RESISTENCIA
Y GUERRILLA: OBRERISMO, REPUBLICANISMO E INSURGENCIA
Francisco Moreno Gómez
(Universidad
Complutense de Madrid, octubre de 2006)
Los maquis: desde la base social de la
República
Todavía hoy se siguen escuchando interpretaciones peregrinas sobre el
fenómeno de los maquis, huidos o guerrilla, como las supuestas derivaciones
hacia la violencia, delincuencia, bandolerismo y otros tópicos. Incluso se les
niega el contenido ideológico y se llega a afirmar que “carecían de
convicciones”, como ha dicho en este mismo foro Benito Díaz, añadiendo que en
la sierra “sólo buscaban desaparecer”, no resistir. Estas afirmaciones no son
ni más ni menos otra cosa que la negación del contenido político a los
oponentes a la dictadura. Todas las dictaduras han negado siempre la dimensión
política de sus opositores y han pretendido siempre reducirlos a la simple
categoría de delincuentes comunes. Es lo que hizo el franquismo y lo que
sostienen hoy todavía –y por mucho tiempo- los portavoces del conservadurismo o
los intérpretes del neofranquismo. Incluso asistimos a la situación onírica de
los que no se escandalizan por los centenares de miles de crímenes cometidos
por la dictadura militar (torturas, paseos, ley de fugas, expolio,
deportaciones, exilio y exterminio), y en cambio sí se escandalizan por varias
decenas de crímenes cometidos por los maquis en pleno fragor de la resistencia
(1).
Los huidos de posguerra (también los que se dieron desde 1936) tenían un
denominador común: su condición de “desafectos” a la dictadura, su condición de
antifranquistas y su pertenencia a la base social de la República. Se podrá
discutir su nivel de preparación política, su cultura, su cualificación teórica
o intelectual, pero tan antifranquista podía ser un peón caminero como un
profesor o un cuadro directivo del partido comunista. En los montes de España
se daban las mismas diferencias intelectuales que se dan en la sociedad, y sin
embargo, todos los ciudadanos podían tener los mismos compromisos y las mismas
convicciones, y de hecho así ocurría. En los montes, no sólo se daban las
mismas diferencias culturales que se dan en la sociedad, sino también la misma
composición heterogénea que se daba en el seno del Frente Popular, ganador de
las últimas elecciones democráticas. A pesar de tales diferencias, no parece
lícito, y además no es posible, especular sobre las convicciones internas de
las personas.
Lo que está fuera de duda es que la masa heterogénea de huidos y maquis
pertenecía a la base social de la República, aquella base que había alentado
esperanzas de reforma agraria; aquella base que había soñado con la libertad,
el laicismo, el librepensamiento; aquella base que tenía puesta su fe en la
modernidad de España, en la emancipación del proletariado y en toda la gama de
reformas había puesto en marcha la República. Esta era la gente que, con mayor
o menor formulación teórica, se definía como “desafecta” a la dictadura, y que
por diversos motivos se negó a resignarse y a morir como corderos y prefirieron
morir como los lobos en el monte.
La guerrilla fue la pervivencia, no sólo del republicanismo democrático,
sino sobre todo del movimiento obrero español de los años treinta, de la
conciencia obrerista y de clase, más allá de la derrota de 1939. La masa obrera
y sindical, incluso pequeñoburguesa o republicana, había vivido en España,
desde la huelga de 1917 y las agitaciones del “trienio bolchevique”
(1918-1920), una pedagogía emancipadora, de autoestima, y una conciencia de su
protagonismo en la historia. Se sintieron sujetos de derechos y aprendieron a
luchar y a negociar con la clase dominante. Se instruyeron con las doctrinas
obreristas, aprendieron a leer con fruición y se cultivaron en la prensa obrera
o liberal, en los años veinte y, sobre todo, en los años treinta, a raíz de las
libertades democráticas de 1931. En una palabra, habían dejado de ser masa y
reclamaban su cuota de protagonismo social y político. Muchos líderes surgidos
del tajo y de la fábrica fueron alcaldes, concejales o diputados provinciales
durante la República. Su liberación personal había crecido aún más durante el
desarrollo de la guerra, donde muchos obtuvieron graduaciones militares, de
jefes y oficiales, mandaron unidades y batallones, aprendieron a dar órdenes o
a instruir a los demás como comisarios. Dirigieron organizaciones, a veces
multitudinarias, tanto hombres como mujeres. El jornalero, tras la pedagogía
obrerista, había dejado de ser un don nadie y, por primera vez, se sintió
persona. Lógicamente, este cambio de “roles” no fue aceptado por el dominador
tradicional, que alimentó la revancha y afiló sus armas, a la espera de la
ocasión propicia, que no fue otra que el 18 de julio de 1936.
En esta pedagogía emancipadora habían influido mucho los célebres
maestros racionalistas de comienzos y primer tercio del siglo XX, como
Francisco Ferrer Guardia en Cataluña, José Sánchez Rosa en Andalucía, Esteban
Beltrán (Montoso), Clodoaldo Gracia (Espejo) y otros, en Córdoba. Los
jornaleros llevaban siempre, en la mochila o zurrón, El abogado del obrero, La gramática del obrero, etc. De Sánchez
Rosa. Qué trágica estampa la del ya anciano Sánchez Rosa en Sevilla, conducido
al fusilamiento por orden de Queipo de Llano en 1936, después de requisar y
quemar sus libros, sin más “crimen” que haber instruido a los humildes del agro
andaluz. Porque no se olvide este dato importante: el golpe de estado, y la
guerra subsiguiente, se hicieron para esto, para truncar aquella pedagogía
emancipadora, para aniquilar aquel protagonismo de la masa, y para reprimir la
conciencia ciudadana y el espíritu democrático. Por ello se persiguió con saña
y se mató a los maestros, laicos, racionalistas o progresistas. Reprimir,
someter y reprimir: para ello, y no para otra cosa, se llevó a cabo la guerra
por parte del cuartel, el casino y la sacristía (2).
Célebres
guerrilleros como “Quincoces” (Toledo) o Julián Caballero (Villanueva de
Córdoba), habían sido alcaldes durante la República, habían participado en
huelgas y habían dirigido organizaciones locales. Ramón Guerreiro “Julio”
(Ciudad Real) había liderado las JSU. en Córdoba en 1936, y fue comisario en la
guerra. Ex comisarios, en la guerrilla, los hallamos por decenas. El célebre
Francisco Expósito “Torrente” o “Gafas” (Andujar), con sólo 13 años ya militaba
en la Juventud Comunista de su pueblo, en 1933. En julio de 1934 ya fue
detenido por repartir propaganda en la huelga de campesinos. No había cumplido
los 16 y ya se codeaba con líderes y oradores de renombre, en los mítines y en
las cárceles. En la guerra participó en el asedio del santuario de La Cabeza,
fue comisario de la 89 Brigada, y luego combatiente en los célebres “Niños de
la Noche”. A muchos de estos “Niños” los veremos en el maquis, como “El
Serranillo” (Córdoba) o “El Chato de la Puebla” (Toledo). En Jaén, Tomás “El
Cencerro”, al que algunos imperitos habrían calificado de poco político o de
“bandolero”, era un comunista de antiguo en su pueblo Castillo de Locubín,
partícipe en huelgas, dirigente de la FNTT en su pueblo y luchador luego como
voluntario en las milicias republicanas. Otros habían pertenecido a los comités
revolucionarios de sus pueblos en los días del golpe militar, o habían
defendido en los jurados mixtos las bases de trabajo. Eran hombres y mujeres educados
en la UGT, en la CNT o en las JSU (3).
Ante este panorama, la conclusión es clara: miles de personas con esta
trayectoria de lucha no podían doblar la rodilla, sin más, ante la arrogancia
despótica de los vencedores. Ni podían aceptar la derrota ni sufrir impasibles
una represión descomunal ni volver a la humillación tradicional del viejo
orden, por cuya desaparición tantos esfuerzos se habían derrochado. Ni la
trayectoria obrerista ni aquella amplia base social con que contó la República
democrática se podían borrar de un plumazo de la noche a la mañana. Es cierto
que gran parte de España se arrodilló y bajó la cerviz ante los vergajos de los
militares y de la Falange, pero era imposible la unanimidad. Una minoría, al
menos, se echó al monte, por diferentes motivos, y trató de resistir, de
diferentes formas. Sea como fuere, lo que nunca se puede afirmar es que
carecieran de convicciones, que no es cierto ni puede serlo. Eran los “desafectos”,
los rebeldes autóctonos y los restos de la amplia base social de la República
democrática (4).
La huida de la represión
Decir a estas alturas que los maquis se echaron al monte por miedo y no
por ideales políticos, es una
impertinencia o una estulticia. En realidad, ambos conceptos, miedo e ideales
políticos, no se repelen, sino que pueden coexistir perfectamente, y de hecho
así ocurre en los regímenes de represión. Es lógico, incluso deseable, que los
perseguidos por sus ideales políticos busquen la salvación en la huida. La
mentalidad conservadora, franquista o neofranquista ha recurrido a menudo a
este ardid de supuesto desprestigio: que el luchador demócrata no se fue al
monte por ideales, sino por miedo. Una carta que he recibido de un informante
de mentalidad conservadora muestra este especial empeño en desposeer de
contenido político a los maquis. Se refiere a varias incorporaciones del Sur de
Ciudad Real, y afirma: “Todos los de El Hoyo se fueron a la sierra engañados y
por miedo (ninguno por motivos o ideología política)” (5). Es lógico que se
echaron al monte porque no eran franquistas, sino desafectos, o por haber
socorrido a los maquis. Después añade, con la misma obsesión por la
despolitización: “Pegaron palizas por
chulería o machadas que nada tenían que ver con la política o con las
delaciones. En mi tierra nunca hablaron de política”. Esta es la posición, no
sólo de los vencedores españoles, sino de todos los regímenes autoritarios: el
opositor carece de definición política, y sólo se equipara al delincuente
común. Por todo ello conviene tener mucha precaución cuando se habla hoy día de
la carencia de convicciones políticas por parte de los maquis, si no se quiere
caer en el discurso sectario y manipulador –falso, por tanto- de las
dictaduras.
La huida al campo se ha dado en otras fechas de la historia de España,
en momentos de especial acoso represivo. En esas situaciones difíciles,
militantes destacados del obrerismo optaron por quitarse de en medio, abandonar
sus pueblos y refugiarse en el campo, hasta que pasase la escabechina. Así lo
hemos observado, por ejemplo, en 1919, cuando el general La Barrera llegó a
Andalucía a reprimir a sangre y fuego el “trienio bolchevique”. En Villanueva
de Córdoba, donde el teniente apodado “El de las Gafas” empezó a rapar las
cabezas de los jóvenes socialistas y a molerlos a palos, un nutrido grupo huyó
al campo y anduvieron vagando una semana, hasta que la furia amainó (6). Y en
el mismo pueblo, en octubre de 1931, con motivo de una huelga, cuando el
gobernador Valera Valverde (implicado luego en la sanjurjada golpista de 1932)
mandó una tropa desmedida para reprimir a los huelguistas, estos abandonaron el
pueblo y pasaron bastantes días huidos en la sierra. En Bujalance, con motivo
de la algarada anarquista de diciembre de 1933, hubo sindicalistas huidos en el
campo y se produjeron aplicaciones de la ley de fugas. Siempre la ley de fugas
como crimen de estado a manos de la España reaccionaria. Todos estos métodos de
“guerra sucia” serían elevados a la enésima potencia en la dictadura
franquista. En Villaviciosa (Córdoba), con motivo del terror que la represión
desencadenó en el pueblo a raíz de la huelga de octubre de 1934, gran parte de
la clase obrera huyó al monte, lo mismo que en Almodóvar, Bujalance y algún
otro pueblo andaluz. Más tarde, cuando estalló el golpe militar de 1936, se
volvió a repetir el fenómeno de la huida al campo, ahora de forma muy numerosa,
en todos aquellos pueblos en los que triunfó el golpe, por medio del cuartel de
la Guardia Civil y la gente de derechas. Temiendo detenciones y represalias, la
gente huyó a los alrededores del pueblo. Esto ocurrió en miles de pueblos de
España entera. En muchos de ellos, la gente de extramuros logró imponerse a los
golpistas y recuperar el pueblo para la República democrática. En otros lugares
la gente huida quedó copada y masacrada tras breve deambular por los montes,
como les ocurrió a los pobres fugitivos por la sierra de Huelva, en número
superior a 500, liquidados en 1937 por orden de Queipo de Llano, incluso
después de entregarse confiados. También quedaron copados los 8.000 fugitivos
del Sur de Badajoz, masacrados igualmente por las columnas africanistas, cuando
en 1936 pretendían pasar por Llerena hacia la zona republicana. Crímenes de
“lesa Humanidad” tan poco conocidos como impunes (La Iglesia católica guarda
los restos del genocida en la basílica de La Macarena, de Sevilla).
Todos los precedentes fugitivos son pálido reflejo de lo ocurrido tras
la victoria franquista de 1939. La historia se desbordó entonces como nunca,
las cifras eran insólitas, insospechadas: las cifras de campos de
concentración, las cifras de encarcelados, las cifras de procesados, las cifras
de ejecutados, las cifras de torturados, las cifras de exiliados, las cifras de
reprimidos, las cifras de hambrientos, las cifras de suicidios, las cifras de
expoliados… y las cifras de huidos al monte. Todo era hiperbólico con la
instauración de la dictadura militar y la destrucción de la democracia republicana.
No ha existido jamás tal cúmulo de desgracias en la historia de España.
Al principio de la victoria, los huidos fueron poco numerosos. Los que
no se entregaron suponen un número moderado. La mayor parte de los vencidos,
aunque temían represalias, nunca sospecharon que se llegaría a tales excesos.
Pensaron en procesamientos por algunos delitos de sangre, pero nada más. Se
equivocaron de cabo a rabo. Los encarcelamientos masivos, las palizas, las
torturas generalizadas, la lluvia de penas de muerte, los fusilamientos
“legales” e “ilegales”, y una represión indiscriminada (para ello hicieron la
guerra los sublevados), motivaron la gran oleada de huidos al monte, a partir
de las evasiones de cárceles, de campos de trabajo, de batallones disciplinarios
y de campos de concentración. Hubo evasiones por toda España, y empezaron a
poblarse los montes. En general, eran ex combatientes republicanos. Luego,
huyeron también algunos de los que se negaban a realizar el servicio militar
franquista, y sobre todo, los enlaces que se veían descubiertos, que fueron
otra de las grandes oleadas hacia el monte. Por último, hay que contar los 200
ó 300 cuadros directivos que el PCE envió desde Francia en la encrucijada de
1945-1946, lo más cualificado de la resistencia en todo el fenómeno.
Este universo represivo hizo imposible cualquier forma de adaptación al
nuevo orden fascista español. El nuevo orden impuso una espantosa exclusión de
los vencidos a todos los niveles, sobre todo en el laboral. Los “desafectos” no
tuvieron derecho al trabajo ni a la contratación, al menos en sus pueblos de
origen. Pasaron a engrosar unas tácitas o expresas “listas negras”, por las que
los contrarios a la dictadura quedaban privados de las posibilidades
convencionales de subsistencia. Hubieron de pasar a la economía sumergida o a
las artimañas del estraperlo a pequeña escala o emigraron a otros pueblos para
pasar desapercibidos. Matías Romero Badía era un “desafecto” y un excluido en
Villanueva de Córdoba. Para conseguir trabajo hubo de desplazarse al vecino
pueblo de Conquista. Mientras, los falangistas expoliaron su casa de Villanueva
y le quitaron la bicicleta, su medio de vida. Acabó obligado a pequeños hurtos
de alimentos en el campo por la noche, y de ahí tuvo que echarse al monte
definitivamente. Cualquier opinión precipitada lo hubiera tildado de
“bandolero”, cuando había sido directivo de la JSU provincial en 1938.
Simplemente fue empujado a la subsistencia marginal por la política de
exclusión de los vencedores respecto a los vencidos (7). Tampoco se puede
hablar ni mucho menos de una “derivación a la delincuencia común”, como ha
sostenido Secundino Serrano en el texto enviado a este congreso. Si se dejan
aparte casos muy especiales y pintorescos, en modo alguno significativos, no es
riguroso ni exacto formular alusiones a la tópica “delincuencia común”.
Otros huyeron al monte, no sólo por la exclusión laboral, sino por todo
un cúmulo de factores hostiles: lo que se llama “hacer la vida imposible” a las
personas que formaron aquella amplia base social de la República. Estaban mal
mirados, maltratados de palabra y de obra, excluidos no sólo laboral, sino
también socialmente, privados de la estima personal, contemplando cada día a
los vencedores paseando su soberbia por las calles, humillados y ofendidos,
recibiendo las mujeres vergajazos de los guardias municipales en las colas del
racionamiento o en el abastecimiento de agua. Y lo que era peor aún: tener que
ver a diario a los asesinos de sus padres, hermanos o familiares. Los que no
conocen la vida de los pueblos, de esa inmensa España profunda, apenas captarán
el panorama hostil que describimos, porque en la gran ciudad todo es diferente,
y el mal mirado se puede diluir fácilmente, pero no en los pueblos, donde todos
conocen las ideas y el pasado de cada uno. En los pueblos se puede hacer a las
personas un vacío insoportable, y así ocurrió. Por estos y otros motivos no
pocos decidieron sumarse a la resistencia antifranquista y hacerse respetar con
un arma en la mano. Los que se sometieron al nuevo orden de los vencedores,
tuvieron que aceptar salarios de hambre, volviendo a las viejas formas de
relaciones laborales, de sumisión, destajo y jornadas de sol a sol. El poder
adquisitivo retrocedió a niveles anteriores a la República. En 1940, “la renta
por habitante descendió a cifras del siglo XIX” (8), y la renta per cápita no
igualó, hasta 1954, los niveles de 1935.
Ante tanta desgracia y tanta hostilidad, se incrementó el índice de
suicidios, y hubo gente que perdió sus principios y su dignidad moral. A los
mozos en edad militar los clasificaban como “desafectos” y los enviaban a los
peores destinos, a batallones disciplinarios y a campos de trabajo (eufemismo
de trabajos forzados), con el trato más inhumano imaginable. El célebre
“Chichango, de Albacete, huyó a la sierra desde uno de estos campos, lo mismo
que “El Castaño”, de Pozoblanco, o “El Gafas”, de Andujar. En El Viso
(Córdoba), cuando el pequeño ganadero José Murillo Alegre consideró que no
podía soportar más tiempo el abuso y la impunidad de los vencedores, decidió
echarse al monte con su hijo de 15 años:
“Mi padre me dijo que antes de morir con las manos amarradas, moriríamos
defendiéndonos. Estas fueron las palabras de un pastor, y reconozco que acertó,
a pesar de todo lo que ha pasado” (9). En consecuencia, una serie de factores
como la exclusión laboral, social, la humillación y el hambre, como formas de
acorralar los vencedores a la España vencida, incrementaron la rebeldía y no
pocas incorporaciones a la sierra.
Muchos ex combatientes del Ejército
republicano
Otro
de los tópicos que sobrevuelan sobre el tema del maquis es la supuesta poca
cualificación de sus militantes, que no es cierta. En el monte existió la misma
heterogeneidad y el mismo tipo de composición que se da en la sociedad:
trabajadores manuales, jornaleros o asalariados son siempre mayoría con
relación a personas de cultura. En cualquier grupo político, los militantes de
base son siempre mayoría respecto a los cuadros políticos directivos. Y en todo
grupo armado o ejército, la mayoría son reclutas o soldados respecto a los
mandos, jefes y oficiales. Si a todo ello se añade que el nivel de
analfabetismo era todavía importante en la España de 1940, en modo alguno puede
sorprender que los hombres de cultura fueran minoría, tanto en el monte como en
el llano. Lo cual no quiere decir jamás que las convicciones antifranquistas
dependan de la supuesta cualificación. Hubo miles y miles de analfabetos que,
con plena conciencia y convicción, se alistaron voluntarios para la defensa de
la República, hicieron alardes de generosidad extrema y dieron su vida por la
causa democrática que amaban.
De todas formas, tampoco es cierta la supuesta falta de cualificación
personal o política en el monte. El núcleo de la guerrilla –hay que tenerlo
siempre presente- fue un contingente considerable de ex combatientes del Ejército
republicano. Combatientes eran los que en 1939 no se entregaron; combatientes
eran los que huyeron de los campos de concentración, de las cárceles, de los
batallones disciplinarios, de las colonias penitenciarias o de los campos de
trabajo. Y ex combatientes eran también todos los cuadros directivos que el PCE
envió desde el extranjero entre 1944-1946. Y ex combatientes españoles eran
también todos los que protagonizaron las luchas de la resistencia en Francia. Y
ex combatientes de la guerra de España eran los que penetraron por los Pirineos
y por el Valle de Arán en el otoño de 1944, de los cuales unos 200 no se
replegaron, sino que se infiltraron en el interior de España, para reforzar la
guerrilla. Sólo había un grupo en la guerrilla, amplio ciertamente, que no
procedía de las brigadas republicanas, y eran aquellos que, siendo enlaces y
viéndose descubiertos, se vieron forzados a huir al monte y a unirse a las
guerrillas. Sólo esta parte eran bisoños y reclutas. El resto de los hombres de
la sierra tenían suficiente cualificación militar y combativa, que era lo que
se requería para el caso. Otra cuestión muy diferente era la precariedad de
armamento, la falta de ayuda internacional, y la gran superioridad de las
fuerzas represoras franquistas, lo cual originaba, lógicamente, que la lucha
fuera espantosamente desigual.
Para
visualizar someramente cuanto venimos afirmando, basta pasar revista a los
guerrilleros de algunas Agrupaciones. “El Francés” (cordobés, cabeza de la
guerrilla en Cáceres), había sido teniente en la guerra; “Chavito” (Badajoz)
había sido teniente; “Los Jubiles” (Córdoba) habían mandado la 88 Brigada; José
Zarco (Jaén) había sido comandante; Francisco “El Ratero” (Granada) había sido
capitán; José Mata (Asturias), comandante; Arístides Llaneza (Asturias),
comandante; Manolo Caxigal (Asturias), sargento; Lisardo García (Asturias),
teniente; Baldomero Fernández “Ferla” (Asturias), mayor de milicias; Mauro Roiz
(Santander), comandante; “Teniente Freijo” (La Coruña), teniente; Manuel Castro
(Galicia), teniente coronel de la resistencia francesa; Constantino Zapico
“Bóger” (Asturias), teniente; “Paco el Catalán” (Madrid), comandante de
milicias; Bernabé López Calle (Málaga), ex guardia civil y comandante de
milicias.
Hasta aquí, se trata sólo de un apunte. Un estudio exhaustivo sobre este
tema arrojaría resultados sorprendentes para los sempiternos abonados al tópico,
para los detractores sin fundamento, y para los banalizadores del tema (entre
ellos, los periodistas), siempre a la caza de personajes pintorescos –que los
hubo, como en todas partes-, pero nunca fueron elemento nuclear de la
guerrilla, sino marginal. Y estas observaciones valen también para los
propagandistas de la dictadura franquista, neofranquistas y nostálgicos
actuales, que siempre hicieron hincapié en los elementos pintorescos y
“bandoleriles” de la guerrilla, reduciendo su presentación a partidas de
malhechores y maleantes. El franquismo sólo resaltaba, por ejemplo, las
andanzas incontroladas de “Manco de Agudo” (Ciudad Real) y nunca mencionaba a
Ramón Guerreiro “Julio”, ex comisario de la guerra, dirigente de las J.S.U.,
gran cerebro de la guerrilla en Ciudad Real, así como Luis Ortiz de la Torre,
condecorado en la batalla del Ebro y en la resistencia francesa, que tenía su
puesto de mando en Puertollano; o bien el gran político Francisco Expósito
“Torrente” o “Gafas”, que actuó entre Andujar y el sureste de Ciudad Real.
Igualmente, los partes de la Guardia Civil sólo ponderaban en Galicia las
andanzas de “Foucellas” y no los grandes políticos y cuadros de alta
cualificación que lucharon en las provincias gallegas. Y esa visión tendenciosa
de los represores franquistas es la que todavía pervive, incluso en
mentalidades “progresistas”, y es la que sigue deformando la realidad histórica
del maquis, y es la que sigue resaltando personajes pintorescos y sigue
soslayando la realidad de los grandes dirigentes, los destacados políticos y
los grandes luchadores que hubo en el monte. No se puede perder nunca de vista
que lo que resistía en los montes de España eran los restos de la República
democrática, con las limitaciones que se quieran, pero los restos al fin y al
cabo.
Otras veces se resaltan personajes atípicos de la guerrilla, en modo
alguno definitorios o sustanciales, bajo un similar espejismo de lo pintoresco.
En este congreso se ha ponderado la figura de Adolfo Lucas Reguilón “Severo
Eubel de la Paz”, un maestro de escuela de Villa del Prado (Madrid), comunista,
bien intencionado, pero de mente bullente y fantasiosa, que al verse en peligro
en Madrid en 1944, se fue con su esposa a la sierra de Gredos, después de pasar
una tarde en la iglesia de San Francisco el Grande, para serenar su espíritu. Allí,
en el monte Mirlo, hizo enlaces, alguno de los cuales se le sumaron y formó una
reducida guerrilla, muy peculiar, llamada “Zona M de Unión Nacional”. Era
pacífico, escribía cartas de concordia a la Guardia Civil, y no se sometía a la
disciplina del Ejército Guerrillero del Centro. Así las cosas, con su
estandarte pacifista, no se comprende bien qué hacía este hombre en la
guerrilla, con un fusil en la mano. Parecía haberse equivocado de lugar, de
tiempo y de causa. Y si lo que hay que resaltar es que era hombre contrario a
la pólvora, habría que convenir en tratarlo en otro tema, y no en la guerrilla
ni en la resistencia armada. En cualquier caso no era, ni mucho menos, un
maquis arquetípico de la guerrilla que nos ocupa (10).
El “escándalo” de la violencia
En el tratamiento del tema
del maquis se observa a menudo un pudoroso sentimiento de “escándalo”, por el
hecho de que los del monte aplicaron venganzas, represalias sangrientas y cometieron
crímenes contra supuestos delatores o confidentes de la dictadura, en número de
varias decenas por provincia, en las zonas guerrilleras. En Galicia, además,
castigaron a varios curas que habían espoleado la represión en 1936, y a
bastantes falangistas por la misma causa. En Córdoba, el célebre “Perica” mató
en 1940 al guarda Fructuoso, que lo había torturado bárbaramente antes de
escaparse de la cárcel. En Orense, Mario Rodríguez Losada “Pinche” o “Langullo”
mató en 1941 al cura de Cesures, porque fue el causante del fusilamiento de su
padre en 1937 (11). Otros casos de represalias por los del monte son bastante
conocidos por los interesados en el tema y, sobre todo por la mitología popular.
Pero, sin ánimo de justificar nada, lo que no se puede perder de vista es que
la dictadura franquista golpeaba a la guerrilla de una manera brutal y
terrible, sin miramientos de ningún tipo, y la guerrilla no tenía más remedio
que defenderse, al menos de los delatores y confidentes, si quería sobrevivir
mínimamente. Lo cierto fue que la violencia no la trajeron los maquis. La
desató el golpe militar de 1936, la desató la agresión a la democracia
establecida, la desató la oleada de matanzas que los sublevados perpetraron por
todas partes, sin excepción. La dictadura franquista era violencia “stricto
sensu”, en sus orígenes, en su desarrollo bélico, en su victoria y en su
establecimiento, y fue violenta como forma de supervivencia. Todo lo demás fue
respuesta a esa violencia estructural, y en otros casos, simple mecanismo de
defensa. La resistencia a las dictaduras y a los regímenes de fuerza es siempre
actuación de legítima defensa.
El verdadero escándalo de
violencia fue la represión salvaje que el franquismo puso en práctica con
motivo y pretexto de la persecución de la guerrilla. Se recurrió a las palizas,
las torturas, las amenazas, los sobornos, la contrapartida, los engaños, los
“paseos”, los crímenes por “ley de fugas”, el fusilamiento de familiares, por
el único “delito” de serlo. Es decir, los más terribles métodos de la “guerra
sucia” y terrorismo de Estado. Este es el auténtico escándalo de violencia en
aquellos años de dictadura militar. Violencia fue lo que hizo un grupo de
militares en una aldea de Galicia contra la familia Rodríguez Montes, porque
sus hijos se habían ido a la guerrilla. Se presentaron en la casa de campo,
hicieron bajar al matrimonio, y a la niña Consuelo la mandaron cerrar en el
corral de las ovejas. El matrimonio ya en la puerta, hicieron venir a la niña,
“para que se despidiera de sus padres”. La madre agarraba con fuerza la mano de
la niña, suplicándole que no los dejara solos. Se llevaron otra vez a la niña
con las ovejas, y ordenaron a sus padres caminar por el sendero. A pocos pasos
los derribaron con una descarga cerrada, que oyó la propia hija. Cuando pudo
salir, los vecinos le confirmaron ante una tierra removida: “Aquí están tus
padres”. Tiempo después, los hermanos bajaron del monte y se llevaron a su
hermana Consuelo, que estuvo en la sierra con el apodo de “Chelo” (12).
Escándalo de violencia fueron las matanzas
de familiares de guerrilleros que perpetró el franquismo por toda España. En
Pozoblanco (Córdoba), en el descampado Mina de la Romana, el 10 septiembre
1948, de madrugada, el capitán Aznar Iriarte y el teniente Giménez Reyna
hicieron fusilar a la madre y a la hermana de “Caraquemá” (Amelia Rodríguez, 49
años, y Amelia García, 18 años), junto con la madre de “Castaño” (Isabel
Tejada, 60 años). En Villanueva de Córdoba, mataron a Catalina Coleto, 52 años,
esposa del guerrillero “Ratón”, otra madrugada del 8 junio 1948. Otros muchos
familiares de guerrilleros cayeron en Córdoba. Entre estos y otras personas del
medio rural, 160 víctimas de personal civil cayeron por la “ley de fugas” sólo
en Córdoba. Los “paseos” y la “ley de fugas” llevaron la muerte a miles de
personas en España. El medio comunista Mundo
Obrero intentó en 1947 y 1948 una llamada de atención internacional sobre
los crímenes de la dictadura, sin conseguir ninguna solidaridad de las
democracias. El sindicato SOMA (Asturias) sólo logró colocar en los pasillos de
la ONU la lista de los 20 fusilados en el Pozo Funeres, en abril de 1948.
Granada, Málaga, Jaén, Sevilla, Cáceres, Madrid, Teruel, Santander, Asturias,
León, Galicia, etc. sufrían un baño de sangre espantoso, no sólo en el monte,
sino sobre todo entre el personal civil del llano. Esta fue la realidad trágica
y la violencia significativa digna de mención, a la hora de entrar de lleno en
la cuestión de la resistencia armada de los años cuarenta.
Este trágico aspecto propio del
funcionamiento de los fascismos europeos de aquellos años, en cuanto a la
represión de las resistencias, conviene verlo también en una perspectiva
europea, internacional. Un documental de Laurence Rees, sobre “La invasión de
Rusia por Hitler”, dedica su tercer capítulo a “La guerra de los partisanos”
(13). La ocupación de Ucrania provocó el surgimiento de un poderoso movimiento
de resistencia a cargo de los partisanos soviéticos (La expansión nazi-fascista
hizo surgir maquis y partisanos en todos los países afectados). Todos los
resistentes utilizaron emboscadas contra el enemigo y represalias contra
compatriotas que colaboraban con el enemigo, además de requisa de armas y de
alimentos. Y al mismo tiempo, las fuerzas invasoras practicaron la política de
tierra quemada, las deportaciones, las matanzas de escarmiento y las
eliminaciones sumarias, no sólo de partisanos, sino también de personal civil
colaborador o sospechoso de serlo. En Ucrania, en la ciudad de Kharkov, los alemanes
practicaron en un solo día una redada de 1.900 personas, con objeto de capturar
partisanos y colaboradores. Sólo 30 de ellos tenían armas. Sin embargo, todos
fueron asesinados. Y era una sola operación de un solo día. Queda evidente que
la violencia no era la de los partisanos, sino la del régimen de fuerza
invasor; violento no sólo desde el punto de vista de ilegitimidad jurídica,
sino también desde el punto de vista cuantitativo, con unas cifras de crímenes
que no resisten ninguna comparación con ningún otro aspecto.
¿Una lucha armada sin apoyo ni proyecto?
Muchísimos cabos sueltos
quedan en cuanto a la recuperación del pluriforme fenómeno histórico de la
guerrilla antifranquista. Por ejemplo, la cuestión del apoyo político a la
lucha armada. Muchas interpretaciones se ofrecen al respecto, cuando la
realidad es simple: en la guerrilla se continuó, sin más, la posición final de
los republicanos en marzo de 1939 respecto a la cuestión de la resistencia. La
República, desde 1938, se había dividido en dos sectores: el sector de la
resistencia a ultranza (socialistas negrinistas, comunistas y algunos
republicanos) y el sector del armisticio o del final pactado (socialistas,
anarquistas, nacionalistas vascos y catalanes, el propio presidente Azaña,
diplomáticos ingleses y agentes de “la quinta columna”) (14). Esa defensa o
renuncia a la resistencia armada del final de la guerra fue ya una posición
inalterada en los años venideros. La posición oficial final de los diferentes
partidos o sindicatos fue la que continuó después durante los años cuarenta.
Ello explica que, oficialmente, sólo el PCE defendió y apoyó la resistencia
armada contra Franco y el fenómeno guerrillero. Aunque la guerrilla fue plural
en la base, y en los montes había bastantes socialistas y anarquistas, sin
embargo ni el PSOE ni la CNT apoyaron oficialmente la resistencia armada. Ya
habían renunciado a ella en marzo de 1939, y después las posiciones,
lógicamente, no se cambiaron.
No es acertado sostener
hoy día que el PCE no tuvo un plan definido de lucha guerrillera, por el hecho
de que no poseemos organigramas ni estrategias expresas de aquella empresa
armada. Se olvida un aspecto crucial: fue una lucha armada, sí; pero una lucha
clandestina. La clandestinidad implicaba ya de por sí toda una labor de
camuflaje, en planes, en personajes con nombre supuesto, en órdenes en clave,
en topónimos, en documentos, etc. Y a pesar de todo ello, sí que poseemos organigramas
de muchas agrupaciones guerrilleras, su estructura en “divisiones” (o
“sectores”) y en guerrillas, sus órdenes internas (Basta una breve consulta al
archivo del PCE, para hacerse con nutrida información de todo ello) (15). En la
estructura de la guerrilla el PCE copió muchos esquemas del Ejército
republicano. Desde 1944 (incluso desde 1943), se difundieron en el interior de
España directrices para crear los diferentes “Ejércitos Guerrilleros”, como el
del Centro, el de Galicia, luego el de Levante, etc., que se dividían en
Agrupaciones (cuatro Agrupaciones en Galicia, cinco en el Centro, tres en
Granada-Málaga, etc.), de estructura y evolución muy cambiante, dependiendo
siempre de la represión. Se sabe de la orden de operaciones de la invasión del
Valle de Arán (“operación reconquista de España”), sus mandos, sus divisiones y
brigadas. Se conocen los diferentes medios de propaganda de las Agrupaciones,
la cabecera de sus periódicos (Combate,
Lucha, El Guerrillero, etc.). Se conoce la esctructura de los equipos de
pasos en la frontera pirenaica (también los hubo en el sur, con el norte de
África), para relacionar los cuadros directivos entre las Agrupaciones y la
dirección del PCE en Francia, y para facilitar las infiltraciones constantes de
hombres que pasaron de Francia a España, para fortalecer la lucha. Se sabe que
el partido comunista creó en 1942, en Francia, un organismo político unitario,
plural y frentista, la célebre Unión Nacional, de la que se multiplicaron
comités locales y provinciales en Francia y en España (aquí, clandestinos,
lógicamente), y que se concretó el “brazo armado” de Unión Nacional en la
restauración del XIV Cuerpo de Guerrilleros, también en 1942, que dos años más
tarde pasó a llamarse Agrupación de Guerrilleros Españoles (A.G.E.), y como
transposición de la estructura guerrillera española en Francia (la célebre
resistencia o maquis, más española que francesa) se llevó a cabo la
organización guerrillera en España, principalmente en 1944. Después de la toma
de París, “¡Ahora, España!”, se gritaba por todas partes (16).
¿Ha preguntado alguien por
el plan de lucha de los maquis en Francia? ¿Se puede afirmar que la resistencia
francesa carecía de plan? Pues bien, si estas preguntas no se plantean con
relación al país vecino, ¿por qué se plantean en España? No parece sino que
existe un morbo o una “pose” que se deleita en arrojar piedras y
descalificaciones gratuitas en la actuación de la lucha guerrillera
antifranquista, cuya única descalificación fue que fracasó, pero no por su
culpa ni por la supuesta falta de plan, sino por la desigualdad en la lucha,
ante un enemigo hiperbólicamente superior, y por la inhibición y abandono de
las democracias. La guerrilla española fracasó por los designios de las
cancillerías. La guerrilla europea, los maquis o partisanos, triunfaron. Pero
los planes antifascistas fueron los mismos. En consecuencia, no parece acertado
ni riguroso atribuir al PCE una falta de plan guerrillero, haciendo caso omiso
de las penurias, dificultades y carencias de la clandestinidad. Y más aún,
cuando ya sabe que sí hubo planes, organigramas, estructuras, estrategias,
órdenes y directrices, que la represión destrozaba, interfería y dificultaba al
máximo en su camino desde los puestos de mando hasta los montes y las sierras
de España. No se tenían los planes que se querían, sino los que se podían.
La historia y los tópicos
Pasar revista al alud de
tópicos que se ciernen sobre la marginal historia de la guerrilla
antifranquista, así como a los tópicos sobre la guerra civil en general, es
tarea más que imposible. Pero al menos señalemos algunos de esos tópicos, para
remedio y compostura de la verdad histórica. Para empezar, no es cierto que la
guerrilla española supusiera un incoherente error táctico ni una mala
percepción de la realidad ni un aberrante análisis político. Fue, simplemente,
una iniciativa coherente con el momento histórico, en la misma corriente
antifascista de la resistencia europea. El proyecto guerrillero español se
llevó a cabo con una lógica aplastante: si los nazis se batían en retirada por
el sur de Francia, ante el empuje de los maquis, y se estaban derrumbando los
poderosísimos fascismos europeos, eran lógicas las esperanzas en una inminente
caída de Franco. Que la dictadura militar española era inamovible –y ello, por voluntad
de los aliados-, eso lo sabemos hoy, a toro pasado, pero nadie lo podía
sospechar entonces, ni siquiera los propios franquistas.
El estudio de la guerrilla
antifranquista debe llevarse a cabo ya en una perspectiva europea, en el
contexto de los movimientos partisanos antifascistas, desde Francia a Ucrania,
pasando por Italia, los Balcanes y otros lugares de la opresión fascista.
Nuestros estudios deben superar definitivamente los excesivos localismos en que
se sitúan hasta ahora. Y peor que los localismos son los anecdotarios, tan del
gusto periodístico. Hay que hacer historia, y no anecdotarios. Y para hacer
historia –historia europea-, es imprescindible la liberación democrática de los
archivos de la represión española, todavía en manos de los herederos de los
represores: el Ejército y la Guardia Civil. Aunque parezca increíble y
patético, la realidad es esta: los archivos de la represión de la dictadura
todavía no han sido democratizados, sino que siguen, si no del todo bloqueados,
sí entorpecidos, y su consulta sometida a múltiples trabas y reticencias, lo
cual entorpece o imposibilita una investigación clara y abierta. Lo afirma este
autor, no de oídas, sino por sufrimiento propio (17).
La guerrilla
antifranquista fue consecuencia directa, no tanto de un conflicto social, sino
de un acontecimiento político: la instauración de una dictadura militar
filofascista en España, con un programa terrible de persecución y de exterminio
de los demócratas vencidos, empujados a huir a los montes, y después
organizados en guerrillas, a imitación de los maquis franceses, bajo
directrices del PCE. La guerrilla, aunque siempre pudo tener algún fondo de
rebeldías campesinas y de otra índole, fue mucho más que campesina: fue
republicana, progresista, democrática, antifascista, antimilitarista, anticlerical,
antifranquista. Fue minera, sobre todo en el norte; fue marinera en La Coruña;
y por todas partes fue de artesanos, albañiles, campesinos, jornaleros, carboneros,
taberneros, maestros de escuela, etc.; es decir, la típica composición
heterogénea del gran abanico republicano, demócrata y frentepopulista que había
sido vencido y aplastado por la victoria de Franco.
No es cierto ni responde a
la verdad histórica que la guerrilla fuera un proyecto estalinista. Este
sonsonete ha salido de cierta capillita o cenáculo que deambula y hace secta
por la capital de España. No es un aserto científico. Pecados estalinistas hubo
por muchos sitios; pero la guerrilla se constituyó y tuvo como horizonte la
restauración de la República democrática, y además lo intentó con una
estrategia pluralista, con aquella especie de reedición del Frente Popular,
llamada Unión Nacional, “mutatis mutandis”. No se olvide que la guerrilla la
puso en marcha Jesús Monzón, entre 1943-1944, y de Monzón se podrá decir
cualquier cosa, pero nunca que fuera un personaje estalinista, que no lo fue,
ya que fue el diseñador de la primera muestra de frentepopulismo democrático en
la posguerra. Su órgano de prensa era Reconquista
de España. Y esta Unión Nacional distaba mucho de ser la fantasmada que
algunos eruditos a la violeta han dicho. Ya se ha señalado que en 1942 contaba
con 108 comités locales en Francia, y a comienzos de 1945 tenía 300 comités
clandestinos en España. Cuando Carrillo entró en escena, en la segunda mitad de
1945, fue dejando de lado el andamiaje de Unión Nacional, y en 1946 logró que
el PCE ingresara en la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas (ANFD), creada
por los socialistas. Cuando ésta se derrumbó en 1947, el PCE dio forma en 1948
a otro organismo frentista, el Consejo Nacional de Resistencia, con buen número
de consejos locales en la zona de Levante. Siempre se procuró que la guerrilla
tuviera como referente político un organismo plural y democrático, con las
lógicas penurias de la actividad clandestina. En cualquier caso, es erróneo e
inexacto hablar de proyecto estalinista en la guerrilla, que no lo fue. Basta,
además, repasar los panfletos y escritos que la guerrilla difundía en los
montes, caseríos y aldeas. Cualquiera que haya realizado trabajo de campo entre
esta documentación y literatura puede comprobar que todos los panfletos del
monte, sin excepción, terminaban con vivas a la República, a Unión Nacional, a
la Constitución,… y clamaban por la convocatoria de elecciones libres (18).
Recientemente hemos leído
un gran error de Santos Juliá en este tema. Se centra en el “encuentro de
Munich o en las ‘mesas democráticas’, en las que comunistas y católicos se
hicieron demócratas antes de la democracia” (19). Esto es una “boutade”, y
carece de rigor histórico para cualquier estudioso que haya seguido de manera
imparcial la trayectoria del PCE, desde su gran compromiso por la República
democrática desde el comienzo y desarrollo de la guerra civil, la continuación
de ese compromiso en la guerrilla y en el exilio, su apoyo incondicional al
Gobierno Giral, su política de “reconciliación nacional” desde 1956, su
estrategia de eurocomunismo, y una larga muestra de compromisos democráticos,
de puro rigor histórico. Que lea Santos Juliá la defensa del gobierno democrático
que hizo José Díaz en la sesión del 15 de julio de 1936 en la Diputación
Permanente de las Cortes, o bien pondere estas palabras de un alto cuadro
comunista, Agustín Zoroa, poco antes de ser fusilado en Ocaña en 1947, según
consta en su consejo de guerra: “…que no cree haya cometido delito de rebelión…
que vino de Francia a España a liberar a las masas del terror y de la miseria y
a luchar por la democracia” (20).
La guerrilla y la memoria histórica
La memoria es una materia
prima para la historia. No son dos conceptos homogéneos, pero sí
complementarios. La recuperación de la memoria es directamente proporcional al
progreso de la historia, sobre todo cuando se produce una penuria y carencia de
fuentes en un tema como éste, que es historia de vencidos, y sobre los vencidos
se cierne siempre –ley universal-, la desaparición: desaparición de nombres, de
vidas, de fosas, de documentos, de mención, de homenajes, de reconocimientos y
del derecho a la propia historia. El recurso a la memoria y al ejercicio del
recuerdo, del testimonio y de la vivencia, puede ser una tabla de salvación
para la historia. La suplencia o subsidiariedad de fuentes: he aquí el gran
servicio de la memoria a la ciencia histórica. Creo que es éste el sentido
principal de la importante corriente que se ha extendido en España en los
últimos años en pro de la recuperación de la memoria histórica. No sólo todo lo
relativo al desarrollo de la guerra civil (con su cuestión crucial: la
represión y las pérdidas humanas), sino especialmente lo relativo a la
guerrilla adolecen de una precariedad de fuentes clamorosa. Esto lo
comprendemos bien todos los que nos hemos esforzado en estudios monográficos
con amplios trabajos de campo. La mayoría de los sucesos guerrilleros de la
sierra y del llano los hemos desentrañado gracias a los ejercicios de
recuperación de memoria, de expresión de testimonios, vivencias y recuerdos.
Mientras hubo testigos y supervivientes, escribir sobre la guerrilla fue
relativamente fácil. Hoy, tras la muerte biológica de la memoria, el problema
se convierte en gravísimo (21). Por todo ello, el verdadero historiador no
puede hacer otra cosa que saludar positivamente la actual corriente, aunque
tardía, en pro de la recuperación de la memoria histórica. En pura lógica, la
Ley de Memoria Histórica que actualmente tramita el Gobierno de Rodríguez
Zapatero está totalmente justificada. No tiene más defectos que ser tardía,
primero, y ser titubeante y ambigua, en segundo término.
Nuevamente hay que aludir
a las incoherencias que de un tiempo a esta parte nos viene obsequiando Santos
Juliá sobre la cuestión de la memoria histórica. Este autor se ha convertido en
un analista de tesis. Todos sus trabajos los viene forzando, no en el estricto conocimiento
histórico imparcial, sino en la defensa de su tesis. Y no existe nada tan
anticientífico como el condicionante de las posiciones previas y los prejuicios.
La obsesión de Juliá se resume en que estamos “saturados de memoria”, que ya
está escrito todo lo que había que escribir sobre la guerra civil (se colige,
pues, la jubilación anticipada de todos los historiadores), que ya “sabemos muy
bien lo que pasó” (22) (sobran, pues, ya investigaciones y tesis doctorales.
Los doctorandos, pues, también a la jubilación). Es decir, la ciencia histórica
sobre la guerra ya está cerrada, completa, según Juliá. Olvida algo sustancial:
que la ciencia nunca se completa, y siempre está abierta. Su obsesión vuelve a
insistir: que en la transición “no es verdad, por mucho que se repita, que aquellos
fueron años de amnesia y de silencio, sobre el pasado” (23), que fue cuando más
se escribió y se debatió sobre la guerra. Que “fue cuando más” no es cierto.
Siempre se ha escrito y se ha debatido, pero eso no es lo que importa, sino
esto otro: sobre qué tema se escribió (apenas sobre lo más importante: la
represión), con qué apoyo oficial (con casi ninguno), ante qué aforo
(absolutamente minoritario), con qué repercusión mediática (casi nula), con qué
iniciativas documentalistas (apenas se hicieron documentales televisivos, al
contrario de lo que hoy está ocurriendo), con qué rehabilitaciones en
callejeros o monumentos (casi nada o puramente testimonial), con qué
accesibilidad a archivos militares (a los archivos de prisiones, casi nada; de
la Guardia Civil, casi nada; sumarios de la represión militar, en aquellos
años, absolutamente nada. Como es lógico, esto lo tenemos claro quienes hemos
sufrido las miserias y penurias de la investigación histórica y los trabajos de
campo. Mientras los analistas pecan de autosuficiencia, engreimiento y
petulancia, los investigadores se desesperan ante las dificultades de la
investigación).
En un artículo reciente,
Santos Juliá desvaría ya de manera grave, al afirmar, por ejemplo: “Cuando un
país se escinde, la memoria compartida sólo puede construirse sobre la decisión
de echar al olvido el pasado” (24). ¿Cómo es posible que un historiador, es
decir, un científico, pretenda echar la llave al pasado, que es la materia directa
de la historia? Con este programa no parece posible que se cree una escuela de
jóvenes investigadores en torno a este autor, al contrario, por ejemplo, de lo
que ocurrió con Tuñón de Lara (por cierto, de cuya mano empezó a caminar el
señor Juliá), que con la humildad de todo sabio supo despertar la vocación
investigadora en muchos estudiosos.
Es curioso este nuevo
concepto de la “memoria compartida”. Es un concepto sencillamente aberrante. En
modo alguno parece coherente que a estas alturas la memoria de los demócratas
tenga que compartirse con la memoria de
los golpistas. La memoria democrática es incompatible con la memoria
antidemocrática. Más aún, cuando los vencedores jamás compartieron su memoria
con los vencidos. Se olvida que la memoria de los vencedores -antidemócratas-
ya se recuperó suficientemente, incluso excesivamente, durante décadas. Sus
víctimas fueron honradas, exhumadas, veneradas, recordadas –incluso
canonizadas-, esculpidas en callejeros y lápidas (todavía hoy se exhiben),
indemnizadas, historiadas y recopiladas,… ¿Qué más queda por hacer en pro de la
memoria de los vencedores franquistas? La única memoria que faltaba por
recuperar era la de los vencidos, es decir, los demócratas. Y la poca memoria
que se puede recuperar ya,… ¿bajo qué concepto hay que compartirla con los
vencedores? Una cosa es la reconciliación, y otra muy distinta la claudicación
de las propias raíces y los propios referentes democráticos más elementales. Es
incomprensible qué puede pretender Santos Juliá con estas aseveraciones, a no
ser recordarnos las posiciones y el discurso de los harúspices del
conservadurismo español, todos ellos contrarios a la recuperación de la memoria
histórica de los demócratas, por una razón obvia: no quieren que se reescriba
la historia que el franquismo dejó “atada y bien atada”.
Cuando Santos Juliá
sostiene que “El año de la memoria se cierra con todas las memorias
enfrentadas” (25), primeramente eso no es cierto. Segundo, si se ha tratado de
recuperar la memoria de los demócratas y sus avatares en la consecución de
derechos y libertades desde 1931 (esas libertades que hoy se disfrutan), no
tiene ningún sentido sospechar desaires, malentendidos ni suspicacias ante la
supuesta memoria de los herederos de los golpistas, neofranquistas o
simpatizantes, que tampoco es el caso. ¿O hay que pedir permiso a los herederos
del franquismo para que los demócratas puedan acometer la recuperación de su
propia memoria histórica? Como si en la recuperación de la memoria de los
demócratas alemanes hubiera ahora que coartarse o inhibirse, temerosos de no
despertar suspicacias en la memoria de los nazis. Tanta comprensión con los
totalitarios hasta podría estimular los deseos de nuevos golpes y nuevas
militaradas, con la certeza de que luego recibirán el abrazo de los demócratas,
su perdón y su fraternidad, e incluso la justificación, la bendición y el
homenaje de la historia. Y esta finísima delicadeza y fraternidad con la
supuesta memoria de los vencedores de la dictadura militar llega ya a la
exquisitez más entrañable, cuando Santos concluye: “es legítimo que el gobierno
se esfuerce en rehabilitar a las víctimas del franquismo. A condición de no
hacer invisibles a los que fueron asesinados en los territorios leales a la
República” (26). Este derroche de equidistancia y neutralidad es otro
contrasentido. Ni las víctimas de los vencedores han sido nunca invisibles,
sino todo lo contrario, ni además es éticamente aceptable la supuesta
neutralidad entre esquemas de valores contrapuestos. No se atormente el señor
Juliá. Prueba de que los “caídos por Dios y por España” no son invisibles es que
ahí sigue el Arco de la Moncloa, homenaje a la victoria, el mausoleo del Valle
de los Caídos, pirámide faraónica del dictador, estatuas, callejeros y lápidas
por doquier (La calle principal de Santa Cruz de Tenerife se llama “Rambla del
General Franco”), y todo ello cuando, en contraste, los vencidos, es decir, los
demócratas, carecen del más miserable monumento reconocedor de sus sacrificios
por las libertades, apenas constan en ningún callejero (se pueden contar con
los dedos de una mano), y cuando algún lugar se podría haber reservado como
testimonio del martirio por la libertad, como la plaza de toros de Badajoz, va
el gobierno regional socialista y la borra del mapa. Igualmente, ningún
luchador de la guerrilla antifranquista goza de la más mínima mención en ningún
sitio. Y todavía Santos Juliá se siente apenado, porque no se deje suficiente
luz a las víctimas de la sublevación franquista, cuando las víctimas de la
democracia se hallan totalmente a oscuras, sin nombres, sin memoria, sin
lápidas, sin rehabilitación y, lo que es peor, sin historia. “Al demócrata
desconocido” tendrá que ser el texto de los futuros monumentos, si es que se
hace alguno, que lo dudo. Desde luego, no será por el empeño del señor Juliá.
El problema de la historia
y de la memoria de los guerrilleros antifranquistas no es sino un capítulo más
de la desidia y de las incoherencias de los propios demócratas a la hora de
encarar su propia historia, sus propios referentes, sus propias raíces y su
propia memoria respecto al tema capital de la historia del siglo XX español: la
guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias. En realidad, a la historia
silenciada de los demócratas están causando más perjuicios los propios demócratas
desorientados que los atávicos enemigos de la democracia y de las libertades. A
estas alturas de comienzos del siglo XXI, estamos ahogados bajo montañas de
tópicos, inexactitudes y fabulaciones sobre estos temas que nos ocupan. Tanto,
que deberíamos reescribir todo de nuevo, tal como se quedó en 1980. La historia
de la guerrilla debe ser replanteada, sobre todo para sacarla de los
anecdotarios y de las banalizaciones, y de los localismos. La guerrilla
española se inscribe en el puzzle
general de los movimientos de maquis y partisanos antifascistas que se dieron
en la Europa de 1940, y así debe estudiarse. Y los estudiosos europeos no deben
olvidar, ni mucho menos, el caso español. Finalmente, la Universidad española
debe entonar su acto de contrición por sus desidias y desdenes (salvo
excepciones, minoritarias) y asumir de lleno el estudio de los temas “poco
científicos” de la guerra civil, como este de la resistencia armada contra la
dictadura militar.
N O T A S
(1) Esta ponencia, en sus líneas básicas, fue
pronunciada el 27 de octubre de 2006 en la Universidad Complutense de Madrid,
ante más de 200 alumnos matriculados en el curso “Resistencia armada en la
posguerra”. Pero su redacción definitiva posterior con destino a su publicación
ha permitido incluir algunos aspectos que surgieron en los debates de las
ponencias y hacerse eco también de ciertas polémicas planteadas en la prensa.
(2) Sobre este análisis preobrerista y prerrepublicano
de la guerrilla ya he anticipado algunas consideraciones en mi La resistencia armada contra Franco,
Crítica, Barcelona, 2001, p. 4 y siguientes.
(3) Muchos de los maquis presentados a menudo como
“bandoleros” por el franquismo, tenían una amplia trayectoria política o
sindical en los años de la República o de la guerra. Por ello, la historia del
maquis conviene retrotraerla casi siempre a estas etapas previas.
(4) Incluso hombres aparentemente apolíticos, como los
hermanos Quero, de Granada, eran indudables “desafectos” de la dictadura. Uno
de ellos era evadido de un campo de concentración en Córdoba. La mayoría eran
ex combatientes del Ejército republicano, y alguno había militado en los
célebres “Niños de la noche”. Así que la aparente independencia o supuesto
apoliticismo de algunos maquis nos demuestra bien poca cosa.
(5) Carta de Alonso Sánchez Gascón, remitida a este
autor, desde Madrid, año 2001.
(6) Moreno Gómez, F., “Movimiento obrero, caciquismo y
represión en Córdoba durante 1919”, en revista Axerquía, Diputación Provincial, Córdoba, núm. 12, diciembre, 1984.
(7) Romero Badía, Matías, Memorias, A-Z Ediciones, Madrid, 1996.
(8) Biescas, J. A, y Tuñón de Lara, M., España bajo la dictadura franquista
(1939-1975), tomo X, Labor, Barcelona, 1981, p. 21.
(9) VV.AA., El
movimiento guerrillero de los años cuarenta, F.I.M., Madrid, 1990, p. 172,
testimonio de José Murillo.
(10) Sobre este peculiar guerrillero he escrito en
mi libro La resistencia
armada contra Franco, ob. cit. Y existe un libro de memorias: Reguilón
García, Adolfo Lucas, El último
guerrillero de España, ADLAG, Madrid, 1975.
(11) Téllez, Antonio, A guerrilla antifranquista de
Mario de Langullo “O Pinche”, A Nosa Terra, Vigo, 2000.
(12) El caso de “Chelo”, la joven guerrillera
gallega, cuyos padres los eliminó la Guardia Civil en presencia de esta niña,
está expuesto en un DVD de testimonios orales, que dirige Odette Martínez,
visualizado en este mismo congreso, y que está depositado en la Biblioteca de
Documentación Internacional Contemporánea, París.
(13) Rees, Laurence, “A partisan war”, cap. 3, del documental titulado Hitler´s Invasion of Russia in World War Two,
BBC 2, Londres, 5 octubre 1999. (Búsqueda de cita en la que me ayudó Mirta
Núñez).
(14) Bahamonde Magro,
A. y Cervera Gil, J., Así terminó la
guerra de España, Marcial Pons, Madrid, 1999.
(15) En el archivo
del PCE se halla respuesta a muchas de estas cuestiones. Esquema de la
estructura general guerrillera puede verse en Santiago Alvarez y otros, El movimiento guerrillero de los años
cuarenta (2ª edic.), F.I.M., Madrid, 2003, pp. 23-28. Y en el Catálogo de los fondos del archivo histórico
del Partido Comunista de España, 2 vols., F.I.M., Madrid, 2000.
(16) Martorell, M., Jesús Monzón, el líder comunista olvidado
por la historia, Pamiela, Navarra, 2000, p. 101. Y en Joan Estruch, Historia oculta del PCE, Temas de Hoy,
Madrid, 2000, p. 165.
(17) Con motivo de la
tramitación actual de la Ley de Memoria Histórica, que plantea la tímida
apertura de los archivos militares, se está produciendo una de esas atávicas
corrientes de “malestar” en sectores del Ejército, como medida de presión en
contra, según han denunciado diversas asociaciones de la Memoria, como AGE. El
problema de estos archivos no democratizados todavía, ya lo expuso Amnistía
Internacional en un informe de marzo de 2006.
(18) Moreno Gómez,
F., Historia y memoria del maquis. El
cordobés ‘Veneno’, último guerrillero de La Mancha, Alpuerto, Madrid, 2006.
(19) Desafortunado
artículo de Santos Juliá en El País,
31-12-2006, titulado “Año de memoria”.
(20) Causa núm.
138.610/46, contra Agustín Zoroa y otros, archivo del Tribunal Militar
Territorial 1º, Madrid. Sobre la trayectoria del PCE en pro de la democracia
española, véase también Sánchez Rodríguez, Jesús, Teoría y práctica democrática en el PCE (1956-1982), F.I.M.,
Madrid, 2004.
(21) Es injusto el
olvido que ha relegado valiosas obras de recuperación de memoria como el
pionero Recuérdalo tú y recuérdalo a
otros, de Ronald Fraser, Crítica, Barcelona, 1979.
(22) “Año de
memoria”, El País, art. cit.
(23) Ibídem.
(24) Ibídem.
(25) Ibídem.
(26) Entrevista a
Santos Juliá, por José Andrés Rojo, bajo el título “No hubo olvido ni
silencio”, en El País, 2-1-2007.
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