano. En 1953 apareció en Guadalajara su
obra testamentaria: Río de aguas amargas.
A partir de ahí, tal vez lo más significativo de su creación poética fue la
proliferación de gran cantidad de poemas sueltos, a veces escritos en
servilletas de los bares, con los que obsequiaba a sus amigos, o bien los
guardaba o los retenía en su memoria portentosa. Casi 300 de estos poemas
sueltos hemos podido recopilar, los cuales revelan todo un caleidoscopio de la
personalidad del poeta, ingenioso o deprimido, ilusionado o desesperado, tierno
o iracundo, taurino o flamencólogo. Otros libros y otros poemas sueltos se
publicaron años antes en España. En total, una obra de casi 600 poemas, algunos
de ellos inmortales como el emblemático “Entre España y México”, compuesto a
bordo del buque “Sinaia” y recitado poco antes del desembarco. Con este poema,
repetido por todos los rincones de México, aplaudieron y se emocionaron miles
de exiliados y de mexicanos. El final de este poema esta esculpido en el
monumento a los exiliados españoles en Veracruz:
…………………………….
Pueblo libre de México:
como otro tiempo por la
mar salada
te va un río español de
sangre roja,
de generosa sangre
desbordada.
Pero eres tú esta vez
quien nos conquistas,
y para siempre, ¡oh vieja
y nueva España!
Pedro Garfias proclamó en multitud de
recitales su gratitud a México por su acogimiento y su hospitalidad. Proclamó
su identificación personal con el cálido México, que le recordaba a su perdida
Andalucía.
Igual que Garfias, los demócratas
españoles de hoy, los que han sabido descifrar los signos del pasado oculto,
también se honran en proclamar su gratitud al México que apoyó la causa
democrática republicana en 1936, al México que supo acoger a los derrotados por
el fascismo, al México que supo escuchar y valorar a nuestro poeta, a la vez
que se convirtió en su albacea testamentario, para actualizarlo hoy día, en
contra del olvido, y visualizarlo en un homenaje y en un monumento, símbolo de
la fe en las causas justas por las que mereció la pena luchar. Hoy, a través de
un poeta y de unos versos, se hermanan dos continentes. Gracias.
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