EL
GENOCIDIO FRANQUISTA EN CÓRDOBA
Con
motivo de la publicación de mi libro de 2008
Por Francisco Moreno Gómez
La reciente publicación de mi libro 1936: El genocidio franquista en Córdoba
(Ed. Crítica, Barcelona, 2008) nos da la oportunidad de enfrentarnos nuevamente
a los tabúes de nuestra historia. En los últimos años se ha producido en España
un clima creciente de atención a la recuperación de la memoria histórica,
injustamente olvidada, salvo minoritarias excepciones. Este clima ha sido obra,
sobre todo, de los nietos de las víctimas, porque las víctimas quedaron tan
aterrorizadas que no fueron capaces de articular palabras, y los hijos de las
víctimas, con sus hogares deshechos y sus padres represaliados, tampoco se
atrevieron a enfrentarse ante los horribles efectos de la represión franquista.
Han sido ahora los nietos quienes, sin tanto miedo a sus espaldas, quienes han
enarbolado el estandarte de la reivindicación de la historia y de la memoria de
los mártires de la democracia española.
A través de la represión y del miedo
subsiguiente, el franquismo consiguió imponer el silencio. Los más de 40 años
de silencio han conducido a la desmemoria y lo que es peor: el olvido de los
valores democráticos y por qué murieron nuestros antepasados. Que el terror
condujo al silencio y a la desmemoria ya lo entrevió el contradictorio Miguel
de Unamuno, cuando en 1936, poco antes de morir, afirmó: “Temo que va a caer
sobre España una etapa de atroz silencio, silencio, silencio…”.
Foto.- Los fusilamientos fascistas de los primeros días del golpe militar, dibujo del pintor sueco Torsten Jovinge, fusilado en Sevilla a los pocos días de la sublevación. Lo sacaron del Hotel Londres, donde se hospedaba.
El miedo y el silencio han causado
grandes aberraciones en la conciencia de los demócratas, cuando muchos han
acabado creyéndose que eran culpables. Y los demócratas no son nunca culpables
de un golpe de Estado, sino los golpistas. Bien es verdad que este
confusionismo mental arranca desde los años 70-80, la llamada Transición, la
cual la llevaron a cabo, ciertamente, políticos que tenían miedo.
Perder la memoria es una de las mayores
desgracias que puede sufrir un ciudadano o un ser humano. En la psicología, los
problemas o enfermedades de la memoria suponen siempre la disolución de la
personalidad. Por el contrario, la memoria es el factor principal que
fundamenta la identidad personal. Sin lugar a dudas, el silencio ha sido una de
las mayores victorias de Franco sobre los vencidos, es decir, los demócratas.
Por este camino ocurrió que la democracia española estuvo a punto de perder su
identidad, sus raíces y su historia. Por aquel malhadado pacto de silencio, los
demócratas renunciaban a sus recuerdos, a sus raíces, a sus luchas y al
calvario de sus sufrimientos. Renunciaban a una parte esencial de sí mismos: la
memoria y la verdad. Y dejaban en pie una historia falsa, la historia de los
vencedores.
Hoy día, atentos no sólo a esa marejada
social en pro de la recuperación de la memoria histórica, se suceden sobre
nosotros sorpresas positivas. Proliferan las Asociaciones de Recuperación de la Memoria Histórica
por toda España, los Foros por la
Memoria , las actividades de Exhumación de Fosas. En el
Consejo de Europa se formula una declaración internacional de condenas del
régimen franquista. El Parlamento Europeo declara el 18 de julio como día de
condena del franquismo. El Equipo Nizkor, de derechos humanos alza la voz
contra “el caso de impunidad de los crímenes franquistas”. Amnistía
Internacional se suma a idéntica sensibilidad. El Congreso de los Diputados
declara 2006 Año de la Memoria Histórica.
El Parlamento Español aprueba, a finales de 2007, la Ley de Memoria Histórica. Es toda
una batería de iniciativas, no ya desde la base ciudadana, sino desde los más
altos organismos, en contra del franquismo y en defensa, lógicamente, de los
valores democráticos. Pero si esto ya era bastante, el 16 de octubre de 2008
ocurrió lo impensable: el juez Baltasar Garzón se declaró competente para
investigar los crímenes franquistas como crímenes de lesa humanidad y solicitó
documentación sobre jerarcas de la dictadura, incluido Franco, por si procede
imputarlos como criminales de guerra. Esto, aunque no derivara en consecuencias
condenatorias, sólo por el hecho de formularse ante la sociedad, ya es algo
descomunalmente positivo. Aunque sea tarde, el hecho de que un juez de máximo
nivel considere la posibilidad de incriminar a Franco, ya es algo insólito y
reparador para la memoria de las víctimas.
Es cierto que existe, ha existido y
existirá en España una conspiración contra la memoria. A ello concurren
diversos factores: a) el miedo a hablar, a causa del terror y de los trauma
psíquicos; b) el miedo a escuchar, porque la memoria es peligrosa y acusadora;
c) el pacto tácito del olvido, obra de todos los partidos políticos, todos
llenos de complejos, los unos y los otros; d) la falacia del progreso, es
decir, que hay que mirar hacia delante y nunca hacia atrás. Una especie de
pasadofobia de seres acomplejados que huyen de sí mismos.
Sin embargo, a pesar de la trama
conspiratoria, la memoria resiste, aflora, recurre, vuelve, revuelve y no se
resigna a perecer. La memoria abre expedientes que el Derecho y la Política dan por cerrados
y prescritos. Con el profesor Reyes Mate decimos que la memoria no entiende de
prescripciones. La ONU
decretó la imprescripción de los crímenes de lesa humanidad o de genocidio. El
ejercicio elemental de la memoria no es sólo para evitar que los hechos se
repitan, ni para honrar a las víctimas, sino, sobre todo, para hacer justicia a
las víctimas, porque el olvido es una injusticia. Se trata de hacer justicia,
al menos moral, justicia en contra de las prescripciones. La memoria se encarga
de recordar la vigencia de la injusticia de los crímenes cometidos, porque el
crimen, al menos moralmente, no prescribe.
La justicia que demanda la memoria es,
básicamente, triple: a) la rehabilitación social de las víctimas; b) la mención
y la rehabilitación histórica de las víctimas; y c) la reparación económica de
las víctimas. Justicia social, justicia histórica y justicia económica. El
simple ejercicio de la memoria es ya hacer justicia a las víctimas.
Mi reciente libro 1936: El genocidio franquista en Córdoba es, no sólo una aportación
a la ciencia histórica, sino también un acto de justicia hacia los mártires de
la democracia española en Córdoba y una contribución al memorial democrático de
España. Con este libro he pretendido, no sólo hacer historia, sino también
erigir homenaje, reconocimiento a tantos miles de cordobeses sacrificados por
el golpe militar de 1936 y por la agresión fascista a gran escala que supuso el
franquismo, hasta dar al traste con las personas y con el sistema de la
democracia republicana de 1931. Este libro, entre la multitud de aspectos
dignos de consideración en tierras cordobesas, ha intentado la cuantificación
de las víctimas, los desaparecidos y los asesinados. Por este libro sabremos,
entre otras cosas, que tenemos noticia de, al menos, 11.581 asesinados por el
franquismo en Córdoba, de los cuales, 8.545 (siempre listas incompletas) lo
fueron durante la guerra, y 1.600 fueron fusilados en la posguerra, además de
los 220 maquis o guerrilleros que fueron abatidos en las sierras cordobesas,
más los 160 enlaces o colaboradores a los que se aplicó la “ley de fugas”, mas
los 300 cordobeses, al menos, que perecieron en los campos nazis, más los 756,
al menos, que fueron exterminados por hambre y carencias en la prisión
provincial de Córdoba, un nuevo Auschwitz. Total: 11.581 asesinados por el
franquismo en Córdoba, convencidos de que la cifra real fue muy superior. Así
pues, en este libro hay que considerar al menos tres aspectos: la dimensión
histórica, la dimensión ética de homenaje a las víctimas y la dimensión de
aportación al memorial democrático de España.
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